IntroduccIón
Durante el reinado de Felipe III (1598-1621) y en paralelo a la Tregua de los Doce Años (1609-1621), concertada entre las rebeldes Provincias Unidas y la monarquía hispánica. Esta última intentó, a través del envío de una serie de socorros a Filipinas (1610-1624), abrir una ruta comercial entre Sevilla y Manila2.
Las tentativas se debieron a una confluencia de intereses. Por un lado, los de los cargadores a Indias sevillanos que, viendo como disminuían sus ingresos, solicitaron suprimir el Galeón de Manila con el objetivo de comenzar una nueva navegación entre Sevilla y Filipinas. Por el otro, los de la Corona, que sumida en una importante crisis financiera y hacendística tanteó la posibilidad de estas armadas. Esto espoleó las resistencias de las élites manileñas y novohispanas. En ellas incluyo la aventura de Rodrigo de Vivero, exgobernador interino de Filipinas, que culminó entre otras cosas en la embajada Keichō (1613-1620). Por último, y no menos importante, los de los comerciantes extranjeros, incluidos los genoveses, que tenían planes propios para su desarrollo. Todos ellos apostaban por los innumerables beneficios que se podían obtener del comercio asiático, lo que favoreció, a pesar de los fracasos, los envíos de las armadas con destino a Manila.
Ambos elementos cuajaron, como demostraré, gracias a una nueva visión de la defensa de la monarquía hispánica. Esta paralizó la expedición de armadas extraordinarias de protección desde Lisboa a las Indias Orientales portuguesas (1605-1608) para intentar sustituir las mismas por el envío de los socorros antes citados a Manila; lograr una colaboración en Asia de las fuerzas de la unión ibérica; impedir la llegada de las fuerzas holandesas e inglesas a través del refuerzo de la posición ibérica en las costas de África; ambicionar una alianza con el Imperio safávida buscando un mejor posición en el Mediterráneo.
Para analizar, sin embargo, en su complejidad el problema hay que advertir la complementariedad existente entre el comercio asiático y el mediterráneo a través de los comerciantes levantinos de diversos orígenes que tenían como principal sede Venecia. Fernand Braudel en su Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II había situado, como también había hecho Frederic C. Lane, la continuidad del comercio de especias en el Mediterráneo a lo largo del siglo xvi, a pesar de la inauguración de la ruta portuguesa por el cabo de Buena Esperanza3. Aunque la llegada de los portugueses no supuso una ruptura del espacio comercial existente con anterioridad; es más, estos se incorporaron a las dinámicas previas del Índico y del Pacífico4. Mientras, en el Mediterráneo, la expansión del Imperio otomano ayudó a la célebre condotta de 1528 entre la República de Génova y la monarquía hispánica, que inauguró una fructífera relación entre ambas entidades. Gracias a aquel acuerdo los mercaderes y financieros genoveses se convertirían en piezas claves del sistema imperial hispano5.
A fines de la década de los noventa del siglo xvi, las antiguas rutas comerciales fueron desapareciendo poco a poco siendo complementadas, en algunos casos, o sustituidas, en otros, por unas nuevas bajo el paso firme que imponía la llegada de las compañías comerciales inglesas y holandesas y el repliegue del Imperio otomano en el Índico, según ha señalado Giancarlo Casale, ante el embate del Imperio safávida y mogol, en una cronología que va desde 1590 a 16306.
La irrupción de holandeses e ingleses en el espacio asiático tenía origen en el conflicto que ambas entidades políticas sostenían con la monarquía hispánica. Felipe I de Portugal, II de Castilla, se encontraba en la década de los ochenta del siglo xvi enfrentado a sus súbditos rebeldes de las diecisiete Provincias Unidas y a sus aliados circunstanciales: desde 1585, la monarquía inglesa de Isabel I. Con el objetivo de vencer en la guerra abierta con estos enemigos, Felipe II había decidido llevar a cabo una guerra comercial basada en el cierre de los puertos hispano-portugueses y en el envío de una armada de conquista a Inglaterra que fracasó en 15887.
En 1585, los avances de la guerra de Flandes dieron como resultado la conquista de Amberes. Las élites comerciales allí residentes, con conocimientos y posibilidades para establecer contactos con otros continentes huyeron8. Allí, como en la vecina Inglaterra, el cierre comercial había supuesto una fuerte inflación de precios. Hasta aquel entonces, las especias y la sal seguían dos rutas: la primera, terrestre con sede en Venecia, que dependía de un largo cúmulo de factores; la segunda, marítima, que conectaba la Península Ibérica y su sal con el grano báltico. El cierre de puertos suponía el fin de esta última, afectando tanto a los comerciantes portugueses como a holandeses e ingleses que, si querían mantener su preponderancia, debían encontrar nuevas fuentes de aprovisionamiento9. Esto se tradujo en el inicio de lo que Peter C. Emmer ha llamado la primera guerra global10.
En 1594, los holandeses, a través de la compañía de larga distancia Van Verre, habían conseguido abrir una ruta comercial con las Indias Orientales. Su regreso, en 1597, famélicos, pero con un importante cargamento apoyaba las posibilidades del comercio asiático. Estas oportunidades habían quedado reflejadas en la obra Itinerario publicada, en 1596, por Jan Huyghen van Linschoten11. Sin embargo, fueron los ingleses, en 1599, los primeros en fundar una compañía de comercio con las Indias Orientales, la East Indian Company (EIC). Mientras, los holandeses siguieron enviando barcos y creando compañías hasta que, en 1602, se gestó la Vereenigde Oostindische Compagnie (VOC, en adelante), la compañía de las Indias Orientales12.
La llegada de Felipe III al trono se producía en el marco de una severa tensión militar que se había trasladado a otros frentes de guerra. En América, en el Caribe y en las Salinas de Punta Araya, donde holandeses e ingleses acudieron para abastecerse de sal tras el cierre de los puertos ibéricos13. En Asia, donde la VOC, tras la toma del Santa Caterina (1603) por Jacob van Hemmskerck, que sirvió a Hugo Grocio para escribir su De Jure Praedae, continuaría su política militar de acoso que cuajó en una serie de conquistas en las Molucas: Amboina, Ternate y Tidore14.
Ante esta situación la Corona tomaría medidas. En el Atlántico, enviando una armada al mando del almirante Luis Fajardo; iniciando una discusión sobre la necesidad de crear otra, la de barlovento, con el objetivo de controlar el Caribe15 y, por último, ordenando construir una serie de fortificaciones que fueron encargadas a Juan Bautista Antonelli16.
En Asia, mandando una serie de armadas extraordinarias desde Lisboa, al tiempo que se ordenaba reforzar las fortalezas del Estado da India ante la presión tanto de los poderes europeos como de la Persia safávida y el Imperio mogol17. Ante la falta de recursos la financiación de aquellas armadas correría a cargo de una serie de ingresos extraordinarios, como el perdón de la minoría judía convertida al cristianismo denominada judeoconversos o marranos que residía en Portugal, mientras que las mejoras de las fortificaciones asiáticas serían sufragadas a través de los viajes comerciales a Japón18.
Entretanto, en Filipinas, la Corona decidió establecer una ayuda militar: el situado. Este tenía como objetivo mantener el proceso de fortificación de Manila y pagar a las tropas que allí se dispusieran para su defensa. Una fórmula que recuerda al modelo empleado en el conflicto araucano (Chile). Ambas situaciones son un síntoma de la mejora de las relaciones interamericanas: comerciales y de apoyo, que permitían organizar su defensa a través del traslado de hombres y dinero de una parte a otra de los territorios americanos y asiáticos19.
