Fuente: Postal de Colección

Figura 1 El Almendral antes del terremoto de 1906. Calle y Plaza Victoria, Valparaíso. (Actual Av. Pedro Montt).
Según nos enseña la economía, las cosas valen su precio en el mercado y este está determinado principalmente por la ley de la oferta y la demanda. Sin embargo, también sabemos que hay cosas que no pueden ser fácilmente enajenadas o transadas, lo que no significa que no tengan valor. Marion Fourcade llama a estos bienes «peculiares» e incluye entre ellos a los animales salvajes, los órganos vitales y la naturaleza (Fourcade, 2011). La ciudad ciertamente podría incluirse en esta lista. Si bien es cierto que el suelo es usualmente transado y valorado monetariamente, la ciudad es más que el terreno en el que está posicionada: es una construcción social, una experiencia compartida. La ciudad es, a la vez, el producto de una sociedad y un espacio que la posibilita y condiciona (Mumford, 1961). Como bien peculiar, el valor de una ciudad no está definido de manera explícita, así como tampoco lo están los valores particulares asociados a ella. Sin embargo, hay momentos en que el valor de un bien peculiar debe ser discutido o incluso disputado. Por ejemplo, valoramos una reliquia familiar cuando se ha perdido o un humedal cuando alguien lo ha contaminado. En estos casos, es la destrucción de un objeto o un lugar lo que hace evidente que ha perdido valor y su restitución pasa por definir qué, cómo y en cuánto se valora lo perdido.
Esto es lo que ha ocurrido en muchas ciudades chilenas luego de los grandes desastres socionaturales que las han afectado a lo largo de su historia, especialmente terremotos. Tal como describe Torrent (2016) para el caso de Chillán en 1939, cuando nos encontramos con una planta prácticamente en blanco se puede pensar una nueva ciudad desde cero. En este contexto, se pueden observar diferentes «economías de valor» (Boltanski & Thévenot 2006), cada una destacando distintos aspectos del territorio. Es decir, se debe discutir (muchas veces por primera vez) qué es lo que se valora de la ciudad: qué debe ser recuperado y qué puede ser reemplazado. Lo anterior se debe a que el proceso de recuperación tras un desastre no es sólo una tarea en el mundo físico, incluso estando determinada por la necesidad de reconstruir. La recuperación es también un proceso conducido por el deseo de retomar la vida social y cultural que el desastre ha amenazado, algo que Davis y Alexander (2005) han llamado genius loci o ‘sentido de lugar’.
Ejemplo de lo anterior es la destrucción de Valparaíso en 1906, ya que trajo consigo una ferviente y agitada discusión sobre el nuevo plano de la ciudad, poniendo sobre la mesa distintas visiones respecto a su valor como imaginario y lugar común. Sin embargo, también existió un consenso sobre qué valores generales debían inspirar el Valparaíso ‘ideal’, específicamente la búsqueda de una ciudad más moderna, más higiénica y más monumental. De este modo, la catástrofe se convierte en una oportunidad para rediseñar el espacio urbano, generándose una ‘ventana’ por medio de la cual podemos observar de manera más nítida los valores urbanos de una sociedad (Healey, 2011).
La destrucción de Valparaíso en 1906
La noche del 16 de agosto de 1906 un terremoto magnitud 8.2 (Mw)1. sacudió Valparaíso, destruyendo casi por completo el primer puerto de Chile y su segunda ciudad más importante. El terremoto fue seguido por grandes marejadas, destructivos incendios y muchísimas réplicas, algunas casi tan fuertes como el sismo mayor. Luego de una noche a la intemperie, el panorama a la mañana siguiente era desolador: lo que no fue destruido por el terremoto había sido arrasado por el fuego. El número oficial de víctimas fatales en Valparaíso fue calculado en 3.800 personas, con más de 20.000 heridos (Zegers, 1906; Rodríguez & Gajardo, 1906)2, y daños a la propiedad por 100 millones de dólares de la época3. Fue ciertamente la mayor catástrofe en la historia de Chile hasta esa fecha.
Desde La Serena al norte y Talca al sur, todo el país vivió el terremoto. Sin embargo, ninguna ciudad o pueblo sufrió tanto como Valparaíso o, más específicamente, el barrio El Almendral. Con famosos teatros, cafés y tiendas de departamentos, El Almendral cubría desde la plaza de La Victoria hasta los pies del cerro Barón en la parte plana de la ciudad4. Era la zona más espléndida de Valparaíso y el centro de la elite porteña. Aun así, las mansiones debían tolerar la cercanía del puerto y compartir su espacio con algunos cité e incluso pequeña industria. Tristemente, el suelo de El Almendral había sido ganado al mar mediante rellenos y, en consecuencia, casi la totalidad de sus edificios colapsaron con el terremoto (Rodríguez & Gajardo, 1906; Martland, 2006)5.

