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Chungará (Arica)
versión On-line ISSN 0717-7356
Chungará (Arica) v.34 n.1 Arica ene. 2002
http://dx.doi.org/10.4067/S0717-73562002000100002
Volumen 34, N 1, 2002. Páginas 5-33
Chungara, Revista de Antropología Chilena
HABLANDO DE VIRGILIO SCHIAPPACASSE
Testimonios de Carlos Aldunate, Julio Montané, Hans Niemeyer, Luis Álvarez, Lautaro Núñez,
Jorge Hidalgo, Silvia Quevedo, Selva Rubilar de Niemeyer, Patricio Núñez, Óscar Espoueys,
Fernanda Falabella, María Teresa Planella, Victoria Castro y Carlos Aldunate, Luis Cornejo,
Carolina Whittle, Isabel, Andrea, Patricia, Giancarlo y Verónica Schiappacasse
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Virgilio de excursión con su piolet, en la quebrada Los Fósiles, precordillera de Chile Central (gentileza de Carolina Whittle). |
Queridos amigos: Quisiera poder expresar los sentimientos de la comunidad arqueológica chilena en estos momentos, sin herir la sencillez y, sobre todo, la sobriedad que Virgilio mantuvo durante toda su vida.
La Arqueología fue la pasión de Virgilio desde su juventud, en Viña del Mar, cuando como integrante de la Sociedad Francisco Fonck hacía trabajos como aficionado en los conchales del litoral central, desde Cahuil hasta Papudo. Después, pasó a integrar junto a Hans Niemeyer la asociación más fructífera y constante que conoce la arqueología chilena. Durante más de 30 años, los trabajos rigurosos de estos investigadores pasan a formar un corpus esencial para el estudio de las sociedades que habitaron el norte de Chile. La investigación del valle de Camarones, que abarca innumerables sitios, desde el litoral hasta la sierra y desde los primeros pobladores hasta el inka, es un ejemplo de rigurosidad, método y constancia que nos da este extraordinario equipo que complementaba admirablemente las habilidades de ambos investigadores.
Hans siempre comentaba que Virgilio era el estudioso, de alto vuelo teórico e interpretativo. Aportaba su envidiable capacidad para estar absolutamente al día en cuanta publicación existía, en Chile y el extranjero, sobre cualquier tema. En eso era imbatible. No he conocido otro como él. Estaba siempre informado de todo. Aprovechaba sus incesantes viajes entre el hospital, la clínica, los museos para leer distintos artículos, que siempre llevaba bajo el brazo. Daba la impresión de que tenía tiempo para todo. Jamás lo vi abrumado por sus innumerables actividades en tantos campos diversos: medicina, academia, hospital, arqueología, el deporte. Siempre estaba disponible para juntarse con amigos, colegas, cuando se le requería. Es que sus vocaciones no constituían una carga. Las tomaba y ejercía con enorme naturalidad y sencillez, sin aparentar esfuerzos, sin aspavientos ni grandes declaraciones. Pienso que esto es el reflejo de una enorme paz interior, causa y fruto de la consecuencia entre su vida y sus principios.
Virgilio fue un testigo del desarrollo de la Arqueología en Chile, desde sus inicios pioneros, hasta su consagración como disciplina científica y profesionalización. Hace casi 40 años, junto a otros colegas, fundó la Sociedad Chilena de Arqueología, entidad científica que agrupa a todos los arqueólogos chilenos. Desde allí, como Director, durante más de 20 años, aportó generosamente su ponderado juicio al desarrollo de la disciplina y la formación de un grupo crítico. Nos queda su legado, que deja surco profundo y un gran vacío.
Consecuente con su parquedad, Virgilio se opuso y no aceptó jamás los reconocimientos y homenajes que quisimos hacerle para dejar constancia de nuestra gratitud.
Vivimos la amistad como un hecho de la causa y la dejamos escapar sin apreciar que es un regalo que nos es dado para disfrutarlo. Cómo nos hubiera gustado vernos más para compartir la vida, el trabajo y, sobre todo, esas apasionadas e interminables discusiones en que nadie convencía a nadie. Nos harán falta la pasión, la erudición, la inteligencia, sensatez y perseverancia de Virgilio.
Querido Virgilio: Perdona si con estas palabras he ofendido la modestia y sobriedad que caracterizaron tu vida. La verdad es que tu familia y amigos necesitamos consolarnos de alguna manera por tu partida, y estos recuerdos probablemente puedan ayudar a aceptarla.
Palabras para Virgilio, Julio Montané Martí**
Hace ya muchas lunas que conocí a Virgilio, más de cuarenta años, por lo que la memoria se me torna opaca. En la casa de los Silva en Chorrillos se juntaban un grupo de amigos llenos de variadas inquietudes. Era un viejo caserón lleno de Silva, casados y solteros. Allí fui a llegar debido a que me interesaba la arqueología, pues en la Sociedad Francisco Fonck buscando información había conocido a Jorge Silva. Era una fabulosa casa de madera de tres pisos coronada con una especie de torre donde Jorge tenía su taller-biblioteca. Allí teníamos prolongadas conversaciones en las que la arqueología jugaba un papel central. Silva organizaba excursiones en las que hacíamos recorridos de superficie, trataba de formar un grupo de interesados en la arqueología en la Sociedad Francisco Fonck. Allí en la casa de los Silva conocí a Virgilio. En esos tiempos Schiappacasse estaba pololeando con una muchacha muy bella, envidia de todos, con la que posteriormente se casó, María Alicia.
Lo recuerdo allí en la casa de los Silva en Viña del Mar sentado en el alféizar de la ventana, fumando su pipa y sonriente. Siempre andaba sonriente y con facilidad se reía y tartamudeaba, con los ojos entreabiertos.
La biblioteca de Silva era nuestra primera fuente de lectura arqueológica y antropológica. Allí en torno a Jorge Silva se formó un núcleo de arqueólogos cuya figura más destacada con el tiempo llegaría a ser Schiappacasse por su capacidad de sistematizarse, por ser muy estudioso, constante y mantener buenas relaciones con todos. Todos éramos aficionados de fin de semana, en que utilizábamos los sábados y domingos y días festivos para juntarnos a platicar y organizar excursiones para reconocimientos de las áreas de concheros de la costa al norte de Viña del Mar. Recorrimos sistemáticamente toda la costa hasta Ritoque. Jorge había conocido sitios en Perú y Ecuador y museos en USA, cuando en época reciente había navegado como ingeniero en la marina mercante.
Peleábamos contra los coleccionistas y fomentábamos la institucionalización de los aficionados a la arqueología que habíamos reunido en torno a la Sociedad Francisco Fonck en Viña del Mar.
Desde allí planeábamos nuestros recorridos por la costa reconociendo los conchales de Ritoque, Concón, Reñaca, Quintero, Llolleo. O en sitios del interior como Til-Til, La Cumbre, Quilpué, El Mauco, o Curaumilla. Hicimos clases de excavaciones a los miembros entusiastas de la Sociedad Francisco Fonck. Después emprendimos algunas excavaciones exitosas.
Virgilio, elegante, más bien callado, educado, actuaba sin precipitación alguna. Sabía escuchar y solía hablar cuando los otros ya lo habían hecho. De juicio mesurado, solía poner los puntos sobre la íes.
Redondeaba las pláticas. Era un científico nato, quizás le ayudara su profesión de médico. De amplia cultura, compartíamos una visión del mundo y la sociedad que era determinante para la forma en que encarábamos la arqueología. Fuera de la amistad nos unía una comunidad de ideales progresistas y una forma filosófica de percibir la realidad. Fue mi mentor.
Solíamos salir los fines de semana a recorrer los sitios de la costa y algunos del interior. En estos recorridos fueron muy importantes los comentarios y discusiones a los objetos recolectados que sostenían Jorge y Virgilio. Allí en la costa, Virgilio participó en sus primeras excavaciones con Jorge Silva, de las cuales una de las más relevantes fue la de Papudo. También en el interior, en La Cumbre, Virgilio excavó un pequeño abrigo en el que comprobaría que el material, que presuponíamos precerámico, pertenecía a una fase agrícola con cerámica, más bien tardío (Aconcagua Salmón ). Tal investigación lo reafirmaría en ser siempre metódico y lógico en el proceder arqueológico.
Mientras trabajó en Viña del Mar fue constante su encuentro con Silva. Su traslado a Santiago lo obligó a ir espaciando sus viajes a Viña del Mar.
Cuando fui a trabajar al Museo de La Serena no perdí el contacto con Virgilio, me alojaba en su casa cuando iba a Santiago, y heredaba sus ternos que dejaba de usar, teníamos un cuerpo semejante en aquella época. Posteriormente cuando pasé al Museo Nacional de Historia Natural el reencuentro con Virgilio fue habitual. Trabajaba en el hospital frente al Museo, iba todos los miércoles a la Sección y allí trabajaba sus materiales de las excavaciones. No sólo fue su laboratorio de trabajo arqueológico, sino que además cada miércoles se convirtió en la figura central de las pláticas que allí espontáneamente se desarrollaban en entorno a estudiantes e investigadores que nos visitaban. Muchos iban a escucharlo; los miércoles de la Sección adquirieron gran relevancia y prestigio con la presencia de Virgilio, por su rica conversación, sus conocimientos, sus ponderados juicios y su fraternidad. Desde entonces fue constante su visita al Museo.
Cuarenta Años de Amistad y de Arqueología en Común, Hans Niemeyer F.*
Parece mentira que hayan transcurrido tantos años. Pasaron como una carrera a galope tendido. Quisiera recordar todos esos momentos y todo el acontecer de esas excursiones. En Camarones contamos casi siempre con la compañía inestimable de Iván Solimano, amigo en común que con su conversación nos hacía más grata la campaña, aparte de su cooperación técnica como arqueólogo.
Perdona, Virgilio, que en el sepelio no fuera capaz de despedirte, después de tantos años de trabajar juntos en Camarones, en la laguna Meniques y en la costa de Coquimbo.
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Virgilio en Guanaqueros, comienzo de los sesenta, cuando gran parte de la arqueología chilena se realizaba en sitios funerarios. (Gentileza Verónica Schiappacasse) |
Me habría gustado contarte que en Saguara doña Inocencia llevaba en sus manos unos chumbos para los arqueólogos. Caminaba con pasitos cortos, pero aún firmes y una cara llena de sonrisa, con sus ochenta años o más. Esos días estaba en Saguara, pero otros pasaba en Parcoallá o en Esquiña. Por todas partes tenía de herencia un cuartelito con plantas para regar. Se me agolpan los recuerdos y no sé a cuál acudir. Todos fueron hermosos y pasamos días de felicidad. De repente quisiera escribir sobre todos.
Empezamos nuestra tarea en común en Conanoxa. Te invité a realizar las excavaciones más definitivas, en esos fragmentos de Terraza de Camarones. Sabía que era un hallazgo de importancia y no me atrevía a asumir solo toda la responsabilidad. No estaba preparado para ello. Julio Montané nos presentó y desde ese momento sellamos un pacto de mutua cooperación que fue fructífero más de treinta años.
De Conanoxa nos vinimos a Guanaqueros. Quedaba más a la mano. Allí excavamos un conchal, a pocos metros de la puerta de la escuela pública, de manera que teníamos a ciertas horas a los alumnos de público. Hicimos un registro minucioso y asaz documentado de las piedras tacitas de esa localidad, riquísima en esas manifestaciones. Exploramos toda el área dominada por el gran cerro Guanaqueros. Entre otros, uno como domo conchífero que presentaba condiciones favorables para realizar su cubicación y evaluar su potencial dietético. Virgilio estudiaba el método a seguir, yo cooperaba en la implementación práctica. A él le bastaba hacer una rápida lectura para entender los procedimientos. No importaba si el texto estaba en inglés, español, francés o italiano.
Mi casa de La Herradura pasó a ser nuestro campamento base de todas las operaciones por la costa de Coquimbo. Desde aquí fuimos juntos a buscar en julio de 1965 la balsa de cueros de lobo que Roberto Álvarez nos había anunciado que estaba terminada. La trajimos directamente al Museo de La Serena.
De aquí partimos también en 1966 para realizar un reconocimiento de Punta de Choros y las Islas Chañaral, Choros, Damas y Gaviotas. Teníamos como base secundaria de estas operaciones la casa de mi amigo Roberto Álvarez en la caleta de Chañaral de aceitunas. El bote a motor lo ponía Álvarez. Fue entonces cuando descubrimos en la isla de Chañaral una ocupación prehistórica tardía (inca diaguita), demostrando que en esta época los indígenas tenían un medio de navegación, casi seguro la balsa de cueros de lobo.
