En enero de 2019 instalamos en el dormitorio de Judy y Gombe (J&G), chimpancés del Zoológico Nacional de Chile (ZNdC), un instrumento sonoro diseñado para el lugar y sus habitantes1. Su exterior de madera tenía 12 botones conectados a un sistema digital que, mediante un microcomputador RaspberryPi, una placa capacitiva, un router inalámbrico, parlantes y una muy abundante cablería, sonaban mientras eran registrados como eventos en una base de datos. Esta configuración del sistema estaba entonces en su versión 3.0: el prototipado y análisis iterativo de su uso permitió, durante los primeros cuatro meses de implementación, que hardware y software fueran rediseñados tres veces. Complementariamente, un Digital Video Recorder (DVR) con cuatro cámaras de grabación, una grabadora de audio de alta definición (Tascam) y varios discos duros permitían una exhaustiva producción y almacenamiento de datos.
J&G no recibieron ningún estímulo o premio que los indujera a interactuar con el instrumento; si lo hacían era por jugar. En contraste con la lógica antroponormativa del entrenamiento de animales no-humanos, al evitar su condicionamiento se crea un espacio abierto a la apropiación e interpretación performativa. Luego de varias controversias entre el equipo de investigación y los expertos del ZNdC, a cuatro meses de la implementación creíamos posible distinguir tres etapas en la evolución de los modos de relación de J&G con su instrumento: (i) aceptación, (ii) exploración y (iii) naturalización. El período de aceptación, que duró aproximadamente tres semanas, se distingue porque J&G combinaron la observación a distancia del instrumento con pruebas esporádicas de resistencia, sabor y olor. Luego, en la fase de exploración, de aproximadamente cuatro semanas, cada uno descubrió y desplegó distintos usos del instrumento. Finalmente, llamamos naturalización al uso cotidiano del instrumento con una baja en la aparición de nuevas formas de uso.

Figura 1 Gombe mira hacia sus visitantes sentado en un dispositivo de enriquecimiento ambiental adosado a una de las estructuras tipo árbol instaladas en el patio de su recinto.
Dado que el instrumento era más grande que sus cuerpos (1,8 m × 1,6 m × 0,5 m) y de una materialidad distinta a la de su habitación, no era obvio que J&G aceptaran su presencia y menos la exploración y naturalización. Sin embargo, suponíamos que su curiosidad los llevaría a hurgar, conocer y, luego, manejar el nuevo artefacto. Mientras avanzaban las dos primeras semanas, los golpes y la observación distante se mezclaron con sentarse, apoyarse, defecar, orinar o saltar en el instrumento. Así, progresivamente, J&G comenzaron a explorarlo detalladamente. Para que jugaran con el artefacto era clave que comprendieran que al presionar un botón se producía un sonido, algo obvio sólo para usuarios habituales de interfaces. Dos semanas y media demoraron en comprender cómo operar los botones, demostrando luego un manejo creciente de su uso, que se manifestaba presionando tanto rítmica como simultáneamente varios de ellos, durante períodos de hasta 20 minutos.
Uno de los momentos más emocionantes fue ver cómo, mientras pulsaba reiteradamente dos botones, Gombe comenzó a vocalizar, emitiendo sonidos que rítmicamente acompañaban los del instrumento. El uso cotidiano del instrumento mantuvo una considerable diversidad de operaciones, cuyo rango iba desde duros golpes a la estructura de madera (no a los botones) a la exploración delicada; desde ejecutar sonidos ordenados a defecar.
Los distintos usos se fueron sumando, constituyendo
un espacio relacional rico que comenzaba a interpelar nuestra idea previa de haber instalado un instrumento sonoro y que, como tal, jugara un rol definido y acorde a su programa (script).

Figura 2 Revisión del instrumento en el taller del Zoológico Nacional de Chile antes de instalarlo en la habitación de Judy y Gombe.