Fuente: Fotografía Carlos Brandt
Figura 2 El Almendral luego del terremoto de 1906. Calle y Plaza Victoria, Valparaíso (Actual Av. Pedro Montt).
Desafortunadamente, no sabemos mucho sobre el daño que el terremoto infringió en otras zonas de la ciudad, aun cuando un tercio de esta eran conventillos (Urbina, 2011). De acuerdo al intendente, la destrucción abarcaba «toda la ciudad», sin embargo, sus registros concretos se refieren exclusivamente a la ciudad oligarca: el centro, el puerto y El Almendral6. Estudios más recientes han señalado que gran parte de los cerros fueron efectivamente destruidos, principalmente debido a los incendios, pero otros sobrevivieron en bastante buenas condiciones (Savala, 2012). No obstante, las 64 manzanas completamente devastadas en El Almendral eran las que acarreaban la mayor valoración para la elite, ya que no sólo concentraban la mayor parte del comercio, sino también de su vida social. Por ende, su reconstrucción se volvió un problema de primera importancia y, más aún, la destrucción de Valparaíso se presentó como una oportunidad para diseñar una ciudad soñada que fuese un ejemplo para Chile y el mundo7.
Los planes para la reconstrucción de Valparaíso
Al día siguiente de la tragedia, un grupo de vecinos empezó a organizarse para ayudar y luego planear la reconstrucción de Valparaíso. Este grupo fue conocido como Comisión General de Vecinos (CGV), formada por unos treinta hombres de elite entre los que se encontraba el alcalde y el intendente de la ciudad8. Para cumplir con su objetivo de liderar la reconstrucción, la CGV formó una subcomisión técnica para diseñar un nuevo plano de Valparaíso. La propuesta de la CGV fue radical: el gobierno debía expropiar todo El Almendral (aproximadamente 545.000 m2) y la comisión diseñaría una nueva ciudad para ser construida en su lugar9. El plan fue diseñado por Francisco Garnham y Jorge Lyon, ambos ingenieros y porteños. De acuerdo al análisis de Garnham, «El trazado de la ciudad en su parte plana contiene todas las condiciones que exige una ciudad moderna», concepto sobre el cual diseñó el nuevo plano y fijó las dimensiones de las nuevas avenidas, calles, plazas y bulevares10. Para esto, cualquier vestigio de la ciudad vieja debía ser erradicado: antiguos conventillos y fábricas debían ser relocalizados en otras zonas de la ciudad, empezando por los nuevos ‘campamentos’ que habían aparecido luego del terremoto11. Las nuevas habitaciones para estas «almas» (sic) debían estar ubicadas en Playa Ancha, en las afueras de la ciudad oligárquica. El proyecto fue presentado en el diario El Mercurio el 25 de agosto, recogiendo gran apoyo entre la elite porteña12. El problema, sin embargo, era que la propuesta era tan cara que podía terminar siendo «más ruinosa que el propio terremoto », tal como consta en las actas de la CGV13.
Fuente: Rodríguez & Gajardo, 1906
Por otro lado, los propietarios de los terrenos ubicados en El Almendral no estaban convencidos con el plan de la CGV. La mayoría no quería recibir dinero por sus casas, sino reconstruirlas en el mismo lugar. Los millonarios, argumentaban los propietarios, tenían propiedades en otros lados y veían la tierra en El Almendral sólo como una inversión14. Sin embargo, para los propietarios, El Almendral significaba su hogar y una expropiación «al por mayor» los privaría de volver a vivir en su barrio15. Consecuentemente, los propietarios presentaron su propio plan para la zona diseñado por el arquitecto Carlos Claussen. Esta propuesta buscaba mantener lo más posible el antiguo plano de la ciudad, minimizando así el impacto de posibles expropiaciones (fijadas en tan sólo 102.975 m2). Sin embargo, también buscaba construir una ciudad más CGV amplia y ordenada que fuese mejor que la anterior. En este sentido, el plan consideraba que las calles fueran abiertas y rectificadas, aunque sin trazar nuevas avenidas, plazas o bulevares. Este proyecto tenía a su favor ser muchísimo más barato que el de la no sólo por la minimización de las expropiaciones, sino también porque dejaba intacto los trazados de servicios básicos de agua y luz16.
Finalmente, una tercera propuesta fue presentada por Abelardo Arriagada, director de Obras Municipales de la Municipalidad, respaldado por algunas juntas de vecinos de Valparaíso. El proyecto buscaba dar respuesta a las diferentes inquietudes de la elite porteña, estableciendo grandes avenidas, plazas y bulevares, considerando solamente una expropiación de los terrenos necesarios para estos desarrollos. El problema, claro, era que algunos propietarios quedarían con terrenos mínimos17.