Son diversos los estudios dedicados a analizar las diferentes políticas de Felipe III20. Paul Allen ha enfocado su investigación, a través del estudio de la serie “Estado” del Archivo General de Simancas, en los sucesos de la Europa del Norte, criticando a Jonathan Israel por prestar demasiada atención a las cuestiones americanas y asiáticas. Estas, desde mi punto de vista, son claves para comprender el desarrollo de la monarquía hispánica. Paul Allen enfatizaba el mantenimiento de la gran estrategia de Felipe II que quedó limitada por el estado de la hacienda real que obligó, tras 1607, a la firma de la Tregua de los Doce Años21. Bernardo García ha destacado que la Tregua fue un paréntesis para recuperar el tesoro, mientras la Corona, para mantener su reputación, lanzaba frecuentes incursiones en el Mediterráneo y preparaba la expulsión de los moriscos22. Antonio Feros ha indicado la continuidad entre las políticas de Felipe II y las desarrolladas por Felipe III, una posición que coincide con la de Paul Allen, a la vez que estudiaba el control que el duque de Lerma desarrollaría a través de una tupida red de clientelas y patronazgo, que ha sido analizada también por Patrick Williams23.
En cambio, Magdalena Sánchez ha examinado en profundidad el papel del entorno de la Reina, lo que supone una relectura de las tesis de Bernardo García acerca del giro mediterráneo de la política de Felipe III24. Estos estudios, con excepción de Jonathan Israel, han concentrado sus interrogantes en los problemas tanto europeos como mediterráneos, dejando a un lado otros territorios como, por ejemplo, Chile estudiado por José Manuel Díaz Blanco. Este último ha enfocado su investigación en la política pacificadora allí desplegada25.
Por último, José Martínez Millán recurre a la división de papeles entre el duque de Lerma y Felipe III para justificar el desarrollo de su política26. Este argumento y otros han sido utilizados para interpretar los cambios en la política asiática de la monarquía hispánica a fines del siglo xvi y principios del siglo xvii. Esta sería una muestra de la transformación de los “partidos políticos” en el interior de la Corte, de un partido procastellano a uno propapal27. Esto suponía retomar, aunque deformada la tesis original de Emilio Sola sobre los avatares de la política asiática de la monarquía hispánica28. En la interpretación de José Martínez de la tesis de Emilio Sola se iguala al sector castellanista con las órdenes mendicantes. Mientras los jesuitas, tras las reformas, representarían un partido romano papal. Según él, este era reacio al expansionismo castellano, en tanto que su posible triunfo era visto como un peligro al extender un modelo de catolicismo propio frente al catolicismo romano papal29.
Rafael Valladares ha situado este conflicto en una relación tortuosa entre los jesuitas portugueses y los mendicantes hispanos más que en una visión conflictiva entre el catolicismo hispano y el papal30. Esto traslada el conflicto a un problema de esferas de influencia dentro del marco transnacional de las órdenes religiosas. Estas se convertían, en ocasiones, en agentes con intereses ligados al comercio, como sucede en el caso japonés, lo que complica la explicación al abrir una serie de perspectivas que se han de tener presentes a la hora de evaluar la toma de decisiones31.
A pesar de sus diferencias, todos estos autores coinciden en que gran parte de la política de Felipe III se vio determinada por los problemas hacendísticos heredados. Es de sobra conocido que estos se agravaron con el mal resultado de las últimas Cortes de Felipe II (1592-1598)32. Estas fueron disueltas, sin oposición, a la vez que se convocaban unas nuevas, controladas con firmeza por el duque de Lerma, lo que permitió al joven Rey, en una dura negociación, obtener nuevos ingresos: los millones, a cambio de un fuerte control de los mismos por parte de las oligarquías locales que ligaban, de este modo, sus intereses a una política imperial que estaba bien lejos de ser una mera cuestión dinástica33. Sin embargo, aquellos ingresos no fueron suficientes para superar el agotamiento financiero de la monarquía lo que llevó a la paz con Inglaterra en 1604 y con posterioridad a la firma de la Tregua de los Doce Años en 1609 con las rebeldes Provincias Unidas, que se encontraban en una situación parecida.
La irrupción en Asia de los comerciantes septentrionales (holandeses e ingleses) era producto de aquel enfrentamiento con la monarquía hispánica. Su llegada coincidía con las primeras fases del control del estrecho de Gibraltar (Straatvart) por los holandeses34. Como entendieron pronto estos comerciantes para controlar el comercio europeo era necesario, a cuanto parece, mantener la complementariedad entre las rutas asiáticas y mediterráneas que transportaban, en ocasiones, los mismos productos. La irrupción de estos comerciantes en el Mediterráneo conllevaba de facto un enfrentamiento con Génova. Máxime cuando tanto los comerciantes septentrionales como los de origen judeoconverso se convertirían en pieza clave del comercio transnacional, sustituyendo la preeminencia de los venecianos en el Mediterráneo35.
Es durante este periodo de cambio, 1590-1622, cuando parece que los genoveses presionaron para controlar la pimienta, y los cargadores a Indias sevillanos buscaron una ruta directa entre Sevilla y Filipinas con la que atajar estos problemas. Esto me obliga a situar la discusión en un marco más amplio que recoge, tanto los problemas derivados de la política internacional como la construcción de un mercado colonial americano, en el que tendría un especial peso el Pacífico. La conformación de ese espacio comercial se hará notar en los conflictos entre las élites filipinas, novohispanas y sus contrapartes sevillanas, entre los que cabría distinguir, como ha indicado José Manuel Díaz Blanco, los cargadores a Indias asociados en el consulado y los comerciantes extranjeros protegidos por el cabildo de la ciudad de Sevilla36. Serán las dos primeras élites (filipinas y novohispanas) quienes se opondrán a la creación de una ruta comercial directa propuesta, entre otros, por los comerciantes agrupados en el consulado sevillano con la aquiescencia de los comerciantes extranjeros. Ambas estaban viendo cómo la conformación del mercado colonial americano provocaba, a principios del siglo xvii, una reducción en sus ingresos, ante la creciente importancia del comercio asiático que inundaba con sus productos los espacios americanos y el crecimiento del comercio ilegal derivado del trafico negrero al que presentaron quejas37.
En consecuencia, la hipótesis de este trabajo es que, con la traslación de los frentes de guerra hacia el mundo asiático en el marco de la Tregua de los Doce Años, la Corona abandonó la política mantenida hasta ese momento: el envío de armadas extraordinarias desde Lisboa sufragadas por ingresos singulares (el perdón de los judeoconversos38), para buscar en la remisión de los socorros desde Sevilla a Manila una nueva fórmula con la que se esperaba mejorar el control del mundo asiático, a la vez que superar dos crisis, la hacendística y la comercial derivada de la progresiva conformación del mercado colonial americano39.
Para demostrar esta hipótesis este artículo partirá de diversa documentación. Aunque el cuerpo de la documentación proviene de los Archivos General de Indias y de Simancas se han empleado también fuentes de otros depósitos. Toda esa documentación será secuenciada siguiendo una organización diacrónica con el objetivo de poder situar los socorros dentro de la política asiática de Felipe III. Es por este motivo por el que además de los socorros, centraré la atención en la aventura de Rodrigo de Vivero. Con ella quiero mostrar que, a pesar de las directrices centrales, las élites manileñas y novohispanas, en colaboración con las órdenes mendicantes, buscaron una embajada con la que presionar a la Corona. El objetivo de aquella era lograr generar un comercio triangular con Japón que evitase, en cierto modo, los preparativos de una conexión directa con Sevilla. Cuestión que empezaba a barajarse por diversos actores en aquellos mismos años. Por ello, reivindicaré la necesidad de ampliar nuestra visión a la hora de evaluar las políticas de la monarquía durante el reinado de Felipe III y los primeros años del gobierno de Baltasar Zuñiga y el conde duque de Olivares. La política de estos últimos, continuista hasta la toma de Bahía de 1624, se transformó sin dejar de mirar a Asia. Sin embargo, el análisis de los cambios producidos en la misma quedará para más adelante.
Las necesidades de la hacienda, el gobierno de Portugal y el comercio de especias
La falta de liquidez derivada de los años largos de guerra contra las rebeldes Provincias Unidas se tradujo en la búsqueda de nuevas fuentes de ingresos donde colocar los asientos firmados con las diversas familias genovesas. En 1602, Julio Spínola, Octavio Centurión, Juan Jácome Doria, Juan Benito Spínola, Cataneo Serra, Agustín Raggio y Carlo Spínola firmaron un asiento de 1 420 000 escudos puestos en Flandes40.
