Durante las últimas décadas, la densidad se ha propuesto como una condición básica para la sustentabilidad y equidad urbana (Lee y Vernez, 2006; Navarro y Ortuño, 2011; Campoli, 2012). Es una variable fundamental del modelo de ‘ciudad compacta’, que refiere a la proximidad de usos y funciones urbanas, aportando diversidad, intensidad y complejidad a la ciudad (Rueda, 2012). La compacidad urbana expresa la relación entre el espacio construido y el no construido (García, 2016), promoviendo la eficiencia en la utilización de recursos no renovables, la disminución de emisiones de carbono, la oferta de vivienda asequible, la promoción de la movilidad activa, y constituye una precondición para la interacción y cohesión social (Newman y Kenworthy, 1999; Moliní y Salgado, 2012; Hermida et al., 2015; Pranlas-Descours, 2017).
Pero en tiempos de pandemia y confinamiento,
la alta densidad se convierte en una condición de vulnerabilidad: externalidades como la falta de ventilación, privacidad, iluminación y la superficie reducida de viviendas (que, en muchos casos, derivan en condiciones de hacinamiento) se vuelven críticas. Los espacios comunes en copropiedad, como accesos, pasillos y ascensores, también derivan en potenciales espacios de contagio. A la vez, la depresión y la soledad se han convertido en fenómenos recurrentes (Sim, 2019), por lo que equilibrar privacidad y sociabilidad se vuelve aún más difícil en situaciones de confinamiento.
Más aún, la verticalización asociada a la densificación residencial intensiva no necesariamente responde al modelo de ciudad compacta (Vicuña, 2017). Ella transforma estructuralmente el espacio urbano, muchas veces comprometiendo la continuidad de los procesos de densificación al promover rupturas en el tejido consolidado (Scussel y Sattler, 2010).
La densificación intensiva y desregulada genera una serie de externalidades negativas en su entorno mediato e inmediato: congestión, degradación del medioambiente y disminución de la calidad de vida (Fernández Per y Arpa, 2007; Cheng, 2010). Además, las malas condiciones de habitabilidad constituyen un factor de riesgo de infecciones (Medeiros et al., 2020). Estudios recientes han demostrado que, en escenarios con poblaciones diversas, la tasa de contagio de COVID-19 es proporcional a la densidad poblacional (Rocklöv, 2020) y que las áreas con mayor número de personas por hogar presentan mayores tasas de infección. Así, si bien aún no están del todo claros los efectos que causará la pandemia en la vida urbana, la densidad es un factor que se debe tomar en cuenta para futuras amenazas de enfermedades transmisibles.
En Chile, la verticalización asociada a la densificación residencial adquirió relevancia hace poco más de una década. En menos de diez años, en el Área Metropolitana de Santiago (AMS) habrá cuatro veces más departamentos que casas (IEUT, INCITI, 2018). En los últimos 25 años, el proyecto residencial en altura sobre nueve pisos ha sido la forma más común para densificar las áreas centrales de la ciudad (Vergara, 2017). En comunas con menor planificación, la escala de las operaciones residenciales ha aumentado considerablemente, llegando a superar los 30 pisos con más de 4.000 viviendas por hectárea. El problema observado no es sólo la altísima densidad alcanzada, sino la forma en que esta se materializa en el espacio urbano (Vicuña, 2020). Dichas operaciones inmobiliarias constituyen modelos tipológicos estandarizados y anónimos, probados innumerables veces, rentables como negocio, pero que carecen de expresión arquitectónica (Pérez et al., 2019).
En muchos casos, la arquitectura puede, literalmente, ser un obstáculo para los modelos de actividades deseables en el espacio urbano (Gehl, 2010). En efecto, cuando aumenta la densidad, la relación entre los dominios público y privado se hace especialmente crítica. Así cobran relevancia los espacios de interfaz entre el espacio público y el privado: transiciones de entrada, antejardines, o niveles de privacidad y transparencia, pues dan cuenta de una serie de prácticas de intercambio (Dovey y Wood, 2018). Los límites público-privado constituyen un continuo de interfaces ‘suaves’ (sociales, permeables, activas) a ‘duras’ (antisociales, impermeables, muertas) (Gehl, 2010). Sin duda, las formas de estos límites cobran mayor sentido en la ciudad pospandemia, distinguiendo privacidad de la anhelada sociabilidad.
