El 3 de abril de 1963 la zoóloga marina y reconocida autora estadounidense Rachel Carson (1907-1964) hizo su primera aparición televisada como protagonista del programa de reportajes de la cadena CBS, The Silent Spring of Rachel Carson («La primavera silenciosa de Rachel Carson»)2. Ante una audiencia estimada de 10 a 15 millones de espectadores, y tras diez meses de controversia desde la publicación del libro cuyo título evocaba la ausencia del canto de los pájaros y del zumbido de los insectos, Carson podía, finalmente, develar masivamente las consecuencias fatales emanando de pesticidas domésticos.
Gracias a Silent Spring (Primavera silenciosa, 1962), Carson ha pasado a la historia como quien demostró que mientras los plaguicidas se usaran indiscriminadamente para mantener una versión sintética de la visión pastoril de Norteamérica (equivalente a una vida simple, bucólica y materializada en el verdor permanente de parques, suburbios, canchas de golf y carreteras) se estaba destruyendo el mismo paisaje que se buscaba idealizar y proteger. La razón era simple: los químicos, en especial hidrocarburos clorados como el DDT (dicloro-difenil-tricloroetano), eran compuestos tóxicos con una irreversible capacidad de almacenamiento en tierra y agua y, por ende, dañinos no sólo para insectos, plantas, peces, aves y mamíferos, sino también para el ser humano. Y en un momento en que las armas de destrucción masiva detonaban, y en que se realizaban análisis para de-terminar los niveles de radiación en los dientes de los niños, Carson logró exponer a los pesticidas como uno más de los peligros de la era atómica3:
Rociamos nuestros olmos y las primaveras siguientes no dicen nada sobre la canción de los petirrojos (...) no porque rociamos a los petirrojos directamente, sino porque el veneno viajó, paso a paso, (...) a través del ciclo hoja de olmo-gusano-petirrojo (Carson, 1962:189).
Por lo tanto, había llegado el momento para que la humanidad evaluara los riesgos a largo plazo de acciones que podían alterar la serie de patrones de relaciones entre organismos o, al decir de Carson, «la red de la vida - o de la muerte - que los científicos conocen como ecología»4 (Carson, 1962:189).
Si bien esta reflexión podría parecernos obvia hoy, en la era del Antropoceno, este artículo expone cómo la crítica de Carson a la idea de falsificar naturaleza como argumento para crear, mantener y multiplicar paisajes ofreció una plataforma de acción para quienes esperaban promover una agenda ecológica basada en el control de la polución del agua, suelos y aire. Aún más: en medio de una urbanización galopante que anteponía la idea de progreso para justificar cualquier acción, veremos cómo el ataque de Carson a la ‘verdolatría’ determinaría también la desco-nexión de los estudios de paisaje de sus orígenes, histórica-mente ligados a la jardinería, botánica y horticultura.
Green Meadows sin primavera
Hasta los extraños y pesadillescos eventos del año 1965, la comunidad de Green Meadows era un lugar tan grato para vivir como cualquiera quisiera encontrar (...) durante muchos años la ciudad y las granjas circundantes habían sido una parte armoniosa de la tierra que los sostenía, y así permanecieron hasta poco antes del fatídico año sobre el que escribo (Carson, sf).
Con este párrafo Carson comenzaba su primera versión de «Una fábula para el mañana», el capítulo introductorio de Primavera silenciosa que transportaría al lector a un ámbito conocido, «una ciudad en el corazón de los Estados Unidos, donde todo parecía convivir en armonía con su entorno» (Figura 1), o al menos hasta que «las voces de la primavera» fueron silenciadas5 (Carson, 1962:1,2). En Green Meadows no habían flores, los bordes de los caminos «lucían como si hubieran sido barridos por el fuego», el ganado «había desarrollado síntomas de envenenamiento» y los gran-jeros habían puesto señales en sus huertas anunciando: «PELIGRO - La fruta en el suelo es venenosa»6. En las primeras versiones del texto la causa de la destrucción no había sido «un hechizo maligno», como propone la publi-cación final, sino «un blanco polvo granulado» que «las amas de casa barrían dondequiera que podían»7. Aún más, Carson establecía que «la pesadilla» había sido el resultado de acciones promovidas por el gobierno estadounidense que «envió aviones sobre miles de hectáreas para esparcir una fuerte dosis de un veneno extremadamente letal de algún escarabajo pequeño»8. La elegía de Carson al sueño pastoril actualizó los cuestionamientos de Ishmael, el narrador de la historia de la ballena de Melville, acerca de la ausencia de tierras verdes como evidencia del dominio de una vida urbana sin sentido. En los mismos términos Carson se preguntaba: «Las aves... ¿adónde se fueron?» (Carson, 1962:2).