La contraprestación económica que regulaba la firma de aquel asiento era la cesión de los ingresos provenientes de la renta de la pimienta que llegaba a Lisboa. Aquel acuerdo introducía a los financieros genoveses en el comercio de la pimienta. Los fuertes intereses que una inversión como esta despertaron entre los genoveses, hicieron que el embajador escribiera a Felipe III para proponer la gestión de su comercio, indicando lo útil que sería para la cristiandad y daño del turco (Imperio otomano):
“[…] estorbar la negociación de la pimienta y drogas de la India que viene de Alejandría de Egipto por el Mar de Rojo que es tan breve la negociación en comparación con la nuestra y lo mismo por el Mar Pérsico y después de ambas partes traída a Venecia”41.
Para ello se proponía incrementar, en el mismo momento en que se habían hecho con las rentas de la pimienta portuguesa, la llegada de pimienta de Lisboa, gestionando su distribución a través de un almacén en la ciudad de Génova mandando que “en los reinos de Nápoles y Sicilia y en estado de Milán nadie pudiese entrar de estas drogas sino de las de Vuestra majestad” 42.
La propuesta no se llevó a término. Aunque el interés mostrado por esta acción se vio correspondido con la aparición de un nuevo arbitrio. Este, según ha señalado Ángel Alloza, empezó a forjarse en 1600, con la llegada de un importante cargo de pimienta a Lisboa, pero, sobre todo, en 1603 cuando dos navíos cargados de pimienta y canela varados en la ría de Vigo tuvieron que ser distribuidos por Diego Sarmiento de Acuña, quien tras aquella misión, fue nombrado consejero de Hacienda43. En su correspondencia se aprecian los intereses cruzados de Octavio Centurión con el comercio de la pimienta de aquellas naos; las relaciones con Duarte Díaz Enríquez conocido “contratador de esclavos” en Angola o los de Julio Spínola y su compañía con Esteban Lercaro, con sede en Lisboa, que tenían mercancías en aquellas naos44.
Al año siguiente de la creación del estanco de la pimienta, en 1606, las tropas al mando de Pedro de Acuña, gobernador de las Filipinas (puesto que había rechazado en 1601 Diego Sarmiento de Acuña), conquistaban las Islas Malucas: Ternate y Tidore de manos holandesas. Aquello supuso una importante victoria y una dura discusión entre los consejeros de ambas coronas. Estos eran conscientes de la importancia que las especias tenían para los ingresos de la Corona. Por esta razón barajaron la posibilidad de cambiar la ruta y los asientos del clavo, haciendo valer que la plaza había sido conquistada por manos castellanas45. Por este motivo el conde de Lemos, presidente del Consejo de Indias, mandó realizar una obra sobre la conquista de las Islas Malucas. Esta fue publicada en 1609, siendo redactada por Bartolomé de Argensola como una justificación de la toma de posesión por parte de Castilla de las Islas Malucas46.
La historiografía sobre la intervención de los Habsburgo españoles en el gobierno portugués, durante el periodo de la unión de las dos coronas, está tomando nuevos derroteros. Frente a la clásica visión que ocultaba a Felipe III entre dos luminarias: Felipe II, el artífice de la unión y Felipe IV, el protagonista de la ruptura, la historiografía actual ha preferido dejar de hablar de una homogeneidad en los reinados, para situar los cambios en relación con: las tensiones geoestratégicas; los factores ligados a la pluralidad de agentes, en muchos casos transnacionales, que formaban parte del entramado imperial ibérico y, por último, a los cambios que estos producían en la visión del pensamiento político que fundamentaba la unión47.
Esto ha provocado que la interpretación historiográfica de las reformas iniciadas durante el reinado de Felipe III en Portugal haya sido tan variada como problemática en su periodización. Hay quien ve en ellas un intento de castellanización encubierto; algunos destacan los importantes intereses financieros de una monarquía exhausta por la multiplicación de los frentes de guerra, así sucede, por ejemplo, con la creación de la Junta de Hacienda de 1602; otros hablan, en cambio, de la necesidad de mejorar y formalizar un mayor control sobre el gobierno de los espacios no europeos, como pondría de manifiesto el Conselho da India (1604-1614), que tendría, entre otras misiones, la de formalizar el proceso de conquista y apropiación del Brasil colonial, un modelo que difería con mucho a la experiencia colonizadora realizada en el sudeste asiático48. Todas ellas, sin embargo, parecen estar sometidas a las visiones contradictorias que los contemporáneos tenían sobre cuál debía ser la base de la relación entre los dos reinos49.
La irrupción de holandeses e ingleses en las rutas con destino a Asia suponía un desbarajuste en el incipiente comercio esclavista de las factorías africanas con destino a América. Una variable más que ha de ser situada en la ecuación50. Un negocio que empezó siendo monopolizado por los comerciantes portugueses, por lo que fueron diversas las peticiones para mejorar la seguridad de la ruta ante la llegada de los comerciantes septentrionales. Para ello se destacaron naves, algunas provenientes de armadas castellanas; se propusieron arbitrios y, por último, se articularon soluciones con la intención de entorpecer el paso de las naves enemigas con destino a las Indias Orientales51. En algún caso lo lograron, pues, en 1615, la armada holandesa de Joris van Spilgerbegen, ante la situación africana decidió cambiar la ruta y doblar el cabo de Hornos, lo que se tradujo en una operación de respuesta por parte de la monarquía hispánica, al despertarse el miedo a una posible alianza de los holandeses con los araucanos, obligando a fortificar los puertos del Pacífico52.
Las incursiones holandesas e inglesas en Asia, si sigo las tesis de André Murteira, fueron importantes, pero no lo suficiente como para explicar de por sí el declive del comercio con el mundo asiático53. Este atravesó, según James C. Boyajian, épocas de relativa prosperidad54. Para mantener estas rutas se buscaron nuevas fuentes de financiación, como el perdón de los judeoconversos. Este debía asegurar los retornos de la inversión en las rutas comerciales asiáticas ante la cada vez mayor intervención de ingleses y holandeses55. Sin embargo, aquellas armadas extraordinarias, que se paralizaron con posterioridad a 1608, fueron la demostración, según André Murteira, del agotamiento de la corona portuguesa para mantener la ruta y la necesidad de buscar la independencia defensiva, tanto marítima como terrestre, con los intentos de refuerzo de las fortificaciones y las armadas en el propio Estado da India, cuestión que, sin embargo, resulta debatible56.
Al comenzar la centuria, el agotamiento de la Hacienda Real y la multiplicación de los frentes de guerra obligaron a entablar conversaciones, primero con la monarquía inglesa y más tarde con las Provincias Unidas. Esto pone sobre la mesa que uno de los puntos clave de la negociación en la paz con Inglaterra (1604) y en la Tregua de los Doce Años (1609), como señalara hace años Jonathan Israel, fue la cuestión de las Indias, tanto Occidentales como Orientales57.
La monarquía hispánica buscó, sin lugar a dudas, mantener las Indias Occidentales revocando la política de cierre de puertos hispanolusos iniciada por Felipe II. Esto suponía abrir el comercio mediterráneo a las potencias septentrionales, al tiempo que se reconocía, como señaló Hugo Grocio, y quedó fijado en el punto 4 y 5 de la Tregua, la continuidad de la guerra en Asia mientras se preservaba la paz europea58.
Los socorros a Filipinas: El origen de las armadas
En 1606, el Consejo de Indias decidió enviar a Filipinas a Juan de Silva, un militar experimentado en Flandes59. Su misión, buscar fórmulas para reforzar el poder hispano y expulsar a los holandeses. Los análisis enviados por aquel militar fueron pronto materia de interés para el Consejo de Indias. En ellos y hasta 1611, por lo menos, se discutía sobre la conveniencia de llevar el clavo por la ruta de la India Oriental –corona portuguesa– o por la ruta de las Indias Occidentales, buscando nuevos ingresos. Al mismo tiempo Juan de Silva ponía de manifiesto, en sus cartas enviadas desde Filipinas, los inmensos beneficios que los holandeses obtenían del comercio de las drogas y otras especias60.
