El nuevo Edificio de la Escuela de Arquitectura de la Pontificia Universidad Católica de Chile, resultado de un concurso público realizado en 2013, se emplaza en el borde sur del campus lo Contador, a un costado de la casona Lo Contador del siglo xviii, la que es Monumento Nacional.
El edificio es un volumen de madera laminada de dos niveles, que se apoya sobre un zócalo de hormigón a la vista que conforma el primer nivel. La estructura de pilares y vigas de madera está modulada para facilitar la faena de prearmado, montaje y traslado; se aprovechan, además, las dimensiones de los tableros que conforman su entramado de piso sin necesidad de cortes. La estructura de madera se deja a la vista y la expresión del edificio es la manifestación de cómo trabajan sus cargas.
La pieza de madera suspendida salva una luz de 21 m entre sus apoyos y deja su cabezal poniente en voladizo, constituyendo un nuevo zaguán de acceso al Campus. Este volumen acoge las oficinas de los profesores de la Escuela de Arquitectura, liberando el suelo y su cubierta para desplegar los programas que servirán de soporte de la vida más pública del edificio; un patio cubierto a nivel calle protegido de la lluvia y un auditorio en la terraza superior que, abierta a la casona y al cerro, se transforma en un mirador a la altura de las copas de los árboles.
El edificio busca ser sustentable desde su origen. Por eso está estructurado en madera, un recurso renovable y con baja huella de carbono. Su montaje de armado como faena en seco no sólo permite disminuir el tiempo de construcción, sino también reduce el impacto de la faena en el barrio.
Si bien su programa es principalmente de uso privado, se trata de un edificio que por su fuerte vocación pública debiera fomentar y abrir nuevos usos de la madera en Chile. Su usuario más directo, el estudiante de arquitectura, podrá entrar en contacto con un edificio fabricado en este material desde el comienzo de su formación. A la vez, por estar volcado hacia la calle generando una inédita relación de porosidad del campus con el barrio, sus usuarios indirectos (visitantes y público que accede a charlas o conferencias), podrán aprender de las inéditas posibilidades de la madera.
Edificio Escuela de Arquitectura
Arquitecto: Gonzalo Claro Riesco
Arquitecto asociado: Pablo Levine
Colaboradores: Rafaela Behrens, Sarah Kutz
Ubicación: El Comendador 1936, Santiago de Chile, Chile
Cliente: Pontificia Universidad Católica de Chile
Cálculo estructural: Juan Acevedo
Construcción: GHG S.A.
Instalación sanitaria: Ruz Vukasovic y Cia Ltda.
Instalación eléctrica: Ingelmor Ltda.
Iluminación: Paulina Sir
Paisajismo: Paulina Courard
Eficiencia energética: Javier del Río
Materiales: mle Madera Laminada Encolada
Terminaciones: MLE, gres porcelánico, mosaico de vidrio
Presupuesto: us$ 1600 / m2
Superficie construida: 1.500 m2
Superficie de terreno: 700 m2
Año de proyecto: 2015
Año de construcción: 2016
Fotografías: Felipe Fontecilla
Nudos, nodos, nueces
Pedro Correa F. Profesor Asistente Adjunto, Escuela de Arquitectura, Pontificia Universidad Católica de Chile
Un nudo compuesto por un poste de viga, su sección inferior, dos arriostres, el entramado de piso que sostienen y un antepecho, todo de una madera pálida en que la veta es más conspicua que el laminado. Todo esto es detalle arquitectónico y nodo cultural: en él se tejen solicitaciones estructurales, discurso disciplinar, realidad productiva y mito local. Ninguna de estas cosas determina al edificio y, sin embargo, todas brotan de él con particular transparencia. A través de una aplicación determinada de la madera - que el nudo sea robusto no es marginal en este caso - se lee no sólo predilección material, sino también ‘condiciones materiales’. La madera, producto local, engrosándose para sostener un edificio institucional de cuatro pisos y para resistir el fuego, nos deja una imagen final: una escuela en cuyo interior se sostuvo la madera como bandera de racionalidad idiosincrática ahora es sostenida, completa, por madera.
Un ámbito productivo transformado en identidad nacional a partir de un discurso arquitectónico - ya sea ‘aprovechando las condiciones locales’ o ‘suavizando culturalmente el impacto político de la industria nacional’ - hace de este edificio un caso ejemplar. La hazaña de esta arquitectura transpira condiciones materiales. Que en este caso particular esas condiciones sean literalmente materiales es mera coincidencia. Ni mejor ni peor que de costumbre, simplemente de manera más transparente, este edificio refleja, en la fricción entre la calidez superficial de la madera y el grosor de sus secciones, el peso de las condiciones de producción.
Si nada tiene esto que ver con arquitectura, ¿por qué entonces asistimos a esta proeza aún con escepticismo? ¿Tenía que haber sido de madera? El imperativo de preguntar por cómo las cosas son y no por cómo podrían ser reduce un edificio a la obra de un autor. Es la habilidad del diseñador, y no el conjunto complejo de relaciones culturales que se tejen en un edificio in nuce, el resultado de evitar un materialismo que se pregunta por las condiciones materiales y no sólo por el material.