Para decidir el asunto, el presidente Pedro Montt envió al congreso una ley para la reconstrucción de Valparaíso (Ley 1876). Durante su debate legislativo, el plan de la CGV fue discutido largamente, así como también los presentados por Claussen y Arriagada18. Finalmente, el 6 de diciembre de 1906, la ley fue aprobada sin un plan en concreto. En su lugar, la ley contemplaba la creación de una Junta de Reconstrucción (JR) con poderes ejecutivos que decidiera el nuevo plano de El Almendral. El mandato de Montt a la JR fue rediseñar completamente El Almendral, tal como la CGV quería, pero manteniendo «lo más posible»19 el antiguo plano de la ciudad, siguiendo los deseos de los propietarios.

Fuente: La Unión, 11 de octubre de 1906
Figura 5 Propuesta de la CGV. Plano de F. Garnham y J. Lyon.

Fuente: La Unión, 6 de noviembre de 1906
Figura 6 Propuesta del Comité de Propietarios. Plano de C. Claussen.
La Ley 1876 daba una libertad sin precedentes a la JR, pues lo que esta decidiese debía ser seguido al pie de la letra en todos los ámbitos: diseño, ejecución, zonificación y regulación. Como ha señalado Martland (2006), esto significa que la JR tomó casi completamente el poder de la Municipalidad de Valparaíso y le otorgó un inmenso poder al Estado sobre la ciudad (o una parte de ella). De hecho, la JR estaba dominada por representantes del ejecutivo y estaba sujeta a control directo del Gobierno central. Sin embargo, los vecinos aún mantenían un significativo poder. Los cinco hombres designados por el Presidente eran: Francisco Valdéz Vergara, cabeza de la CGV y probablemente el hombre más poderoso de Valparaíso; Alejo Barrios Contreras, antiguo alcalde y diputado por Valparaíso y también participante de la CGV; Santiago Lyon Santa María, fundador de la Compañía Chilena de Vapores, no había participado de la CGV; Domingo V. Santa María, geógrafo e ingeniero, exdirector de Ferrocarriles del Estado y profesor de la Universidad de Chile; y, finalmente, Alejandro Bertrand, un distinguido ingeniero y geógrafo que previamente había diseñado un nuevo plano para la ciudad de Santiago. En conclusión, el presidente nombró una comisión que equilibraba a representantes de la elite porteña con dos ingenieros representantes del Estado, lo que se vio reflejado en el plano final20.
El proyecto final
Si bien es cierto que el plano aprobado por la JR tenía elementos de las distintas propuestas, este fue mayormente diseñado por Bertrand. El ingeniero tomó en consideración la mayoría de lo solicitado por el ejecutivo, manteniendo en parte el antiguo trazado, pero fijando nuevas disposiciones para la reconstrucción. En primer lugar, se trató de fijar calles más anchas y rectas, eliminando esquinas bruscas y acortando los trayectos para generar mayor seguridad. En segundo lugar, se fijó la apertura de nuevas calles y vías, además de la creación de nuevas plazas que sirvieran de paseo público. Tercero, se procuró la nivelación definitiva de las calles y el soterramiento de los cauces de agua proveniente de los cerros21. Esto significaba importantes expropiaciones, pero no implicaba confiscar todo El Almendral. Las necesidades del Tesoro Nacional también fueron tomadas en cuenta, ya que el plan final era significativamente más barato que lo pedido por la CGV. El nuevo plan fue aprobado por decreto por el presidente Montt el 18 de enero de 1907.
Para materializar la reconstrucción de Valparaíso se nombró al ingeniero Enrique Buldge como jefe de obra. Sin embargo, para el año 1910, Centenario de la República, los trabajos de reconstrucción de Valparaíso aún estaban en curso. Diversos problemas habían retrasado la ejecución del plan del Gobierno. De principal importancia fue el hecho de que muchas personas habían comenzado a reparar los edificios sin autorización de la JR, lo que complicaba las expropiaciones. A su vez, la crisis económica en que se vio sumergido Chile en 1907 hizo más difícil la obtención de recursos de parte del Estado. Y, finalmente, también influyó que en el mismo año de 1906 un nuevo Camino Plano había unido Valparaíso con Viña del Mar, lo que hacía mucho más expedita la conexión entre ambas ciudades no sólo evitando el desvío por los cerros, sino que incluyendo también un tranvía. Además, la falta de habitación en Valparaíso luego del terremoto empujó a la gente hacia otros lugares de la zona. Siete años después del terremoto la reconstrucción de El Almendral aún avanzaba a paso lento, mientras en Viña del Mar había alrededor de 500 nuevas mansiones, cada una con su propio jardín.