Pero la densidad es una representación numérica y no necesariamente corresponde a una tipología arquitectónica o urbana (Pérez de Arce, 2006; Marengo et al., 2015; Vergara y Asenjo, 2019), lo que complejiza su uso y comprensión. Una complejidad radica en la dificultad para medir y comparar la densidad, pues existen diversas formas de definirla y calcularla: densidad bruta y neta, residencial y ajustada, poblacional, edificada y social, entre otras (Churchman, 1999). Un área urbana puede presentar diferentes indicadores de densidad, dependiendo de la forma en que se mida, y densidades promedio similares, medidas en la escala de barrio, que admiten densidades sumamente diferentes en la escala del edificio (Berghauser Pont y Haupt, 2010; Sim, 2019; Vicuña, 2020). La densidad también responde a factores físicos, sociológicos y culturales (Pranlas-Descours, 2017). Constituye, entonces, una experiencia subjetiva y percibida asociada a distintos grados de información, que resultan de la relación entre personas, y entre las personas y la arquitectura (Rapoport, 1975).
Entonces, ¿en qué medida el proyecto residencial puede contribuir a la configuración del espacio urbano en densidad donde volveremos a sociabilizar tras la pandemia? ¿Qué alternativas visualizamos para promover el crecimiento en densidad, sin comprometer la salud física y mental, especialmente en escenarios de pandemia?
Una ‘buena densidad’ no es necesariamente alta, media o baja, sino que se combina equilibradamente con otras propiedades espaciales de los barrios que reciben el proyecto en altura, como la disponibilidad de espacios públicos, el diálogo y respeto por las edificaciones preexistentes y una oferta diversa de equipamientos, servicios y transporte público en el nivel del suelo y el subsuelo (Jacobs, 1961; Lynch, 1981; Lozano, 1990; Berghauser Pont y Haupt, 2010; Sim, 2019). La mixtura de viviendas, equipamientos y servicios contribuye a la complejidad y multifuncionalidad urbana, componentes fundamentales del modelo de ciudad compacta (Rueda, 2012). Promueve una mayor diversidad funcional de los barrios densificados y una diversidad sensorial experimentada por el peatón en su relación con el borde de edificaciones y espacios públicos (Gehl, 2010). La proximidad entre la vivienda y diversos usos complementarios es también fundamental para sostener nuevas formas de desarrollo asociadas a la sociedad creativa, que han transitado de la economía industrial a la del conocimiento (Van den Hoek, 2008). Dado que los largos viajes en transporte público suponen mayor exposición al actual virus, las distancias cortas al trabajo, la diversidad de usos, una mayor cantidad de cruces o la priorización de la bicicleta son atributos de la ciudad compacta que evitarían posibles contagios.
A su vez, la ‘buena densidad’ promueve la caminabilidad, los encuentros, intercambios e interacciones mediante la relación flexible, tanto visual como de flujo peatonal, entre lo público y lo privado en el nivel ‘0’ de la calle. Esta condición es conocida como ‘porosidad’ (Llop, 2008). Así, edificios de gran superficie con fachadas largas, accesos escasos y pocos visitantes tienden a dispersar actividades y acontecimientos (Gehl, 2010), aminorando la porosidad. Otro componente relevante de la densidad que contribuye a la ciudad compacta es el diálogo espacial entre el proyecto residencial y su entorno urbano, es decir, la coherencia de escala entre el tipo edificatorio y la estructura morfológica urbana (Pérez de Arce, 2006). En variadas ocasiones, el proyecto residencial en altura se emplaza en lotes de escala, lenguaje y materialidad descontextualizados, con una fuerte presencia visual (Fedele y Martínez, 2015). De esta manera, la arquitectura del proyecto residencial es fundamental para que la densidad contribuya al modelo de ciudad compacta y, en consecuencia, a la materialización del espacio urbano que ocuparemos posconfinamiento.