Figura 1 A la distancia, la visión de Green Meadows propuesta por los ilustradores Lois y Louis Darling (1962) para el capítulo introductorio de Primavera silenciosa correspondía al de una comunidad rural, un escape de la ciudad para vivir en medio de la naturaleza.
El estilo persuasivo de su narrativa no era casual. Carson ya era una autora reconocida, cuya trilogía sobre el mundo submarino le había permitido figurar en la lista de los autores más vendidos de EE.UU., gracias a una escritura que combinaba a la perfección sofisticada evidencia científica con amigables relatos de la vida en el océano9. Y del mismo modo que había sido capaz de revelar la costa Atlántica a sus lectores, ahora demostraría cómo la arro-gancia de sus coterráneos no tenía límites, manifestando sus intentos de conquista para aplacar insectos con el mismo ímpetu con que aspiraban a colonizar el espacio.
Gracias a sus contactos en el Servicio Nacional de Pesca y Vida Silvestre (SNPVS) de EE.UU., donde entre 1936 y 1952 estuvo a cargo de la edición de sus publicaciones, Carson logró obtener de primera fuente información que probaba que, desde fines de los años cuarenta, los estadounidenses habían sido expuestos a operaciones de aplicación masiva de pesticidas, planificadas y ejecutadas por el Departamento de Agricultura y gobiernos locales (Figura 2): el uso experimental de DDT y heptacloro en secciones de la costa este para combatir la grafiosis, enfermedad fungicida que afecta a los olmos; el uso de dieldrina contra las hormigas coloradas (Solenopsis) en estados del sur; las infructuosas batallas en el centro del país, con DDT, arseniato de plomo y clordano, con-tra el escarabajo japonés (Popillia japonica); y las campañas de uso de DDT para erradicar a la lagarta peluda (Lymantria dispar), también en la Costa Este10.

Figura 2 Captura de pantalla del programa de CBS, “The Silent Spring of Rachel Carson” (3 abr. 1963)
Es así como en Primavera Silenciosa - inicialmente publi-cado de forma serial en The New Yorker entre junio y julio de 1962 - Carson introdujo una acusación convincente contra la capacidad destructiva del hombre al establecer que los pes-ticidas constituían una amenaza aérea y móvil tan peligrosa como la lluvia radioactiva. Su blanco de críticas no fueron sólo las compañías productoras de los químicos, sino tam-bién quienes facilitaron su producción y promovieron su uso: un gobierno que esperaba mantener un ambiente libre de insectos y, con ello, el verdor de sus ciudades y carreteras; de-sarrolladores inmobiliarios y la industria del golf abrazando la imagen contenida en perfectas alfombras de pasto libres de malezas; y los habitantes de los suburbios, compitiendo unos con otros por el jardín mejor cuidado y más resistente a los vaivenes climáticos.
Y aquel domingo de abril de 1963, las palabras de Carson exponiendo que ciencia y tecnología aplicada sin control estaban amenazando la vida en la tierra resonaron durante todo el programa, desde los créditos de apertura, con un ruiseñor desapareciendo lentamente de la pantalla mien-tras era cubierto por una nube de humo densa y gris, hasta las imágenes de árboles, veredas, casas, ciudadanos y niños amenazados por nubes de polvo blanco provenientes de aviones y camiones cisterna (Figura 3). En pos de evitar todo tipo de escaramuzas, los productores del programa usaron la suave pero firme voz de Carson leyendo extractos de su libro para articular las entrevistas a otros diez participan-tes, en su mayoría miembros de agencias gubernamen-tales11. Mientras el Secretario de Agricultura de EE.UU., Orville Freeman, lideraba la postura oficial de escepticismo frente a las «quejas» de Carson, Robert White-Stevens, del Departamento de Investigación y Desarrollo Agrícola de la corporación American Cyanamid, asomaba como vocero del contraataque organizado de fabricantes, distribuidores y usuarios de pesticidas12.