Irrupción en la utopía
La fluidez de este proceso se interrumpió radicalmente
al iniciar el quinto mes de implementación. La alarma vino del guardafauna a cargo de J&G quien, tras avistarlos paseándose por su patio con cables, placas y cajas obtenidas del interior del instrumento, anunció por radio la probable destrucción de dicho sistema. Mientras llegábamos al lugar, vimos que las nerviosas señales que los guardafaunas hacían a J&G para que soltaran los dispositivos los hacían atesorar aún más celosamente su conquista. El día anterior hubo un ajuste del sistema; mientras J&G quedaron en su patio, el equipo de investigación ingresó a su habitación, abrió el instrumento y realizó ajustes, reparaciones y actualizaciones. Como constatamos al entrar, uno de los pernos de la estructura no quedó totalmente apretado, permitiendo una leve apertura entre una de las placas de madera terciada y su marco. Al observar el instrumento desmantelado, tuvimos la certeza que había sido violentado. Esta idea, empíricamente sustentada, puso en crisis las hipótesis anteriores respecto a que el instrumento había sido un soporte para la evolución de nuestra coexistencia y que J&G lo habían valorado e incorporado a su vida cotidiana, habitándolo como espacio de juego en una relación mutua, como con los humanos circundantes. Afectivamente, nos sentimos extrañados de aquel nosotros «más-que-humano» que, creímos, estaba instalado.
Las ilusiones civilizatorias subyacentes en nuestro trabajo se hicieron evidentes en nuestra impresión de que J&G habían roto nuestro pacto de coexistencia. Con J&G en el patio, retiramos las partes destruidas y cerramos el instrumento. Luego, procedimos a revisar el registro de video para conocer cómo había ocurrido la vulneración y el desmantelamiento. Con sorpresa - y no poca emoción - nos dimos cuenta de que nuestra interpretación del suceso, basada en sus huellas materiales, era errada. El instrumento abierto y desmantelado precipitó un equívoco basado en nuestra humanización de esta pareja no humana: interpretamos la escena como un acto de violencia e incivilización. Al contrario, lo que vimos en los videos fue, más bien, una indagación cuidadosa, en la cual J&G exploraron metódicamente el instrumento.
La escena inicia con ambos sentados tranquilamente frente al dispositivo. Judy, más interesada y atenta a los detalles que Gombe, se da cuenta de que la esquina inferior izquierda de la cubierta frontal de madera estaba levemente separada del marco. Paciente, silenciosa y sistemáticamente, ambos exploran la rendija con sus dedos, aumentando, en turnos ordenados, lentamente, la separación entre la tapa y el marco. Sin gritos ni aspavientos, van ganando terreno. Luego de unos 8 minutos de trabajo cooperativo, mientras Judy hurgaba en la apertura, esta cede lo suficiente como para introducir tres de sus dedos, apoyar su pie en el instrumento y tirar de la puerta, tarea que, luego de algunos turnos, permite a Gombe hacer la apertura final.
Luego, la pareja nos vuelve a sorprender con su calma. Una vez abierta la puerta del instrumento, en lugar de arremeter sobre las piezas del hardware ahora disponibles, ambos se sientan a observar y explorar, gradualmente, su interior. Antes de sacar las partes interiores, miraron interrogando cada una de las placas, microprocesadores, parlantes y cables sin una gota de agresividad, violencia o interés especial en destruir. Si bien ambos se interesaron y manipularon los distintos tipos de objetos, Gombe demostró preferencia por las cajas, como el router o los parlantes. Por su parte, Judy se interesó en las placas conectadas a manojos de cables, los que reorganizó y trenzó a discreción. Este ritmo de la exploración se mantuvo hasta que Gombe salió de su habitación hacia el patio llevando la caja semidesarmada del subwoofer, provocando el interés del público, lo que alertó a los guardafaunas, quienes levantaron la señal de alarma. Las operaciones de sus cuidadores agregaron ansiedad a la exploración de J&G y aumentaron su intensidad, lo que favoreció que en esta última parte de la experiencia dieran un trato menos cuidadoso a las partes obtenidas y las dispersaran por su recinto.