Su correspondencia ratificaba la solución manejada por el Consejo de Indias de iniciar los preparativos de un socorro a Filipinas por Sevilla61. Un socorro del que se esperaban, además, importantes beneficios que todos los implicados empezaban a ver como posible y que podía suponer para la Corona la apertura de una nueva ruta. Con aquella querían cerrar la relación existente entre la Nueva España y Filipinas para abrir una nueva Carrera de Indias, cumpliendo con la vieja visión que llevó al descubrimiento de América.
La revitalización de este viejo sueño había obedecido a la bajada de los ingresos en las ventas. Estas venía siendo observada por parte de los cargadores desde al menos 1610, cuando se discutió sobre el efecto del comercio con las Filipinas en los mercados, decidiendo cesar la contratación entre Nueva España y las Filipinas: “Conviene al servicio de su majestad que cese la dicha contratación de Nueva España a las Islas Filipinas, y que se haga desde España pues la hacen los Holandeses y extranjeros con mucha facilidad como es notorio”62.
He de tener en cuenta, además, que los financieros y cargadores tropezaban en alguna ocasión con la comunidad mercantil portuguesa. Esta había logrado, desde la incorporación de Portugal, introducirse en todos los territorios de la monarquía hispánica en una fuerte diáspora comercial63. Sin embargo, aunque aquellos no llegaron a formar parte del grupo de presión de los cargadores, ni a cuanto se refiere el estado actual de las investigaciones a compartir sus intereses, sí consiguieron, durante un breve periodo, entre 1603 y 1608, hacerse cargo con el asiento de la avería del comercio americano a través del asentista Juan Núñez Correa, tal y como señala Pedro Villata y José Manuel Díaz Blanco64.
Aquella intromisión del asentista portugués supuso la unión de los cargadores a Indias que estaban viéndose sometidos a la presión de la creciente integración de los mercados americanos, lo que generaba tensiones entre los diversos comerciantes, pues, como expondrían en reiteradas ocasiones, el incremento de la llegada de los productos asiáticos provocaba una rebaja en sus ingresos que esperaban compensar con la apertura de una ruta con Manila65. A este ya de por sí delicado argumento se añadía el asunto del pago a proveedores. Ambas cuestiones, como ha mostrado José Manuel Díaz Blanco, se convirtieron en los temas estrella de una negociación con la Corona en la que también se incluyó la cuestión de las naturalizaciones. El blindaje de las mismas levantó el recelo de los comerciantes extranjeros que, amparados por el Cabildo de la ciudad de Sevilla, veían con zozobra los intentos de los cargadores66.
Las resistencias: El naufragio de Rodrigo de Vivero (1609) y la embajada Keichō (1613-1620)
Los planes de Juan de Silva, en especial la idea de una ruta directa con Sevilla a la que él contribuyó con un derrotero, añaden un motivo más que permite explicar la aventura de Rodrigo de Vivero, sobrino de Luis Velasco, virrey de México, quien lo había nombrado gobernador interino de Filipinas hasta la llegada de Juan de Silva. Don Rodrigo parecía representar los intereses de los comerciantes novohispanos, ya que a su salida de Manila terminó intentado hacer aguada en Japón. Para entonces, el comercio del Galeón de Manila ligaba los intereses de las élites filipinas con las del virreinato de Nueva España, y parece que ambas estaban interesadas en incluir a Japón en una especie de comercio triangular entre Filipinas, Japón y la Nueva España67. El arribo de Rodrigo de Vivero a Japón no fue fortuito, sino como denunciaba Juan de Silva, intencionado68.
Su llegada despertaba el recelo tanto de los portugueses como de la Compañía de Jesús. Estos últimos se habían establecido en fechas tempranas, financiando su estancia con una especial dedicación al comercio que incluía, al parecer, el de esclavos69. Temerosos que la llegada de otras órdenes entorpeciera su labor misionera y comercial intentaron desde el principio cerrar el espacio a otras órdenes religiosas, con especial atención a las mendicantes provenientes de Filipinas. Para lograrlo buscaron en el papado la concesión de una serie de bulas que les mantuvieran sus privilegios.
Es aquí donde hay que insertar la concesión del breve Ex Pastoralis Officio por Gregorio XIII (1585). El origen del mismo habría que situarlo a principios de los setenta del siglo xvi cuando el establecimiento de los españoles en Filipinas (1565); la fundación de Manila (1571); la creación de su obispado (1578); la protección dada por el obispo João Ribero Gao a los franciscanos, unido a sus posturas, coincidentes con las defendidas por el obispo Domingo de Salazar, O.P. y Alonso Sánchez, S.J., que abogaban por una conquista militar de China, levantaron el recelo de los padres jesuitas sobre la posibles interferencias en la evangelización de Japón70. Estos no dudaron en organizar una misión diplomática con una delegación de los daimios japoneses cristianizados, embajada Tenshō (1582-1590), que llegó a Roma en 1585 para dar a conocer los avances en su proceso de evangelización y fortalecer su posición de cara al resto de órdenes71.
A pesar los intentos de los jesuitas, las órdenes mendicantes (franciscanos, dominicos, agustinos), inspirados como el resto de las órdenes religiosas, aunque en especial los franciscanos, por las predicaciones de Motilinía (Toribio de Benavente O.F.M.) e impulsados por la avaricia de los comerciantes, acabaron llegando a las costas de Japón. No sé hasta qué punto por el azar fortuito de los naufragios o la fortuna buscada de las corrientes. El caso es que a fines de la década de 1570 y principios de la de 1580, los misioneros franciscanos llegaron a Japón encontrando toda una organización jesuítica que giraba en torno al puerto de Nagasaki, que habían obtenido como concesión del daimo Omura Sumitada bautizado como Bartolomé72, lo que habla de su capacidad de integración con la sociedad japonesa y de los pasos que la evangelización había dado en aquel momento en Kyushu73.
El proceso de “centralización” del poder japonés y la superación de la etapa de guerras civiles, sengoku jidai supuso el inicio del declinar del poder jesuita. El dominio ejercido por los jesuitas en Nagasaki, el mantenimiento de una fusta armada portuguesa y la falta de tacto del padre Gaspar Coelho, cabeza de los jesuitas, despertó la desconfianza de Toyotomi Hideyoshi. La imagen de monjes armados en una fusta que, sin parangón en Japón, controlaban un puerto fortificado, es posible que le recordara a los bonzos, monjes guerreros derrotados con anterioridad. Esto influyó de manera determinante en su decreto de expulsión en 1587 tras la conquista. La prohibición, sin embargo, no fue aplicada con extrema dureza, dado que existían amplios intereses comerciales, máxime cuando Hideyoshi más adelante decidió organizar la campaña de Corea74.
El efecto del avance sobre Kyushu se manifestó en Manila en el apoyo dado por algunos japoneses a la fracasada conspiración indígena de Tondo75. Si las noticias de la expansión de Toyotomi Hideyoshi ya habían causado cierto desasosiego; el envío de una primera embajada por parte del daimio de Hirado, con la esperanza de abrir una comunicación con Manila, de la que apenas conozco mucho; la llegada de un número nutrido de japoneses, que los españoles sospecharon que eran espías enviados para reconocer las defensas de Manila, terminaron por despertar el recelo de los gobernadores filipinos dado que conocían la belicosidad del pueblo japonés. Esta suspicacia se vio aumentada al tener constancia de los preparativos de la invasión de Corea, que situaba una clara amenaza sobre los territorios filipinos que habían sufrido ataques de los japoneses con anterioridad, aunque no de manera organizada76.