Desde este campamento base de La Herradura, años más tarde trabajamos durante muchas jornadas el gran cementerio arcaico de Punta Teatinos. En 1972 se incorporó al equipo la antropóloga física Silvia Quevedo K., quien quiso hacer el proyecto final con ese yacimiento. También el odontólogo Patricio Urquieta G. se interesó por el estudio del aparato masticatorio. Con esta compañía, las reuniones de excavación se pusieron más entretenidas y alegres. Era una inyección de gente más joven y de otros pensamientos. Ambos fueron un aporte real al proyecto. En ese momento de la incorporación, llevábamos exhumados 72 cuerpos. No pensábamos que llegaríamos a 211 cuerpos, que fue la cifra alcanzada en 1984 cuando hicimos la última campaña. Trabajamos el yacimiento al "barrido", dejando finalmente una piscina considerable que aún permanece. El control espacial lo conseguimos con un sistema de coordenadas ortogonal. Para nuestra ventaja en la terraza de Punta Teatinos se instaló la fábrica Nacional de Explosivos. Parecía un factor en contra, pero no fue así. Cerró la terraza y puso dos perros bravísimos a su cuidado. Nosotros cada vez requeríamos la autorización.
En 1967 propuse a Virgilio no abandonar el valle de Camarones. Conseguimos caballos en la hacienda fiscal, de la Caja de Colonización Agrícola de entonces, y emprendimos un viaje inolvidable desde la hacienda de Camarones a Esquiña. Llevábamos por guía al encargado de la repartición de aguas del río quien era profundo conocedor del valle. Él nos mostró en esa ocasión los poblados indígenas de Huancarane. Lo dejamos en vista para el futuro. Continuamos hasta alcanzar Esquiña, o lo menos la parte baja cercana al río. Al día siguiente subiríamos hasta el poblado de Esquiña. Nos dimos cuenta del enorme potencial arqueológico del sector de Esquiña con varios poblados prehistóricos, había que adoptar una estrategia para abocarse al estudio de este sector, tarea que se reservó para los años venideros. En Esquiña conocimos a varias personas que en el futuro nos ayudarían en sacar tamaña tarea. Regresamos a nuestra base de la hacienda Camarones trayendo grabado en el cerebro todo el quehacer que había por delante.
Desde la hacienda y siempre con los caballos a disposición pudimos trabajar en esa ocasión los poblados que denominamos Hacienda Camarones Sur y Umayani y el Pucara de Taltape. En todos estos estudios era primordial el uso del taquímetro y sus implementos. Así podíamos efectuar los levantamientos de los numerosos sitios sin dificultad. Creo que en esto radicó en buena parte nuestro éxito en el valle de Camarones donde la tarea por ejecutar era tan vasta, parecía de nunca acabar.
El año 1969 volvimos a la Hacienda para excavar los poblados tardíos que se enfrentaban a ambos lados de la caja del río Camarones. Eran pueblos perfectamente estructurados. El Camarones Sur tenía muros defensivos y había sectores con acumulación de proyectiles.
Andábamos en movilización propia y pudimos de vuelta cuando avanzamos hacia el sur, pasar a visitar la faena en que se encontraba la Dra. Grete Mostny con arqueólogos norteamericanos, excavando en la aldea de Guatacondo 1. Se trataba de los arqueólogos de la Universidad de California, Meiglens y el pelirrojo que nosotros apodamos el "Rufo", compartimos con ellos ese día, y al siguiente seguimos viaje a Calama. En esa ocasión entregamos al "Rufo" una colección de maíces extraídos de las excavaciones en Camarones, para su estudio. Nunca más supimos de ella. Resultó un poco cierta la broma que hacíamos de que el "Rufo" poco antes de subir al avión habría tirado la muestra a la basura.
En el año 1966 organizamos en el Land Rover una expedición a Laguna Meniques, en la puna de la II Región de Chile. En 1961 en una fecundísima gira que hice por el norte de Chile, que incluyó la puna de Antofagasta y el valle de Copiapó, había descubierto dos importantes yacimientos en la cabecera de Laguna de Meniques y recién ahora podíamos abordarla. Estuvimos acampados una semana y nos propusimos regresar haciendo una visita a los famosos géiseres del Tatio. Bajamos a San Pedro y de aquí continuamos lo más temprano que pudimos hacia Guatín y el Tatio. Llevábamos a cuesta todo nuestro equipo pues nos proponíamos salir a Calama por un largo camino a través de Toconce y el río Salado. Antes del Tatio había que cruzar el río Putana. Al pasar éste, en un equívoco del camino quedamos atrapados en una vega, colgados del diferencial del vehículo. Las ruedas no encontraban firmeza para ejercer su habilidad. Patinaban en banda. Hicimos esfuerzos por levantarlo con la gata, pero todo fue inútil y ya las fuerzas se acababan, sobre todo a mí que ya tenía dificultades de respiración en la altura. El río se empezó a descongelar y los trozos de hielo venían flotando en él.
Virgilio le dije, "esto es superior a nuestras fuerzas y requiere ayuda externa", y lo convencí que bajáramos todo el equipo y armamos campamento a la orilla de la vega. Estaba seguro que una vez que los amigos que tenía de la Dirección de Riego nos echarían de menos, vendrían en nuestro auxilio. Así lo hicimos y tomamos desayuno. Teníamos víveres y gas licuado para una semana, remanentes de nuestra campaña Meniques. Virgilio quería irse a pie a San Pedro. Él tenía que estar en el hospital ese lunes y no podía faltar. Le convencí desistiera de su propósito. Estábamos a más de 80 km de San Pedro y moriría en el camino antes de llegar. Por momentos se calmaba. El interés supremo era tomar en Calama el avión que lo llevaría a Santiago. El vehículo lo dejaríamos en la Dirección de Riego de Calama.
Armado el campamento y desayunados, salimos a caminar un poco por el camino por el cual vinimos: "escucha, Virgilio, siento un lejanísimo ruido de motor". Me acordé que era 23 de octubre, día de la batalla de Topater, donde se había distinguido el héroe máximo Abaroa. Ese día el ejército chileno estaba alerta, en pie de guerra, y patrullaba la cordillera por temor a un golpe de mano de Bolivia, en homenaje a su héroe Abaroa. Efectivamente no tan lejos en el camino, a la vuelta en una loma apareció un tremendo camión del ejército chileno, a marcha lenta. Me llené de júbilo y saqué un pañuelo para hacer señas mientras se iba acercando. Virgilio me retó, y me bajó la mano, no quiso que se hiciera ninguna manifestación de alegría. Él se mantuvo parco como siempre. Dejamos a ellos la responsabilidad del salvamento que fue muy sencillo, hasta que nos entregaron el vehículo al otro lado de la vega. Tampoco estuvo de acuerdo en que los agradecimientos fueran muy efusivos a quienes habían sido nuestros salvadores. Desarmamos el campamento y cargamos el Land Rover para continuar inmediatamente el viaje de regreso proyectado hasta Calama. Los géiseres hacía rato que habían hecho su numerito y en su lugar había un borboteo apagado. Creo que esta anécdota refleja mejor que ninguna otra el carácter de Virgilio, que no demuestra sus emociones.
El año 1971 con la ayuda de la Universidad del Norte, sede Arica, llegamos a instalarnos en Saguara, un pueblo de estilo aymara mucho más alto que Esquiña, que recién tenía acceso vehicular. Nos prestaron para usar de campamento una casita mínima. La habitación estaba repleta de orégano recién cosechado. Era difícil dormir en ese ambiente, pero nos adaptamos. Estábamos a 3.000 m de altura y las condiciones no eran muy rigurosas. En el día Saguara era espléndido, con sol pleno, como el mejor de los "resorts". Hicimos en esa ocasión el levantamiento topográfico completo, del pueblo moderno y de las ruinas incaicas.
El año 1974 teníamos proyectada una campaña a la desembocadura del valle de Camarones con miras principalmente a la exploración de un gran conchal que teníamos visualizado al borde de la terraza sur. Preparamos con minuciosidad el Land Rover y su carro de arrastre. Iván Solimano, como en otras ocasiones, sería nuestro invitado y colaborador. En La Herradura recogeríamos a otros dos operarios. Íbamos bien cargados con todo el equipo y los víveres para una temporada más larga que lo habitual. Pernoctamos aquella noche en La Herradura. Al día siguiente nos pusimos en marcha con dos operarios. Otros dos los adelantamos en bus hasta Cuya.
Ese segundo día cenamos en Chañaral de las Ánimas; cargamos bencina y seguimos viaje de noche, dispuestos a hacer la travesía del desierto con el fresco de la noche. Éramos aún jóvenes y nos atrevíamos a hacer locuras. Yo era el más viejo y andaba en 53 años. Manejé por largo rato y luego de la estación Baquedano tomó el volante Virgilio. Virgilio aceleraba por sobre los 90 km/hr. Estábamos en plena pampa de Antofagasta a pocos kilómetros de María Elena, una de las pocas salitreras que se defendía aún. En esto, un estruendo, un reventón del neumático trasero. El Land Rover se desestabilizó completamente. Virgilio manejaba con una mano y con la otra sujetaba la puerta sacando el brazo. El carro de arrastre jugaba por su cuenta y contribuía a la desestabilización. Al fin, el carro describió un espiral y se zafó del Land Rover, mientras este se volcaba para el lado del chofer. Salimos como pudimos. El único herido era Virgilio cuyo brazo izquierdo, el que iba afuera, rozó con el pavimento. En el primer vehículo que pasó lo enviamos al hospital de María Elena para curar sus heridas. Con otro camión enderezamos el Land Rover y pudimos seguir la marcha en él. El carro de arrastre se lo enviamos a Oscar Espoueys, a Arica, para que trataran de arreglarlo. Espoueys, el amigo de siempre que sacaba de apuros. Su casa estaba abierta para recibirnos en Azapa.
En marcha al norte nuevamente pasamos al hospital de María Elena para saber de Virgilio. Le encontramos leyendo un diario local y fumando su pipa a la sombra de un pimiento en el patio del hospital. No sólo le habían curado la herida sino que lo afeitaron, lo lavaron y le cambiaron sus olores.
Esa noche alojamos en la Oficina Victoria que aún funcionaba. En Camarones nos instalamos al borde de la terraza sur; en eso estábamos, cuando vemos a nuestro ángel de la guarda bajando en su station, repleto de cosas, la cuesta de Camarones casi al llegar al puente. Oscar nos traía todo lo necesario para armar el campamento.
Trazamos dos corridas paralelas de pozos de sondeo en el espesor del conchal y desde un comienzo empezaron a aparecer anzuelos de concha circulares acompañados de otros elementos arcaicos, de concha y quisco. Conforme al plan original después de estos sondeos, nos trasladamos a la Hacienda de Camarones, pero Virgilio se fue a Santiago antes que nosotros para atender bien sus heridas. Estas peripecias sufridas en este viaje es otro caso en que Virgilio demostró su inmensa resignación y estoicismo. En ningún momento se quejó de sus dolencias, y cuando regresamos a Santiago ya estaba muchísimo mejor.
En 1976 y 1977 nuevamente lo dedicamos a Camarones 14, es el nombre con que se conoce este importante yacimiento de la cultura del Anzuelo de Concha. En la última campaña tuvimos la colaboración de Bill, un alumno de español de Magda Arce, de Hawai. Arqueólogo de ese archipiélago. Estuvo encantado de colaborarnos. En 1976 hicimos una serie de cuadrículas y en 1977 exhumamos un área importante de funebria. Lo estimulante de este yacimiento es que encontramos el lugar de la vivienda junto al área de enterratorios, aspecto que antes no se había conseguido para la Cultura del Anzuelo de Concha. Hicimos en días venideros al respecto una monografía que fue publicada en el Museo Nacional de Historia Natural en forma de una Publicación Ocasional, con estudio de los restos óseos por la antropóloga física Silvia Quevedo K.