Figura 3 Captura de pantalla del programa de CBS, “The Silent Spring of Rachel Carson” (3 abr. 1963)
En sus intervenciones en el programa, Carson enfatizó que con su libro no buscaba prohibir el uso de los químicos, sino solicitar la inversión necesaria para investigar su rol en la alteración de las especies, crear compuestos específicos para el control de insectos particulares y evaluar el uso de agentes biológicos como una alternativa al control de plagas. Pero, tal como ella supuso, sus oponentes dejaron de lado una acabada formación científica en anatomía comparativa, fisiología y biología evolutiva animal en la Universidad Johns Hopkins y en el SNPVS, presentándola como una escritora de novelas soltera, desinformada y fuera del marco institucional de producción del conocimiento y, por tanto, incapaz de entender el rol ‘fundamental’ de los pesticidas en el desarrollo económico del país13. De hecho, informes re-cientes habían establecido que 1961 había marcado un nuevo récord en la venta de pesticidas, alcanzándose un valor total de 300 millones de dólares, equivalentes a una producción de más de 300.000 toneladas14. Con esta prueba, White-Stevens insistiría que ese 1,8 kg de producción per cápita era la respuesta científica para combatir pestes agrícolas capaces de llevar nuevamente a la humanidad a la «edad oscura».
El televisado distanciamiento de Carson de la comu-nidad científica no sólo fue registrado en su tono vocal, sino también en imágenes contrastantes con científicos de delantal blanco sentados detrás de sus escritorios y rodeados de probetas y tubos de ensayo (Figura 4). Las imágenes de Carson mientras observa y toma nota de lo que ve en las afueras de su propiedad en la isla de Southport, en Maine, la inmortalizaron como sucesora de una tradición definida por las exploraciones de Henry David Thoreau a lo largo de los ríos Concord y Merrimack, las escaladas de John Muir en la Sierra Nevada y los paseos de Aldo Leopold en las praderas de Wisconsin, expandiendo con ellos el significado tradicional del trabajo de campo, convirtiéndolo en un medio de conocimiento in situ para registrar las particularidades de un lugar y así evaluar apropiadamente la acción del hombre sobre lo que se consideraba naturaleza salvaje y prístina.

Figura 4 Captura de pantalla del programa de CBS, “The Silent Spring of Rachel Carson” (3 abr. 1963). De arriba a abajo: Freeman, White-Stevens y Carson
Ciertamente, en este contexto Carson aparecía caricaturizada como una amante de la naturaleza promoviendo su equilibrio a través de la jardinería orgánica15. Pero la asociación bíblica de White-Stevens a las consecuencias de una suspensión del uso de los pesticidas, donde «los insectos, las enfermedades y las alimañas heredarían una vez más la tierra», poniéndola en riesgo de hambrunas y sufrimiento, fue inteligentemente rebatida por Carson con la edad de oro de Hesíodo, al plantear que los químicos eran «armas terri-bles y violentas» que «científicos primitivos» habían usado contra insectos y, por ende, contra la tierra misma (Carson, 1962). La imagen de cierre, con la mirada de Carson perdida en el horizonte (Figura 5), reflejaba eso sí su pesimismo frente al rol de la humanidad, que, de cara al escenario nuclear de los años sesenta, se manifestaba en la amenaza latente de la intempestiva aparición de una nube atómica, idea reafirma-da en sus palabras finales:
Todavía hablamos en términos de conquista; no hemos madurado lo suficiente como para pensar en nosotros mismos como una pequeña parte de un vasto e increíble universo. La actitud del hombre hacia la naturaleza es hoy de importancia crítica simplemente porque ahora hemos adquirido el poder fatídico de alterarla y destruirla, pero el hombre es parte de la naturaleza y su guerra contra la naturaleza es inevitablemente una guerra contra sí mismo (...) Ahora, realmente creo que nosotros, en esta generación, debemos llegar a un acuerdo con la naturaleza y creo que somos desafiados como nunca antes se había desafiado a la humanidad para probar nuestra madurez y nuestro dominio, no de la naturaleza, sino de nosotros mismos (Carson, 1962).

