Para Sonia y sus hijos
Für Sonia und ihre Kinder
La convicción de que todo lo que pasa en la tierra debe ser comprensible para el hombre puede llevar a interpretar la historia a través de lugares comunes. La comprensión no significa negar lo indignante, deducir lo inusual a partir de precedentes, o explicar fenómenos mediante analogías y generalidades para que no se sienta el impacto de la realidad y el shock de la experiencia. Significa, más bien, examinar y soportar conscientemente la carga que nuestro siglo nos ha impuesto, sin negar su existencia ni someterse dócilmente a su peso. La comprensión, en resumen, significa una atención no premeditada que se enfrenta y resiste a la realidad, sea cual sea (Arendt, 1958:VIII).
Comprensión o resistencia a la realidad
En 1953, la arquitecta austríaca Margarete Schütte-Lihotzky (1897-2000) escribió desde Viena a Santiago a su amiga, la arquitecta chilena Victoria Maier Mayer (1914-2004). Fue una de las muchas comunicaciones escritas entre las dos mujeres que habían compartido una vida política y arquitectónica en Turquía y Austria a principios de los cuarenta, donde habían estado activas en la resistencia comunista contra el régimen nazi. «Vivo en Viena, me separé de mi esposo», escribió Schütte-Lihotzky a Maier Mayer, «ahora estoy sola en Hamburgerstrasse 14, en el quinto distrito de Viena, del que no debes tener recuerdos muy agradables». Esos «recuerdos no muy agradables» se referían a la captura de Maier Mayer en 1941 por la Gestapo, en esa misma dirección, el mismo día en que Schütte-Lihotzky también fue capturada. Como consecuencia, los nazis encarcelaron a ambas mujeres junto con cientos de otros disidentes.
Este ensayo trata sobre el trabajo de resistencia de Schütte-Lihotzky y Maier Mayer en Estambul y Viena, su sufrimiento en la reclusión y su respectivo activismo en Austria y Chile de posguerra. Es crucial destacar la disidencia de ambas arquitectas en las redes, alianzas y en el trabajo político-creativo al que se dedicaron los combatientes de la resistencia, pues estas historias han sido constantemente ignoradas en el discurso arquitectónico. Más importante aun, es que este ensayo reconoce que las memorias de Schütte-Lihotzky y Maier Mayer permiten a los historiadores excavar formas visuales y lingüísticas de resistencia, y producir historias espaciales y sociales críticas. Basado en un profundo trabajo de archivo, este texto se enfoca en estas estrategias de oposición como conceptos históricamente específicos que entregan un marco metodológico y teórico para escribir historias espaciales de disidencia. Así, contrarresta años de erudición cargados tanto por la crítica de la historia operativa como por lo que Mark Wigley recientemente denominó «la voz del historiador impasible». Por lo tanto, este ensayo privilegia una metodología que resalta los «testimonios sobre o de las víctimas» y los conecta con el presente, tal como defiende Arno Lustiger (2001), alemán sobreviviente del Holocausto e historiador de la resistencia.
Hoy Schütte-Lihotzky es ampliamente recordada por su arquitectura con compromiso social, pero sus actividades políticas siguen planteando desafíos historiográficos. A pesar de la extensiva investigación sobre su famosa Frankfurt Kitchen, que desarrolló a fines de la década de 1920 para el municipio de Frankfurt, Alemania, a la fecha ningún ensayo en inglés examina sus memorias de 1984 Erinnerungen aus dem Widerstand, 1938-1945 (Memorias de la resistencia). Poco se sabe sobre su formación política en la Unión Soviética, donde ella y su esposo, Wilhelm Schütte (1900-1968), trabaja-ron con la llamada Brigada May en los años treinta. A pesar de las abundantes fuentes primarias y secundarias en los archivos, se ha descubierto incluso menos sobre el pequeño círculo clandestino de emigrantes, arquitectos en su mayo-ría, con quienes se unió a la resistencia comunista austríaca durante su exilio en Estambul.
Los esfuerzos arquitectónicos y políticos de Maier Mayer incitan preguntas historiográficas similares, aunque distintas. Arquitecta chilena con raíces alemanas, se graduó de la Universidad de Chile en 1935 y luego trabajó en tres países: Austria, Turquía y Chile. Como muchas arquitectas de la época, contribuyó a la práctica privada, al servicio público y a la educación. Dado que Maier Mayer nunca escribió mucho sobre sus actividades en la resistencia y la arquitectura, uno de los pocos comentarios académicos sobre su trabajo incluso especuló que había muerto a principios de la década del cuarenta (Nicolai, 1998). Estas formas de omisión revelan los desafíos persistentes de una investigación arquitectónica limitada en términos geográficos y de género. La combinación entre hechos históricos e historiográficos enfatiza, además, la necesidad de seguir escribiendo historias de arquitectura transnacionales e interseccionales basadas en investigación primaria. Aquí, las cartas, los registros públicos y una serie de historias orales de la familia entregan evidencia suficiente para intentar una primera discusión sobre el trabajo de disidencia de Maier Mayer y sus vínculos con la arquitectura.
Es necesario reconocer que las huellas de muchos otros disidentes que trabajaron con Maier Mayer y Schütte-Lihotzky en la resistencia comunista son aún más frágiles y tenues. Es decir, esta discusión sobre historias espaciales de disidencia es factible debido a las vidas relativamente privilegiadas de Maier Mayer y Schütte-Lihotzky. En cualquier análisis equilibrado de esta labor opositora es crucial enfatizar que la mayoría de los combatientes de la resistencia comunista provenían de la clase trabajadora y, en particular, una cuarta parte de los que trabajaban en la disidencia con Schütte-Lihotzky y Maier Mayer eran judíos. Reconocer estas identidades es importante porque, en sus memorias de 1984, Schütte-Lihotzky rara vez reconoció o habló sobre su propio pasado de relativo privilegio y, de forma más problemática, nunca mencionó que este activismo, tanto en Austria como en el extranjero, era considerablemente más peligroso para los combatientes judíos. Los textos de Maier Mayer y Schütte-Lihotzky son, por lo tanto, reflexiones sobre el duelo, la pérdida y la afinidad después de un trauma severo, pero también plantean preguntas complejas sobre el hecho de escribir historias de disidencia en relación con la clase, el género, la orientación sexual, la edad y las afinidades e identidad religiosa durante y después del Holocausto.
En «Sobre la humanidad en tiempos oscuros», la filósofa Hannah Arendt recordaba la necesidad de reconocer la diferencia cuando se trata de resistencia política al escribir que «uno puede resistir sólo en términos de la identidad que está siendo atacada» (Arendt, 1968:18). En el contexto de la Alemania nazi y Austria, el mismo contexto sobre el que escribía Arendt, esto significaba que minimizar la diferencia u ocultarla era hacerse parte en la violencia del antisemitismo. Reconociendo este hecho, en Los orígenes del totalitarismo Arendt iluminó la necesidad crítica de comprensión, que ella definió como «enfrentar y resistir la realidad», es decir, imaginar formas creativas de trabajo político que desafíen la posibilidad de sucumbir ante la realidad del totalitarismo. Esta idea de comprensión, que es resistente en su núcleo, ha sido el principio rector en mi teorización de las historias espaciales de disidencia. Implica un enfren-tamiento contra la realidad, una que es compartida y deli-berada, teórica y material, histórica y actual.
