Señor Editor:
La pandemia de COVID19 declarada en marzo de 2020 está mostrando una de las caras más riesgosas de la globalización, desafiando los sistemas sanitarios y el bienestar social e individual. La falta de certeza sobre la progresión de la pandemia y del nivel de respuesta del sistema de salud local han provocado inevitablemente una sensación de inseguridad y desconfianza en las personas, lo que puede repercutir directamente en la capacidad de tomar decisiones informadas en relación a este problema sanitario. En este escenario, vale la pena preguntarse cómo estamos reaccionando quienes trabajamos en salud pública y salud global para acoger a esta ciudadanía colmada de incertidumbre.
La era tecnológica y la alfabetización digital de muchos, nos permiten seguir y comentar en tiempo real los acontecimientos a nivel local, inspirados por cómo se está manejando la crisis en otros países que tienen más tiempo de exposición al COVID19. Esto es particularmente relevante considerando el acceso y producción de información en canales masivos como las redes sociales, que permiten comunicar hechos, opiniones profesionales y juicios personales.
La profusa llegada de información en torno a la pandemia ya había sido notada incluso antes que la OMS la declarara como tal1 . El riesgo de una infodemia aparejada al brote viral es particularmente alto en una sociedad hiperconectada, y va más allá de los medios de comunicación tradicionales. En una era en que académicos en etapa inicial y senior de su carrera tienen ventanas de difusión digitales a través de las cuales pueden llegar a miles de ciudadanos de forma simultánea e instantánea, nos ha llamado la atención algunas prácticas en el uso de estas plataformas, desde el punto de vista de la comunicación de riesgo en salud y la capacidad de promover la alfabetización adecuada de la población en conceptos y procesos propios de la epidemiología de esta enfermedad, su manejo clínico y las políticas públicas adoptadas para su contención.
Esta pandemia no puede ignorar el contexto sociopolítico que afecta a Chile desde el estallido social de octubre 2019. Desde entonces, se ha producido una profunda desconfianza y rechazo hacia las autoridades y particularmente en el ámbito sanitario existe una demanda por mayor equidad, con un fuerte escrutinio a los tomadores de decisiones. En esta línea, es delicado notar que la mantención irreflexiva de este tono de desconfianza de parte de colegas y académicos puede acrecentar la polarización y no contribuir a la respuesta individual y colectiva que la pandemia requiere. En particular, las redes sociales han funcionado como canales para desmentir a las autoridades, contradecir o cuestionar expertos, y acrecentar una sensación de alarma en la comunidad. La constante transmisión de conceptos complejos y altamente técnicos (tales como “aplanar la curva”, “distancia social”, “uso correcto de mascarillas”, “carga viral”, “falso negativo” entre otros), sumado a un tono muchas veces alarmista o destructivo, se alejan de las buenas prácticas de la comunicación de riesgo en salud. Como académicos e investigadores, frente a un riesgo inminente al bienestar de la ciudadanía, nuestra responsabilidad social implica fundamentalmente transmitir información adecuada, a través del uso de habilidades comunicacionales específicas que permitan mantener a las personas informadas sobre la situación sanitaria2 , en un lenguaje comprensible para ellos, en forma oportuna, veraz y transparente, lo que coincide con lo especificado en la Ley 20.584 sobre el derecho de las personas a recibir información relacionada a su salud3 . Esto permitirá que las personas se sientan involucradas en el proceso y logren tomar decisiones de manera informada que les permita protegerse en relación al riesgo experimentado. Pero estas habilidades, como todas aquellas vinculadas a la relación interpersonal, no son de generación espontánea4 .
Si bien es loable el interés de muchos de conectar y educar a la comunidad en una situación tan crítica como la actual, es fundamental que la comunicación por redes sociales esté guiada también por la evidencia científica y las buenas prácticas de la salud pública. En esta línea, la pandemia de COVID19 nos muestra la necesidad de entrenar a nuestros profesionales de la salud y académicos en comunicación de riesgo y uso responsable de nuestros conocimientos técnicos.
Estamos ante un momento histórico en el que todos los ciudadanos necesitan la información necesaria para adoptar conductas de autocuidado, y como académicos y/o salubristas debemos modelar ese rol, otro elemento fundamental de la comunicación en salud. El debate de ideas y opiniones profesionales debiese evitar un tono confrontacional, que solo satisface los intereses personales del comunicador, acrecentando la desconfianza, y alejándonos del uso responsable de la evidencia. En tiempos de emergencia, la academia debe ponerse a disposición para informar a las autoridades, y abogar por decisiones políticas basadas en evidencia, sin que esto signifique sacrificar su espíritu crítico. Esto puede lograrse a través de la participación activa de organizaciones comunitarias, en este caso, agrupaciones de pacientes, que permitan mantener el foco en lo que es realmente importante: el bienestar de la comunidad. Si la crisis sigue agudizándose, tal como ha sucedido en otros países, no contar con un sistema de comunicación de riesgo creíble agrega otra problemática a esta pandemia, ya que la inseguridad de las personas podría aumentar, y en ese estado de vulnerabilidad caigan en la desesperación de la desinformación, donde cualquier fuente podría parecer confiable, dando crédito a información imprecisa o falsa, lo que podría acabar en la relativización de las medidas de autocuidado. Urge que actuemos en colaboración en pro de nuestra ciudadanía.