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Iván Solimano, Hans Niemeyer y Virgilio Schiappacasse en su campamento arqueológico de Taltape, localidad de Camarones, invierno de 1983. En esa oportunidad Virgilio y Jorge Hidalgo discutieron la posibilidad de editar el libro "Prehistoria de Chile" con la contribución de varios autores y editores (foto de Calogero Santoro). |
De allí en adelante con Virgilio iniciamos estudios sistemáticos pendientes de un yacimiento por año. En 1978 lo dedicamos a Huacarane 1 y 2, los poblados descubiertos por nosotros en la gira a caballo de 1967. Con este trabajo se reanudaron las publicaciones de Chungara (N° 7).
El año 1979 le tocó el turno a Saguara, cuya topografía teníamos hecha desde 1971. El año 1980 le tocó a Pachica, un poblado colonial construido sobra bases incas. Después al sector de Taltape. En todos estos años contábamos con movilización facilitada por la Universidad del Norte, sede Arica. Nos iban a dejar y a buscar al sitio. En 1982 hicimos un reconocimiento acabado del sector Taltape del cual forma parte un plano muy detallado que pusimos que disposición de la Universidad para el servicio de la comunidad. En fin, en otra oportunidad fuimos desde Esquiña a Caritaya por la cuesta de Caritaya. Un viaje largo y pesado. Descubrimos aleros y abrigos con ocupación indígena.
Otra vez, fuimos a caballo por el lado norte del río Ajatama, desde Esquiña. Alojamos en el sembrío de Atajama y visitamos desde aquí el alero con pinturas de Chetune. En estas excursiones montadas nos acompañaba Marcelino Visa, de Esquiña.
Abordar con alguna detención estos numerosos sitios, especialmente aleros rocosos muchas veces con pinturas, nos habría tomado otro tiempo del cual no disponíamos y no tendríamos salud para hacerlo. Son sitios de altura donde el aire es más enrarecido y ofrecen mayores dificultades para el trabajo. Quedan de tarea para jóvenes nuevos que ya vienen detrás.
Virgilio, mil gracias por todo lo que de ti aprendí.
Santiago, 20 de mayo de 2002
Mis Recuerdos Sobre Virgilio, Luis Álvarez Miranda*
Se originan en una diversidad de encuentros que con relativa frecuencia junto a él giraron en torno a actividades de congresos arqueológicos, simposios, mesas redondas, investigaciones de campo y también, de manera eventual, al consultarlo en su calidad de médico de especialidad. Accediendo a una invitación de su parte, compartimos con total agrado algunas fases de sus jornadas de campo de Camarones 14 y Angostura de Conanoxa, que realizaba junto a Hans Niemeyer, oportunidades en que también de su personalidad emanó fraternidad, amistad y generosidad en entregar sus experiencias y conocimientos de manera atenta y oportuna a quienes le demandábamos consultas, opiniones y/o reflexiones sobre las variadas temáticas arqueológicas que él dominaba.
En esos encuentros tuve la suerte de aquilatar junto con Percy Dauelsberg, Guillermo Focacci y Sergio Chacón, aquellas virtudes que lo destacaban como un científico riguroso dentro de los ámbitos de la arqueología chilena.
Siempre mantuvo inquietud por investigar, desentrañar y dar a conocer el pasado cultural de la región; alentaba iniciativas, trabajos, proyectos, orientaba y colaboraba con entera voluntad. Recuerdo su invitación a elaborar de manera conjunta, un listado de voces posiblemente autóctonas, que en el ámbito marítimo litoral identifican especies con denominaciones, tales como: Chungungo, Tomoyo, Chinguillo, Garuma, Murmuy, Cochiza, Luche, como también incluir aquellas que habitantes de los valles llaman a ciertas aves: Guajache, Pichuncho, Chate, Cheje, Leque-Leque, etc.
Por otra parte, su solidaridad y disposición de atender y tender la mano a quienes requerían de sus servicios, lo destacan en una faceta humana que se le reconoce de alto valer, esto y aquello lo viví directamente en el Hospital San Juan de Dios y Clínica Fleming de Santiago, centros de salud en los que nuestro gran amigo y distinguido profesional médico entregaba sus conocimientos y cariño, por aliviar el dolor de los demás.
Su modestia, respeto, apoyo y credibilidad que otorgaba a la labor de quienes aportaron trabajos en beneficio de la disciplina arqueológica, se refleja de la nota que de su puño, letra y firma, se incluye en estos recuerdos, y que fechara en Santiago el 12 de Junio de 1997:
El Inesperado y Definitivo Silencio de Virgilio, Lautaro Núñez A.*
"Una oscura maravilla nos acecha la muerte ese otro mar esa otra flecha que nos libra del sol y de la luna y del amor" |
(J. L. Borges, 1964) |
No es fácil ser médico y arqueólogo a la vez, en esa apegada relación a vidas y obras fallecidas, y acercarse a la muerte, como lo hiciera Virgilio en sus últimos días, con tanta intimidad, plenitud, certidumbre y paz. Tampoco es fácil escribir un mensaje de despedida a quien le era imposible aceptar homenaje alguno a pesar de su voluntario e irresistible apego a la surgencia en Chile de una arqueología más científica e inteligente. Por lo mismo, sólo algunas palabras desconcertadas sobre la importancia del silencio de Virgilio.
El Doctor Schiappacasse, así reconocido desde los años 60, se incorporó a un grupo de estudiosos de la arqueología del centro de Chile, los pioneros chilenos que innovaron en el primer acercamiento a problemáticas derivadas de escuelas antropológicas modernas, basadas en rigores cronológicos y contextuales, que precisamente llamaron la atención de la comunidad científica nacional e internacional a través del congreso de arqueología chilena celebrado en Viña del Mar el año 1964. ¿Cómo pudo sobrevivir Virgilio entre estos pioneros que eran los nobles del discurso oral bajo el dominio del Rey Montané, especialista en originales pláticas arqueológicas de larga duración? Sí, es cierto, su vieja amistad con Montané, Niemeyer, Silva y Bahamondes, lo dispone en el centro del círculo de viejos conversadores ante quienes respondió con sus silencios interrumpidos por breves y certeros comentarios, casi balísticos, que irradiaban luces tan profundas que con el tiempo se hizo costumbre escuchar su voz para mediar entre la contrastación y la fantasía arqueológica.
Sus trabajos silenciosos realizados en los conchales de Guanaqueros, en las terrazas de Conanoxa, en la desembocadura y tierras más altas del valle de Camarones, en la laguna de Miscanti y tantos otros distritos arqueológicos del norte del país, llevan su marca tan particular: rigor metodológico, soporte bibliográfico actualizado, claridad textual y su inseparable precisión factual. En este sentido, su propuesta sobre el desarrollo de un régimen trashumántico arcaico en el valle del Camarones, ocurre cuando Davis y Lynch, desde otros territorios y realidades socioculturales distintas, están innovando la academia con estas explicaciones interpretativas entre patrones de ocupación y estacionalidad. Esto explica que su aporte al Congreso del Hombre Andino fuera publicado en Estudios Atacameños del año 1975, oportunidad en que se editaron los trabajos precisamente sobre trashumancia tratados en el simposio ad hoc conducido por Lynch.
Su orientación hacia la arqueología del norte lo llevó a separarse de la problemática del centro, con menos relaciones con aquel grupo magnífico liderado por su gran amigo Julio Montané, quien por ese entonces había logrado un estado mágico entre la máxima pobreza material de las contingencias domésticas y una máxima riqueza científica y espiritual, con idearios de cambios compartidos hacia una contingencia política, de cuyos discursos pasionarios era absolutamente imposible sustraerse. En verdad, después de varios años, con Julio en Santiago, esa amistad fue sólo comparable al binomio Schiappacasse-Niemeyer de cuyos escritos se enriqueció por tanto tiempo la arqueología del norte de Chile.
No es fácil a su vez entender la persistencia de la riqueza del silencio de Virgilio asociado a todo lo diferente de Hans, a no ser que la armonía por la complementariedad de los opuestos haya logrado, como efectivamente ocurrió, una amistad que puso a prueba la garra germánica con la italiana, en un contrapunto de más de 40 años de convivencia científica y personal ejemplares. Fuera de duda, el talento casi obsesivo de Hans por la documentación gráfica y descriptiva de la data arqueológica, sumado al silencio reflexivo y aplicación de analíticas específicas a los sitios y colecciones de parte de Virgilio, generó un combinado pocas veces observado en Chile. Esta situación se pudo advertir nítidamente en nuestras excavaciones en Tagua Tagua, oportunidad en que mientras Niemeyer disfrutaba de sus relevamientos topográficos y mensuras de las excavaciones, Schiappacasse muestreaba desde los pisos de ocupación finipleistocénicos evidencias de microastillamiento lítico, tras la tesis de lograr correlaciones entre artefactos terminados y usados localmente, precisamente con sus residuos in situ, para probar un aspecto que discutimos casi en silencio, esto es, la documentación de grados de asociación certeros entre los artefactos y la megafauna, eliminando posibilidades de intrusiones desde eventuales reocupaciones post- paleoindios.
Virgilio no sólo excavaba bien, sino practicaba un ritual desgraciadamente poco difundido, que consiste en dudar de las posiciones cronoestratigráficas y contextos supuestos, mientras las evidencias no lo fueran definitivas y sustanciales. Siempre se le vio buscar ese "grano fino", que con visibilidad plena le llevara a soluciones desde la arqueología contemporánea, motivado por su franca adicción a la lectura de publicaciones internacionales que le conducían a reevaluar los análisis derivados de visiones convencionales. En consecuencia, siempre tenía claridad entre los datos confiables y consistentes de otros parcialmente documentados, que en más de alguna ocasión lo llevaron al debate frontal. Allí se le veía sacar de paseo a su genovés portuario y llevar a quirófano a interlocutores con ideas febriles, oportunidad en que con breves palabras les discutía con ardiente impaciencia la naturaleza errática de sus juicios, visiblemente alterado por tanta insensatez científica, situación que gradualmente lo configuraba en arco iris humano...
En silencio escuchará estas palabras el pionero más inteligente e informado de la arqueología chilena y sentirá que fue su opción correcta practicar el arte mayor de la prudencia y duda científica sin los excesos interpretativos, al margen de toda soberbia, al punto que no se le conoce su currículo vitae, ni se sabe de arrebatos de notoriedad. Jamás se le escuchó ese discurso pedante propio de los científicos inseguros, con lenguajes alambicados y hedonistas, más cercanos a la consolidación de sus jerarquías prematuras que a los compromisos científicos y sociales, apuntados hacia donde el país se desangra. Precursor de la generación de los 60, no dudó en los idearios de los cambios soñados y brindó con Carolina, Vivien y nosotros aquel día memorable en que detuvimos nuestra excavación en Tagua Tagua, para celebrar el advenimiento de la libertad.
Y ahora nos sorprende con su silencio definitivo que nos duele en el costado izquierdo y quisiéramos de pronto tenerlo en una tarde estival con su mejor vino, conversando de sitios y destinos políticos, cantando de paso los boleros de otra noche demorada y memorable, pero el arte de sus palabras cruzaba el umbral de sus bellos silencios reflexivos, porque sabía tanto escuchar, que transformaba sus coloquios en foros donde cada interlocutor se situaba en el centro de su cómodo sillón imaginario.
Fue entonces que se le vio en uno de los tantos congresos de arqueología aplicar su célebre e inconsciente método onírico, bajo un estricto silencio sellado por sus ojos cerrados, como en un extraño estado de ensoñación, imagen que esta vez provocó comentarios sobre una eventual adicción a sueños irresistibles estimulados por ponencias deprimentes, mientras que otros opinaron, minoritariamente, que así alcanzaba un recogimiento reflexivo total. Ahora ya es tiempo de decirlo, puesto que me acerqué a su costado derecho y soto voce le pregunté sin sobresaltarlo su opinión de lo que se exponía. Su respuesta con los ojos siempre cerrados fue tan pertinente que no sólo probó que no dormía, sino que lo había sustraído desde el meollo mismo de una crítica formidable... Lejos fue esa inteligencia, sumada a su amistad tan desinteresada que lo llevó a la titularidad en la academia médica, y que nos permitiera recoger lo mejor de él para nuestra disciplina y nuestras vidas. No es fácil escribir sobre un genuino cofundador de la Sociedad Chilena de Arqueología, aún con el dolor a cuesta, estremecido por el más inesperado y definitivo silencio de Virgilio...
San Pedro de Atacama, 21 de mayo de 2002.