Metodología
Este trabajo tiene como objetivo levantar atributos de proyectos residenciales en alta densidad - destacados por la academia e instituciones estatales - que contribuyen al modelo de ciudad compacta en estas tres dimensiones. Se analizan 24 operaciones de densificación del AMS (Figura 1), cuya arquitectura aporta a su contexto urbano mediante atributos que concretan tres dimensiones de la ciudad compacta: (a) diversidad, (b) porosidad entre espacio público y privado, y (c) coherencia en la escala del tejido urbano. Las variables que permiten medir estas dimensiones se abordan en la escala del proyecto residencial (Tabla 1).
Tabla 1 Dimensiones y variables asociadas al modelo de ciudad compacta en 24 edificios del AMS.

Fuente: elaboración propia
La diversidad se evalúa en la medida en que el edificio incorpora departamentos de distintas superficies y, por tanto, puede acoger diversos tipos de residentes (Lin y Gámez, 2018) y usos distintos al residencial, como oficinas o comercio en el primer piso. Interesa medir si tanto estos usos comerciales y el espacio del antejardín despliegan su actividad hacia la vereda, promoviendo la activación y vitalidad del espacio público. Para medir la porosidad se seleccionan variables que definen la relación entre el edificio y el espacio público en términos de una relación visual fluida entre el edificio en su nivel cero y la vereda, y también de recorridos peatonales. Por último, las variables seleccionadas para medir la coherencia de escala buscan medir la relación del proyecto residencial con el patrón de la morfología urbana existente; es decir, cuánto se relaciona con el ‘grano’ predominante del tejido urbano (Kropf, 2014). Aquí interesa medir si la forma de agrupamiento, la altura, el frente, la superficie predial, la proporción altura/ancho de la calle, y el ritmo de la fachada del edificio se alejan o acercan de las predominantes en el contexto donde se emplaza.
Los casos seleccionados cumplen con uno o más de los siguientes criterios: publicado en revistas de arquitectura; nominado y/o ganador del Premio Aporte Urbano1 o de la Bienal Chilena de Arquitectura; publicado por sitios web de arquitectura; asociado a inmobiliarias destacadas; y/o premiado por aportar a una densificación equilibrada. A su vez, cada caso cuenta con una densidad residencial neta (viv/ha) superior al promedio del barrio en el cual se emplaza2.
A partir de la revisión de literatura, se levantaron 22 atributos asociados al modelo de ciudad compacta, organizados según las tres dimensiones comentadas: diversidad y mixtura de usos, porosidad y experiencia del peatón en el nivel cero, y coherencia y armonía de escala con el entorno urbano inmediato. Dichas variables son verificadas en los casos mediante una matriz que establece tres criterios principales: ‘cumple’, ‘cercano a cumplir’ o ‘no cumple’. El grado de cumplimiento de algunos atributos se verifica mediante parámetros que ponen al edificio en relación con su contexto urbano inmediato. Por ejemplo, para el atributo ‘Forma de agrupamiento es la predominante en la manzana’, se califica como ‘cumple’ cuando el edificio presenta el mismo agrupamiento que presenta más del 66% de los edificios emplazados en la manzana; como ‘cercano a cumplir’ cuando presenta el mismo agrupamiento que entre el 33% y 66% de los edificios emplazados en la manzana; y ‘no cumple’ cuando presenta el agrupamiento de menos del 33% de la manzana.
Atributos del edificio residencial en densidad que promueven el modelo de ciudad compacta
Aunque los casos analizados varían significativamente en términos de densidad, superficie del terreno y superficie construida, el agrupamiento predominante es el continuo y la mitad de los casos cuenta con antejardín público. Estos son posibles de agrupar en 3 tipologías principales: torres aisladas (mayor altura y constructibilidad, baja ocupación de suelo), townhouses (baja altura y constructibilidad, alta ocupación de suelo) y conjuntos de vivienda colectiva de formato medio (Figura 2). La Tabla 1 permite visualizar el desempeño de los casos en cada una de las variables seleccionadas para discutir su aporte al modelo de ciudad compacta. La dimensión con mayor grado de cumplimiento es la de coherencia de escala (53%), seguida por porosidad (49%) y, finalmente, diversidad de usos (28%).