Fuente: El Mercurio (Valparaíso), 9 de enero de 1907
Figura 8 Propuesta final de la JR. Plano de A. Bertrand.
Aun así, El Almendral fue reconstruido, las calles fueron ampliadas y pavimentadas, y los cauces de agua fueron encauzados y abovedados. En avenida Brasil, la primera en ser remodelada, se ubicaron monumentos importantes como el Arco Británico y estatuas de Lord Cochrane y Cristóbal Colón. Se abrió también la avenida Pedro Montt y la avenida Colón. En segundo lugar, los cauces de las quebradas fueron cubiertos al pavimentar las calles, lo que evitó las continuas inundaciones por lluvias sufridas anteriormente. En tercer lugar, se niveló El Almendral con el resto de la ciudad usando como relleno los mismos restos dejados por el terremoto. Finalmente, se transformaron algunas plazas, especialmente la de La Victoria que se extendió una cuadra y recibió estatuas de bronce que representaban las estaciones del año. A su alrededor se estableció un nuevo centro urbano con un nuevo teatro y oficinas municipales. Los terrenos antiguamente utilizados para estos propósitos fueron convertidos, a su vez, en la plaza Simón Bolívar (Ugarte, 1910).
Valores urbanos expresados en la reconstrucción de Valparaíso
A pesar de sus diferencias es claro que todas las propuestas recogidas comparten una visión relativamente común respecto al Valparaíso ‘ideal’. Dentro de esto, una ciudad ‘moderna’ parece ser el tema principal. Para la mayoría de los porteños, y en especial para quienes participaron en la CGV, cualquier vestigio de la ciudad antigua debía ser eliminado, dando paso a una ciudad nueva, de acuerdo a los tiempos. En la práctica esto significaba una ciudad más ordenada, segura e higiénica, lo que se recoge incluso en las propuestas más conservadoras. En específico, se pensaba que debían desaparecer las «callejuelas, vías tortuosas y estrechas»22, las cuales serían ratificadas por un nuevo y «más inteligente» trazado que contemplaba avenidas y bulevares al estilo de las grandes ciudades europeas23. Este era el sueño de la elite porteña y «ahora» - señalaba El Mercurio - «los partidarios de las vías anchas han aumentado enormemente, son todos los que sintieron sobre sus cabezas los edificios bamboleantes». Agregaba el semanario: «Esta misma argumentación, de hecho, servirá para que no siga la estúpida oposición que se suele hacer a los espacios abiertos, parques, jardines, plazas, considerados por algunos como un lujo y que son una necesidad en toda ciudad civilizada»24.
En este contexto, el problema de la higiene resultaba fundamental. El tema ya estaba posicionado hace años25, pero la situación se había hecho mucho más desesperada luego del desastre debido a las carpas y chozas instaladas entre los escombros26. De hecho, la
Ley 1887 fue denominada oficialmente como «Ley Para reparar los daños causados por el terremoto de 16 de agosto último en la ciudad de Valparaíso, para precaver a esta ciudad de inundaciones i mejorar sus condiciones hijiénicas»27. Esto, como ha descrito Páez (2008), significaba una situación altamente atemorizante para la elite, ya que se sentían amenazados por las posibles enfermedades. Dado lo anterior, todos los planos contemplaban una nivelación del suelo, fijando un desnivel de norte a sur que pudiese facilitar la circulación de aguas pluviales y evitar inundaciones. La edición porteña de El Mercurio resumía esta visión de la siguiente manera:
Con la realización de las obras que se indican en los diferentes números del mensaje (presidencial), se logrará concluir de una vez por todas, con esas pocilgas infectas que formaban en su mayor parte del barrio citado, y tendremos convertida esa parte de Valparaíso en una verdadera ciudad moderna, con sus calles espaciosas, limpias, y bien pavimentadas, con los niveles indispensables para dar fácil salida a las aguas, con edificios higiénicos y bien condicionados y, en fin, con todos aquellos elementos que puedan hacer grata y segura la vida dentro de ella.28
Esto significaba también, como se mencionó anteriormente, relocalizar los sectores populares de Valparaíso en la periferia de la ciudad. En definitiva, luego del terremoto de 1906, Valparaíso renació de las ruinas como una ciudad nueva donde se vio reflejada una visión de lo urbano que valora ciertos aspectos del territorio por sobre otros29. Ahora bien, este estudio da cuenta de que el proceso de revivir el ‘sentido de lugar’ que el terremoto ha destruido no siempre se traduce en un intento por restituir lo perdido, sino que también puede estar motivado por el deseo de construir algo total o parcialmente distinto. En otras palabras, la destrucción urbana se presenta como una oportunidad para repensar el valor no sólo de la ciudad, sino también de su experiencia y su significado.