En las prácticas de resistencia de Maier Mayer y Schütte-Lihotzky, tal como en las de sus camaradas, dicha imaginación se manifiestó en la invención de términos, la fabricación de objetos materiales y en la conceptualización de contratácticas espaciales en múltiples ciudades. Estas contratácticas requerían ingeniosas formas de usar el lenguaje, crear diferentes formas de relacionalidad entre sí y aplicar el conocimiento corporal y la familiaridad con una ciudad mediante acciones individuales y colectivas. Estudiar estas formas de resistencia hoy abre la posibilidad de resaltar cuestiones de diferencia e identidad en la resistencia colectiva. Además, no sólo permiten leer la labor de resistencia de arquitectos individuales, sino también una compleja historia espacial de disidencia. Como Maier Mayer y Schütte-Lihotzky esperaban, y como yo también imagino, algunas de estas tácticas pueden ser valiosas para el lector contemporáneo más allá de cual-quier simple estudio histórico e historiográfico.
En términos disidentes o aprendiendo a resistir: un ‘protocolo de ilegalidad’ en Estambul, 1938-1940
La resistencia activa de Schütte-Lihotzky comenzó en Turquía en el otoño de 1938, cuando ella y su esposo llegaron a Estambul. En los meses previos, ambos habían buscado trabajo en París y Londres, pero finalmente aceptaron la oferta del arquitecto Bruno Taut (1880-1938) de unirse al Departamento de Arquitectura de la Academia de Bellas Artes de Estambul, donde les había asegurado «contratos respetables». Una vez ahí, Schütte-Lihotzky se dedicó al di-seño de escuelas rurales, pero se sintió aislada en ese entorno. «Era la primera vez que no trabajaba en un colectivo», escribiría más tarde (Nicolai, 1998:100). También se desanimó por el trato a sus colegas, que eran considerados ‘minorías étnicas’ en Turquía y no tenían los mismos derechos ante la ley. Su vida, en cambio, era privilegiada y Schütte-Lihotzky insistía en que, en sentido estricto, ella y su esposo no eran ‘exiliados’. Habían salido de Alemania en 1930, y el hecho de que ella fuera protestante y ciudadana alemana desde 1927 fue relevante para su capacidad de realizar después un peli-groso trabajo de resistencia en Austria.

Fuente: University of Applied Arts Vienna, Collection and Archive, Margarete Schütte-Lihotzky Papers, F-151.
Figura 1.Margarete Schütte-Lihotzky y Wilhelm Schütte en su hogar, Estambul, 1939.
Sólo días después de la llegada de la pareja a Estambul, otro arquitecto austríaco, Herbert Eichholzer (1903-1943), visitó a Schütte-Lihotzky en la Academia de Bellas Artes. Eichholzer pronto encontraría empleo en la oficina de un conocido, Clemens Holzmeister (1886-1983), en el distrito de Tarabya en las afueras de Estambul. Él estaba comprometido con una arquitectura moderna de ciertas influencias regionales y compartía con Schütte-Lihotzky la fascinación por el diseño de viviendas e instalaciones educativas. A fines de la década de 1920 había trabajado en la oficina de Le Corbusier en París y, como Schütte-Lihotzky, estuvo exiliado breve-mente en Francia en 1938. El mismo año fue enviado por el Partido Comunista de Austria desde París a Estambul a formar una célula de resistencia clandestina. Schütte-Lihotzky, quien en París ya había señalado que estaba lista para unirse a la oposición comunista, fue una de las primeras personas a las que se acercó al llegar a Estambul.
Turquía era un lugar periférico de resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, pero tenía una posición estratégica entre Europa, la URSS y el Mandato Británico de Palestina (Nicolai, 1998:100). Eichholzer tenía la intención de establecer un grupo altamente confiable para desarrollar la labor de resistencia tanto para actividades en el extranjero como en Austria. Mayer Maier, quien llegó a Turquía en 1939, se convertiría en su colaboradora más íntima. Ella había terminado sus estudios de posgrado en la Academia de Bellas Artes de Viena con Holzmeister y, así, también encontró trabajo en su oficina. Es crucial enfatizar que, a diferencia de afirmaciones previas que especulaban que Holzmeister apoyó a la resistencia comunista, hallazgos recientes han demostrado que él era un prominente arquitecto austrofascista. Si bien su oficina protegía a personas de variadas ideologías ultra-conservadoras, principalmente servía a aquellos que habían sido leales al Estado austríaco protocristiano. Al compartir pasiones políticas y arquitectónicas en este clima, Maier Mayer se convirtió rápidamente en una cercana compañera de oficina, una colaboradora de confianza en actividades de resistencia y una pareja de vida para Eichholzer. Para Schütte-Lihotzky, a su vez, Eichholzer y Maier Mayer fue-ron los colegas más confiables en la labor de disidencia en Estambul. Para todos ellos, los dos años en Turquía y las amistades formadas allí marcaron un cambio: de una arquitectura para los más necesitados desde los municipios a un trabajo político radical contra el Estado.
Entre 1939 y 1940, mientras residían en Estambul, el grupo colaboró estrechamente en la preparación de una resistencia activa en Austria. Juntos compartían una vida teórico-discursiva y ensayaban tácticas disidentes, a veces hasta bien entrada la noche. La privacidad del hogar temporal de Schütte-Lihotzky, en una casa de huéspedes, se convirtió en un lugar secreto para la vida social y política en el exilio. No era sólo la arquitectura lo que capturaba la imaginación compartida del círculo, sino las deliberaciones con-juntas sobre la labor política y reflexiones histórico-teóricas acerca de un marxismo que, creían, crearía el marco social a través del cual se desplegaría una arquitectura más democrática. De hecho, los tres se habían comprometido con esta misión desde la arquitectura tras haber trabajado en viviendas sociales, instituciones infantiles y espacios domésticos: Schütte-Lihotzky ya era ampliamente reconocida por sus diseños de cocina, Eichholzer había realizado un trabajo sustancial proponiendo ideas sobre viviendas colectivas y Maier Mayer había dedicado su tesis a los orfanatos infantiles.
Estas reuniones privadas en Estambul también posibilitaban el entrenamiento táctico. Cuando nexos o funcionarios importantes del partido cruzaban de Europa a la URSS (después de 1939 el Partido Comunista de Austria operaba desde Moscú), Eichholzer organizaba conversaciones y la entrega de instrucciones. Estas reuniones generalmente se limitaban a un puñado de personas y las identidades reales tenían que permanecer ocultas. Todos los combatientes de la resistencia usaban seudónimos o nombres ‘ilegales’, como los llamaban: Eichholzer era ‘Karl’, Maier era ‘Wera’ y Schütte-Lihotzky era ‘Paula’. Cuando un miembro del Comité Central del Partido Comunista llegó a Estambul, le enseñó al grupo el «protoco-lo de ilegalidad» (Schütte-Lihotzky, 1984:37,46).

Fuente: Archivo personal de Carla González Maier, Santiago de Chile.
Figura 2 Victoria Maier Mayer (derecha) con la arquitecta y combatiente de la resistencia Greta Vajs Aleksić (izquierda) en Yugoslavia, camino a su misión en Viena, primavera de 1940.
