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Revista musical chilena

versión impresa ISSN 0716-2790

Rev. music. chil. v.55 n.196 Santiago jul. 2001

http://dx.doi.org/10.4067/S0716-27902001019600021 

Wilfried Junge (1928-2001)

"Por el Desarrollo libre del espíritu, universitarios arriba, arriba de pie". La melodía con la que estas palabras cobran vida compuesta por Wilfried Junge, estará por siempre en el corazón de quienes alguna vez hayan estado, estén y estarán en la Universidad de Concepción.

Quien fuera uno de los iniciadores y pilares más importantes del desarrollo musical del sur de Chile desde la segunda mitad del siglo XX, ha abandonado nuestro mundo.

Nacido en la ciudad de Viña del Mar el 17 de agosto de 1928, Wilfried Junge desde muy temprano se avecindó en Concepción. Ya en la década del cincuenta desarrolló una intensa actividad musical, primero integrando el Coro Polifónico de Concepción, del cual se transformó prontamente en su director asistente, y luego dando los primeros pasos para la formación de un conjunto de música de cámara, que en poco tiempo se transformó en la Orquesta Sinfónica y que el Maestro dirigió en 1952 su primer concierto oficial. Al año siguiente viaja a Austria, para realizar estudios de dirección y composición en la Academia Mozarteum de Salzburgo. De regreso en nuestro país, retoma la subdirección del Coro Polifónico y la dirección de la Orquesta Sinfónica. Además, participa en la creación del Coro Universitario de la Universidad de Concepción. Por esto no es extraño que a la edad de 31 años, la Municipalidad de Concepción le otorgara el Premio Municipal de Arte, posteriormente recibiría la Medalla Diego Portales y en tres oportunidades ganó el concurso de composición de la Pontificia Universidad Católica.

Siempre los galardones contribuyeron a que el Maestro intensificara su labor musical. Fue invitado a dirigir en numerosas ocasiones dentro de Latinoamérica, y en 1967 la Fundación Fulbright le otorga una beca para perfeccionarse en los Estados Unidos. Crea en 1974 el Departamento de Música de la Universidad Católica de Talcahuano y dirige en varias ocasiones la Orquesta Filarmónica del Teatro Municipal de Santiago, a la Orquesta Sinfónica de Chile y dos veces se le encarga la dirección de las Semanas Musicales de Frutillar. Se suma a esto su labor creativa, el Concierto para clavecín y orquesta, el Divertimento RF 78, el Concierto para flauta dulce y orquesta, el Quinteto de vientos, la Tocata para dos guitarras, la Cantata del pan y la sangre, una cantidad considerable de lieder y de obras corales a cappella, que son sólo una parte de su abultado catálogo.

Todo esto había realizado don Wilfried, cuando en 1987 lo conocí siendo yo integrante del Coro de la Universidad de Concepción. Hombre delgado, de mirada penetrante e intensa, "pianísimo, esto es pianísimo", decía en los ensayos. Alguna vez le pregunté, ¿Maestro, cómo puedo ser compositor?, con una sonrisa me respondió: "componga como quiera, luego seguramente estudiará composición y seguirá componiendo, eso es todo. Cuando llegué a Austria, llevaba unas pequeñas piezas para piano, al terminar de estudiar mi profesor me dijo 'ahora que ya sabe más cosas, siga escribiendo como lo hacía antes' y me mostró las piezas de piano". Luego sonrió nuevamente y repitió "componga no más y luego vemos qué pasa".

Un hombre que vivía la música desde lo más profundo de su alma, quien al dirigir el alzar de un Réquiem de Mozart, de un Stabat Mater de Dvorak, de una Novena Sinfonía de Beethoven o un Réquiem de Cherubini, sabía con certeza, como intérprete, que ese sería un momento mágico, guiado por sus manos y su mirada. Seguramente su gran sensibilidad le hizo alguna vez comentarme: "No encuentro placer musical más íntimo que dirigir una sinfonía de Haydn".

A mediados de los años noventa, don Wilfried comenzó a alejarse de la vida pública y la dirección afectado por una enfermedad pulmonar. Sin embargo no abandona la composición y completa entre los años 1994 y 1995 la ópera El ahijado de la muerte, estrenada en Concepción. Su última obra fue Canciones para Pilar dedicadas a Pilar Díaz y estrenadas por ella en una de las últimas ocasiones en que se vio en público al Maestro. Wilfried Junge, a sabiendas de su estado, comenzó a recopilar todo su material bibliográfico, recortes de diarios, instrumentos y partituras, con el objetivo final de legarlos a la Universidad de Concepción.

En sus momentos postreros escribió la carta Después de mi muerte. Sus restos fueron velados en el Hall Central de la Casa del Arte de la Universidad de Concepción, tal como lo expresara en la carta, en la que también se lee:

"He dirigido muchas obras tanto corales como sinfónico-corales con texto religioso. También he compuesto música de este género, aunque creo que toda obra musical es, en el fondo y en definitiva, un culto a la divinidad".

"Música: por supuesto cántese el Himno Universitario, pero que de ninguna manera se interprete a modo de elegía sino, por el contrario, que sea cantado en forma convenientemente positiva, conforme a lo que indica la letra".

"La idea es antorcha que enciende las almas y es flecha que toca los astros, la fe".

Carlos Zamora

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