Figura 5 Secuencia de imágenes del programa de CBS, “The Silent Spring of Rachel Carson” (3 abr. 1963)
Mientras desde un punto de vista científico la tesis principal de Primavera silenciosa era que el concepto de tolerancia no bastaba para regular el uso de pesticidas, su mayor impacto público estuvo en denunciar que los suburbios de EE.UU., supuestamente los lugares más seguros de América, habían sido rociados con agentes tan letales como la bomba atómica16. Pero, irónicamente, este ataque había sido la estrategia principal para domesticar y preservar la artificialidad de la vieja visión pastoril, encarnada en senderos curvos, arbole-das y verdes praderas (Figura 6).

Figura 6 Distribución de pesticidas “indiscriminadamente desde los cielos” y sobre los suburbios, según la ilustración de los Darling para el capítulo homónimo de Primavera silenciosa (1962).
En Estados Unidos, la idea de vivir en medio de la naturaleza adquirió fuerza con el desarrollo del Sistema Nacional de Autopistas que, a partir de mediados de los años cincuenta, favorecería el movimiento eficiente de la población, basándose en la idea de que su dispersión en agrupaciones de baja densidad disminuiría el número de víctimas en caso de un ataque nuclear (Figura 7). De hecho, al anunciar el plan en 1955, el presidente Dwight D. Eisenhower argumentó que las nuevas carreteras eran necesarias no sólo para sustentar el proyectado aumento de población, sino también para asegurar «una rápida evacuación de las zonas objetivo, movilización de fuerzas de defensa y el mantenimiento de cada función económica esencial» en caso de guerra (Eisenhower, 1955). Contradictoriamente eso sí, quienes huirían de las llamadas zonas cero encontrarían seguridad en áreas configuradas gracias al uso de fuerzas equivalentes a las de un ataque masivo o, al decir de Carson, «en cientos de desarrollos inmobiliarios, donde el primer acto es talar todos los árboles y el siguiente construir una infinidad de casitas, cada una igual a la otra» (Carson, 1954).

Figura 7 Tal como lo expresara el diagrama explicativo publicado en la revista Life del 16 de junio 1947 (p.29), “si las áreas habitadas de EE.UU. estuvieran organizadas en cuadrículas de 55 millas, con una densidad de 160 casas y 600 personas por milla a lo largo de sus bordes, una bomba atómica mataría a lo más a 2.000 personas y solo destruiría 500 casas (en comparación con las 135.000 pérdidas y 60.000 construcciones destruidas en Hiroshima).”
Su foco de crítica avanzaría entonces al mismo habitante del suburbio, quien, «a juzgar por la libertad despreocupa da con la que los polvos para tratamientos de césped de los suburbanitas están ligados con clordano», parecía no advertir los altos niveles de toxicidad involucrados (Carson, 1962:24). Por lo tanto, si los ‘suburbanitas’ permanecían inconscientes del daño de los pesticidas, la lógica obligaba a preguntarse el porqué. El siguiente paso de Carson sería entonces cuestio-nar la inversión en investigación de las industrias involucradas, particularmente su apoyo a universidades y, más específicamente, a la institución que «deliberadamente confundía» el empleo de químicos en cosechas con «el uso cotidiano de dueñas de casa y jardineros domésticos»: el Departamento de Agricultura de EE.UU. (DAEU) (RCP, C.64, c.1147).
La «Sección Verde» de la agricultura y el golf
El DAEU fue creado el 5 de mayo de 1862 con el objeto de estudiar, controlar y monitorear enfermedades vegetales y animales, foco que mantuvo hasta principios del siglo XX cuando buscó promover la mejora de estándares y productividad de las actividades agropecuarias. De manera prácticamente simultánea, en julio de 1862 se aprobó el Decreto Morrill, que permitió la creación de un sistema nacional de colleges agrícolas para educar a las clases obreras, vinculando desde sus inicios al nuevo departamento con la producción de conocimiento y el servicio público. La investigación fue instituida en 1887 con la aprobación del Decreto Hatch, asegurando el funcionamiento de estaciones de experimen-tación agrícola en dichas instituciones.