Fuente: elaboración propia
Figura 2 Fachada principal, mancha de la edificación y densidad residencial (viviendas/hectárea) de los casos de estudio.
Los edificios localizados en comunas pertenecientes al cono de alta renta presentan un mayor grado de cumplimiento de las variables. El porcentaje de cumplimiento de variables en Santiago Centro alcanza un 40% y en comunas pericentrales como Quinta Normal, Recoleta y Estación Central, el porcentaje desciende a 29%, 27% y 25%, respectivamente. Por último, en la comuna de Pudahuel las variables sólo se cumplen en un 17%. Estos porcentajes parecen evidenciar que el cumplimiento de variables asociadas al modelo de ciudad compacta podría tener relación con la condición socioeconómica predominante.
Diversidad de usos y actividades
Las variables con mejor desempeño corresponden a aquellas relacionadas con la calidad del antejardín. No se encontraron casos que cumplieran con el atributo de ‘Aporta al barrio con usos diferentes al residencial en pisos superiores’ y sólo 5 casos cumplieron con ‘Aporta al barrio con usos diferentes al residencial en primer piso’. De estos últimos, 4 casos cumplían con ‘Usos en el primer piso promueven actividad en la vereda’. Ahora bien, estos edificios no necesariamente coinciden con aquellos que sí cumplieron con ‘Espacio del antejardín aporta con mobiliario para la detención del peatón’.
Los edificios BO4502 (comuna de Ñuñoa) y Pocuro (comuna de Providencia) son los que presentan mejor desempeño en esta dimensión (Figura 3). El primero combina 65 departamentos con 32 oficinas y 250 m2 de locales comerciales. Esta combinatoria más la presencia de un antejardín público de 5 m promueven la detención del peatón y la activación de la vereda. El edificio Pocuro contempla 72 viviendas y 2 locales comerciales, incluye una plazoleta como extensión de la vereda, con arborización, luminarias y mobiliario urbano. La presencia de locales comerciales más el retranqueo del primer piso promueven un borde ‘blando’ y activo entre el edificio y la ciudad.

Fuente: 1. Inmobiliaria Altura. Recuperado de: <https://ialtura.cl/proyectos/nunoa/edificio-bo4502/9> 2. Pocuro. Recuperado de: <http://www.mobilarquitectos. cl/obras/> 3. Saieh, N (2018). Edificio Hamlet/PARALELA+ LB2. Recuperado de: <https:/www.plataformaarquitectura. cl/cl/890638/edificio-hamlet-llll-paralela-plus-lb2> 4. Web Premio Aporte Urbano. Recuperado de: <https:/www.premioaporteurbano.cl/index.php/proyectos/activa-san-cristobal> 5. Web Casa Holanda. Recuperado de: <https:/www.casaholanda.cl/fotos-del-proyectol> 6. Web lpina-nieto Arquitectos. Recuperado de: <https://ipina-nieto.com/La-Juliana> 7. Web Premio Aporte Urbano. Recuperado de: <https:/www. premioaporteurbano.cl/index.php/proyectos/conjunto-urbano-gabriel-palma> 8. Web Premio Aporte Urbano. Recuperado de: <https:/www.premioaporteurbano.cl/index.php/proyectos/edificio-garcia-valenzuela> 9. Saieh, N (2018). Condominio Santiago Patrimonial 11 / Cristián lrarrázaval Andrews. Recuperado de: <https:/www. plataformaarquitectura. cl/ cl/889930/condominio-santiago-patrimonial-ii-cristian-irarrazaval?ad_ medium=gallery>
Figura 3 Figuras de los edificios que promueven el modelo de ciudad compacta en una, dos o las tres dimensiones.