Virgilio Schiappacasse, un Amigo Inolvidable, Jorge Hidalgo Lehuedé*
En los comienzos de la década de los setenta, Hans Niemeyer me invitó a exponer un trabajo en el Congreso de Arqueología Chilena que organizaba la Sociedad epónima con la Universidad de Chile. Bella época de grandes amistades. Allí logré mayor cercanía con los "grandes" de la arqueología chilena. Había conocido desde unos años antes a varios de ellos en la oficina-taller-laboratorio-foro de Julio Montané, en el Museo de Historia Natural.
Llegué allí cuando investigaba para mi tesis de graduación como profesor de Historia y Geografía, por recomendación de Sergio Villalobos mi profesor guía y buen amigo de Julio Montané. Debe haber sido el año 1968 ó 1969; allí también llegaban regularmente Virgilio y Hans, de modo que el momento exacto en que los conocí será de difícil recuerdo. Ellos disponían de un laboratorio donde trabajaban las colecciones provenientes de sus excavaciones. Virgilio aprovechaba las pocas horas libres que le dejaba la medicina para dedicarse a la arqueología. Normalmente a mediodía, la hora de colación para otros, colgaba su delantal de médico del Hospital San Juan de Dios y atravesaba en dirección a los parques de la Quinta Normal de Agricultura hasta el Museo, subía al segundo piso donde en un rincón del ala nororiente, una discreta puerta se abría frente a una estrecha escala que conducía al altillo de Julio; cada recién llegado era recibido con grandes y alegres saludos ¡Maestro, qué gusto de verlo!, luego seguían las bromas mutuas y al poco rato la conversación derivaba a los debates antropológico-arqueológicos. Todos compartíamos y, con la humildad científica que los caracterizaba, le daban un espacio a las opiniones de un estudiante como era mi caso.
Virgilio procuraba mantener un tono bajo de sí mismo. No se descubría, había que descubrirlo. Luego la solidez de sus argumentaciones apoyadas en métodos y técnicas novedosas, en datos nuevos, en una bibliografía amplia que incluía desde los clásicos a las más recientes publicaciones de las revistas especializadas, hacía que inevitablemente se destacara. Por otra parte, otro de sus rasgos que sorprendía era su curiosidad, su estimulante interés por las investigaciones de los otros, su constante deseo de aprender más y su respeto por los logros ajenos. Era muy difícil escuchar de él una opinión negativa de algún colega.
El Congreso del año 1971 en la Casa Central de la Universidad de Chile contó con la presencia de invitados internacionales, entre ellos, Carlos Ponce Sanginés de Bolivia, Luis Guillermo Lumbreras de Perú, John V. Murra de USA, entre otros. Mi amistad con Murra me permitió compartir algunas de las entrevistas que él otorgó a los colegas chilenos deseosos de aprender cómo aplicar los resultados etnohistóricos a sus prácticas arqueológicas. Murra había avanzado mucho en su hipótesis del Control Vertical simultáneo de un máximo de pisos ecológicos por los grupos étnicos andinos con voluntad de autosuficiencia, o sea del área surandina, lo cual involucraba el pasado del Norte Grande. Recuerdo que Virgilio le preguntó a Murra sobre el significado de la línea de pukaraes de altura en un modelo como el que él proponía. No cupo duda que Virgilio se había adelantado a repensar la propuesta a la luz de sus datos arqueológicos y no temía plantear sus observaciones ante la autoridad científica de Murra.
Esta independencia intelectual de Virgilio era uno de sus rasgos característicos, pero junto a ello, una apertura auténtica a las nuevas propuestas interdisciplinarias que debían ser probadas en su propio campo antes de ser aceptadas.
Este Congreso permitió un segundo nivel en la amistad con varios de los arqueólogos presentes. Luego los terremotos políticos de 1973 y la dictadura plantearon otro nivel más alto de confianza y compromiso. Sin duda Virgilio fue un hombre profundamente democrático y crítico del autoritarismo, la intolerancia, la tortura, las restricciones de libertad, el mal uso del poder político, económico, profesional y académico. Esas circunstancias ofrecieron otro punto de encuentro dentro del aislamiento que creaba el estado policial y represivo.
Al perder mis trabajos en las distintas universidades en que ejercía, se me ofreció la posibilidad de trabajar en la Universidad del Norte, Sede Arica. Los investigadores del Departamento de Antropología de esa universidad percibimos de modo muy positivo la posibilidad de incorporar a Virgilio y Hans como profesores e investigadores ad honorem de nuestra unidad. Por años, esa circunstancia les permitió ganar proyectos de investigación en los concursos internos de la universidad y contar con el respaldo de la infraestructura del Museo de San Miguel de Azapa para sus campañas de Camarones. La llegada de estos amigos a Arica era ocasión de fiesta y luego los visitábamos en sus campamentos. Ellos fueron claves para convertir la revista Chungara en la primera publicación periódica de la arqueología chilena, no sólo por sus artículos, sino también por sus aportes en el Comité Editorial y como consultores.
El trabajo en conjunto fue cada vez más continuo. De modo que resultó natural a mi regreso de mis estudios doctorales en 1981 proponerles escribir una síntesis de la arqueología chilena. Era el proyecto colectivo de la Prehistoria de Chile; al primero que hablé fue a Virgilio, juntos nos dirigimos a Hans y enseguida a Carlos Aldunate del Solar para constituir el equipo de editores. Virgilio era entonces presidente de la Sociedad Chilena de Arqueología y se entusiasmó con esta idea que significaba que autores y editores cediéramos nuestros derechos a esa Sociedad. Sin su respaldo, apoyo e impulso los dos tomos publicados de las Culturas de Chile no habrían salido jamás de imprenta.
Me faltaba, sin embargo, conocer a Virgilio como médico. En una de nuestras visitas familiares a Santiago, súbitamente mi señora enfermó gravemente. Dos reputados especialistas diagnosticaron que había que operar de inmediato; ante la tenaz oposición de mi esposa, se consultó a Virgilio quien mediante exámenes radiológicos descubrió que el mal era completamente distinto y de haber sido operada mi esposa habría fallecido. Mi entera familia está en deuda con Virgilio.
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"Me encantaría expresar mis sentimientos hacia Virgilio a través de una fotografía que lo retrata desde el fondo de su ser, sentado al borde de una excavación dibujando los esqueletos que sólo él sabía realizar. Fotografía tomada en la década del 80 en el sitio Punta Teatinos, IV Región, Chile", Patricio Urquieta. |
Este es el problema que nos dejó Virgilio, nunca dio la oportunidad de reciprocarle o agradecerle públicamente por todo lo que desinteresadamente entregó. Quiso alejarse en silencio. Quedó sin embargo en todos nosotros su edificante memoria que constituye una lección de ética que sería deseable imitar.
Un abrazo y hasta siempre.
Santiago, abril 2002.
Hablemos en Voz Baja sobre Virgilio, Silvia Quevedo Kawaski*
Qué difícil es escribir sobre un gran amigo cuando no se tuvo la oportunidad de abrazarlo en su último adiós. Me resulta doloroso recordarte, sintiendo esta gran tristeza me hubiese gustado agitar mi pañuelo despidiéndote hasta tu última morada, y también se me instala un cierto pudor.
Pudor por el pudor que él sentía cuando se trataba de exponerse, siempre quiso pasar desapercibido y al parecer es lo único que nunca logró. Su sabiduría, su figura, su carácter, su humanidad y también sus arranques de humor, lo hicieron notarse más de lo que él hubiese querido. Para muchos de nosotros sigue estando aún vigente, su huella ha quedado plasmada en amarillos papeles, que recojo en este laboratorio, ahora que por azares del destino nos mudamos de lugar.
Mi historia comenzó en 1972 cuando él y Hans me invitaron a participar en las excavaciones de Punta Teatinos, otorgándome la posibilidad de realizar mi tesis de Licenciatura, incorporándose al tiempo el dentista y estudiante de antropología Patricio Urquieta. Durante quince años fuimos en los feriados de Semana Santa, donde cada temporada Virgilio planteaba diferentes teorías que debíamos probar, producto de sus reflexiones y lecturas.
Cada uno tenía su misión. De Hans dependía la organización, la metodología en terreno, la exigencia en el dato topográfico, la precisión al colocar las estacas; mis conocimientos de topografía me hacían merecedora de ser su ayudante. Virgilio se encargaba pacientemente del relevamiento de los huesos y en los casos de entierros múltiples, nos guiaba entre la maraña de individuos, dibujándolos en un albo cuaderno con una perfección increíble. Los mismos que deberán ir a alguna biblioteca especializada para que las futuras generaciones puedan aprender la minuciosidad del registro del cual Virgilio era insuperable, si se cansaba su mano derecha en esta labor, continuaba con la izquierda con la misma perfección. Nunca lo vimos ensuciarse, pese a que en la misma actividad nosotros sí lo estuviésemos. Urquieta como dentista era el encargado de rescatar el aparato estogmatognático, con la acuciosidad de un gásfiter de boca, como él se denominaba.
Pese a que los años transcurrieron y me fui haciendo adulta en la profesión, no pude escapar a "mi sino" de ser la ayudante y como tal, siempre propensa a que algo se me olvidara. Recuerdo con mucho cariño a Selvita, la señora de Hans, quien nos acompañaba en estas jornadas oficiando de reina del hogar en la casona de La Herradura; ella me salvó muchas veces llevando al terreno la cucharita del azúcar que había olvidado. En ocasiones invitamos a otros personajes y así disfrutamos de algunos connotados colegas, entre ellos Juan Munizaga, María Teresa Planella y Fernanda Falabella.
Las comidas, al término de la jornada en la casa de La Herradura, sede oficial de las investigaciones de Punta Teatinos, se daban en una atmósfera de festín y diversión, sin estar ajenas las enseñanzas. Descubrió Virgilio por ese entonces la importancia de los otolitos y compraba una amplia variedad de peces que luego de cocinarlos y extraer la totalidad de su esqueleto transformamos en apetitosos caldillos. En la hora de la sobremesa venía el aprendizaje de cada huesesillo, famoso se hizo el espécimen la vieja con su carnosa boca
Inolvidables las tertulias en el salón disfrutando de unas convenientes copas de pisco, la bebida alcohólica favorita, escuchando los chistes de hospital que contaba Virgilio, seguidos por los de Urquieta. Fueron carcajadas realmente inolvidables que aún resuenan en mis oídos, constituyéndose esas temporadas en mis reales vacaciones.
Sola una vez en la temporada asistíamos a un restaurante, la picada del finado don Juan en la playa de La Herradura, los olorosos y frescos mariscos y pescados eran nuestros favoritos y se nos permitía a Selva y a mí disfrutar de un postre. Hans colocaba los precios para que calzaran con nuestra magra economía.
No escapaba al ojo de Virgilio cualquier animalito que estuviera al alcance para aprender anatomía comparada. Murió el perro que oficiaba de guardián en las excavaciones, lo enterramos pomposamente cerca de la laguna litoral; al año siguiente lo excavamos y tuve que asumir mi primer gran fracaso en el examen de anatomía, no sabía que los perros tenían un hueso peniano, sospechaba por su forma, pero mi carácter de seria estudiante no me permitía aventurarlo. Durante un largo tiempo fue motivo de risueños comentarios.
También lo fue el encuentro en la excavación con una cupuna faltando días para defender mi tesis. Como era habitual, mi presencia era solicitada varias veces en el día y me señalaron que excavara ese entierro, grande fue mi horror cuando debajo del esqueleto a un metro de profundidad encontré algo parecido a una cupuna, el problema estaba en que era de cobre. No lograba salir de mi estupefacción por el hallazgo, sin embargo, la lógica indicaba lo imposible, pero más imposible era que mis maestros me estuviesen engañando. Sin embargo era una broma, por cierto, muy bien planeada para probarme. Lo pasábamos bien, aunque fuera a costa de la ingenuidad.
Ha constituido un honor y un privilegio para mí, el haber sido formada como científica por estos maestros tan inseparables en esa época. Virgilio y Hans compartieron su genuina vocación que reforzó la mía por este camino de la arqueología, inculcándome el compromiso científico con la verdad y la capacidad de la organización. Les doy las gracias de corazón y su sello ha marcado toda mi vida profesional, convirtiéndome a mi vez para mis discípulos en alguien cuidadosa de los detalles y la pulcritud en el desempeño de la profesión y de la investigación científica.