Prototipado como práctica relacional y cosmopolítica
Tanto en arquitectura como diseño, la creación de proto-tipos tiene por función habitual probar el comportamiento de ciertos elementos antes de estabilizar un producto o modelo final (Sanders y Stappers, 2014), hacer tangible el estado de un proyecto y reflexionar respecto a sus cualidades formales. A su vez, los prototipos funcionales permiten reconocer cómo se comportará cierto aspecto de un proyecto o cómo se relacionarán con él sus futuros destinatarios. En este sentido, el uso de esta técnica a menudo tiene como objetivo reducir los riesgos de falla, convirtiendo el prototipo en una estrategia de aprendizaje (Kimbell & Bailey, 2017).
Sin embargo, desde los Estudios de Ciencia y Tecnología (Jiménez, 2014), el diseño antropológico (Gunn et al, 2013) o el diseño especulativo (Dunne y Raby, 2013; Young y López-Dinardi, 2019), la noción de ‘prototipo’ es descen-trada para enfocar la de ‘prototipado’. Al poner en el centro al verbo en lugar del sustantivo se propone relevar el proceso relacional, la construcción performativa de un espacio de encuentro, por sobre el objeto y sus cualidades. Expandir la atención del prototipo (como cosa) al prototipado (como proceso) permite desarrollar un matters of care (De la Bellacasa, 2017). Es decir, el prototipado se abstiene de las pretensiones de universalidad y, en cambio, reivindica una acción cuidadosa y situada, convirtiéndose en una forma sensible de entrar en correspondencia con las singularidades de las agencias en juego.
Lo anterior se corresponde con un renovado interés por comprender las potencialidades de world-making (Escobar, 2018; Tsing, 2013) o worlding (De la Cadena y Blaser, 2018) del prototipado, y su capacidad para hacernos reimaginar nuestros modos de relación con el entorno y entre mundos. Diversos autores han planteado que el proceso de prototipado no aborda sujetos y objetos que le preexisten, sino que en el mismo proceso de prototipar, probar y fallar emergen las características de los involucrados (Wilkie, 2014). A su vez, DiSalvo (2014) reconoce como cualidad distintiva del prototipado su potencial para detonar, mediante el critical making, prácticas renovadas de acción política colaborativa. En esta misma línea, para Michael (2012), la aparición de estas nuevas formas de política material está relacionada con el carácter cíclico del prototipado y su capacidad para acoger la equivocación o misbehave idiótico, que desprecia el afán práctico del problem solving design. Siguiendo a Isabelle Stengers (2010a, 2010b), para Michael las respuestas que emergen del prototipado amplifican los murmullos idióticos. Con la pregunta ‘¿qué pasaría si...?’, ralentiza la consolidación de certezas, generando lo que Michael llama inventive problem making, es decir, especulaciones que permiten torcer las connota-ciones habituales del problema en cuestión.
Otros corpus de literataura han enfatizado las poten-cialidades del prototipado experimental para componer espacios híbridos entre humanos y no-humanos (Binder et al, 2015; Jönsson & Lenskjold, 2014; Yaneva & Zaera-Polo, 2017) y experimentar con métodos que permitan desplegar escenarios políticos alternativos (Dominguez Rubio & Fogué, 2017), ampliando los mundos y problemas discu-tibles (Galloway y Caudwell, 2018). Particularmente interesantes son los trabajos en torno a la idea de ‘futuros más que humanos’ (Granjou, 2016; Granjou y Salazar, 2016), que cuestionan que la coexistencia pueda ser acotada al ‘club de humanos’. Si el diseño moderno-colonial ha estado tradicionalmente orientado a lograr mundos más humanos, basados en una lógica lineal, instrumental y extractivista, estos trabajos abogan por movilizar los prototipos para transitar hacia formas más sustentables de vida en el planeta o para generar escenarios interespecie, compartidos y diseñados con agencias tecnológicas, virus, fuerzas telúricas, medioambiente, etc.