Ese concepto era crucial para cualquier actividad de resistencia, particularmente dentro de Austria y Alemania en la década del cuarenta, estableciendo reglas y protocolos de protección para el trabajo disidente, especialmente para el primer contacto con otros. Al pie de la letra, el ‘protocolo de ilegalidad’ era parte de la directriz para ocultar a toda costa la identidad de los combatientes de la resistencia y aprovechar el tejido urbano para realizar la labor clandestina. Esto significaba que, en puntos de encuentro preestablecidos, se intercambiaban seudónimos y se establecía un origen falso para su vínculo. Rápidamente, los combatientes de la resistencia establecían las características cualitativas básicas de su relación, ya fueran amigos, colegas o amantes, que debían mantenerse durante múltiples reuniones. Acordaban un lugar creíble - pero inventado - del que habían venido ese día y un falso punto de destino. Al hacer estas conexiones, la aparentemente simple instrucción comunista de ocultar la verdadera identidad en realidad resultaba en la reinvención de la individualidad, tanto en el contexto del peligroso trabajo disidente como en la propia conexión con los demás. Esta forma de resistencia dependía de la invención de nombres ficticios, una relacionalidad fabricada e, incluso, una psicogeografía compartida e imaginada de la ciudad. Era, por ende, más que una mera directriz: era una táctica, una heurística, un vínculo y un refugio, una forma de separarse de la propia identidad ‘legal’ y de crear una amistad imaginaria con el otro. Era, en cierto sentido, una forma de comprensión, o de enfrentarse y resistirse a la realidad en términos arendtianos.
Luego de que Eichholzer fuera llamado a Austria en la primavera de 1940 y Maier Mayer se fuera en otra misión, Schütte-Lihotzky dejó Estambul en diciembre del mismo año. Durante sus respectivos viajes, Schütte-Lihotzky y Maier Mayer emplearon una serie de tácticas de resistencia o ‘ilegales’, utilizando prácticas corporales y mnemotécnicas para crear un depósito donde transportar información. Cuando Maier Mayer llegó a Agram, Yugoslavia, Julius Kornweitz (1911-1944), o «Bobby», que también era un arquitecto en ejercicio, le enseñó la táctica para descifrar mensajes secretos a través de una secuencia de fracciones. En este sistema de encriptación, los numeradores y denominadores indicaban líneas y letras en la página de un libro que servía como clave preestablecida para este tipo de mensajes clan-destinos. Schütte-Lihotzky también recibió instrucciones de Kornweitz en Agram, quien le entregó un mensaje codifica-do de contactos y direcciones vienesas basados en el mismo sistema ‘matemático’. Ella ocultó esta información en un pequeño trozo de papel arrugado en su canal auditivo durante un viaje. El 30 de diciembre de 1940, Schütte-Lihotzky llegó a Viena tras haber llevado este vital mensaje a través de las fronteras (Schütte-Lihotzky, 1984:45-48).
Siguiendo cuidadosamente las instrucciones practica-das en Estambul, Schütte-Lihotzky se quedó en la casa de su hermana en Viena y asistió a reuniones sólo después de largos y serpenteantes paseos por la ciudad. Era crucial, y no requería mayores explicaciones, que todos quienes trabajaban en la resistencia entendieran que la oposición organizada al régimen nazi, especialmente en Austria y Alemania, era sumamente peligrosa, sobre todo si los seguían. Junto a la psicogeografía urbana compartida que establecía el ‘protocolo de ilegalidad’, los combatientes de la resistencia en Viena confiaban en la performatividad real de la ciudad para asegurarse de no ser seguidos. Schütte-Lihotzky tomaba des-víos largos y errantes en los jardines imperiales de la antigua residencia de verano de los Habsburgo en Schönbrunn, cruzando el parque y sus avenidas (Schütte-Lihotzky, 1984:50). La axialidad del paisaje barroco garantizaba que no hubiera nadie a la vista y que no fuera detectada. Así, la monumentalidad del parque y su arquitectura de vigilancia imperial se volvían contra el estado totalitario.
Maier Mayer, que operó desde Austria por más tiempo que Schütte-Lihotzky, se encargó de la organización, precaria pero esencial, de los grupos de resistencia de las tres principales ciudades de Austria: Viena, Graz y Linz. Trabajando con Eichholzer, a quien en ocho meses vio sólo unas pocas veces en Viena y Salzburgo, logró conectar a los combatientes de la resistencia en Viena con un grupo de operarios, tipógrafos y artistas en torno a Karl Drews (1901-1942). El grupo de Graz logró producir lo que se convertiría en el único folleto conocido que hace públicas las atrocidades y asesinatos masivos de personas con discapacidad a manos del régimen nazi en Austria, aún conocidos eufemísticamente como programas de ‘eutanasia’ (Neugebauer, 2014:92).
Durante los veinticinco días de activa labor de resistencia en Austria, Schütte-Lihotzky se embarcó en su misión de localizar al jefe de la resistencia comunista, Erwin Puschmann (1905-1943), a quien sólo conocía como ‘Gerber’. Debía persuadirlo de que abandonara el país, pues se temía que la organización central se hubiera visto comprometida, pero era reacio a irse y sus reuniones estaban eclipsadas por la presencia de su ‘mano derecha’, un hombre con el seudónimo ‘Ossi’. Schütte-Lihotzky también tomó nota de la literatura antifascista para su reproducción y difusión en el extranjero. Con este fin fue a Favoriten, uno de los distritos de clase obrera de Viena, donde se organizaba la mayoría de la actividad de resistencia. En una pequeña casa, habitada por un tipógrafo y su esposa, ella leyó y memorizó folletos y artículos subversivos.
Justo antes de que Schütte-Lihotzky regresara a Estambul, Maier Mayer se reuniría con ella en Hamburgerstrasse, probablemente para entregarle contactos y direcciones. Antes de esta reunión, Schütte-Lihotzky también vio por última vez a Puschmann para preparar y discutir su salida temporal de Austria. Esta vez, ‘Ossi’ no estaba en el punto de encuentro del café Victoria. En esta tarde, 22 de enero de 1941, la Gestapo capturó a Schütte-Lihotzky y Puschmann. En oleadas de arrestos luego de su captura, la Gestapo registró departamentos y detuvo a cientos de combatientes de la resistencia. Cuando Maier Mayer llegó a la residencia de la hermana de Schütte-Lihotzky esa tarde, también fue capturada por la Gestapo. En los interrogatorios, que partieron justo después de la captura, ambas mujeres se apoyaron en las tácticas de resistencia que habían ensayado, incluida la forma de mantener la calma y ocultar la información, duran-te y más allá del ‘protocolo de ilegalidad’ en Estambul.
En su libro La lengua del Tercer Reich, el filólogo y sobreviviente del Holocausto Victor Klemperer (1987:12) teorizó el concepto de ‘ilegalidad’, término asignado por los nazis para manchar la labor de disidencia. Retenido con orgullo en las memorias de muchos combatientes de la resistencia después de la guerra, este término definió su poder de resistir deliberada y activamente contra el régimen totalitario. Sin embargo, Klemperer también notó cómo, en los años entre guerras, esa misma ‘ilegalidad’ se refería originalmente a los propios nazis quienes, después de su ascenso al poder, lo volvieron contra otros, incluidos los disidentes políticos, así como contra cualquier persona que luchara vigorosamente por la preservación de cualquier cosmovisión ‘disidente’ (Klemperer, 1987:6). Un historiador del nacionalsocialismo como Timothy Snyder (2017:59-64) observa que esta distorsión y abuso del lenguaje es una táctica fascista generalizada que todavía existe. Klemperer fue igualmente cuidadoso de retener el origen del término al escribir sobre una conversación ficticia con toda una generación de alemanes y austríacos después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, Klemperer a la vez volvió el término sobre sí mismo al dejar a la vista los rarísimos esfuerzos de oposición en Alemania y Austria. «Existieron actos de valentía», escribió, «pienso en mucha gente valiente en los campos de concentración y en los (pocos) audaces ‘ilegales’». Estas palabras de Klemperer son críticas en al menos dos formas. En primer lugar, señalan que ‘ilegalidad’ se convirtió en un término de la resistencia, aunque originalmente fuera concebido para empañar y reprimir. A la vez, nos recuerdan cuán modesta fue realmente dicha resistencia. La naturaleza de la deliberación y la identidad como tales continúan siendo aspectos críticos en la reevaluación del trabajo de la resistencia.