Los intentos de abrir una nueva ruta comercial entre Manila y Japón es posible que levantaran las suspicacias de los jesuitas. Alessandro Valignano envió una carta de aviso sobre las intenciones de aquella embajada que generaba, además, una importante tensión entre las colonias portuguesas e hispanas. Sin embargo, la posible apertura de relaciones comerciales con Japón fue vista con bastante interés por los hispanos. En especial por los comerciantes manileños y las órdenes mendicantes que buscaban la posibilidad de evangelizar Japón. Aquello permitió el envío de la embajada de Juan Cobo a Toyotomi Hideyoshi (1592). Esta primera embajada supuso la apertura de relaciones diplomáticas con Japón. Diversas embajadas serían enviadas con posterioridad consintiendo el asentamiento de los predicadores mendicantes en Japón77.
Su situación dependía de los vaivenes de la política japonesa. La superación de la etapa de las guerras civiles y el proceso de centralización supuso un duro golpe para el puerto de Nagasaki, controlado por los jesuitas, al mismo tiempo que, la guerra iniciada contra Corea, dejó a la hacienda japonesa exhausta. Este fue uno de los motivos principales de la apropiación de la carga del Galeón San Felipe por parte de los japoneses. Las quejas de los franciscanos y sus denuncias, entre otras cosas, les llevaron a su procesamiento y martirio lo que tuvo consigo, por un lado, un importante impacto en la opinión pública hispana y por extensión europea; y, por otro, la revitalización del debate entre jesuitas y franciscanos sobre la ruta que debían seguir los misioneros. Este solía terminar con el recordatorio del daño que podía realizar el tráfico desde Manila al comercio portugués. Pues, como reconocía el propio Consejo de Portugal, no parecía tratarse tanto de cuestiones misioneras sino de problemas comerciales lo que allí se estaba tratando78.
El debate no quedó cerrado cuando una vez más los jesuitas, apoyados por los comerciantes portugueses, lograron un breve papal, el 12 de diciembre de 1600, por el que se seguía exigiendo que los predicadores fueran a Japón por las Indias portuguesas. Este breve no fue admitido por Felipe III lo que dio lugar a toda una discusión sobre el paso de estos predicadores a Japón. En este sentido, mientras se preparaban las expediciones al Maluco, se decidía el envío de Juan de Silva, o se buscaban pilotos expertos en doblar los cabos para llegar a Asia, la Corona empezó toda una negociación con el papado para lograr que sus misioneros pudieran pasar desde las Filipinas a Japón y China abriendo paso a toda una ruta comercial, que ponía en tela de juicio el modelo comercial portugués79.
La llegada de Rodrigo de Vivero a Japón, que ha de enmarcase en todo este debate, encontró una importante recepción por parte de Tokugawa Ieyasu. Este había reforzado su política de intervención: actuando contra los señores del mar; apuntalando las licencias comerciales como forma de gobierno y, por último, empleando las concesiones de comercio con el exterior como una ventaja para mantener controlados a los daimios80. A esta ya complicada situación cabe añadir la llegada de ingleses y holandeses a las costas de Japón. Esto complicaba con mucho los planes hispanos, la idea de abrir una ruta de comercio triangular entre Nueva España, Japón y Filipinas. Esta nueva ruta encontraba resistencias desde la propia Manila, pasando por los portugueses y llegando hasta los propios expedicionarios quienes cambiaron de opinión81.
A pesar de ello, los coaligados intereses de los mendicantes por predicar en Japón y el de los comerciantes por abrir una nueva ruta comercial que complementara a la existente entre Acapulco y Manila incrementando sus beneficios, fueron los motivos principales del viaje de Rodrigo de Vivero. Aquella aventura terminó con el envío de la embajada japonesa dirigida por el mendicante fray Luis Sotelo. Esta fue recibida a su llegada a Nueva España por Antonio de Morga antiguo oidor de la Audiencia Filipina y fiel conocedor del comercio del Galeón de Manila82.
La primera armada de Ruy González de Sequeira
La idea de abrir una “carrera de las Indias Orientales” con Sevilla tropezaba con algunos problemas, algunos de ellos técnicos: el Consejo de Indias, tras infructuosos intentos para encontrar pilotos expertos, tuvo que recurrir a un portugués de nación que se prestó a ello, Ruy González de Sequeira que había sido capitán mayor de Tidore; otros, en cambio, políticos: una mudanza de aquel calado necesitaba concertar los diversos intereses que convergían en una monarquía que se extendía por las cuatro partes del mundo, de ahí que se tuviera que preguntar a las diversas audiencias83.
La misión encomendada a Ruy González atravesó por diversos problemas. No encontró barcos y la Corona tuvo que requisarlos en Lisboa84. De igual dificultad fue encontrar tripulación y más aún pilotos diestros, lo que supuso, en parte por la falta de un derrotero –el socorro incluyó un matemático para trazarlo–, que dos naves se perdieran. La primera terminó haciendo aguada en Angola, mientras la segunda hacía puerto en Bahía, Brasil85. Ante las pérdidas, desconozco si con la esperanza de rehacer de nuevo la armada, Ruy González, desobedeciendo las órdenes, decidió invernar en Mozambique86. El socorro a Filipinas implicaba todo un cambio en las rutas actuales y afectaba, por tanto, a diversas zonas y múltiples intereses. Sé, gracias a una carta enviada por el yerno –Manuel Suárez Barbosa– de Ruy González, que desde el Consejo de Portugal la empresa no había sido aprobada, ni se había requerido y que su participación había sido censurada con tanta fuerza que a este le fue imposible encontrar posiciones y rentas que dependieran del Consejo de Portugal87.
La apertura de aquella nueva ruta no solo había despertado el recelo del Consejo de Portugal. De la pregunta lanzada por la monarquía hispánica acerca de la apertura de aquel comercio directo conozco la respuesta del virreinato del Perú. Resulta interesante e ilustrativo contraponer, como hizo Juan Gil, la visión de Antonio de Morga, enriquecido por el comercio del Galeón de Manila, quien se oponía a la apertura de aquellos tratos, con la visión de Juan de Mendoza que apoyaba la ruta del cabo de Buena Esperanza y soñaba con la reapertura del tráfico directo entre el Callao y Filipinas, algo que al parecer iba más allá de los intereses de la monarquía hispánica y de las élites novohispanas88.
La oposición mostrada por algunos oficiales de la monarquía era, al parecer, compartida por algunos mercaderes portugueses de origen judío. Es más, no es difícil establecer una correlación entre estos sucesos. Como señaló James C. Boyajian, desde 1610, las esperanzas de recuperar el comercio de la pimienta fueron cayendo por la desesperación de la comunidad mercantil, que no veía defendidos sus intereses y que, incluso, intentó participar en la aventura Atlántica mientras controlaba el tráfico negrero hacia Brasil. Minada su confianza en la ruta asiática fueron abandonando este comercio, a la par que, en 1614, el perdón que avalaba a la mayor parte de estos comerciantes de origen judío fue aparcado. Esto supuso una pérdida irreparable en la mediación de estos mercaderes que actuaban, en algún caso, como financieros, al comprar por encima del mercado unos lotes de pimienta que estaban bajando su precio al aparecer nuevas fuentes de abastecimiento tanto inglesas como holandesas que controlaban, además, ambas rutas que resultaban ser complementarias89.
El desastre de la armada de González de Sequeira no desanimó a la monarquía. Su política para Asia estaba basada, tal y como había sido enunciada por el conde de Salinas en su intervención en el Consejo de Indias, en quitarle la feria de los mercados asiáticos a los holandeses90. Para ello, Juan de Silva recibió instrucciones precisas de aunar la militarización de la zona que, contaba con un situado como otras zonas en guerra, con la colaboración activa de los portugueses para organizar la defensa de los espacios asiáticos. Esta última acción terminó en el fracaso, tanto en la primera aventura en 161091, por las resistencias de los portugueses, como luego más tarde en 1616, por la imposibilidad de la armada portuguesa de llegar al encuentro de la española92. Además, los apoyos a su actividad debían basarse en el envío de armadas desde Sevilla a Manila. Estas permitían el aporte de dinero, hombres y armas para la mejora de la defensa, al tiempo que la apertura de una ruta comercial que consintiera su mantenimiento, pues lo que se pretendía era “sin hacer nuevos gastos se de principio a la navegación desde Sevilla para la contratación que se trata de asentar entre estos reinos y las Filipinas cerrando la puerta a la que se tiene desde Nueva España”93.