La tesis de licenciatura realizada con los materiales de Punta Teatinos lleva ese sello, me costó sangre y sudor y también algunas lágrimas. Virgilio era implacable, siempre creía que podía hacerlo mejor y a menudo desaparecían bajo sus manos hecho un bollo páginas de escritura, para ser mejor pensadas o mejor redactadas. Eran los heroicos tiempos de la máquina de escribir, por lo tanto era necesario tipear todo de nuevo.
Esta perfección nos hizo postergar una y otra vez la monografía que nos propusimos, sólo logramos la parte dedicada a la bioantropología a través de mi Tesis Doctoral. Aún persiste la deuda de redactar ese libro y la concluiremos en su honor, con Hans. Virgilio fue un lector incansable, siempre actualizado con las últimas novedades, tanto en medicina su área más fuerte, como en antropología y literatura general, compartiendo generosamente ese conocimiento. Cómo no recordar los encuentros semanales en el laboratorio con nuevos desafíos para realizar, esas teorías acompañadas de ese espíritu tan crítico. Cuánto inventamos y cuánto innovamos, no sólo mirábamos la superficie del hueso, sino su estructura, por lo tanto, como curador de esas colecciones me correspondía revertir el proceso de la indagación.
Virgilio y Hans junto a Iván Solimano crearon una versión especial de "Almorzando en el 13": nos reuníamos en la oficina de Hans con una ligera merienda a discutir un tema de actualidad, que previamente se acordaba y uno de los miembros de este sui géneris grupo era el encargado de prepararlo. Creció la fama de estos encuentros y los arqueólogos tanto de la capital como de provincia se daban cita ese día para participar.
Camarones 14 fue otro punto de encuentro, no pude acompañarlos jamás a terreno, ya que por ese entonces habían decidido no aceptar compañía femenina, legendaria es la leyenda que llevaban un vagón de pisco para la temporada. Sin embargo también se constituyó en una de nuestras colecciones favoritas.
La cualidad más destacada de Virgilio era su humanidad, sobre todo en el ámbito del diagnóstico médico. No podíamos aceptar una enfermedad de algún familiar o amigo, sin que antes él la verificase radiográficamente. Cuánto te debemos agradecer, inolvidables eran las jornadas cuando cruzaba al hospital cargada de tibias o de alguna momia para ser radiografiadas, ante el asombro de los pacientes que esperaban su turno.
No puedo dejar de recordar el maravilloso viaje que realizamos por Perú, después de un Congreso en Arica, un grupo de nosotros. A pesar de haber planeado también el viaje, casi no lo realizo por una crisis emocional-financiera. Ahí la hermandad y sus reglas de generosidad tomaron forma tangible, cada uno de los miembros acordó ayudarme, a Virgilio le correspondió los cafés; en Arequipa a Iván Solimano le robaron su dinero, pasaporte y los pasajes de avión de todo el grupo, como buenos mosqueteros decidimos regresar Iván y yo por tierra, perdiéndonos la posibilidad de sobrevolar las líneas de Nasca. Con ellos realmente entendí y disfruté la amistad y la solidaridad.
Luego los avatares de la vida nos hicieron alejarnos, cada uno de nosotros tomó desafíos personales. Cuánto lamento no haber tenido la capacidad de continuar con esa hermandad, porque ahora no lamentaría tanto tu ausencia. Sin embargo, esa misma ausencia será el motor que me impulse a continuar lo que dejamos en suspenso.
Adiós, Virgilio, gran amigo y maestro, pronto nos encontraremos en el más allá.
Recuerdo de Virgilio, Selva Rubilar de Niemeyer*
Para recordar a Virgilio habría que empezar por conocer su carácter tímido y nada mejor que contar aquellos días en que nuestra casa de La Herradura servía como campamento base para las expediciones arqueológicas del norte, especialmente la de Punta Teatinos. Partía el equipo en la mañana temprano después del desayuno, con un tente en pie para el almuerzo, y regresaban a eso de las seis de la tarde. Virgilio llegó feliz con un inmenso pescado y como yo era la dueña de casa se dirigió a mí, pero no se atrevió a decirme el nombre del pescado que traía y titubeaba y titubeaba...con su timidez natural sólo lo mostraba, a lo que yo le dije: pásamelo nomás, sé que ese pescado se llama "vieja", ¡les hice un caldo delicioso!, y bromeábamos sobre el nombre del pescado.
También hay que recordarlo por su buena disposición para ayudar a los enfermos, fueran amigos, familiares o conocidos. Tenía muy presente su juramento hipocrático y tenía un certero diagnóstico, por algo estaba catalogado como uno de los mejores radiólogos de Chile.
De más está decir que como italiano le gustaban mucho los tallarines, eso sí muy bien preparados. En una ocasión y con licencia de María Alicia, su esposa, de la cual soy amiga más de treinta años, me contaba que despidió a una nana que partió los tallarines al cocerlos. Y como estas anécdotas hay muchas más en los campamentos. Cuenta Hans que en Ticnamar no comió tallarines, porque el muchacho que cocinaba no le echó la sal en el momento del cocimiento, echándosela después de cocidos, lo consideraba imperdonable, como tampoco comió tallarines con crema, que para él era poco menos que un sacrilegio.
Recuerdo también la atención que ponía para escuchar los chascarros que uno le contaba, parece que lo estoy viviendo, pestañeando con su pipa en la boca y esa risa callada y tan expresiva dibujada en su rostro.
Aún no me convenzo que se haya muerto, me parecía inmortal.
Un Yachay para Camarones, Patricio Núñez Henríquez**
La década del sesenta del siglo pasado, es el período del gran cambio para la arqueología chilena. Se caracteriza por la presencia activa de los gestores de la Sociedad Chilena de Arqueología. Entre los activistas de aquellos años estaba el joven Dr. Virgilio Schiappacasse Ferretti, que quisiera recordar con pocas palabras en este momento.
Me da la impresión que por su trabajo como médico no era una persona que hablara todos los días de arqueología, pero sí estaba preocupado del acontecer de la Arqueología Científica y sabía comunicar sus conocimientos y experiencias.
Lo conocí personalmente un día miércoles del año 1968, cuando realizaba una de sus acostumbradas visitas a la Sección de Antropología del Museo Nacional de Historia Natural de Santiago. Tres rasgos de él me llamaron la atención: su preocupación por la salud de los arqueólogos, sus respetuosos comentarios de publicaciones especializadas nacionales y extranjeras sobre temas antropológicos y su interés por la arqueología del norte, especialmente del área de Camarones. Era la primera vez que escuchaba a un médico hablar de su especialidad en forma tan llana y no "doctoral", como también eran las primeras apreciaciones críticas constructivas relevantes que escuchaba en una conversación.
Comprendí que el conocimiento científico había que descubrirlo no tan sólo en las aulas y el terreno, sino también entre aquellas personas que se habían formado con alegría en el trabajo arqueológico y en la discusión científica, especialmente en problemas teóricos, y digo esto último, pues reconozco que me era tonificante escuchar sus apreciaciones a las posiciones teóricas de diversos autores y las posibilidades de entenderlos a través de los trabajos arqueológicos en Chile.
Comprendí que la arqueología no era una ciencia desvinculada del mundo de hoy; muy por el contrario, la arqueología como ciencia antropológica e histórica, debía formar parte de nuestro quehacer cotidiano como algo vivo y necesario de enriquecerlo con más conocimiento.
Comprendí que la calidad humana era lo más importante en un investigador. Había que "humanizar" el saber con rigurosidad científica o no habría la posibilidad de comprender los procesos del pasado, sino segmentados. Tanto el ser humano como la ciencia necesitan ser integrales.
Fue un Yachay, por lo tanto, sus principales virtudes eran la modestia y el conociendo. Estaba abierto al saber escuchar, al diálogo fructífero, a la conversación de igual a igual, a dar a conocer su conocimiento y experiencia afablemente.
Antofagasta, abril del año 2002 d.C.
Recordando a Virgilio, Óscar Espoueys*
Durante los tres cuartos de siglo que llevo vividos, he conocido muchas personas interesantes y capaces y mirando hacia atrás fueron realmente muchas, y de muy distintas especialidades y temperamentos, varias realmente sobresalientes. Pero sin duda alguna, pese a tanta gente valiosa, ninguno alcanzó la profundidad y la diversidad de conocimientos, permanentemente actualizados, que nos mostraba a diario Virgilio, pese al rápido avance del conocimiento y de la información, buena y mala, a que nos enfrenta el mundo globalizado, cibernético y científico en que vivimos. También su natural sencillez, su franqueza y su simpatía espontánea que lucía a diario.
Lo conocí en 1967 en Arica, acompañando a Hans Niemeyer e Iván Solimano, rumbo a Camarones, y desde entonces fue continuamente creciendo una amistad profesional en terreno y en el ámbito familiar. Compartimos excursiones azarosas, trabajos de campo, intercambios de opiniones, proyectos, investigaciones, y desde mi traslado a Santiago, comentamos publicaciones semana a semana los últimos doce años. Con nadie he discutido más, y a nadie he visto exaltarse como a él, con su sangre noritálica, ante aquello que de pronto, y sin previo aviso, veía como ideas erróneas o conclusiones infundadas, sin importar con quién, ni dónde. Pero tampoco he conocido a nadie que en pocos minutos, superada su ofuscación, terminaba chacoteando y superando el impase, pero dejando claras sus dudas y cómo solucionarlas, sin que quedara la más mínima sombra del encontronazo, aún cuando alguna vez no se llegara a un acuerdo satisfactorio, pero siempre dispuesto a reconocer los puntos de vista ajenos, cuando le hacían el peso a sus objeciones. Hemos compartido ese tipo de exabruptos pasajeros con Vivien Standen y Silvia Quevedo y otros varios amigos. A pesar de su seriedad científica, que todos le reconocemos, siempre estuvo dispuesto para la broma simpática, o el comentario de actualidad, de lo cotidiano, de economía, o de fútbol, etc., y cualquiera fuera la llaneza del caso siempre estaba listo a aportar su opinión informada o su cuota de chacota.
Además, siempre estuvo dispuesto a enseñar y a ayudar a quien lo necesitara, a consultas, a correcciones o préstamos de artículos y libros normalmente inaccesibles, a dar consejos y hacer favores como facultativo confiable y desinteresado, de las que no sólo fui testigo durante los ocho años en que compartimos oficina y laboratorio en el Museo Nacional de Historia Natural. Él y Carolina nos dieron una ayuda impagable para tomar la decisión correcta, el camino adecuado, ante informes confusos de los profesionales que atendían a mi hijo mayor, por un tumor extrañísimo y elusivo, y fue él quien rehizo dos veces su examen, trabajando durante fiestas patrias, para encaminarnos en la emergencia inicial, y aconsejarnos en reiteradas ocasiones posteriores, cuando, ahora lo sabemos, él ya conocía su mal, y luchaba contra el destino, sin traslucir evidencia alguna de ello. Ese era otro rasgo que lo caracterizaba, compartía los problemas de los demás, pero eludía compartir sus problemas personales con sus amigos, con la gente. Un par de ejemplos más al respecto: en 1995 debieron operarlo a corazón abierto, recién llegado de compartir una estada de 15 días en el sur peruano con Pepe Berenguer, Mauricio Uribe y el que escribe.
Notándolo raro, durante la estada, le preguntamos reiteradamente qué le pasaba, si se sentía mal, pero no nos dio la menor luz del problema que lo aquejaba, que como médico tenía claro y tampoco supimos de la operación posterior hasta un par de meses después, cuando ya mejorado, se le escapó a Carolina, su mujer. Y para no cambiar, también se nos acaba de ir, sin permitirnos una despedida.
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Mariela Santos, Jorge Urquhart, Virgilio Schiappacasse y Juan Chacama, en la Exposición Textiles Prehispánicos y Coloniales, Santiago 1992, (Fotografía Archivo Museo San Miguel de Azapa). |
Adiós, Virgilio, muchas gracias por haber tenido la suerte de contar con tu amistad; de compartir contigo todos estos años; te extrañaremos mucho cuando tengamos que discutir algún tema complejo y por supuesto cuando haya la oportunidad de convivir en un encuentro simpático. También echaré de menos nuestra conversación semanal de los viernes a las 19 hrs. en la sala de médicos del Instituto Fleming, que acostumbramos a compartir los últimos diez años.
Adiós, gran amigo, inmejorable maestro, pronto volveremos a juntarnos, resérvame los viernes a las diecinueve, como en el Fleming, y anda ubicando una picada donde tomar un traguito, y comer algo bueno, como tú sabes hacerlo.