Resistencia y encierro, escribiendo desde Viena, 1940-1945
¡Mi querida hermana, mi querida Hana! Pienso mucho, mucho, en ti y sólo pido que me perdones por todas las dificultades que te he causado. No tengo a nadie en este mundo a quien recurrir, excepto Wilhelm y ustedes dos. Tu amor y cuidado lo son todo para mí, y cuando recibo la ropa los sábados, estoy feliz de haber tenido algo en mis manos que tú, Dele, también tuviste en las tuyas. Querida Dele, debes mantener tu salud, no sólo para ti y Hana, sino también para tu hermanita, ¡¡que te necesitará tan desesperadamente!! Estoy reuniendo fuerza y energía para poder sobrevivir bien esta vez.
El 7 de febrero de 1941, Schütte-Lihotzky escribió una carta (antes censurada) a su hermana Adele y a su esposo desde una prisión de la Gestapo en Elisabeth Promenade, Viena, donde fue interrogada, intimidada y agredida. La carta mostraba la desesperación por la reclusión, el aislamiento y el terror que ella y otros combatientes de la resistencia enfrentaban. En este intento de llegar al mundo exterior era evidente la profunda necesidad de contacto y consuelo. La celda de Schütte-Lihotzky permanecía casi completamente oscura durante todo el día. Las paredes estaban manchadas de suciedad, el baño corroído y las noches marcadas por un frío prolongado. Más tarde se enteraría de que aislar a los prisioneros políticos era una táctica nazi (Schütte-Lihotzky, 1984:65-66). Estos intentos de desafiar el aislamiento le dieron la voluntad de persistir, aunque bajo circunstancias drásticamente distintas y extremadamente precarias.
En su trabajo sobre celltexts, los críticos de arquitectura Ines y Eyal Weizman propusieron que escribir en celdas puede «adquirir un potencial contenido subversivo, con-virtiéndose en aparatos espaciales críticos» que fomentan «el impulso del individuo de sobrevivir a través de textos, al reclamar su propia voz contra la imposición de otros, creando un reino autárquico en el que las prácticas de disidencia, políticas y personales, podrían ser restablecidas». Quiero reconocer este marco crítico, pero a la vez rechazar esta noción de completa autarquía. Si bien las celdas pueden convertirse en sitios subversivos para escribir, crear e imaginar de forma aislada, estas actividades a menudo se dirigen a crear colectividad, incluso en un intercambio imaginario con otros. Además, el encarcelamiento en el aparato terrorista nazi, en las celdas de las cárceles de distrito, en cualquier momento podía implicar la deportación a campos de trabajo y concentración, y la reducción a lo que Giorgio Agamben denominó ‘vida desnuda’ (Agamben, 1998:119-181).
En los primeros días después de las detenciones en Elisabeth Promenade, las horas de aislamiento fueron interrumpidas sólo por interrogatorios en la sede de la Gestapo en el antiguo hotel Métropole en Morzinplatz 4. La historiadora del Holocausto y erudita de la resistencia Elisabeth Klamper escribió que durante estos interrogatorios la gente fue torturada con «amenazas, insultos, permanecer de pie durante horas, privación de agua y comida, bofetadas, puñetazos, patadas en el abdomen, palizas con porras de goma, látigos, branquias de buey y varillas de acero (...) quemando ci-garrillos, encadenando, y ahorcando a víctimas atadas de los marcos de las puertas» (Klamper, 2017:39). Schütte-Lihotzky y Maier Mayer, que rápidamente se dieron cuenta del destino de la otra, sufrieron constantes agresiones verbales y fueron amenazadas con violencia física, simulacros de ejecución e inducción al suicidio. Ante estas formas de abuso, Schütte-Lihotzky trató de mantener la calma para no revelar detalles sobre otros y ocultar información durante los interrogatorios. Como se había acordado con Eichholzer en Estambul, para evitar contradicciones e inconsistencias innecesarias se mantuvo fiel a la verdad siempre que el trabajo político no estuviera involucrado y «mintió convincentemente» sobre lo demás. Maier Mayer admitió lo que creía que la Gestapo ya sabía en los interrogatorios y se negó a cambiar sus declaraciones incluso cuando se le alentó a hacerlo con la perspectiva de ‘clemencia’. De hecho, la sensación de haber actuado por su propia voluntad la dotó de un sentido de autodeterminación. La fuerza de Schütte-Lihotzky para controlar sus declaraciones, por otro lado, le dio la confianza inicial de que había una manera de persistir en la resistencia. De vuelta en el aislamiento, recordaba temblar durante horas en su celda por miedo a los demás.

Fuente: University of Applied Arts, Collection and Archives, Margarete Schütte-Lihotzky Papers, Q-54.
Figura 3 Dibujo de la antigua prisión del distrito de Schiffamtsgasse, Viena, hecho de memoria por Schütte-Lihotzky en Viena durante 1980. Aquí fue recluida junto a otras catorce mujeres, incluida Victoria Maier Mayer.
El 22 de abril de 1941, tras tres meses de detención y tortura, ambas mujeres fueron trasladadas a la antigua prisión del distrito en Schiffamtsgasse, donde la Gestapo encarceló a combatientes de la resistencia. En una camioneta de transporte con otros cinco disidentes, Schütte-Lihotzky y Maier Mayer se volvieron a ver por primera vez desde sus reuniones conspirativas en la libertad de Estambul. En esos pocos mi-nutos, las dos mujeres hablaron brevemente y en voz baja, acordando los puntos a los que se adherirían en los juicios falsos que les esperaban. Este momento precioso de intimidad y solidaridad fortaleció su continua creencia en la necesidad de resistir en otras condiciones.
A pesar de esta instancia de camaradería, la vida se volvió considerablemente más dura en Schiffamtsgasse. Mientras Schütte-Lihotzky esperaba una sentencia de muerte casi segura, la suciedad, el frío y la desnutrición causaron estragos en su cuerpo. Sufrió un brote de sarna y su menstruación se detuvo (Schütte-Lihotzky, 1984:65). La tensión psicológica en las otras catorce mujeres que fueron internadas con ella, incluida Maier Mayer en el cuarto piso, fue tremenda: todas vivían con el miedo constante a su propia ejecución o a la de sus parejas. Muchas tenían niños en casa que de repente habían perdido a uno o ambos cuidadores. La mayoría de las mujeres eran trabajadoras manuales y no poseían los medios financieros para mantener a sus hijos. Lavanderas, tejedoras, trabajadoras domésticas, empleadas de ferrocarriles y fábricas, y barrenderas de profesión, algunas de ellas estaban desnutridas incluso antes de sus arrestos.