Este intento se enfrentó también a la oposición de la élite novohispano-manileña ligada al comercio con el Galeón, que, consciente que su regreso podía dar lugar a abrir los tratos directos con Sevilla94, logró retener durante cuatro años en Manila a Ruy González de Sequeira, a pesar de contar con una cédula real que ordenaba permitir su regreso a través del cabo de Buena Esperanza con dos navíos que debían empezar aquella ruta. Para cuando lo logró, en dos pequeños barcos, su salud parece que estaba tan quebrantada que murió en el viaje de vuelta95.
En todo caso parece claro, a tenor de lo expuesto, que desde su salida de Castilla, Juan de Silva tenía alguna idea acerca de buscar una ruta comercial directa con Sevilla96. Algo, por otro lado, lógico, pues sé por los trabajos de José Luis Gasch el alto precio que alcanzaban los productos asiáticos en el mercado sevillano. Esto explicaría, en parte, el interés de los mercaderes radicados en Sevilla y, a la vez, las resistencias de los comerciantes novohispanos que mantenían el control de la redistribución de los productos asiáticos que, tomando como centro Acapulco, alcanzaban la mayor parte del continente americano y europeo97.
Las resistencias de Portugal y la embajada de Persia
La llegada de la embajada japonesa a la Península Ibérica, en 1614, coincidió con el envío de García de Silva y Figueroa como embajador a Persia98. Esta última ha sido tratada desde diversos puntos de vista en los últimos años en los que además se han reeditado sus comentarios con diversos estudios anejos99. Las razones de su envío parecen claras, abrir un nuevo frente al Imperio otomano que permitiera un descenso en su actividad en el Mediterráneo.
En este sentido, Graça Almeida ha apuntado en sus recientes trabajos, donde estudia la política hispano-portuguesa con respecto a Asia tomando como vector explicativo la fortaleza de Ormuz, que las premisas en las que descansaba la embajada estaban más encaminadas a llegar a un acuerdo con el Imperio safávida, pensando más en los problemas suscitados en el Mediterráneo por el Imperio otomano, que en las necesidades del Imperio portugués en el Índico100.
No cabe duda, como ha señalado Luis Gil, que las instrucciones recibidas por García de Silva no atendían ni a los últimos sucesos en el Índico ni tampoco a una previsión de los posibles conflictos, aunque pareciera que en la elección del embajador pesara su relación con Juan de Silva o con el obispo de Conchín, dando la sensación de una cierta unidad política entre diferentes zonas101.
Esta situación generaba, como no podía ser de otra manera, una fuerte tensión con los portugueses, que veían como los problemas aumentaban en el Índico con la llegada de ingleses y holandeses obligándoles a reforzar sus posiciones y fortalezas102. Esto hacía desviar los ingresos de los viajes de las naos a Japón para mejorar sus fortalezas provocando cambios en el desarrollo del Imperio portugués que se vio abocado, primero a una mayor territorialización para formalizar su defensa y segundo a una colaboración con Manila a la que se resistieron tanto como pudieron103.
Para la corona portuguesa, la corona castellana se llevaba la parte del león con la defensa de Manila, dejando al margen sus territorios. Para ellos el comercio que las Filipinas tenía con China representaba un daño más que evidente tanto “por el comercio que se le quita a la India” como porque con aquel “se vacían los reales de Nueva España”104. Ante esta situación la idea defendida por el Consejo de Portugal era una ruta directa desde Lisboa que sirviese para proteger las Indias Orientales, por lo que solicitaban, mientras se estaba preparando la armada a Filipinas, algo que no debían desconocer los miembros del Consejo de Portugal, que, para la protección de la India Oriental –portuguesa– y el Índico, se enviase a la mayor brevedad, “un socorro de navíos que parta desde Lisboa” para lo que se pedían “que la Corona de Castilla preste algunos navíos de guerra para que vayan en compañía de las naos a la India y ayuden a su defensa”105. Sin embargo, según las respuestas que acompañaban la consulta no había barcos, aunque más bien parece que la política a desarrollar estaba siendo otra.
La armada de Alonso de Tenza Fajardo y los problemas mediterráneos, Venecia
Con el envío de don García, que se encontró con sucesivos problemas en su embajada, la Corona no cambió su política con respecto a Asia. Siguió interesada en el envío de socorros a Filipinas, rechazando el Consejo de Indias la barajada armada por el estrecho de Magallanes que contó con varios intentos infructuosos106, como fórmula de abrir una ruta comercial con Manila desde Sevilla107.
Ante la conformación de aquella armada los principales comerciantes con la América española fueron llamados a una junta: “Ruy Pérez de Cabrera, Fernando López Ramírez, Cristóbal de Barnuevo, priores y cónsules de la universidad y los señores Diego de Álvarez Gaibor, Pedro de Avendaño Villela, y Francisco de Mandojona, que han sido priores, Rodrigo de León Garabito, Rodrigo de Vadillo, Bartolomé de Vivalvo que han sido cónsules, y Antonio de Villalpando, Juan de Legarda consiliarios de este consulado y los demás cargadores a Indias y hombre de negocios” expusieron la importancia de abrir aquella ruta.
Desde 1610, los principales comerciantes con Indias soñaban con su inauguración. Esta les permitiría, poco a poco, remontar las pérdidas que estaban sufriendo ante la mengua del comercio con América, en parte por la creciente llegada de productos asiáticos, en parte por la progresiva conformación del espacio colonial americano.
En su escrito, los mercaderes expresaban su alegría, pues, como parece que también había sucedido en la ocasión anterior, se les había dado merced de cargar “cuatrocientas toneladas de productos de la tierra” en aquella armada con destino a Filipinas108. Como pueden comprobar, la idea que sustentaba estas armadas, tanto en el envío anterior como en este, es que “supuesto que vendidas estas mercadurías en las dichas Filipinas los encomenderos con el procedido de ellos y el dinero comprasen una o dos naos y las aprestasen para la vuelta”109.
Sin embargo, como sabían los cargadores a Indias, por la experiencia anterior de Ruy González de Sequeira como “por cartas que han escrito a esta ciudad y consulado”, los comerciantes manileños y novohispanos no iban a participar en este comercio, antes bien preferían estorbarlo en la medida de lo posible110. En consecuencia, y visto el resultado de la anterior armada, donde las élites manileñas y novohispanas se opusieron al regreso de Ruy González de Sequeira tanto como pudieron, los comerciantes solicitaron que fueran dos galeones de aquella armada, pagados por el Rey, los que volvieran a España pagando sus averías de ida y vuelta como se hace por la navegación de Nueva España a aquellas islas porque de otro modo temían, como había sucedido en el caso anterior, que no se pudiera inaugurar aquella ruta111. En resumen, lo que buscaban estos mercaderes era dar comienzo a un cordón umbilical en un modelo parecido al Galeón de Manila, pero con Sevilla sufragando el mismo como se hacia con el sistema monopolista Atlántico112.
Mientras todo este debate se producía en el continente europeo, en Asia se intentaba unificar la defensa de ambos imperios bajo la coordinación del gobernador de Filipinas, Juan de Silva tal y como al parecer se había diseñado. Es más, el Consejo de Indias ordenó a Juan de Silva permanecer en Manila durante dos años enseñando al nuevo gobernador (Alonso de Tenza Fajardo) para regresar tras ellos como consejero113. Aquellos planes resultaron desbaratados: por un lado, por la muerte de Juan de Silva en su intento de parar a los holandeses buscando la colaboración de los portugueses, derrotados con anterioridad; por el otro, porque la armada prevista en la que debía embarcar el nuevo gobernador, tuvo que ser deshecha en 1616 ante el problema veneciano114.