Chau, hasta pronto, Óscar
Un Testimonio Personal, Fernanda Falabella*
Conocí a Virgilio, como estudiante de arqueología. Me impactó la claridad con que me explicó un problema y la insólita simpleza para resolverlo. Me cautivó para siempre. Nada de retórica ni de palabras difíciles. Claro. Conciso. Preciso. Con el tiempo me di cuenta que tenía esa notable cualidad de buscar siempre el camino más sencillo y encontrar además el que resultaba ser correcto. Así era él.
Recuerdo que en Valdivia, (VIII Congreso Nacional de Arqueología Chilena, 1979), los integrantes del simposio "Nuevos aportes a la arqueología del área Andina Meridional" llevábamos horas y muchas palabras gastadas buscando zanjar la nomenclatura de los tipos Aconcagua Salmón si monocromo para lo que no era decorado entonces bicromo para el decorado con un color o mejor bicromo para el que tiene dos colores en la decoración o tricromo. no mejor Desde el público se levantó una voz muy serena: ¿"No es mejor referirse a ellos por lo que son, negro sobre salmón, rojo y negro sobre salmón, rojo, negro y blanco sobre Salmón y ya? Se acabó la discusión. Era Virgilio.
Con el tiempo tuve el privilegio de compartir muchos años en el directorio de la Sociedad Chilena de Arqueología. Creo que pocos han sopesado la enorme gravitancia de quien fuera director desde su creación (casi treinta años) y presidente en más de una ocasión. Sin hacerse sentir marcaba el rumbo. Los arqueólogos le debemos en gran medida lo que llegó a ser esta institución y la estabilidad que tuvo en el tiempo. Mientras estuvo en el directorio, porque era miembro del directorio. Cuando estuvo fuera, porque no sabíamos hacer sin él. Le pedíamos que participara en cuanta comisión había, en especial cuando teníamos que solucionar problemas, porque era tan ponderado y práctico. Estuvo en todo. Disponible cuando se le pidiera, para lo que se le pidiera, por la causa de la arqueología chilena. Su opinión siempre marcó la pauta a seguir. Era fuerte. Exigente y perfeccionista como ninguno. No dejaba pasar una. Hoy día tengo que confesar que me hizo botar a la basura los ejemplares recién impresos de una de las primeras ediciones del Boletín de la Sociedad Chilena de Arqueología, porque le encontró errores de ortografía (asumo la plena responsabilidad). Lapidario cuando algo le parecía mal.
Conversábamos largamente en los trayectos de vuelta de las reuniones de directorio que se hacían en el Museo. El se bajaba en una placita en la Costanera desde donde caminaba hasta el Fleming. Tremendamente entretenido, simpático. Detrás de ese aspecto serio y callado escondía un humor muy especial.
En lo profesional, creo que muchos aprendimos de él. Sin ser profesor nuestro en la Universidad, formó a través de sus conversaciones y con el ejemplo. Personalmente siento que aprendí mucho de él, de su actitud frente al trabajo y la ciencia. Virgilio siempre fue mi norte. Marcó definitivamente la orientación de mis trabajos. Contribuyó en forma significativa a que realizara algunas investigaciones, porque si no hubiera contado con su confianza en que se podía hacer, no me hubiera atrevido a emprenderlas. Luego me ayudó y asesoró en el camino. ¡Qué gran persona!
Es por eso y tantas otras cosas que hoy se hace tan difícil asumir que ya no va a estar ahí. No estará en el próximo Congreso cabizbajo, ojos cerrados, mano en la cara, oyendo atentamente las ponencias. Produce desánimo saber que no va a estar.
Virgilio era un ser humano extraordinario. Su partida deja un vacío que no podremos llenar.
Es así Como lo Recordamos, María Teresa Planella Ortiz*
Su vida profesional fue muy amplia, abarcando con sabiduría varias ramas de la ciencia. En la medicina, con una dedicación ejemplar, reconocido por alumnos y médicos como un verdadero maestro de la radiología chilena, y entre los cuales ha dejado una huella muy profunda y fructífera. En arqueología, incursionó en toda la complejidad que caracteriza este quehacer que lo apasionó verdaderamente. En nuestro país fue uno de los que forjaron esta disciplina, y lo hizo pleno de ilusiones y compromiso, con la fuerza de aquel que emprende el mejor de los caminos. Y es así como, con su rigurosidad científica, y también con una tremenda dosis de generosidad y poesía, caminó entre nosotros, otorgando siempre a cada cual lo que le era requerido.
Conocer a Virgilio fue un privilegio para la comunidad de arqueólogos, antropólogos y todos aquellos relacionados con nuestra actividad profesional, que, en la medida que se ha ido desarrollando, ha adquirido cada vez más la certeza de los positivos aportes de los estudios multidisciplinarios. La presencia y capacidad del doctor Schiappacasse ayudó a extender los horizontes de la arqueología tradicional, pues las múltiples facetas de su conocimiento y su permanente afán de información, lo hicieron pródigo para incentivar y lograr numerosos avances en las investigaciones, y facilitó su visión universal de ellas.
Esa enorme capacidad profesional se vio siempre impulsada por una personalidad fuerte y una mente brillante, rasgos que lograban trascender pese a su notorio desdén por lo superfluo, por los reconocimientos públicos y por las recompensas materiales hacia su persona.
Supimos apreciar además sus dotes de caballerosidad y una gran generosidad para compartir sus conocimientos y estimular a aquellos que se iniciaban. Y es precisamente en este entorno afectivo y de entrega incondicional, cuando ocurrió nuestro último encuentro, en el Museo Nacional de Historia Natural, el día 8 de enero de este año. Le habíamos solicitado, para efectuar unos análisis especializados en Londres, unas muestras de la cerámica colonial del sitio Pachica, localizado en la sierra de la cuenca de Camarones. Concurrió puntualmente a la cita, visiblemente cansado, pero igualmente interesado en nuestros objetivos, y subió con mucho esfuerzo hasta la bodega de materiales para traernos y seleccionar los fragmentos requeridos. No sabíamos en esos momentos con tanto intercambio de ideas la gravedad de su estado, y tampoco él lo manifestó en ningún instante. Es así como lo recordamos, pues así era precisamente Virgilio Schiappacasse.
Con gran afecto y admiración
Santiago de Chile, 5 de mayo de 2002
Un Viaje con Virgilio, Victoria Castro R.** y Carlos Aldunate***
Tener estas fotos al frente y los diarios del viaje, "costeando hacia Lima", es tenerte tan cerca, Virgilio. Y como este escrito es a varias voces, cabe una exclamación más personal, como la Vicky diciendo ¿y ahora, con quién pelearé con tanto gusto? Porque realmente peleabas por tu café que tenía que ser hasta la mitad del vaso, o porque sí y porque no, para abreviar. No faltaba pretexto.
Es increíble verte en estas fotografías tan serio. Pensar que nos reímos tanto y lo pasamos tan bien. La foto que dice "Recuerdo" la tomó el fotógrafo de la plaza de Ica, donde comíamos unos chocolates deliciosos que no sé como se escriben, los "pecan-rolls". En Nasca, cuando fuimos a volar las líneas y conocimos a María Reiche, que nos dedicó su libro con firma temblorosa. Otra foto la tomó Don Lucho, el señor del taxi que con una mano "cocinaba las humintas" en sentido figurado, mientras con su otro poderoso brazo manejaba su Impala. Teníamos hambre y se nos llenaba de agua la boca. Con este corpulento transporte llegamos al cementerio de la Estaquería.
Pero seamos ordenados, como te gustaba. Fuimos al cementerio de Peañas a 7 km de Tacna, con los amigos del INC1. Nos impresionamos con las 56 tumbas excavadas en donde nos describieron los ofertorios Gentilar asociado a Inka y Saxamar. Qué impresionante conocer contextos de San Miguel al período colonial en sólo 56 tumbas. Tanto que contar sobre nuestras preguntas. En este sitio, un predominio de Chiribaya sobre Maytas y en fin, los amigos con los amigos siempre discutiendo sobre estos famosos grupos cerámicos y especialmente tus comentarios, atentos a la comparación. Por supuesto, todos asombrados siempre, tal vez por la necesidad infinita del ser humano de comprender.
Y las preguntas sobre las tierras altas, porque en esos territorios, también en Tacna, hubo poblados del período Intermedio Tardío, con cerámica de mejor pasta, pero emparentada con la altiplánica Kollao. Poblados serranos como Ticaco, Yabroco y Tarata, con chullpas de adobe y piedra. Asentamientos que visitamos.
Siempre viajando en bus o colectivo nos fuimos de Tacna a Moquegua el 13 de agosto de 1985. El paisaje desértico. Unas champitas grises por aquí y por allá, algunas espinosas. Pasamos el peaje de Tomasiri, asomándonos al verdor del valle de Sama, con maíz y alfalfa. Más adelante, en el puente de Camiare se anuncia Locumba a 13 km; Ilo al W, a 17 km y Moquegua a 67 km.
Seguro que íbamos en el bus Ormeño, porque por ahí hay una foto del terminal. Tanto vieron nuestros ojos en cada trayecto. Acá ofrecemos algunas reminiscencias. Así que llegamos a Moquegua, hermoso valle maicero, extensísimo para nuestros ojos de chilenos de "esta larga y angosta faja de tierra"; muchos vacunos y casas campesinas tradicionales de caña y barro.
Luego de instalarnos en el hermoso y antiguo hotel Limoneros, vamos a visitar a los colegas del programa Kontisuyu. Cenamos con ellos; Manuel García Márquez, Michael Mallpass y Charles Stanish. Stanish (Chip, para los amigos) nos acompañó a Estuquiña. Un sitio en los altos de Moquegua con cistas reutilizadas como depósito. Muros de quincha. Entre las 28 sepulturas excavadas, hay una Chiribaya. Nos indican un sitio Pukara con estructuras circulares y una plataforma, frente a Estuquiña. En la noche, cenamos con varios arqueólogos del proyecto Kontisuyu. También estaban nuestra amiga María Rostworowski y Alan Kolata.
Tal vez al otro día fuimos a Ilo. Virgilio y Vicky decidieron subir hasta las casas de la Cerro Pasco Corporation, donde se alojaba Michael Moseley. Él tomaba su cerveza y estaba ocupado. Fue Karen Wise la que nos acompañó a un conchal impresionante en Ilo, con fechados muy antiguos, de 10.000 y 7.000 a.p., pero sin artefactos diagnósticos. Este denso conchal había sido reutilizado en su parte superior para la obtención de cal. Aun así, tenía una profundidad de unos 2 metros. Una linda estratigrafía.
Nos fuimos todos al valle del Algarrobal. Aquí no hay maíz, sólo olivos y los árboles están bien afectados por el humo de la Fundición. En Chiribaya, sitio tipo, hay un museo. Textiles con representaciones de ofidio bicéfalo, con líneas en rojo, verde y azul, o con rostros de felinos. Virgilio opina que mientras Maytas sería lo local en Arica, Chiribaya sería lo local de El Algarrobal, ambas coexistiendo. Diseños policromos negro, rojo y blanco. Campos bi, tri y cuatripartitos en los cuerpos de la cerámica. Vemos el contexto de una tumba San Miguel con Chiribaya que contiene al menos seis escudillas de alfarería, muy similares a alfarería etnográfica de tierras altas de la región del Salado. Entre muchos otros objetos, el ofertorio contiene una cestería coiled con diseño de camélidos y una cantidad de implementos para tejer.
En este cementerio se encontró un jarro de greda, cuya decoración en la mitad inferior era Chiribaya y en la superior, Maytas. En este valle, también hay un cementerio Wari.
Regresamos a Moquegua y llamamos a Fernanda a Arequipa, donde nos debiera estar esperando2.
El jueves 15 de agosto nos vamos al terminal Ormeño, donde Iván y Pilar lustran sus zapatos y tomamos a las 9.30 el bus, que llegó a las 13.45 a Arequipa, donde nos encontramos con Fernanda. Vamos a dejar nuestras cosas al Hostal Fernández, donde alojaremos y nos regresamos al centro. No olvidamos que Virgilio insistía en que la "guagua", su botella de whisky que compartía gentilmente, debía viajar todos los días, envuelto en un chal y dentro del bolso de la Vicky. Así iría protegida y no sufriría daño. Así viajó siempre.
Bueno, las historias de Arequipa son muy largas y llenas de sorpresas. Y las sorpresas, no siempre son gratas. En todo caso, Arequipa es una belleza.