Una forma de continuar la resistencia en completo aislamiento era elaborar estrategias sobre declaraciones y establecer defensas. Todos los combatientes de la resistencia fueron sometidos a juicios simulados en los que «el terror nazi se convertía en ley». Por lo tanto, era imperativo de-batir las estrategias de defensa que, si bien no afectaban los resultados de estos juicios falsos, ocultaban información sobre otros, especialmente de disidentes que todavía trabajaban en la clandestinidad. Estos camaradas a menudo eran familiares, amigos o conocidos. En particular, muchas de las mujeres de clase trabajadora internadas con Maier Mayer y Schütte-Lihotzky también se conocían en libertad y estaban unidas por sus creencias compartidas en el trabajo disidente.
Estas amistades, así como los objetivos comunes compartidos por los combatientes de la resistencia, permitieron a las quince mujeres en Schiffamtsgasse desarrollar varias formas de intercambiar información dentro de los muros de la prisión y en el exterior: quienes podían establecer conexiones visuales se comunicaban entre las celdas con un simplificado lenguaje de señas; un código Morse básico permitía la entrega de mensajes cortos a los presos debajo de una celda en particular y una señal de golpeteos se convirtió en signo de advertencia ante la llegada inminente de guardias a pisos individuales. Los mensajes secretos escritos en papel o tela, llamados Kassiber, eran transportados al mundo exterior o dentro de la prisión por las detenidas que repartían alimentos, con gran riesgo para sus portadoras.

Fuente: Documentation Centre of Austrian Resistance (DÖW), no. 4408.
Figura 4 «Kassiber», mensaje secreto que comenta el juicio de Schütte-Lihotzky, Viena, 1942.
Otro método de transferencia de información, el Schnürln o ‘encadenamiento’, se usaba para camaradas agredidas brutalmente por la Gestapo en las celdas del sótano y que pasaban días sin sustento. Colgaban hilos de lana fuera de las ventanas de la prisión para enviar Kassiber o comida al sótano. Las combatientes de la resistencia en celdas alineadas verticalmente agregaban una porción de sus escasas raciones de comida. Schütte-Lihotzky recordó la ayuda y la valentía de dos mujeres judías internadas en la planta baja, que tuvieron el coraje de pasar comida y Kassiber, aunque el riesgo era considerablemente mayor para ellas (Schütte-Lihotzky, 1984:80). El diseño del espacio carcelario, de paredes gruesas e impenetrables concebidas sólo para castigar, oprimir, aislar, deshumanizar y generar terror, fue subvertido por la infinita delgadez de hilos de lana, peque-ñas porciones de sustento, coraje y solidaridad.
Otra infraestructura clave para crear espacios colectivos en aislamiento fue, quizás, la menos esperada: la tubería del inodoro. Conectando un total de treinta y seis celdas (ocho en cuatro pisos), los ductos del baño eran el único medio de comunicarse directamente con otros prisioneros en los niveles inferiores y funcionaban como amplificadores del habla. Eran esenciales para aconsejar y alertar sobre amenazas, pero también para intercambiar historias sobre la continua lucha, la esperanza y esa vida distinta que alguna vez tuvo lugar y que podría ser posible una vez más. Durante la reclu-sión, este sistema permitió a las prisioneras dar conferencias y, en una instancia inusual, incluso compartir una festividad. «Celebramos el 1 de mayo de 1942, doce hombres y ocho mujeres, todos comunistas, en el baño», recordaría Schütte-Lihotzky (1984:80). Hedwig Urach (1910-1943), quien fue una organizadora clave en las fábricas de Viena, pronunció un discurso festivo centrado en la resolución y la inspiración. La amistad y el desafío continuo de Urach, desarrollado a través del muro que compartían sus celdas, le dio a Schütte-Lihotzky la esperanza de persistir.
Estos métodos para construir colectividad en completo aislamiento eran apoyados por precarias iniciativas de educación compartida en instancias inusuales. Los intrincados acertijos y puzles espaciales permitieron a las combatientes de la resistencia operar contra la lógica carcelaria insertando términos que sólo las internas conocían, como Schnürln o Kassiber. Un crucigrama confeccionado por Schütte-Lihotzky contenía los nombres de prisión de las combatientes - distintos de sus seudónimos o nombres ‘ilegales’ - y también los sobrenombres despectivos que, de manera desafiante, les habían asignado a sus opresores. Así se reflejaba la lucha y la necesidad de desprenderse de la realidad del terror, confrontándola activamente. Aunque distintos a la producción introspectiva de los textos propuestos por Ines y Eyal Weizman, estos crucigramas, así como los Kassiber, eran, en cierto sentido, formas de coescritura subversiva y clandestina.
La artesanía encubierta también sirvió como una forma de subversión de las prácticas de trabajo forzado en casos ex-cepcionales. Una vez, Schütte-Lihotzky creó en secreto una mesita de noche, hecha de cajas de cartón de tabletas efer-vescentes que debían envolver en trabajos forzados. Aunque esta mesita de noche no ha sido reconstruida, es probable que fuera plegable para ocultarla debajo de una manta o un saco de paja. En la década de 1920, Schütte-Lihotzky había ideado docenas de objetos domésticos plegables en su trabajo arquitectónico, incluyendo camas, sillas y mesas portátiles. Incluso en el aislamiento de Elisabeth Promenade, detalló descripciones de una mesa plegable en su celda, señalando que su presencia, aunque sólo fuera en momentos, servía para recordar la posibilidad del espacio social.
Maier Mayer pasó días desenredando una bola de lana y luego ordenó cada hilo por color y tamaño. Cuando un guardia le dio un gran paquete de sellos, los clasificó y vivió, como recordaría décadas después, en «los pequeños mundos» de cada una de sus imágenes. Otra tarea que la mayoría de las mujeres en Schiffamtsgasse tenía que hacer era cortar los restos de tela, que luego se tejían en alfombras de trapo. Todos estos trabajos eran forzados y a menudo abusados por los guardias para conseguir favores. Sin embargo, en algunos casos raros, las mujeres escondían algunos de los hilos de la tela y se hacían pequeños regalos entre sí. Estos signos de solidaridad convirtieron la fuerza laboral que les había sido despojada en símbolos de resistencia. «Cuadernos en miniatura con buenos deseos» y «zapatillas, como símbolo de algún día ‘caminar hacia la libertad’», recordaría Schütte-Lihotzky (1984:89). Este tipo de solidaridad era esencial para la capacidad de Schütte-Lihotzky de mantener la fuerza, incluso cuando creía que su propia ejecución era inminente. «¡Querida, querida hermana! Ahora te escribo la última vez antes de que se decida mi destino», escribió el 13 de septiem-bre de 1942, nueve días antes de su propio juicio.
Por favor, sigan siendo tan felices y valientes como lo han sido, deseo con todo mi corazón que sigan disfrutando de la vida. A pesar de mi duro destino, tu vida no debe ser arruinada y tampoco debe ser la de Wilhelm. Todo el tiempo de prisión fuiste como una madre para mí, llena de amor y cuidado, y lo has aliviado inmensamente. (...) La vida en el internamiento no fue en vano, pude ayudar a mucha gente que sufría, leí mucho y aprendí mucho. Sólo por el momento, es (...) muy difícil. De hecho, este es probablemente el mayor sufrimiento emocional que un humano puede experimentar (...) Mis compañeras de celda están llenas de cuidado y compasión en este momento.