Estos esfuerzos de prototipado para generar poten-ciales escenarios de coexistencia reivindican una política ontológica del diseño (Fry, 2011; 2017). Esto supone tomarse en serio las maneras en que el diseño precipita modos particulares de ser y hacer mundos (Escobar, 2018; Fry, 2017). Para Fry, debemos superar los límites de una moder-nidad que ha generado un proceso de ‘desfuturización’, donde los futuros están predeterminados por modelos de pensamiento hegemónicos. Siguiendo a De la Cadena & Blaser (2018), creemos que la práctica crítica del prototipado puede ser una manera de construir un mundo compuesto por múltiples mundos.
El desafío es cómo generar dispositivos experimentales y críticos que contribuyan a formalizar y visibilizar futuros subalternos, a desplegar posibilidades que permitan hilvanar conocimientos y prácticas para repensar nuestros modos de relacionarnos y hacer entornos. Así, consideramos la práctica del prototipado como una herramienta privilegiada para generar encuentros ‘cosmopolíticos’. Este último concepto, desarrollado por la filósofa Isabelle Stengers (2005) y luego retomado por Bruno Latour (2010), busca extender la noción de coexistencia, otorgándole a no-humanos un lugar en la arena política. A diferencia de la esfera pública habermasiana (figura heredera del cosmopolitismo donde el protagonista es un ciudadano letrado, humanista y racional dispuesto a construir consenso mediante la práctica dialógica), en la propuesta cosmopolítica priman las dudas y los choques ontológicos. El ejercicio cosmopolítico nos invita a concebir espacios concretos donde distintas entidades, como mamíferos, volcanes, software o virus, puedan ejercer formas originales de ciudadanía (De la Cadena, 2015).
Lejos de la pretensión de un consenso antroponormativo, la cosmopolítica permite abrirnos a una polifonía de narraciones y voces más allá de los límites humanos (Latour, 2007a, b; Stengers, 2010a, b; Larsen y Johnson, 2017). La cosmopolítica es, así, una interrogación respecto a cómo queremos componer nuestro mundo (Latour, 2010). Se trata de un mundo que no sabemos cómo ha de ser ni hacia dónde debe apuntar, sino que está por imaginarse y definirse. En este contexto, nuestro trabajo con prototipos busca desarrollar instancias empíricas que permitan a ontologías diversas, a veces inconmensurables, ponerse en relación y participar de la composición de un mundo en común.
El caso muestra la capacidad del prototipado - como herramienta proyectual, iterativa y abierta al fracaso - para hacer emerger un momento cosmopolítico (Hermansen et al, 2015) que contribuye a generar situaciones de ensamblaje más-que-humano donde mundos divergentes se encuentran y confrontan.
Diseño posantropocéntrico para la coexistencia
Al definir el programa para el instrumento, nos propusimos considerar cuidadosamente los cuerpos y las subjetividades de J&G. Más allá de las consideraciones físicas, nuestro principio consistía en evitar todo condicionamiento o inducción en el modo de uso del instrumento. Sin embargo, en su implementación se reveló una cierta voluntad civilizatoria, antroponormativa, evidente en nuestro afán por instalar un diálogo interespecie mediado por ondas sonoras. En ese sentido, las múltiples formas de apropiación que desarrollaron J&G interpelaron nuestro programa investigativo. Si bien en nuestro espacio experimental para la coexistencia interespecie nos propusimos implementar un juego abierto a las múltiples agencias involucradas, sus reglas subyacentes se prueban antropocéntricas al ser constantemente desestabilizadas por J&G.
Por otra parte, interpretamos la experiencia de J&G con el instrumento como una progresión teleológica que, creímos, funcionaba como una suerte de pacto más-que-humano de coexistencia en constante corroboración. Consecuentemente, el desmantelamiento fue inmediatamente leído como un acto de destrucción, no sólo del artefacto, sino además del mismo pacto que creíamos haber sellado con J&G. Pensamos que el proceso iterativo del prototipado podía conducirnos hacia auténticos encuentros interespecie.