En la comuna de Santiago, el grado de cumplimiento de los atributos asociados a la diversidad de usos es prácticamente nulo, lo que constituye una paradoja en términos de que el proyecto residencial, aunque cuenta con atributos de porosidad y coherencia de escala, no aporta a los barrios donde se emplaza, de alta centralidad, con mayor diversidad de usos y actividades.
Porosidad
Las variables con mejor desempeño son aquellas vinculadas al acceso peatonal. Del total, 14 casos no cuentan con estacionamientos en el antejardín y en sólo 7 el acceso del automóvil es secundario respecto del acceso peatonal. Los edificios Hamlet (Las Condes) y Activa San Cristóbal (Recoleta), de uso 100% residencial, son los únicos que cumplen con la variable ‘Incorpora pasajes de uso público’ (Figura 3). El edificio Hamlet cede un espacio de más de 70 m de largo, que conecta las calles colindantes al terreno y que funciona como pasaje público. Cuenta con asientos, luminarias, jardín y el paseo invita a los peatones a visitar los talleres y equipamientos comunes del primer nivel. El edificio Activa San Cristóbal se emplaza entre los cerros San Cristóbal y Blanco en un contexto distinto, con vocación industrial y una alta atomización predial. Con un terreno de 4.375 m2, aporta con un pasaje peatonal que conecta las calles al oriente y poniente del predio.
El edificio La Juliana (Figura 3), con 16 viviendas, 2 locales comerciales en el primer piso y una oficina, se ubica en pleno centro de la ciudad y cercano a hitos importantes de Santiago. Con apenas 8,7 m de frente, el edificio ubica un ‘patio’ colectivo al centro, abriéndose a las fachadas norte y sur, aprovechando la doble orientación y articulando la profundidad del interior con la actividad de la ciudad.
Aunque 10 edificios están cercanos a cumplir con este atributo, sólo en dos casos la arquitectura de la fachada en primer piso promueve 100% de visibilidad entre el espacio público y el privado. Los edificios BO4502 y Pocuro son aquellos que promueven una mayor porosidad. Al incluir usos distintos al residencial en el nivel de la calle, configuran una interfaz permeable y activa.
Coherencia de escala
Esta dimensión tiene un alto grado de cumplimiento. Prácticamente todos los casos se ajustan a la línea de edificación y forma de agrupamiento predominante y, en la mayoría, la arquitectura del primer piso se estructura a partir de elementos que dialogan con predios colindantes (alturas, ventanas, modulación). Esto responde a que estas variables pueden ser conducidas con mayor precisión por parte de los planes reguladores comunales a partir de condicionantes a la edificación.
Tal es el caso de los edificios en Santiago Centro que, al contrario de lo que observamos en la dimensión de diversidad, presentan un alto grado de coherencia de escala. Los edificios Santiago Patrimonial II (Figura 3) y Club Hípico V cumplen con todas las variables de esta dimensión. Emplazados en el barrio Brasil-Yungay, respetan el sistema de agrupamiento y línea de edificación, alturas y superficies prediales predominantes. El agrupamiento predominante permitido es el continuo. Las alturas se restringen a 5, 6 y 9 pisos en las zonas más residenciales y 16 pisos en aquellas más mixtas.
Si bien el promedio de proporción altura edificación/ancho calle corresponde a ‘2’, 15 casos cumplen o están cercanos a cumplir con una proporción menor a ‘1,5’. Asimismo, 14 casos cumplen o están cercanos a cumplir con la condición de ‘Superficie predial es menor a 2 veces el promedio de frentes prediales de la cuadra donde se emplaza y la que enfrenta’ y ‘Altura de la edificación es menor a 2 veces la altura promedio de los edificios de la manzana’. En 13 casos el frente predial es menor a 2 veces el promedio de frentes prediales de la cuadra donde se emplaza y la que enfrenta. Son 8 casos que cumplen con estas tres condiciones de coherencia de escala.