Investigaciones con césped fueron parte de las iniciativas del DAEU y evolucionaron a la par desde la búsqueda de varie-dades de mejor calidad y mayor resistencia hasta el desarro-llo de su plantación a gran escala en los años cincuenta. Aun cuando el pasto es, literalmente, una gramínea, sus usos eco-nómicos no estuvieron limitados a la producción de forraje (Dayton, 1948). De hecho, en pos de mejorar la ‘apariencia’ de ámbitos rurales, en 1901 el congreso norteamericano asignó 17 millones de dólares a la búsqueda de «las mejores especies (de pasto), nativas y foráneas (...) para suelos de césped y de ocio» (Goldin, 1977:143). Este evento sumado a la invención de la máquina de cortar pasto en 1868, la apertura del primer campo de golf en Nueva York en 1888 y la fundación del pri-mer Club de Jardines en Georgia en 1890 respaldaron el uso del césped con fines estéticos. Más interesante aún es que la necesidad nacional de contar con pasto verde todos los días del año fue activada a través de investigaciones desarrolladas por el DAEU en sus estaciones experimentales agrícolas uni-versitarias, en asociación con la industria del golf.
El 20 de noviembre de 1920 marca el comienzo de la cola-boración formal entre el DAEU y la Asociación Americana de Golf (A AG) gracias a la creación de la Green Section (Sección Verde), una organización de clubes a cargo de desarrollar instrumentos científicos para manejar adecuadamente las canchas, asegurando para ello «asistencia total de práctica-mente todos los científicos del país (...) investigando activa-mente los variados factores que determinan la calidad del césped»17 (U.S. Golf Association, 1921:7).
Los primeros estudios se limitaron a la identificación de plagas y a la búsqueda de variedades idóneas para el desarrollo del juego. Sin embargo, hacia 1926 y hasta los albores de la Segunda Guerra Mundial, la investigación apuntó al desarrollo de condiciones óptimas, independiente de tipos de suelo y clima, lo que significó la experimentación con ferti-lizantes y la producción de compuestos capaces de controlar exitosamente plagas y malezas. En 1941 la Sección reportaba que habían alrededor de 5.000 canchas de golf en EE.UU., abarcando un total de 263.045 ha, las que, en sus propias palabras, necesitaban «ser mantenidas bajo condiciones en las que la agricultura sería considerada un cultivo intensivo (...)». Asimismo, se estimaba que una superficie de más de 4 millones de ha y casi 5 millones de km de carreteras «están o deberían estar en el césped» (Timely Turf Topics, 1941:1,4). Semejante estadística no era menor: que el éxito de la pro-ducción del césped se valorara como si fuera una cosecha agrícola sería el primer paso para tratar como tal no sólo a los campos de golf, sino también a parques y jardines.
El desarrollo de la Segunda Guerra Mundial sería el si-guiente eslabón al convertirse en el ‘escenario idóneo’ para usar masivamente DDT en la erradicación de piojos y en el control de enfermedades transmitidas por insectos, que amenazaban la seguridad de las tropas (Figura 8). Después de una serie de reportes estableciendo que bajas dosis mata-ban a las pestes «de una manera relativamente no tóxica», las mismas compañías que habían producido las millones de toneladas requeridas por el ejército estadounidense ape-laron a su aprobación para uso civil, lo que se hizo efectivo el 1 de agosto de 194518 (Russell, 2001:124). Esta disposición determinó el vínculo directo de la industria con la investi-gación académica desarrollada por el DAEU: se crearon las Turf Research Fellowships para estudiantes de postgrado y fondos específicos para probar en las estaciones experimentales agrícolas usos seguros de los químicos, financiamien-to que equivalía al 10 % del total involucrado en la creación de un sólo compuesto19.

Figura 8 Panfleto producido durante la Segunda Guerra Mundial que detalla cómo despiojar a un recluta con DDT: “En ambas mangas y luego tres lanzamientos antes y tres después, tanto en el cuello como en la cintura”; “Cuando se trata de altos números (de piojos), sentar al sujeto salva al operador. No olvidar la cabeza y sombrero”.
Ya en 1948 el Anuario del DAEU proclamaba: «El césped puede embellecer las laderas, los patios escolares, los senderos, las granjas; al hacerlo, brinda mayor utilidad y eficiencia. La belleza también trae serenidad y la serenidad es una cualidad que tanto nosotros como el aquejado mundo, necesitamos» (DAEU, 1948:VI,315,325). La publicación reco-mendaba además el uso de prados verdes para «hacer del golf algo entretenido», para «hacer de una casa, un hogar» y para «mejorar la apariencia de las carreteras», reportando que, de acuerdo a los experimentos desarrollados en las univer-sidades, todos los compuestos usados para controlar pestes y malezas eran suficientemente seguros «para permitir que nuestros niños y mascotas jueguen en el pasto» (Davis y Harrington, 1948:297) (Figura 9).