La camaradería sobre la que escribió Schütte-Lihotzky se ejemplificaba en sistemas de cuidado que, en escasas ocasiones, se manifestaban como vítores festivos cuando una amiga era liberada. En 1942, la embajada chilena logró negociar la extradición de Maier Mayer después de la conferencia de Río en la que, trágicamente, Chile siguió siendo uno de los únicos países latinoamericanos que mantuvo la neutralidad hacia la Alemania nazi. Cuando Maier Mayer se iba de Schiffamtsgasse, sus camaradas coreaban su seudónimo ‘Wera’ y ‘Hasta que te veamos en libertad’ (Schütte-Lihotzky, 1984:106). Schütte-Lihotzky nunca estuvo segura de si Maier Mayer las había escuchado.
El 22 de septiembre de 1942, el Segundo Senado del Tribunal Popular nazi condenó a Schütte-Lihotzky a quince años de reclusión forzada en el campo de trabajo para mujeres de Aichach. Los académicos de estudios carcelarios han destacado que pensar en los grados de culpa refuerza la lógica carcelaria en general. Además, en el aparato terrorista de los nazis la sentencia era completamente arbitraria, cruel y estaba fuera de la ley o de cualquier comprensión convencional de un procedimiento legal. Castigaba severamente los actos menores de decencia y humanidad con tortura, internamiento, trabajo forzado y ejecuciones. Los combatientes judíos de la resistencia, sobre todo después de 1941, ni siquiera eran sometidos a estos juicios falsos. En la ideología antisemita de los nazis, tan sólo su identidad los condenaba a la deportación, campos de concentración y asesinatos masivos en la Shoah.

Fuente: AzW, Center for Architecture Vienna, Margherita Spiluttini Papers, Ka 404, 35A.
Figura 5 Dibujo del cuaderno de prisión de Margarete Schütte-Lihotzky, probablemente de 1941, ahora desaparecido.
En Aichach, Schütte-Lihotzky estuvo recluida en un ambiente de terror constante durante más de dos años y medio. Una de sus amigas se suicidó, muchas de las mujeres murieron de hambre y la propia Schütte-Lihotzky, que padecía tuberculosis desde la década del veinte, enfermó gravemente. Finalmente, el 29 de abril de 1945, Schütte-Lihotzky y cientos de otras mujeres fueron liberadas por las tropas estadounidenses y canadienses. Aunque escribió sobre este período en Memorias de la resistencia, sus recuerdos de este terrorífico lugar son escasos. El lector contemporáneo no puede evitar preguntarse si estas experiencias, incluso a una distancia de cuatro décadas, eran demasiado dolorosas para ponerlas en el papel.
Seguir resistiendo: nombres «ilegales» en Viena y Santiago, 1945-2000
Schütte-Lihotzky regresó permanentemente a Viena en 1947 y siguió comprometida con las labores de disidencia por el resto de su vida. A fines de la década del cuarenta, abogó por la creación de varios monumentos antifascistas en Austria. Pero años más tarde no consiguió que la muestra «Never Forget» de 1946 itinerara por el país. Si bien esta exposición documentaba los horrores del Holocausto, no se ocupó del apoyo del público austríaco al Anschluss, de exhibir las atrocidades cometidas por los civiles contra los judíos, ni de mostrar los logros judíos en Austria, presagiando así medio siglo de vergonzosa omisión y cultura del olvido. Además, en 1950, un proyecto propuesto por Schütte-Lihotzky y Schütte para las víctimas del fascismo en el campo de concentración de Mauthausen no recibió fondos. Su matrimonio también terminó después de eso. «Los seis años de estar separados de 1940 a 1946 no fueron buenos para nuestro matrimonio», señaló Schütte-Lihotzky en una carta de 1956 a Maier Mayer, señalando el trauma y el sufrimiento que había soportado.
En el clima conservador de la Austria de posguerra, con los antiguos nazis alcanzando nuevamente posiciones de poder, Schütte-Lihotzky se vio excluida de las comunidades sociales e intelectuales vienesas a las que deseaba pertenecer. Extraoficialmente, se le prohibió la obtención de encargos importantes incluso dentro de las organizaciones municipales socialdemócratas de Viena, aunque era experta, calificada y bastante famosa. Como una comunista que había sido encarcelada, su vida fue testigo de la principal mentira de la Segunda República austríaca: que esta nación era «la primera víctima de los nazis». Así, Schütte-Lihotzky se replegó en el Partido Comunista, donde mantuvo funciones oficiales durante el resto de su vida (Bois, 2018:66-88). En junio de 1948 fue elegida presidenta de la Federación de Mujeres Democráticas, la organización de mujeres de ese partido (Schütte-Lihotzky et al, 1996:274). A principios de la década del cincuenta diseñó el ala de oficinas y personal de Globus, la imprenta y editorial del Partido Comunista. Este gran encargo la trajo de vuelta a la colaboración con otros arquitectos en una rara instancia de trabajo en equipo.
Maier Mayer regresó a Chile en 1942 bajo condiciones extremadamente difíciles. Durante meses se vio obligada a trabajar en una oficina de arquitectura en Jena, cerca de Weimar, bajo estricta supervisión de los funcionarios nazis, hasta que fue liberada. Todo su correo fue interceptado y no hubiese regresado a Chile de no ser por una enorme presión política. A su regreso se inscribió en el Colegio de Arquitectos de Chile, convirtiéndose en la primera arquitecta colegiada en el país. Pronto empezó a enseñar en la Universidad de Chile. Allí formó parte de un grupo de reformadores e intelectuales chilenos progresistas y políticamente comprometidos que abogaron por una educación arquitectónica enfocada en la realidad social del país y en las necesidades de sus trabajadores (Maulén, 2006). En el grupo estaban su futuro esposo Jorge Bruno González Espinoza (1915-2008), su cuñado Sergio González Espinoza (1926-2004) y los posteriores miembros del Taller de Arquitectura y Urbanismo (TAU) y de BEL Arquitectos (Silva Lara, 2013; Lawner, 2013). En 1943 Maier Mayer intentó ser miembro del Partido Comunista de Chile, pero se le recomendó no estar oficialmente inscrita para evitar posibles consecuencias para sus compañeros de la resistencia austríaca. En 1946, después de cuatro años de esperar noticias de Austria, se le informó que su pareja, Eichholzer, había sido ejecutado en 1943.
Cuando Maier Mayer se enteró de que Schütte-Lihotzky había sobrevivido, inmediatamente buscó contactarla, pero no fue hasta inicios de la década del cincuenta que pudieron establecer una correspondencia más frecuente. Su continuo intercambio epistolar revela preocupaciones compartidas, a pesar de sus diferencias en circunstancias familiares, edad y en sus nuevos entornos geopolíticos y geográficos. En su compromiso conjunto se mantuvo el apoyo al Partido Comunista, un profundo cuidado político y personal por los demás y, lo más sorprendente, una continuación de su resistente trabajo arquitectónico y político.