La apertura del tráfico comercial con Asia a través del cabo de Buena Esperanza, y la posterior llegada de los mercaderes ingleses y holandeses habían vehiculado una serie de cambios que habían afectado a Venecia como emporio comercial. La retirada de sus élites del comercio de larga distancia buscando inversiones en la Terraferma ha sido durante largo tiempo objeto de debate entre los historiadores115. A pesar de ello, Venecia no perdió su papel como mediador entre Oriente y Europa, en parte porque sus élites comerciales fueron complementadas por nuevos grupos de mercaderes holandeses, ingleses y, por último, judíos sefarditas, algunos de origen portugués, que, desde 1590, y gracias a las diversos decretos emanados por el gran duque de la Toscana también se habían establecido en Livorno116. Esto dio lugar a una comunidad cosmopolita que participaba en una impresionante aventura comercial que alcanzaba las cuatro partes del mundo117.
El mantenimiento de la centralidad veneciana necesitaba del control militar del Adriático. Este se había visto entorpecido con el auge de los uscoques, piratas mercenarios, quienes, en 1615, en represalia a un ataque, mataron a la tripulación de un navío de la Senerísima. Esta respondió atacando la fortaleza de Gradisca, lo que suponía introducir en el conflicto a Fernando de Estiria, protector de los uscoques y pretendiente del trono imperial. La república veneciana buscaba con la internacionalización del conflicto superar tanto el problema suscitado con los uscoques, como el auge de la república ragusea, reivindicando para ello su papel como elemento central en el comercio internacional. Como bien apuntara Jonathan Israel, los cambios no solo podían ser delimitados por las variaciones de la larga duración, como señalaba Fernand Braudel, sino que, también, estaban ligados a cuestiones de tipo político y militar118.
La reclamación veneciana de su papel en el Adriático supuso un enfrentamiento con el archiduque Fernando y, por ende, con los castellanos que esperaban que él fuese el candidato ganador en la elección imperial, a cambio de la cesión del Piombino, Finale y la Alsacia, pasos clave para el mantenimiento del conocido camino español119. El resultado fue una escalada en el conflicto que se tradujo, en 1616, en el envío de tropas de las rebeldes Provincias Unidas en apoyo de la Serenísima. Para sus aliados, Inglaterra y Holanda, Venecia era algo más que un mito: su centralidad comercial permitía controlar diversos tipos de comercio que iban de Oriente a Occidente por una multiplicidad de rutas.
Ante esta situación no quedó más remedio que disolver la flota de Filipinas y dedicar aquellos barcos para cerrar el paso a una armada holandesa que acabó atravesando el estrecho en 1616120. La disolución de la armada, unida a la muerte de Juan de Silva, hizo que el nuevo gobernador, Alonso de Tenza Fajardo, tuviera que llegar por la ruta tradicional a Filipinas.
A pesar de este nuevo fracaso, la Corona no abandonó su idea de enviar una armada a Filipinas e inició, una vez más, los trámites para empezar la siguiente. En la Corte, con el comienzo del reinado de Felipe III, el inmenso potencial que suponía el tráfico comercial con la India Oriental empezaba a ser conocido. Muchos cortesanos como Rodrigo de Calderón y otros tenían intereses en ese comercio, además, la Corona sufragaba los costos de la construcción del Monasterio de la Encarnación, como ha demostrado Antonio Terrasa, con los ingresos de uno de los navíos que hacían la ruta entre Macao y Japón121.
La armada de Lorenzo Zuazola y los intereses de Horacio Levanto
En 1619 se iniciaban de nuevo todos los trámites para un socorro de Filipinas, así como la búsqueda de dos navíos de comercio para llevar a Manila y que con posterioridad hicieran el tornaviaje por la ruta del cabo de Buena Esperanza, ante la negativa de la Casa de la Contratación de hacerlo, como se había previsto, por el estrecho de Magallanes122.
Uno de los cargadores que realizó una oferta para cargar quinientas arrobas de aceite en aquella armada fue Horacio Levanto123. De procedencia genovesa, era uno de los comerciantes más ricos de su época y fiel conocedor de los avatares del comercio filipino y sus implicaciones en Nueva España124. No en vano había pasado quince años en México, en Puebla de los Ángeles, lo que le había permitido comprender en profundidad el desarrollo del mismo125. Conocimiento que le llevará a publicar en un memorial, que había sido elaborado a petición del Consejo de Indias, ante el conflicto entre estas dos élites comerciales, la sevillana y la novohispana, y su visión sobre el comercio con Asia126.
La visión de Horacio Levanto era por sus experiencias, global. En su memorial se apuntaba la necesidad de establecer una especie de política proteccionista que consintiera en importar la madeja de la seda, mientras se prohibían la introducción de las telas chinas, al tiempo que se abogaba por nuevas rutas127. Su visión defendía desplazar el comercio desde México hacia la Península Ibérica. Con ello se lograrían dos cosas: la primera, aumentar el comercio peninsular: disminuido desde principios del siglo xvii, porque los tejidos provenientes de la Península Ibérica, con excepción de los tintados en negro, apenas tenían competencia ante los llegados desde Filipinas provenientes de China. La segunda, mantener y mejorar la producción de textiles de seda por los obreros peninsulares de Granada, Valencia y Murcia, pues si hubiera de llegar las sedas ya trabajadas que llegan a Nueva España y no la madeja se “descompusiera” la producción por lo barato de su precio128.
La “desinteresada” contribución de Horacio Levanto a la armada era en realidad toda una apuesta, la misma que seguían sosteniendo los cargadores a Indias desde el primer viaje, y casi idéntica a la que había apuntado Génova, en 1603, a través de su Embajador, presionando a la monarquía hispánica para que esta llegase a un acuerdo con la Persia safávida que supusiera una interrupción del comercio de especias que llegaba desde el Imperio otomano. Con ello, los comerciantes genoveses esperaban convertirse en los distribuidores del comercio de especias en el Mediterráneo a través de esa futura ruta compitiendo con los comerciantes septentrionales que controlaban ambas rutas y podían marcar el precio de los productos. Todas estas ideas, ya reiteradas en este trabajo, eran los variados motivos que impulsaban la creación de aquella ruta de Sevilla a Manila.
En aquella armada, dirigida por Lorenzo Zuazola, se habían depositado grandes esperanzas que acabaron sucumbiendo, cuando parte de la misma se hundió en Trafalgar. En lo que parece y a tenor de los sucesivos desastres uno de los problemas de estas aventuras, la falta de pilotos expertos129. El fracaso supuso el tener que emplear las tropas en otros frentes.
Mientras, el viaje de Felipe III a Portugal, muchas veces anunciado y siempre pospuesto, llegaba a Lisboa coincidiendo: por un lado, con la llegada de los navíos provenientes de Brasil, el nuevo emporio comercial al que se había desviado parte del capital mercantil a través de un comercio de esclavos que ligaba a las posesiones africanas con el Brasil luso y las zonas del Caribe y, por otro, con la fuerte presión reflejada en las cortes portuguesas para enviar una armada a defender el Estado da India. Con esta armada se regresaba al modelo anterior reconociéndose la necesidad de aumentar la presencia militar en el Índico, y, en especial, en la entrada del golfo Pérsico ante los embates de los súbditos del sha Abbas aliados con los ingleses130.
Las dos últimas armadas y los cambios en la política hispana
El envío de las armadas portuguesas suponía el principio del fin de la política iniciada en 1609 de socorros a Filipinas desde Sevilla. Aunque después del fracaso de Lorenzo Zuazola diera orden de preparar la siguiente. Su organización y preparación se irían dilatando en el tiempo para acabar despidiéndose a los pilotos en 1621131. En esta toma de decisiones pesaban muchas opiniones, en 1619, según indica Rafael Valladares, el Consejo de Estado comenzó a discutir sobre uno de los arbitrios de Anthony Sherley. Este proponía, de nuevo, crear una compañía comercial que monopolizaría el estanco de la pimienta, desde las Malucas a Sevilla por Nueva España, terminando en Finale, en la costa ligur. Ante el fracaso de la propuesta, de 1603, realizada por el embajador genovés, esta volvía a tomar forma, pero ya no desde Filipinas a Sevilla. La propuesta fue votada a favor por el conde de Gondomar, quien ya conocía parte de la misma con anterioridad, y el conde de Benavente132. Para entonces los antiguos apoyos a la ruta por el cabo de Buena Esperanza estaban cayendo en picado. Sintomático de esta situación es la nota al margen que acompaña al memorial escrito por Horacio Levanto conservado en la Biblioteca Nacional133.