Figura 9 Este es uno de los tantos ejemplos de avisos publicitarios de compañías químicas promoviendo su línea de productos para el jardín y la ‘aprobación’ de su uso, sin representar un peli-gro para niños o mascotas. El aviso promocionaba también que fertilizantes, pesticidas y herbicidas se vendían listos para ser usados: “End-o-Pest… Detiene los problemas de pestes antes de que comiencen… Frena los problemas de pestes si es que han comenzado. Viene mezclado en un rociador con contenedor para rellenar. Usar en flores, árboles, arbustos, frutos comestibles y vegetales”.
Tras esta descripción general de las actividades desa-rrolladas e impulsadas por la industria del golf, recordemos el comienzo de todo: los esfuerzos de jugadores, socios y administradores de clubes por perfeccionar un juego im-portado desde Escocia, donde se desarrollaba en estrechos montículos arenosos junto al mar, cubiertos por pastos creciendo espontáneamente. Por tanto, la transferencia del juego desde una sección de tierra alargada (o linksland) a la ‘América profunda’ obligó a transferir accidentes geográficos naturales intercontinentalmente. Los clubes construyeron obstáculos artificiales, pozos de arena, pequeños lagos, praderas y arboledas, transformando los campos de golf en un paisaje hasta entonces inexistente. Habría que agregar además que al comenzar la colaboración entre el DAEU y la A AG en 1920, el golf era un deporte asociado a las clases más pudientes, pero a partir de los años treinta su uso masivo se intensificó gracias a la construcción de canchas de uso públi-co y en suburbios como una medida para «proveer refugios pastoriles capaces de aminorar los nervios causados por la ciudad» (Rader, 1983:67).
Ahora bien, esta transferencia es tan simple como el origen del juego, tal como lo explicara el planificador urbano escocés Patrick Geddes: «A medida que el pastor avanza, golpea de vez en cuando una piedra hacia una madriguera de conejo con su bastón (...) Habiendo puesto la piedra - es blanca - la saca de nuevo y la conduce a otro agujero. Disfruta de su hora libre y a la vez inventa el golf» (Geddes, 1895:525-526). Al decir de Geddes, a la par que los campos primitivos embe-llecieron sitios específicos, buscaron proporcionar instancias de recreación al aire libre. A partir de los años cincuenta, su desarrollo en EE.UU. determinaría la ansiada renovación profesional de la arquitectura del paisaje, que así pudo acceder a diseñar ámbitos de «conservación, recreación y planificación», superando lentamente su rol como actividad exclu-sivamente promotora del uso ornamental de plantas o, dicho de otra forma, como rama secundaria de la agricultura. E, irónicamente, sería la publicación de Primavera silenciosa el hecho que contribuiría a desconectar, finalmente, a los estu-dios de paisaje de su asociación con actividades de jardinería hasta vincularlos a los aspectos ecológicos del diseño (Figura 10).

Figura 10 Dos contrastes temporales en la revista oficial de la AAG: en invierno de 1949 (izq.), ‘mejor golf’ significaba ‘mejor césped’, ofreciendo un color evaluado en su condición ‘pura’. En 1964 (izq.) la portada revelaba una preocupación por el uso de químicos, asociado a una advertencia al lector acerca de “leer la etiqueta comple-ta. Usar estrictamente de acuerdo a las precauciones, advertencias e instrucciones; y en conformidad con regula-ciones federales y estatales”.
Epílogo
El año de la publicación de Primavera silenciosa, existían veinticuatro programas formales de enseñanza de arqui-tectura del paisaje en EE.UU.20. Dieciséis habían surgido en departamentos de horticultura de colleges de agricultura, aquellos fundados en 1862 para afrontar los problemas del sector. Cien años después, diez de sus estaciones ex-perimentales estaban o habían estado involucradas en investigaciones para el desarrollo de productos químicos, con directo apoyo de la industria y/o del gobierno (Figura 11). En otras palabras, en 1962 casi la mitad de los programas académicos de arquitectura del paisaje de EE.UU. estaban insertos en instituciones involucradas en la producción de nuevos fertilizantes, herbicidas y plaguicidas que permiti-rían que la grama perpetuara su verdor.