Sin embargo, el despliegue de los cuerpos de J&G nos obligó a una reconsideración radical de aquello que creíamos conocido. Por una parte, el desmantelamiento implicó un repliegue de las condiciones materiales de la indagación, frenando en seco la progresión lineal de la experimentación que, desde nuestra perspectiva, apuntaba hacia una sofisticación incremental del equipamiento del recinto, del instrumento y de su uso por parte de J&G para producir sonidos. Luego, este evento evidenció la demanda de J&G por un entorno, programa y materialidad capaces de incorporar múltiples modos de acción, relación y exploración mutua. El cuidado desplegado por J&G durante el desmantelamiento nos obligó a repensar su interacción con el instrumento: lo que en principio fue considerado residual demostró ser constitutivo de un entorno en el que humanos y no-humanos coexisten sin someter sus ontologías a programas preestablecidos. Quedó en evidencia que debíamos considerar esas formas de relación como demandas capaces de traer dimensiones de coexistencia imposibles de formular a priori.

Figura 7 Judy y Gombe en su patio examinando algunas de las partes del instrumento recién desmantelado.
Esta experiencia de prototipado demostró que la fricción es constitutiva de la coexistencia. Fue una lección de modestia que nos enseñó que para diseñar las condiciones materiales de la coexistencia interespecie, debemos cocrear entornos abiertos, basados en preguntas más que en programas y disponibles para abrir debates en lugar de cerrarlos. Hoy nos parece indispensable tomar distancia de las formulaciones precipitadas que clausuran futuros posibles. El proceso de prototipado que analizamos muestra la emergencia de un otro que resiste una subjetivación estable, donde su identidad está siempre en devenir. Por eso, enfatizamos la capacidad del prototipado para hacer emerger posibilidades de contraparticipación entre los actores involucrados (Hermansen y Tironi, 2018; Tironi y Hermansen, 2020), situaciones de incertidumbre donde los equívocos y disensos aportan vitalidad, movimiento y nuevas posibilidades de relación. El proceso fue una invitación a reconocer el valor de los conocimientos inestables, dando lugar a otras acciones y saberes necesarios para pensar la coexistencia interespecie. La premisa es que construir un horizonte más allá de lo humano no es una cuestión puramente teórica y epistemológica, sino que requiere desarrollar herramientas proyectuales de indagación y materialización.
El valor de prototipar un instrumento sonoro con los chimpancés no reside en los acuerdos alcanzados o en la cualidades técnicas del artefacto, sino en los equívocos, problemas y aspectos desestabilizadores que generó el proceso de prototipado. El fracaso del programa de experimentación creó una duda radical sobre el tipo de diseño que se estaba conduciendo. Los equívocos y fricciones que surgieron con la intervención obligaron a avanzar hacia un descentramiento real de la práctica proyectual para componer y ponerse en presencia de una coexistencia interespecie. El equívoco respecto de la destrucción del instrumento resultó en una invitación a mantenerse con los problemas (Haraway, 2016) que supone el proyectar una coexistencia con y desde la heterogeneidad e inconmensurabilidad radical. Es una invitación a no precipitar solucionismos colonialistas y antroponormativos, sino a abrir el espacio para preguntarse qué estamos haciendo.
Esta experiencia de prototipado nos pone en presencia del ‘equívoco’ como oportunidad para la coexistencia (Viveiros de Castro, 2004; De la Cadena, 2015). Recogiendo este concepto, podríamos decir que el prototipado moviliza la capacidad generativa de la equivocación, permitiendo transformar el fracaso en una fuente de información para diseñar futuros posantropocéntricos. En la fragilidad material del prototipado y su condición equívoca es donde yace su principal fortaleza: a partir de sus fracasos logra hacer disponibles eventos y situaciones inventivas. En otras palabras, permite problematizar las normatividades del diseño orientado al consenso y las lógicas de problem-solving, para más bien sumergirse en una dinámica de problem-making abierta a las interrogantes que genera sobre el diseño con entidades no-humanas. Como catalizador de accidentes y fallos, el prototipado nos pone en presencia de eventualidades que escapan a la predicción. Así, como herramienta para experimentar con situaciones interespecie, el prototipado contiene una vulnerabilidad que permite activar una ética del cuidado, hoy necesaria para desarrollar y (re)hacer mundos más inclusivos.