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Historia (Santiago)
versión On-line ISSN 0717-7194
Historia (Santiago) v.34 Santiago 2001
http://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942001003400015
ANA MARÍA STUVEN V. La seducción de un orden. Las elites y la construcción de Chile en las polémicas culturales y políticas del siglo XIX. Santiago, Ediciones de la Universidad Católica de Chile, 2000, 316 págs.
Si se tiene presente que hacia 1870 la población total de Chile alcanzaba a poco más de un millón novecientas cincuenta mil personas, que ese mismo año los inscritos en el registro electoral eran poco más de 43.000 ciudadanos y que los votantes en las elecciones parlamentarias realizadas ese año fueron 30.632, y si además se tiene presente que en el mismo año 1870 las personas que sabían leer y escribir eran poco más de 340 mil, es decir, el 17,6% de la población del país, podrá recién aquilatarse de qué tipo de elite se trata y de cuántas personas se habla cuando se alude a la elite chilena de la primera mitad del siglo XIX.
Pues bien, a esa elite, y a sus querellas internas en materias políticas y culturales, está dedicado este riguroso estudio de historia de las ideas. Su afirmación central es que "La clase dirigente era un grupo esencialmente conservador, abierto a un cambio que se percibía como inevitable, y al cual había que conducir a fin de no alterar el rumbo trazado y la estructura de poder consolidada por la misma elite" (p. 20). Tres tipos de elementos es posible distinguir como aquellos que son, a la vez, el acervo cultural que se reconoce como propio, y el objeto de "la polémica como medio articulador del disenso posible". Se trata de los valores religiosos, éticos e históricos, los valores político-sociales, y el espíritu de la época.
El trabajo está dividido en tres partes.
En la primera se explicitan los elementos del consenso social que operan como sustrato de continuidad y cambio. Esos consensos dicen relación en primer lugar con el orden social que debe existir en una sociedad que transita desde el principio de la legitimidad monárquica a la legitimidad republicana y democrática, y a su necesaria traducción institucional. "Para comprender los primeros puntos de inflexión del concepto de orden, es fundamental insistir en que incluso los sectores más conservadores de la clase dirigente chilena se encontraban inmersos en un mundo de definiciones ideológicas fundamentalmente liberales...", pero la conciencia colectiva de esa clase dirigente, paradójicamente, "...se entroncaba con una percepción, muy conservadora, de que existía un "orden natural de las cosas" y que todo cambio, aceptado en el plano intelectual, debía graduarse en función de ese orden" (p. 42). En segundo lugar, se trata del consenso en torno a la religiosidad católica como la expresión de la fe común de una sociedad unida. "Chile era un país católico y el Estado así lo reconocía"; es más, "El Chile oficial y las expresiones públicas de los miembros de la clase dirigente daban testimonio de su fe católica" (p. 54-55).
A continuación se presenta a los actores implicados en el asunto y el contexto en que su acción tiene lugar: la clase dirigente que "no necesitó imponer su autoridad frente a grupos rivales. Era el grupo llamado naturalmente a gobernar..." (p. 61) y dentro de ella se trata fundamentalmente de aquellas personas que integran lo que se ha dado en llamar la generación de 1842: Bello, Lastarria, Bilbao, Pedro Félix Vicuña entre otros; el grupo de argentinos que se avecindó en Chile por esos mismos años huyendo precisamente de la "falta de consenso" de la elite de su país entre los que se cuentan Sarmiento, Fidel López y Alberdi, y de la voz de la Iglesia expresada especialmente por el Arzobispo de Santiago, Rafael Valentín Valdivieso.
Enseguida, la autora se detiene en las polémicas que tienen lugar en la primera parte de la década del 40. Por de pronto la discusión casi por sí misma. En palabras de Sarmiento "¡Viva la polémica! Campo de batalla de la civilización, en que así se baten las ideas como las preocupaciones...". Pero también en torno a las ideas relevantes. El tema de progreso: "Describir la manifestación de esta noción de un cambio inevitable y de un presente en transición, es decir, en movimiento, es fundamental para comprender el sustrato de legitimidad y la necesariedad de la polémica. Esta visión, predominante al interior de la clase dirigente chilena a comienzos del siglo XIX, es la única capaz de explicar por qué, por una parte, se crea el espacio para polemizar sobre la apertura hacia el cambio, y, al mismo tiempo, se ponen límites para asegurar que este no tenga consecuencias sobre el cuerpo social ni la estructura de poder" (p. 112). También el tema de la educación, que "Debe ser la tarea prioritaria de Estado y la meta social más importante en la medida que permitirá que las incertidumbres propias de un ideario nuevo y poco consolidado no se tengan que expresar necesariamente en una desestabilización social" (p. 119). Los contradictores en torno a estos temas se agrupan en el Instituto Nacional y en la recientemente fundada Universidad de Chile, por un lado, y en las páginas de la Revista Católica, por otro, aun cuando no se trata necesariamente de trincheras definidas o excluyentes.