Es el día "nacional" de Arequipa. Esta idea de nación es tan cara entre los arequipeños, que hasta venden pasaportes de "juguete". Por las calles de esta magnífica ciudad se deslizan comparsas de bailes que vienen hasta desde México y carros alegóricos. El gentío es enorme y aún no alcanzamos a llegar a la plaza. Estamos atrapados en la masa. Y justo allí, rajan el bolso de Iván y le roban ¡uf! Le roban la cámara fotográfica nueva del hijo, su platita y los pasajes de casi todos, también su carnet y pasaporte. Le decimos chao al carnaval de Arequipa y nos vamos a la PIP (Policía de Investigaciones del Perú), quienes nos aconsejan que hacer. Así es que, ya de noche, nos vamos al restaurante el Tambo, frente a la plaza, a redactar la carta que estamos enviando por medio de un programa radial a "nuestros queridos hermanos peruanos, de parte de sus "queridos hermanos chilenos", rogándole a quien haya encontrado los documentos, los deposite en el buzón de la radio.
El viernes 16 de agosto, vamos tempranito a la PIP, pero no hay noticias. Lo que sí vemos es una inmensa cantidad de cajones de manzanas Aspromán, aparentemente requisadas. Tampoco sabemos si tenían manzanas.
De ahí nos dirigimos a Southern Tour, para contratar nuestro viaje al valle del Collca y luego al consulado de Chile en Arequipa, buscando soluciones. El cónsul muy amable nos recibe, pero con la misma amabilidad nos dice que nada puede hacer si Iván no tiene al menos su carnet de identidad y que si no aparecen sus documentos deberá regresar a Chile, porque "es nadie así". Para consolarnos y en espera del milagro, nos vamos al Convento de Santa Catalina, almorzamos en el Tambo y nos sacamos una foto en la plaza principal.
Fue un día largo. De ahí nos fuimos al museo Eloy Linares de la Universidad de San Agustín, a la Iglesia y a la Feria de San Francisco, por supuesto a la librería Studio, al café... En la noche, conversamos con Michael Mallpass sobre sus trabajos en el Collca. El y su señora fueron muy gentiles con nosotros.
¡Para qué decir! Demasiado que contar sobre el Collca. La Sivy fue la única que lo pasó doliente por la puna. Lo que es Virgilio, Iván y Carlos, venían muy contentos y entonados con los tangos desde el Collca hasta Arequipa, de regreso, ya de noche.
Empezando a subir, en Arequipa Alta, visitamos la iglesia de Cayma, de piedra sillar blanca, utilizada a partir del siglo XVI en la construcción. Muy impresionante con su Virgen de la Candelaria, donada por Carlos V. Al salir de Arequipa, rumbo a las tierras altas y como todos los días, cruzamos el río Chili, en pleno corazón de Arequipa. Vamos subiendo y nuestros ojos casi no dan abasto a tanta maravilla. Un paisaje natural y social extraordinario. Muchos asentamientos encumbrados en los cerros; la vista cercana de los volcanes majestuosos como el Chanchani, el Pichu-Pichu y el Misti, con fumarola. Sobre los 2.500 metros, comienza el tolar. Más arriba, pasamos por el Parque Nacional Pampa Cañawas o Cañiwas. Aquí trajeron vicuñas desde Ayacucho, las que se han multiplicado y viven en la laguna del Indio y el bofedal de Chojra. Maravillosas vicuñitas, un lujo para los ojos. Y siguen y siguen. También cruzamos por la Pampa Pata-Caballo, una Reserva Nacional con vicuñas y guanacos. Y por Viscachani, un sector de estancias con ganadería de llamas y alpacas. Y ¡vamos sacando fotos y fotos! Qué buena y entretenida manera de aprender este viaje y comprender el sentido de la complementariedad andina. La riqueza agrícola también es tan grande. Nos cuentan que los olleros del Cusco traen chuñu y ollas en caravanas para cambiar por alimentos. Por supuesto todos nos acordabamos de John Murra con este paisaje. Así subiendo, alcanzamos una altura de 4.780 msnm en Patapampa, donde se divisan majestuosos el volcán Ampato, que en ese entonces todavía conservaba su adoratorio Inka y a la derecha, Walkawalka. Desde esta altura, bajamos a Chibay, capital de Provincia a 3.600 metros de altura. Como lo escribiera Franklin Pease, aquí están las etnias Qollaguas, quechuaparlantes. Cultivan en sus terráceos olluco, oca, quinoa, alfalfa.
Aquí en Chibay trepamos laderas, caminamos por calles, vemos unos asentamientos Inka. Es que vimos tanta cosas y siempre estabamos exclamando ¡qué maravilla! Como la Iglesia de Maca, con pinturas al fresco. O los tunales de Peña Blanca. O la mina del Pedregal con plata, cobre y zinc de la que se divisa el túnel 2, chiquitito.
Pasamos también por el pueblo de Pinchollo a 3.800 msnm, el más alto de la región, territorio de Qollaguas. En la cima de los cerros, vemos restos de asentamientos del período Intermedio Tardío. Todo el tiempo una impresionante cantidad de terrazas de cultivo. Pasado el pueblo de El Madrigal se inicia el cañón del río Collca y ya no hay más andenerías. Encontramos el caserío de Tapay, abajo en el cañón del Collca, a la "altura" de la Cruz del Cóndor. Ellos producen fruta para todos los pueblos del Collca y lo intercambian por comida. Lo que queremos decir es que podemos ver el pueblo desde la Cruz del Cóndor donde hay un letrero que dice:
"La Cruz del Cóndor. Tradición de los pueblos de Pinchollo y Cabana Conde, veneración al gran cañón y los cóndores. Al río, 1200 m y del río a la nieve, 3.200 m".
¿Se imaginan qué espectáculo? Demasiado asombro. Ya no alcanzamos a ir al pueblo de Cabana Conde. De regreso, pasamos por la iglesia del pueblo de Yamque, muy hermosa. Al entrar, en medio de la penumbra, pues no había iluminación artificial, nuestros ojos se iban abriendo poco a poco a un espectáculo impresionante. Las mujeres sentadas en el suelo a un lado, descubiertas y con sus sombreros en la mano y los hombres parados en la otra nave, asistiendo a una ceremonia que no pudimos comprender. El cura predicaba en quechua. Era como estar en el siglo XVIII.
Y al otro día, nuestro querido amigo, tan apreciado por Virgilio, Pablo de la Vera Cruz, nos lleva a almorzar a la picantería La Escondida. Nos acompaña también Lucy Linares. En ese entonces, ella trabajaba en el valle de Sihuas, en donde había encontrado ocupaciones Chuquibamba , Wari, del Intermedio Tardío e Inka. Tremenda ocupación.
Pablo nos acompaña a los museos y al cementerio de Kasapata, en un cerrillo de Arequipa, con ocupación Tiwanaku e Inka, descubierto por Uhle y luego publicado por Bernardo Málaga. Muchas vivencias y una gran amistad que perdura hasta hoy con Pablo. Todos con el entusiasmo de esta gira de estudios para personas grandes, con ánimos colegiales.
Nos despedimos de Arequipa,3 rumbo a Nasca. Más asombro. Veíamos algunas "caritas" de vasijas Nasca, caminando por las calles de la ciudad. Caras nascoides con ojos rasgados. ¡Qué impresión! Y el contraste con otros rostros más coloniales, porque la población actual es más mulata que chola. Conocemos la planta cultivada del algodón, de apariencia frágil y delicada con sus pompones, que se poda y dura dos años. Entonces se recolecta la semilla para plantar. La vegetación arbórea, con predominio de algarrobos y espinos. Nos vamos a alojar al hotel Turistas de Nasca y caminamos por calles polvorientas buscando comer "cuy chactao". No hay. Comemos cabrito.
Hay trabajos arqueológicos en Nasca en la zona de Pueblo Viejo, con un equipo del centro italiano Camuno, a cargo de Giuseppe Orefici. Por supuesto, aquí aumentó el parloteo italiano que ya en el viaje se manifestaba entre Fernanda, Virgilio, Iván, que ya había regresado a Chile y hasta Carlos. Felices ellos. Menos mal que es una lengua algo entendible para Pilar y la Vicky.
Todavía la gente usa los acueductos subterráneos con paredes de piedra y techo de laja de época prehispana. Por el camino hacia La Estaquería, vemos el cementerio de Chanchilla, muy saqueado y que contenía cantidades de tejidos de algodón. En el viaje, Don Lucho, el taxista que nos lleva, nos cuenta en qué consiste el desayuno nasqueño: Bueno, el café y las "humintas", que pueden ser con queso y ají o dulces, pasándolas por leche Nestlé, también con su canelita y se envuelven. Con su tremenda humanidad, Don Lucho nos agradece nuestra colación, consistente en dos pequeñas naranjas que en su caso no sería ni siquiera un aperitivo. Con él, visitamos Kawachi, y el cementerio de La Estaquería, con tumbas muy saqueadas.
No recordamos si antes o después, pero el viaje aéreo con Eduardo Herran de piloto, para conocer la Pampa del Ingenio y sus geoglifos fue algo inolvidable.
Nos vamos de Nasca a Ica, esta vez en colectivo. La carretera cruza el valle de Palpa, el río Grande de Nasca y el valle de Santa Cruz. Nuestro primer encuentro con Ica, es con los viñedos de Ocucaje, unos veinte minutos antes de entrar a la ciudad, donde recordamos a Ana María Soldi y su famoso pisco. Los valles entre Nasca e Ica producen además el mejor maíz híbrido (maíz colorado), especial para forraje. Y en Ica mismo, una gran producción de paltas y mangos. Nos alojamos en el Hotel Siesta. Por supuesto Virgilio ansiaba probar un delicioso vino de Ocucaje, así es que la cena fue magnífica. En el día, imposible no comer "pecanes"4, envueltos en chocolate, en merengue, en fin, ¡qué delicia!
Desde Ica, subimos al valle de Cañete para visitar Tambo Colorado, quizá el más grande Tambo incaico, construido cerca de la costa. Extraordinario, bien amado y cuidado por el funcionario del INC, que nos lo muestra como el mejor de los palacios. Como de costumbre, el asombro se acrecienta frente a esta arquitectura que aún conserva muchos de sus paramentos con trazos de pintura roja. Regresamos a Ica y visitamos el Museo de Alejandro Piazza, que tiene una colección proveniente de cementerios Paracas y Nasca.
Al día siguiente, tomamos el consabido bus Ormeño para alcanzar Lima, donde nos reciben nuestros amigos, Luis Guillermo y Elías. Imposible no ir al mejor chifa con Lucho, para una comida abundante y deliciosa.
Siguiente jornada. Elías nos pasa a buscar al Hostal Armendáriz, donde nos hemos alojado, para acompañarnos a Pachacamac. Esto ya es demasiado. Cómo no sobrecogernos en este día con niebla, brumoso y frío, ascendiendo en silencio por las escalinatas de Pachacamac y sin saber cómo, sintiendo un ruido de caracolas rugiendo suavemente llegar a la cumbre. Ahí abajo y al frente aparece el magnífico océano Pacífico y las míticas Islas de los Hermanos. Descendemos sobrecogidos. Fernanda envuelta en su manta de Castilla, parece una visión de Ychma, entre la bruma. Qué comentarios para la Marita5, que con pasión nos contará historias costeñas, en alguna otra cena. ¡Qué amigos estos peruanos, son lo mejor!
El sábado, Elías nos lleva a Cajamarquilla, densa e inmensa ciudad de los períodos tardíos prehispánicos en las afueras de Lima. Y a Puruchuco, ya no en ruinas sino demasiado restaurado, tanto que se siente muy distante para un arqueólogo. Por supuesto en Lima vamos como cualquier turista a los mercados artesanales y como bibliófilos a vaciar librerías. Ya nos vamos despidiendo de los amigos, ya tenemos que regresar a Santiago. Comemos un exquisito pastel de choclo con culantro preparado por la Checa6, con Elías, y su familia. El domingo, antes de partir, otra vez, desayunamos con Elías y Luis Millones. Ya volvemos.
Nos quedan estos recuerdos imborrables, pero hoy el más fuerte es haber tenido la ocasión de estar más cerca de Virgilio.