Figura 11 1962: Programas formales de Arquitectura del Paisaje en EE.UU. y los que surgieron en colleges de agricultura (1862) con estaciones de experimentación involucradas en investigación de césped.
Sólo un año después de que Carson revelara los riesgos invo-lucrados en mantener una falsa noción de belleza del paisaje, visible en el verdor sintético de su cobertura desplegando una simplificación de la variedad de la naturaleza (Carson, 1962:20), la Asociación Americana de Arquitectos del Paisaje (AAAP) estableció que sus miembros debían «ejercer con propiedad la administración del paisaje» (ASLA, 1963:1). Por primera vez la figura del arquitecto del paisaje era llamada a reorientar sus esfuerzos para planificar y diseñar de manera apropiada su entorno. Si en una sociedad científico-indus-trial como la estadounidense la bonanza económica de la posguerra había causado la ruina del territorio, entonces los arquitectos del paisaje estaban llamados a corregir esa situación: «Estamos especialmente entrenados para unirnos y guiar los procesos creativos de conservación, modelamiento y remodelamiento del ser humano y sus propósitos de un ambiente más habitable y expresivo» (ASlA, 1963:1).
En un esfuerzo inmediato, los programas de estudio cambiaron su consideración de la naturaleza desde una perspectiva estética y como un recurso explotable a su entendimiento como un sistema ecológico. En 1964 los programas enfatizaron el manejo y protección del medio natural, ofreciendo cursos en ciencias naturales, desarrollo regional y planificación de áreas de recreación (Simo, 1999:140). Y sólo diez años después de la publicación de Primavera silenciosa, ocho de esos mismos dieciséis programas en colleges de agricultura habían sido trasladados a nuevas escuelas o departamentos de «diseño medioambiental», «ciencias medioambientales» y/o «recursos naturales»21 (Figura 12).

Figura 12 1962-1972: Programas formales de Arquitectura del Paisaje en EE .UU. que surgieron en colleges de agricultura (1862) y que se trasladaron a departamentos vinculados a temas ‘medioambientales’o departamentos de Arquitectura o equivalentes.
La Primavera silenciosa de Carson - amplificada por su muerte a manos de un cáncer mamario tan sólo diecinueve meses después del lanzamiento del libro - fue determinante para la creación de una agenda medioambiental en EE.UU., que incluyó desde la creación de la Agencia de Protección Medioambiental en 1970 a la icónica prohibición del uso del DDT en 1972. Sin embargo, pese a demostrarse el riesgo de los pesticidas y lo poco deseable de aplicar patrones de verdolatría a espacios abiertos en climas dispares, el uso de los químicos no disminuyó. En 1992 la producción en EE.UU. se incrementó en un 400 %, equivalente a la aplicación de 500.000 toneladas, manteniéndose el uso per cápita de 1962 de 1,8 kg22. Y, de hecho, la idea de paisaje como una versión manipulada de belleza verde tampoco desapareció. Muy por el contrario, el cuestionamiento de Carson a las actitudes del hombre motivó a que el presi-dente Lyndon Johnson (1963-1969) declarara que «la belleza de América está en peligro», comenzando así una campaña nacional de embellecimiento, basada en la plantación de árboles y flores, la eliminación de sitios de acumulación de chatarra a lo largo de las carreteras, la expansión del sistema de parques nacionales y refugios de vida silvestre y el aumento de inversión para crear y promover instancias de recreación al aire libre23.
Como resultado, es posible afirmar que el ataque de Carson a la verdolatría ofreció una nueva oportunidad para aquellos que esperaban reinstalar la noción de naturaleza como un lugar apartado del ser humano, como un estado prístino e inmaculado que debía ser conservado como tal para generaciones venideras. De hecho, tanto la casa donde Carson creció en Springdale, Pennsylvania, como aquella donde murió en el suburbio de Silver Spring en Maryland, Virginia, están inscritas en un listado equivalente al de nuestros Monumentos Nacionales. Pero, irónicamente, la mayor parte de los terrenos rodeando su cabaña en Southport, la misma registrada por la CBS, fueron vendidos como parte de una operación de desarrollo inmobiliario24.