El grado de cumplimiento de esta dimensión es más débil en los casos localizados en sectores pericentrales y periféricos. Estos constituyen edificios de entre 5 y 19 pisos, de agrupamiento continuo, localizados en barrios donde predominan viviendas de 1 a 2 pisos, pareadas o en fachada continua y con superficies prediales reducidas. Por ejemplo, el Conjunto Urbano Gabriel Palma (Recoleta) y el proyecto UKAMAU (Estación Central), con 132 viv/ha y 135 viv/ha, respectivamente, se alejan del promedio de los barrios donde se emplazan: 44 viv/ha y 32 viv/ha. A su vez, sólo cumplen con una de las 8 variables asociadas a esta dimensión. El primer caso (Figura 3) cuenta con un terreno de 2,1 ha y un frente predial de 186 m, en un barrio con un promedio de 676 m2 de superficie y 13 m de frente predial. El segundo, con una superficie predial de 2,7 ha y un frente de 230 m, se emplaza en un barrio donde los lotes promedian 1.297 m2 y los frentes prediales 33 m.
Conclusiones
Aunque aún de forma incipiente, en el AMS emerge un mercado de proyectos de densificación de menor escala, con densidades medias coherentes en términos espaciales con su entorno y que aportan notablemente a promover el flujo peatonal, la mixtura de usos y la actividad en el espacio público. Los ejemplos presentados contribuyen a una ‘buena densidad’, que promueve los atributos de la ciudad compacta, principalmente a partir de una buena arquitectura de la interfaz público-privada. Destaca la importancia que otorga el proyecto residencial en densidad a los elementos de borde y acceso al edificio, incluido como objeto relevante y como umbral que conecta el edificio con la ciudad. Asimismo, las condicionantes de ocupación de suelo, antejardín y agrupamiento pueden incidir en la calidad del espacio público y en su capacidad para constituirse como lugar de encuentro e interacción social. Si bien el objetivo de este trabajo no es analizar el rol que tienen los instrumentos de planificación territorial en la promoción de las variables de la buena densidad, sin duda que la definición de parámetros de altura, agrupamiento, ocupación de suelo, constructibilidad o antejardín, así como incentivos normativos para la mixtura de usos y contribución del proyecto residencial a la activación del espacio público, tienen gran incidencia. Futuros análisis deben enfocarse en sistematizar dicha contribución desde la planificación comunal. A su vez, los casos aquí analizados pueden ser referencias relevantes al momento de diseñar normas urbanísticas que pretendan transformarse en parámetros para construir barrios más diversos e inclusivos.
El cumplimiento de variables asociadas al modelo de ciudad compacta aquí analizado demuestra una relación con la condición socioeconómica predominante de la población, aún entre edificios destacados tanto por la academia como por instituciones estatales. Los edificios emplazados en el cono de alta renta del AMS presentan atributos que promueven en mayor medida el modelo de ciudad compacta. En Santiago Centro se observa mayor armonía entre los casos de estudio con el tejido urbano; sin embargo, no necesariamente contribuyen a una mayor diversidad de usos y actividades. Por el contrario, los edificios emplazados en los sectores pericentrales y periféricos del AMS presentan grandes superficies y aportan al espacio público, aunque en menor diálogo con la morfología de sus contextos urbanos.
Si la densidad responde a factores físicos, sociológicos y culturales, dimensiones como la diversidad, porosidad y coherencia de escala constituyen atributos de la ciudad compacta que cobran especial relevancia en tiempos de pandemia y confinamiento. La necesidad de habitar áreas centrales en densidad requiere de viviendas a distancias caminables a servicios, equipamientos y espacios de trabajo, así como de veredas y áreas verdes de calidad que promuevan la caminabilidad y usabilidad del espacio público donde volveremos a sociabilizar después de la pandemia.
Es urgente innovar en tipologías arquitectónicas para la densificación residencial que nos permitan coexistir en armonía con nuestros conciudadanos, con el medioambiente y estar preparados ante futuras amenazas de enfermedades transmisibles. Sí es posible avanzar hacia procesos de densificación con densidades de mejor calidad, distribuidas de forma más homogénea, en menor altura y mayor ocupación de suelo, y en superficies justificadamente definidas en el territorio metropolitano. El proyecto residencial en densidad es clave para lograr este gran desafío del siglo XXI.