De hecho, uno de los principales objetivos de Schütte-Lihotzky al publicar Memorias de la resistencia, en 1984, inicial-mente concebido como parte de una autobiografía, era escribir las vidas de los compañeros de la resistencia como evidencia y, así, actuar contra la cultura del olvido. En su apéndice hay más de cien bocetos biográficos que contienen los nombres reales de los combatientes de la resistencia y un perfil biográfico cuando Schütte-Lihotzky estaba segura de ellos. También incluyó descripciones detalladas de personas cuyos nombres no podía recordar o que nunca había conocido. La única excepción a esta regla fue su descripción de Maier Mayer, cuyo verdadero nombre conocía bien pero eligió ocultar, anotando sólo su seudónimo ‘Wera’ (Schütte-Lihotzky, 1984:183).
Deliberadamente eligió proteger a su amiga porque sospechaba que Maier Mayer estaba nuevamente involucra-da en actividades de resistencia mientras ella compilaba su manuscrito a inicios de la década de 1980. De hecho, mientras trabajaba como inspectora técnica en el Departamento de Vivienda, Urbanismo, Obras Públicas y Transporte de la Contraloría General de la República de Chile, Maier Mayer organizó reuniones clandestinas en su casa durante y tras el golpe de Estado de Pinochet en 1973. En dichas reuniones, pudo enseñar a su familia y amigos en Santiago estrategias como el ‘protocolo de ilegalidad’.
En 1986, cuando fue homenajeada por el Colegio de Arquitectos de Chile, Maier Mayer sólo aludió a su resistencia temprana, pero la comparó con el activismo que consideraba necesario en Chile. En su discurso, también se refirió a los vínculos entre la responsabilidad social, la política y, en particular, la arquitectura. «Recibí el título de arquitecto comparativamente joven, a los veintidós años de edad», escribió Maier Mayer en su discurso de aceptación al Colegio. «Casi de inmediato, un pequeño grupo de colegas de nuestra escuela (...) fue elegido para viajar a Europa junto a una de-legación de ingenieros de la misma generación». Ella continuó: «Vengo de una familia de habla alemana cuyos valores morales se derivan del pensamiento de un Schiller, un Goethe, un Hegel, un Marx, un Humboldt o un Fechner». Tras estos comentarios sobre su familia y su formación académica, articuló por qué pensaba que los arquitectos tenían una disposición particular a la resistencia. Hablando sobre el período 1935-1938 en la Alemania nazi y en Austria, dijo:
Ahora comprendo que la conjunción representada por los valores morales antes referidos y el proceso político que ya se había estado gestando en Chile antes de nuestra salida, mucho antes de sentir la presencia de la dictadura del nacionalsocialismo, generaron en mi conciencia, un violento rechazo a cualquier forma de dictadura, y fue por aquello, no me cabe la menor duda, que arquitecto por una parte y demócrata por la otra (que en el buen sentido es casi lo mismo) tuviera que sufrir los embates del nazismo. (...) Que estas palabras aquí dichas sean escuchadas, especialmente, por nuestros profesionales jóvenes, por los estudiantes de nuestra profesión, pues confío que en ellos crecerá la semilla que fructificará en la construcción de mejores tiempos y volvamos los arquitectos todos, a entregar nuestras habilidades para servir mejor a nuestros congéneres, en especial a aquellos más desposeídos, con altitud de espíritu y de este modo contribuir a la edificación de una sociedad más justa.
Este compromiso con los ideales democráticos, el humanismo y la justicia social resultó ser la motivación crucial tras su vida en la resistencia. Estas convicciones contribuyeron a su decisión de unirse a la resistencia en 1938 y en 1973. Sin embargo, vale la pena destacar que, en opinión de Maier Mayer, una perspectiva humanista y un potencial de resistencia también moldeaban la disciplina de la propia arquitectura. La creación de mejoras duraderas en las condiciones mate-riales de vida mediante el establecimiento de un marco político era, a fin de cuentas, el enfoque marxista fundamental compartido por Schütte-Lihotzky, Maier Mayer y Eichholzer en Estambul durante los treinta. En la posguerra, como Schütte-Lihotzky, Maier Mayer insistió en transmitir las especificidades de sus prácticas de resistencia a una generación más joven de arquitectos y artistas para que pudieran ser utilizadas dentro y fuera de la profesión.
Cuando Schütte-Lihotzky revisó el prólogo de sus memorias en 1995, se leía casi literalmente como un reflejo del discurso de Mayer Maier. Allí escribe que esperaba que el libro llegara a historiadores, cineastas y jóvenes. Sin embargo, dedicó la mayor parte del espacio al tercer grupo, con la esperanza de que «los jóvenes, aquellos que nacieron después de la guerra (...) quisieran conocer las vidas de los austríacos de mi generación, y sus decisiones políticas y éticas» (Schütte-Lihotzky, 1984:113). Luego profundizó:
Los jóvenes de hoy sienten que sus propias decisiones determinarán el destino de las generaciones futuras, como lo hicimos nosotros mismos durante esos años (...) Vivimos en tiempos de incertidumbre, y quién puede decir qué tendrá que soportar la generación más joven, incluso en Europa. Esta es precisamente la razón por la que proporcioné una descripción tan detallada de mis tratos con la policía, de sus métodos de interrogación y de mis juicios: si alguno de mis lectores se encuentra en una situación similar, espero que mi testimonio les permita reaccionar de una manera mejor y más informada.
Incluso después de cuatro décadas, Schütte-Lihotzky y Maier Mayer mantuvieron una visión sobre el trabajo político y la vida que se había formado en la década del cuarenta. Con diecisiete años de diferencia - Schütte-Lihotzky tenía 41 años cuando se unió a la resistencia comunista y Maier Mayer 25 - seguían comprometidas con los ideales humanistas que veían bajo amenaza y los defendían abiertamente, incluso como ancianas. Mientras Maier Mayer organizaba reuniones clandestinas en su hogar en Santiago durante los años setenta y ochenta, Schütte-Lihotzky empezó a luchar contra el ascenso de la extrema derecha en Austria cuando se acercaba a su centésimo cumpleaños a fines de los noventa.
Schütte-Lihotzky volvió a hablar de resistencia y solidaridad cuando finalmente envió una de las últimas copias de Memorias de la resistencia a Maier Mayer. El obsequio llegó sólo unos días después de que asumiera el primer presidente democráticamente electo en Chile, el 11 de marzo de 1990. En la carta que lo acompañaba, Schütte-Lihotzky comentaba su sospecha de que Maier Mayer de nuevo había estado involucrada en trabajos políticos peligrosos y lo feliz que estaba de poder hablar libremente después de tantos años. Probablemente para proteger a su amiga, Schütte-Lihotzky se dirigió a Maier Mayer como ‘Inés’, su otro nombre.
Mi querida Inés y familia, ahora finalmente podemos hablar con libertad, al menos por carta. No sé por dónde empezar, hay mucho que decir. No me atreví a escribir todos estos años porque podía hacerte daño, estaba segura de que continuarías en la ilegalidad. Qué fortuna que ahora nos encontramos (por carta) nuevamente. Todos tus descendientes son encantadores. Gracias por las hermosas fotos. Aquí está mi libro sobre nuestros tiempos de «heroísmo» y sufrimiento. Te describí como «Wera» porque tenía miedo de que tu verdadero nombre pudiera dañarte. ¡Tengo 93! años ahora. ¡¡Brrr!! Pero todo está yendo bien aún. Sólo espero que vengas a Europa pronto, y que no sea por muy poco. (...) Era muy importante para mí que en Austria tanta gente como fuera posible aprendiera cuán grandes fueron los sacrificios de los austríacos en la resistencia. Tienes la última copia (del libro).