Y por último, se nos presentan los desafíos al consenso y su correlato: el temor a desorden social que la autora sitúa de preferencia en la segunda mitad de la década de 1840. Se trata de explicitar los elementos que "empezaron a minar ese consenso, sustento sobre el cual se apoyaba el espíritu de optimismo y confianza de la clase dirigente chilena" (p. 129). Asimismo, las relaciones entre la Iglesia y el Estado que experimentan una tensión creciente a partir de 1843 y que se profundiza con la dictación de la Ley de Régimen Interior que "dejaba a los curas párrocos sujetos a la autoridad del intendente provincial, y de un decreto de marzo de 1845 que prohibía la profesión de votos monásticos antes de los 25 años de edad...", lo cual dio paso a "una serie de polémicas que demuestran la polarización de la discusión entre dos bandos crecientemente irreconciliables" (p. 132). También, las reformas institucionales que se convirtieron en la demanda permanente de la oposición al gobierno. Finalmente la influencia de la revolución de 1848 que "tuvo profundas consecuencias en Chile... legitimó un discurso republicano democrático que ya afloraba como bandera de oposición. La constante interpelación que esta hacía al pueblo como depositario de la soberanía popular, su discurso reformista institucional y la importancia creciente que asumieron las doctrinas del liberalismo democrático... recibieron un certificado de legitimidad de parte de sus mentores franceses" (p. 149).
Todo lo anterior polarizó la discusión entre los partidarios del orden que llegaron a crear, en 1845 la "Sociedad del Orden" y que vincularon la noción de orden con la de autoridad y "los nuevos liberales que habían salido del espectro consensual para convertirse en oposición real". En fin, "La década de 1840 llegó a su fin marcada por la manifestación de visiones del mundo divergentes de las que tradicionalmente había sostenido la clase dirigente chilena... hasta culminar en la Revolución que sufre el país en 1851" (p. 158).
La segunda parte del libro está dedicada a las polémicas que la elite es capaz de sostener no obstante los marcos del consenso. Una primera querella se entabla respecto a la ortografía y al uso del lenguaje. Ella se ligaba directamente con la función educacional del Estado, que había sido asumida institucionalmente en la década de 1840. Samiento presentó a la Universidad una Memoria sobre Ortografía Americana que constituía la "culminación de su reflexión sobre el tema... (y) parte con una denuncia de la imposición de reglas "tiránicas" del idioma en España, las cuales alcanzaron su clímax, a su juicio, con la Inquisición, que impone de vuelta al latín como lengua docta y el fin de todo pensamiento racional" (p. 186). El pronunciamiento de la Facultad de Humanidades fue muy prudente: "cree que la reforma ortográfica debe hacerse por mejoras sucesivas", lo cual significó en la práctica la mantención de dos ortografías simultáneas.
Otra polémica se desató a propósito de la literatura y el movimiento romántico en general y "tuvo como sustrato el punto de vista común a toda la elite en torno a la concepción utilitaria de la cultura. Surgió, en realidad, por la lectura del contenido sociopolítico del texto romántico más que por un problema de crítica literaria" (p. 200), y constituye una "polémica al interior de un consenso, que reflejó muy bien los problemas de gradualidad en el cambio, de democratización de la sociedad, y de tensión por la influencia de la cultura en la conformación de nuevas estructuras de poder" (p. 207).
Una tercera discusión se produce a propósito de la disciplina histórica y de la investigación de la historia patria. La autora muestra "el proceso de validación de la disciplina histórica en la cultura chilena, incluso más allá del ámbito académico como parte constitutiva del proceso de creación de la identidad nacional, y como instrumento de poder, en la medida en que la recreación del pasado explicaba el presente y servía de argumento para la creación del futuro" (p. 222). Para ello analiza los trabajos de Lastarria y las polémicas que desataron y su incidencia en los valores que sustentaba la clase dirigente.
Una última polémica se sitúa en el límite de lo tolerable y termina en escándalo. Ella está ligada a la publicación de "Sociabilidad Chilena", de Francisco Bilbao, uno de los protagonistas principales de todo el período. Es el "responsable de que se pusiera a prueba el espíritu de tolerancia inaugurado pocos años antes, y que la elite chilena desplegara todos sus recursos en la defensa de los valores que sustentaban su poder" (p. 251). Sus ideas fueron recibidas como revolucionarias por "casi todo el mundo" intelectual del país, y el autor fue enjuiciado y "condenado por los delitos de blasfemia e inmoralidad al pago de una multa en dinero. La acusación por sedición fue abandonada" (p. 270), y más tarde los decanos aprobaron su expulsión de la universidad. Ese juicio "constituyó un mecanismo de defensa importante contra un ataque percibido como artero" (p. 271).
La tercera parte del texto constituye a la vez su epílogo. Se trata de una nueva versión de una publicación anterior de la autora y está dedicada al análisis de la ruptura de los consensos existentes y a la búsqueda de nuevas formas de certeza colectiva, todo lo cual se manifiesta en forma definitiva en la revolución de 1859, es decir, en la década siguiente a la que ha estado dedicado el corpus del libro, y en ese sentido el análisis resulta, por su limitación, un poco desequilibrado frente al extenso desarrollo que se ha hecho del mismo problema en la década anterior.
La primera parte del libro contiene lo medular de la tesis, en tanto que las polémicas que se analizan en la segunda constituyen su constatación empírica.
El conjunto de este trabajo, de lenta lectura, da cuenta en forma irrefutable de la riqueza del debate de la elite chilena al promediar el siglo XIX y de su cercanía intelectual con los avatares del pensamiento occidental.
MATÍAS TAGLE DOMÍNGUEZ