En octubre de 2019, el fotógrafo Pablo Casals Aguirre cogió su cámara Canon 5Dm4 y realizó un recorrido en bicicleta desde Las Condes hasta Providencia en Santiago de Chile. Su objetivo era retratar, de manera sistemática y con un mismo encuadre, las fachadas de los edificios administrativos, comerciales, residenciales y culturales que caracterizan el paisaje arquitectónico de la capital de Chile. Un par de días antes, un estallido social asoló el país. El espacio público y la arquitectura fueron testigos de las airadas manifestaciones de sus habitantes. Casals tomó el pulso de la situación mediante el registro de las superficies de los edificios y no tenía tiempo para sutilezas. Trabajó sin trípode y con cámara en mano. El lente captó la agitación del momento a partir de las intervenciones con que los propietarios buscaban proteger sus inmuebles. El trabajo fotográfico de Casals - hasta ese momento caracterizado por el sosiego con el que se sitúan las edificaciones sobre la naturaleza del paisaje chileno - se enfrenta a un paisaje de resistencia.
La superficie de la arquitectura ha respondido a la contingencia social chilena. La arquitectura de los sectores céntricos de la mayor parte de las ciudades chilenas se ha transformado obedeciendo la intensidad del estallido social. La imagen de la ciudad ha cambiado, atendiendo las manifestaciones de sus habitantes. Ha brotado una arquitectura de la coraza. Si en aquellos días el habitante cubrió su rostro con la finalidad de manifestarse anónimamente, la arquitectura respondió a esa situación cubriéndose con materiales opacos que ya no permiten reflejar al habitante. Ya no está la oportunidad de ver al otro, ni verse a uno mismo frente a las fachadas acristala-das, sólo vemos la tersura de las planchas de zinc acanalado, de las placas de OSB o de acero inoxidable. La utilización de revestimientos producidos en gran cantidad trae consigo una diversidad de usos. Es así como aparece el lenguaje material propio de una instalación de faena por sobre el lenguaje de una obra terminada. El lenguaje de la superposición, del suple, del parche y del blindaje. El edificio se acoraza, al igual que el manifestante.
El dossier de fotografías seleccionadas por Casals da cuenta de una estética de la violencia, consecuencia de la contingencia nacional. Los estilos arquitectónicos des-aparecen, al igual que aquella arquitectura de autor que por tanto tiempo ha abanderado a la arquitectura chilena contemporánea. Sólo reconocemos las geometrías de una arquitectura silente. Volvemos a una arquitectura anónima, pero no a aquella que promovió Bernard Rudofsky, sino una que se protege del descontento ciudadano, recubriendo la superficie de sus fachadas con los fragmentos del material más económico posible. Una arquitectura agitada, que se distancia del habitante, que se cierra a sí misma, una arquitectura hermética.
Lo que en un inicio sólo se reconocía como una sucesión de fachadas mudas derivó en un soporte democrático que promueve el impulso de comunicarse.
Las nuevas fachadas han dado espacio a la literatura de la manifestación anónima, articulada por la estampa del tag como presuroso mensaje caligrafiado en spray, plumón o con trozos de metal. No hay tiempo para los virtuosismos del grafiti. Las nuevas fachadas sirven como un extenso muro de los lamentos que retratan la actual situación social del país.