Al dirigirse a Maier Mayer como Inés, Schütte-Lihotzky, que a veces firmaba las cartas a su amiga con una combina-ción de su nombre de reclusa, su nombre legal y su seudónimo, ‘Liesl-Grete-Paula’, había encontrado la manera de hacer resistente la identidad real de su amiga.
En 1997, su deseo de reunirse con Maier Mayer se hizo realidad cuando esta última visitó Viena para celebrar el centésimo cumpleaños de su amiga. Otros sobrevivientes de la resistencia llegaron desde Turquía, Polonia y Alemania. Esta ocasión fue la única vez en que ‘Paula’ y ‘Wera’ volvieron a verse. Se habían visto sólo una vez más después de su reclusión, en Berlín en 1966, cuando Victoria pudo decirle a Grete que había escuchado sus vítores al salir en libertad.
P. D. Sobre afinidad e identidad: para historias espaciales interseccionales de disidencia y más
Aunque Memorias de la resistencia de Schütte-Lihotzky mues-tra un camino para escribir en la actualidad historias arquitectónicas de disidencia, es crucial observar que no está libre de una cultura del olvido que, en Austria, es onmipresente y de larga data. Lo que sus memorias sí logran es resaltar las tácticas visuales y espaciales críticas para la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. Su libro también fue uno de los primeros en tematizar la resistencia femenina y en exponer formas de cuidado - material e inmaterial - que se imaginaron, construyeron y mantuvieron en este marco de género. Aún así, parece pertinente plantear algunas preguntas sobre identidad y afinidad desde la perspectiva de los estudios de resistencia y la historia de la arquitectura.
En los estudios de resistencia actuales, escribir historias de disidencia en sintonía con cuestiones de género no es una idea nueva. Desde la década de 1980, sobrevivientes y académicos han enfatizado de manera generalizada las intersecciones de género, sexualidad y resistencia, y que el aparato terrorista nazi castigó y reprimió a las personas por su identidad. Quienes no se correspondían con las manifestaciones heteronormativas de género eran particularmente vulnerables. La amiga de Schütte-Lihotzky, Urach, por ejemplo, soltera y una de las activistas más atrevidas, se presen-taba deliberadamente masculina. Fue caracterizada por el Tribunal Popular de los nazis como muy inteligente, a la par de sus compañeros varones, una acusación que selló su sentencia de muerte en un juicio falso (Mugrauer, 2010).
Además, como observó en 1983 la historiadora, comba-tiente de la resistencia y sobreviviente del Holocausto, Vera Laska, la ideología patriarcal de los nazis era tan extendida que consideraba que las mujeres combatientes de la resistencia tenían menos probabilidades de ser las cabecillas de las operaciones riesgosas. Las fuentes secundarias en los estudios de resistencia, que también están dominados por normas heteropatriarcales, aún destacan el género y la sexualidad sólo cuando se discute el trabajo de disidentes que se identifican como mujeres. Las narrativas convencionales afirman que «las mujeres usaban sus encantos» en el trabajo clandestino. Sin embargo, los historiadores rara vez han considerado las formas en que los combatientes de la resistencia que se identifican como hombres utilizaban su sexualidad en actividades disidentes. Eichholzer, por ejemplo, parecía haber consolidado lazos políticos a través de relaciones amo-rosas y prometió matrimonio a varias personas. De hecho, varios disidentes mantuvieron múltiples relaciones afectivas dentro de organizaciones clandestinas, lo que plantea preguntas sobre qué más se puede inferir sobre la solidaridad y la afinidad dentro del Partido Comunista.
Sin embargo, estas preguntas también conducen a interrogar cuestiones más complicadas sobre la violencia - a veces tácita - de los grupos oprimidos por su clase, género y especialmente religión. La propia Schütte-Lihotzky fue particularmente implacable cuando sintió que las personas con las que había empatizado y colaborado se habían alejado de las líneas del partido. En una carta escrita a Maier Mayer, fechada el 30 de diciembre de 1956, expresó su escepticismo sobre los privilegios de clase de un excamarada que había regresado a su negocio industrial en Estiria: «Nuestro Florian se casó con una esposa agradable pero increíblemente aburrida, está engordando y lleva una vida rural de lujo con dos perros y sin hijos». Para ella esta vida de lujo, de un hombre que disfrutaba los beneficios del boom de la posguerra, no correspondía a un antiguo combatiente de la resistencia. En la misma carta es-cribe: «Tus hijos se ven encantadores y estoy contenta de que tu vida haya sido feliz. Esto no se puede decir para la mayoría de nosotros, es decir, nuestros amigos en el sufrimiento». Luego contó la pérdida de compañeras de la resistencia que eran de clase trabajadora y que, como ella, habían sufrido graves consecuencias familiares durante la guerra. Estos sentimientos eran profundos y genuinos. Sin embargo, Schütte-Lihotzky rara vez reconoció o habló de sus propios privilegios de clase que diferenciaban su vida de las de sus amigos.
Cuando se trata de religión e identidad, las memorias de Schütte-Lihotzky son muy poco útiles. Reeditado en la década de los noventa en Viena, el libro se esfuerza y fracasa en pasar de una retórica del antifascismo a una crítica del antisemitismo. Schütte-Lihotzky nunca menciona que casi una cuarta parte de las personas que trabajaban con ella en la resistencia en el extranjero eran judías. No reconoce que el activismo de estas personas, tanto en Austria como en el extranjero, era más peligroso que el suyo. Tampoco habla de que, entre quienes colaboraron con ella, ningún combatiente judío de la resistencia sobrevivió al Holocausto. Como tal, nunca reconoció la diferencia ni comprendió la premisa arendtiana de que «uno puede resistir sólo en términos de la identidad que está siendo atacada» (Arendt, 1968:18). Hoy, los académicos debemos cuestionar cómo se han escrito las historias de resistencia política, especialmente porque han priorizado la resistencia nacional mientras descuidan la identidad, particularmente cuando se trata de describir los logros de los comba-tientes judíos de la resistencia. A pesar de que su activismo fue significativamente más peligroso, su trabajo a menudo no fue reconocido por sus camaradas de la resistencia comunista e incluso en la literatura secundaria. Sólo un ensayo de 2011, por ejemplo, investigó a fondo las actividades de Kornweitz, uno de los combatientes más hábiles de la resistencia comunista.
En conclusión, debemos continuar reconociendo cómo se narra la historia hoy y cómo entra en el presente. La pregunta principal para mí aquí es por qué la historia de la arquitectura ha privilegiado la discusión estética por sobre las historias políticas y sociales más ricas. ¿Por qué estas formas esenciales de producción espacial e imaginación se han alejado tanto de nuestro campo de investigación? ¿Por qué la historia de la arquitectura se ha preocupado tanto por las imágenes, cuando hay historias espaciales matizadas que deben excavarse a partir de textos, canciones y narraciones orales? Los historiadores de la arquitectura han rechazado, en general, las historias espaciales materiales frágiles en favor de las discusiones sobre los grandes sistemas tecnológicos. La mayoría de las veces, estos análisis confirman formas de opresión, pero, con pocas excepciones, hacen poco por explicar cómo estos sistemas fueron resistidos. Sin embargo, las canciones, las cuerdas en movimiento en el aire y las psicogeografías frágiles e imaginarias parecen precedentes igualmente imperativos para las tecnologías arquitectónicas y políticas que hoy son necesarias y requeridas.