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Foto "Recuerdo" tomada con cámara de cajón, Ica, Perú, agosto 1985: De izquierda a derecha, Carlos Aldunate, Fernanda Falabella, Virgilio Schiappacasse, Victoria Castro, Pilar Alliende. |
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Viaje de estudios en el año 1977 a la desembocadura de la quebrada de Camarones, en el camión de la Universidad del Norte, sede Arica. De pie hacia la derecha, Virgilio Schiappacasse junto a ayudantes de campo. (Gentileza de Hans Niemeyer) |
Recordaré, Luis Cornejo B*
La memoria de los arqueólogos es frágil. Los que han desaparecido rápidamente se convierten sólo en una referencia bibliográfica o en una foto descolorida en una antigua publicación. Para tratar de evitar esto, pese que sé que a Virgilio no le gustaban los homenajes, me he atrevido a escribir unas pocas líneas sobre las cosas que yo recordaré más intensamente de su persona.
Lo recordaré como alguien que, pese a haberse autoformado hacia principios de la década de los 60, siempre estuvo al día. Era fácil discutir con él problemas y enfoques arqueológicos que eran parte de la problemática global de nuestra disciplina, tanto a principios de los años 80, cuando lo conocí, como hasta unas semanas antes de que muriera, la última vez que lo vi.
Lo recordaré como alguien que pese a que nunca fue profesor tuvo gran trascendencia en mi formación y, creo yo, en la de mucha gente de mi generación. Siempre que uno se le acercaba, con cualquiera duda, él brindaba todo su tiempo para escucharte, proponerte bibliografía u ofrecerte una mirada distinta.
Del mismo modo lo recordaré como alguien intensamente crítico, que no ocultaba bajo una falsa condescendencia sus opiniones. Sin embargo, siempre abierto a ser criticado y, a partir de ahí, generar un productivo debate.
Por ultimo, más que nada, lo recordaré como alguien que, sin hacer distinciones, se sentaba en nuestra mesa a compartir.
Virgilio1, Carolina Whittle P.
Te vi por primera vez hace 17 años en la oscuridad de un antiguo servicio de radiología y en ese momento no pude imaginar cuánto iban a cambiar nuestras vidas.
El mundo se derrumbó, pero nuestro amor prevaleció e iniciamos un camino que muchos no comprendieron.
He sido la mujer más feliz de haber conocido el amor junto a ti, de haber conocido el mundo junto a ti y de haber crecido como mujer y profesional a tu lado; con tu genio ligero y tu paternalismo entrelazados.
Te agradezco que me hayas elegido para compartir estos últimos 15 años de nuestras vidas, con tu entrega total y con la aceptación de todo mi ser.
Amigos, agradezco a todos los gestos de apoyo, cariño y respeto.
Despedimos su cuerpo pero, su esencia permanecerá en todos nuestros corazones.
En este momento podemos sentirnos felices de haberlo acompañado en su partida.
Toda esta enorme familia, sus hijos, hermanos, nietos y sobrinos agradecemos su asistencia y compañía.
Aquí hablan los hijos2
Palabras de despedida a mi padre (Verónica Schiappacasse):
Tengo algunos minutos para hablar de ti y yo necesitaría la vida entera.
Hablo por tus 14 nietos, Emanuel, Arikitai, Lautaro, Esteban, Lucas, Valentina, Cristóbal, Tomás, Benjamín, Magdalena, Antonia, Samuel, Daniela y Joaquín, que ya no está con nosotros.
Hablo por tus hijas Isabel, Andrea, Patricia y por tu hijo Giancarlo, por mi madre, María Alicia, tu esposa por 30 años, por tus 3 hermanos y tus sobrinos, y por Carolina, tu mujer y compañera en tus últimos años de vida.
A todos ellos y ellas les pido disculpas por lo que me falte decir de ti, o lo que me sobre.
Antes de morir me dijiste que no querías discursos en tu despedida, pero esta es solo una carta que te leo en voz alta para que me escuches donde estés ahora.
Quiero contarles, a los que no lo conocieron, y también a los que tuvieron el privilegio de conocerlo, que mi padre, como todos los seres humanos, tenía virtudes y defectos, aunque hoy, mi memoria y mi corazón sólo pueden recordar los buenos momentos que pasé a su lado.
El tata Virgilio, como le decían sus nietos, nació en Rapallo, Italia, hace 72 años, y llegó a Chile siendo un niño de 7 años, quizás por eso siempre se sintió chileno. Pese a eso, conservó algunas tradiciones italianas, como comer pastas todos los domingos sagradamente.
Según mi nona Juanita, su madre, fue un niño travieso y rebelde, lo que le hizo acreedor de más de una palmada con el batipani.
De sus 4 hermanos era el más introvertido.
Era un hombre de pocas palabras en ocasiones, y en otras un gran conversador y gozador de la vida.
Estudioso crónico, culto, trabajador imparable, amante de compartir una grata comida y una buena copa de vino, disfrutaba de la música clásica, en especial de Vivaldi y Bach, le gustaba el buen cine y la lectura, por sobre todas las cosas.
Amante y respetuoso de la naturaleza. Disfrutaba especialmente la cercanía del mar, seguramente por eso pasamos nuestras vacaciones por más de 18 años en La Herradura, en la casa de su gran amigo Hans Niemeyer.
Le gustaba llevar una vida sana y deportista. Siempre disfrutó de escalar cerros, era nuestra rutina familiar de todos los domingos.
Fue un hombre medido en lo que decía de la gente, pero inagotable en lo que hacía y emprendía. Generoso, humilde y sencillo.
De gran carácter y también de genio fuerte muchas veces.
Sus amigos y amigas más cercanos no eran muchos, pero los que tenía eran de esos de la vida entera.
Nos quiso mucho a su manera, y también lo expresaba en su estilo tan propio.
Amó su profesión, dedicado y estudioso, trabajó hasta el final, hasta que sus fuerzas no le dieron. Pero su verdadera pasión fue la arqueología, disfrutaba tanto leyendo y escribiendo sobre el tema, como también sus salidas a terreno, a sus excavaciones.
El tenía ganas de vivir, tenía muchos proyectos, como viajar a Italia en mayo, terminar de escribir un trabajo de arqueología, comprarse una chaqueta nueva para este invierno, pintar su casa, y tantos otros, que no los pudo terminar. El cáncer se lo llevó antes, después de luchar tres años.
Para mí, fue y es un ejemplo como persona y como profesional. Desde niña lo admiré, y lo amé infinitamente, pese a nuestras diferencias.
Papá, tu muerte me deja un vacío enorme, me siento parada frente a un abismo, sin consuelo, sin respuesta, sin conformidad. No estaba preparada para que te fueras.
Cada una de tus hijas e hijo, ha querido expresarte un mensaje.
Aquí habla Isabel
"Me pidieron que te escribiera unas palabras, pero no pude, no porque no tuviera qué decirte; son muchas las cosas que hubiera querido hablar contigo, pero nuestra relación fue así, ambos demasiado callados.
Hoy quisiera que supieras lo mucho que te he querido y el orgullo de sentirme tu hija.
Ambos pensábamos muy diferente, muchas veces discutimos por eso, mi fe en Dios me hizo poco a poco entender tu posición, pero lo esencial es que de ti aprendí valores que nunca olvidaré, tu dedicación al trabajo y a la enseñanza, el valor de saber cada vez más, para luego transmitirlo, tu falta de egoísmo y gran entrega, eso no se borra.
Seguramente muchos de los que hoy están aquí pensarán lo mismo.
El no hubiera querido toda esta manifestación, discursos y flores, pero no se puede ir en contra del cariño y admiración de los que te conocieron. Seguramente allá arriba estarás algo enojado, pero tienes que perdonarnos. Gracias, papá. Gracias por estar aquí acompañándolo. Isabel"
Aquí habla Andrea
"Papá: Lamento y me entristece mucho tu partida, sólo me queda la esperanza de volver a abrazarte y decirte lo mucho que te quiero en otra vida.
Imagino tu espíritu ascendiendo ligero, libre y en paz, a otro plano, en un viaje cósmico, atemporal, infinito.
Buen viaje y hasta siempre. Andrea".
Aquí habla Patricia
"Papito: Quizás tú nunca supiste lo importante que fueron para mí los paseos en bote a pescar, que hacíamos en La Herradura, donde yo era la única de tus hijas que quería acompañarte; o cuando estudiábamos todas las capitales de Africa, alucinante era para mí, ver que tú te las sabías todas. Sé que estas y otras cosas, nunca te las dije, pero te las cuento ahora.
Estoy triste, pero también contenta, al ver que tanta gente hoy está aquí contigo. Saber que tú no sólo dejaste una semilla en la tierra, sino un buen árbol, con un gran tronco y buenas raíces.
Ver que son muchos los compañeros tuyos de trabajo (médicos, auxiliares, tecnólogos, becados, arqueólogos) que agradecen tu entrega generosa.
Papá, hubiese querido que tuvieras más tiempo para nosotros, para tu familia, pero tú eras así, trabajólico.
Te envío un beso enorme, sé que estás bien. Te quiero mucho. Patricia".
Aquí habla Giancarlo
"Es difícil expresar en pocas palabras la tristeza que tengo por la muerte de mi papá.
El fue una persona extraordinaria para todos los que lo conocimos de cerca.
Vivió una vida feliz, con grandes logros y satisfacciones en el ámbito profesional, como familiar.
Siempre manifestó que prefería una buena calidad de vida que vivir una gran cantidad de años.
Creo que murió en la forma que más hubiera querido, trabajando hasta el fin, sintiéndose útil para sí mismo y los demás.
Me queda el gusto amargo de no haberlo tenido más años conmigo, pero me tranquiliza que descansa ahora en paz y tranquilidad.
Por último quiero decirte que te quiero mucho y que jamás te voy a olvidar. Tu hijo Giancarlo".
Aquí habla Verónica
El mío papá, como te dije, en esa emotiva y hermosa conversación que tuvimos antes de que murieras, es que te quiero mucho, que te extrañaré y que me harás mucha falta.
Tú me contestaste, yo también te echaré mucho de menos, y a todos mis hijos y a mi familia, pero me muero contento y tranquilo, porque he sido un hombre muy feliz.
Tu hija Verónica.
Santiago, 19 de marzo de 2002.
1 Palabras leídas en el cementerio Parque del Recuerdo para despedir a Virgilio, a nombre de la Sociedad Chilena de Arqueología.
* Museo Chileno de Arte Precolombino. Bandera 361. casmchap@ctcinternet.cl
** Instituto Nacional de Antropología e Historia, Hermosillo, México. montanemarti@hotmail.com
* Sociedad Chilena de Arqueología. Ahumada 312, Oficina 218. Santiago Centro.
* Departamento de Antropología, Geografía e Historia, Director Revista Diálogo Andino, Universidad de Tarapacá.
* Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo, Universidad Católica del Norte, San Pedro de Atacama. lautanuñez@netline.cl
* Departamento de Arqueología y Museología, Universidad de Tarapacá. Jhidalgo@uta.cl
* Laboratorio de Antropología Física, Museo Nacional de Historia Natural. squevedo@mnhn.cl.
* Ahumada 312, Oficina 218. Santiago Centro.
** Instituto de Restauración Monumental. Universidad de Antofagasta.
* Sociedad Chilena de Arqueología. Antonio Varas 60 Depto. 210. oespoueys@yahoo.es
* Departamento de Antropología, Universidad de Chile, Ignacio Carrera Pinto 1045, Santiago, Chile. ffala@entelchile.net
* Sociedad Chilena de Arqueología. El Amancay 505, Quinchamalí, Las Condes, Santiago.
** Departamento de Antropología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile. Casilla 10.115. vcastro@uchile.cl.
*** Museo Chileno de Arte Precolombino, Casilla 3687, Santiago. casmchap@ctcinternet.cl.
1 Instituto Nacional de Cultura, Perú.
2 Partimos desde Arica, Carlos Aldunate, Pilar Alliende, Victoria Castro, Silvia Quevedo e Iván Solimano.
3 Mientras Iván y Silvia deben regresar a Chile, por indocumentados.
4 Similar a la nuez de Estados Unidos, más grande que la nuez chilena.
6 Mónica Checa, esposa de Elías Mujica.
* Museo Chileno de Arte Precolombino 20 años (www.precolombino.cl)
lcornejo@museoprecolombino.cl
1 Testimonio leído por Carolina Whittle en el cementerio Parque del Recuerdo en la despedida a Virgilio.
2 Palabras leídas por las hijas e hijo en el cementerio Parque del Recuerdo en la despedida a Virgilio.