“Con la arribada que hicieron a Lisboa las naos que habían salido de la dicha ciudad para la India oriental este año de 1621, y fue después de navegación de 5 meses; y con la pérdida de la que vino de las dichas Indias que quemaron los corsarios muy cerca de Lisboa, con ser nao de tanta fuerza como era, verificamos cuán poco conveniente sea la navegación de estos reinos a Filipinas por el cabo de Buena Esperanza, por donde iban las dichas naos que arribaron, o vino la que se quemó […]134”.
Es imposible saber qué efecto tuvieron aquellas palabras, el caso es que la Corona, una vez más, decidió enviar una armada, a imitación de la enviada por los holandeses por el estrecho de Magallanes, con destino al Pacífico y a Filipinas desde Sevilla135. En aquel experimento, una vez más, colaboraron los comerciantes. Sin embargo, para entonces la monarquía exhausta fue incapaz, por un lado porque gran parte de los preparativos se los llevó la necesaria armada con destino Bahía (1624) por lo que fue imposible aumentar la movilización136. Con aquel último fracaso la política de la monarquía volvió a cambiar y empezó a tomar forma la que sería conocida como la Compañía de la India Oriental, al tiempo que todo un sinfín de arbitrios fraguados en los años anteriores irían creciendo a su alrededor137.
Conclusiones
La comprensión de los juegos de poder que llevaron a los intentos de abrir la ruta entre Sevilla y Manila me obligan a considerar las actuales interpretaciones sobre el funcionamiento de la monarquía. John Elliott, siguiendo las huellas de Helmut Koeninsberger, y con una fuerte influencia de las ideas de centro y periferia desarrollaría el término ‘monarquía compuesta’ que tendría amplia difusión138. Mientras la recuperación de los trabajos de Norbert Elías, su sociedad cortesana, derivaría en amplios estudios sobre la Corte: un centro que actuaría como decisor y modulador de las políticas. Un modelo interpretativo que ha sido criticado, en los últimos años, por mecanicista, a la vez, que el mismo se abría a otras cortes no europeas incluidas las virreinales139.
Estas dos grandes interpretaciones han sido reevaluadas por una nueva visión policéntrica que destaca la capacidad de los locales para impulsar, modelar o paralizar las políticas de la Corona140. Un visión que parece coincidir con la necesidad de volver a pensar en los modelos de construcción estatal bajo un nuevo paradigma que atienda a otras fuerzas y permita integrar las realidades imperiales superando los modelos clásicos de los ochenta del siglo pasado141.
En este trabajo he mostrado cómo las élites mercantiles sevillanas que estaban viendo como sus ingresos se veían disminuidos por la conformación del mercado colonial americano, a fines del siglo xvi y principios del xvii, buscaron la eliminación del Galeón de Manila y su sustitución por una ruta directa con Sevilla que permitiera aunar los intereses comerciales sevillanos con los de la Real Hacienda.
La Corona prestó importante atención a esta propuestas de las élites sevillanas dado que esta era una oportunidad para mejorar la Hacienda Real y su posición en Asia. Sin embargo, como he indicado en la introducción, esto suponía paralizar la expedición de armadas extraordinarias desde Lisboa para intentar: primero, sustituir las mismas por el envío de los socorros a Manila; segundo, lograr una colaboración en Asia de las fuerzas de la unión ibérica; tercero, impedir la llegada de las fuerzas holandesas e inglesas a través del refuerzo de la posición ibérica en las costas de África y cuarto ambicionar una alianza con el Imperio safávida buscando un mejor posición en el Mediterráneo, lo que se traducía en conflictos con la corona portuguesa que se mostró reacia a esta política.
Aunque no fue la oposición portuguesa la que llevó al fracaso de la ruta entre Manila y Sevilla, sino otros motivos. Uno de ellos fue técnico: falta de pilotos para la navegación, marinos… estos llegaban a huir para no ser embarcados con destinos desconocidos. Sin embargo, el más importante de todos ellos fue la resistencia mostrada por las élites manileñas y americanas, especialmente las novohispanas. Estas eran reacias a perder el importante comercio que representaba el Galeón de Manila.
La redistribución de los productos asiáticos era una de las claves en la conformación del espacio económico americano, tanto Pacífico como Atlántico. La oposición de las élites novohispanas y filipinas ligadas a aquel floreciente comercio fue clave para el fracaso de los socorros. Una oposición que se mantuvo hasta el siglo xviii cuando se abrió una ruta directa entre la Península Ibérica y Filipinas. Esto lleva a dos considerandos. El primero la capacidad de las periferias de modular las políticas del centro, lo que confirma en parte el ideal de una monarquía policéntrica, al tiempo que me sitúa en el marco de los problemas derivados de una construcción imperial y los grupos de poder asociados a esta y con especial atención a los comerciales. El resultado obliga a tener en cuenta no solo las relaciones de los cargadores a Indias y los diferentes comerciantes extranjeros y su negociación con la Corona como adecuadamente ha hecho José Manuel Díaz Blanco, sino, también, las oligarquías americanas y filipinas claves en la conformación de alguna de sus políticas142.
El segundo, me conduce al planteamiento expresado por Stephan Epstein143. Este fue recogido por Regina Grafe, quien, para el caso hispano, en un periodo que va desde 1650-1800, pone de manifiesto el control que, gracias a los privilegios y al ejercicio de la justicia, ejercieron las entidades locales sobre los debates económicos e impositivos. Este tuvo como efecto (por la capacidad de las oligarquías para decidir tanto los ingresos como los gastos desarrollando marcos competitivos entre ellos) un retraso en la integración del mercado. Su tesis suponía modular la hipótesis neoinstitucional al tiempo que esboza un interesante interrogante que, en este caso, planea sobre la influencia del comercio asiático tanto en la creación de los mercados coloniales americanos como en el diseño de las políticas de la monarquía hispánica. Un tema que supera este artículo y al que dedicaré más espacio en intervenciones posteriores144. Todos estos motivos me obligan a tener presente el problema especíifico aquí tratado, las mercancías provenientes de Asia y su circulación desde Filipinas a Nueva España y desde allí su integración en los circuitos comerciales intraamericanos y europeos. Esta ruta complementaba a las ya existentes, la mediterránea y la posterior ligada al cabo de Buena Esperanza. Como ha demostrado Robert Brenner para el caso inglés, los miembros de la compañía del levante eran casi los mismos que la compañía de comercio con oriente145. La complementariedad de ambas rutas generaba un fuerte control del mercado que conllevaba la sustitución de los negociantes venecianos por comerciantes septentrionales (holandeses e ingleses) y sefarditas. Ante esta situación la república genovesa y sus mercaderes intentaron forzar la política hispana con el objetivo de mejorar su posición comercial.
Ahora bien, aquellos intentos, la preparación y envío de los socorros a Filipinas, supusieron la parálisis de las ayudas que se debían enviar desde Lisboa. Ante su falta, el Estado da India se vio obligado a aumentar su inversión en fortificaciones que se detraían de los beneficios comerciales de la nao de Japón lo que suponía una distorsión en su modelo de funcionamiento generando importante críticas. La falta de armadas se tradujo en una pérdida de posiciones en el Índico. Estas fueron recuperadas ante las reiteradas peticiones, pero para entonces parece que ya era tarde, Ormuz cayó en 1622 generando un importante conflicto, para entonces la política de la Corona con respecto a Asia comenzaba a cambiar, pero esa es otra historia que será contada en otra ocasión.