INTRODUCCIÓN
El exceso de peso es actualmente un problema de salud pública, altamente prevalente a nivel mundial1 y Chile no es la excepción. Según la última Encuesta Nacional de Salud del año 2016-2017, el 74,2% de las personas mayores de 15 años presenta exceso de peso; correspondiendo a un 39,8% a sobrepeso y un 31,2% a obesidad2. Dada su alta prevalencia y los altos costos que conllevan las enfermedades crónicas asociadas al exceso de peso tales como las enfermedades cardiovasculares, cáncer, diabetes y la enfermedad pulmonar obstructiva crónica3; es que los esfuerzos de las diversas investigaciones en torno a esta problemática en salud, se han centrado en las causas que la producen4. Entendiendo que el exceso de peso tiene causas multifactoriales que involucran aspectos psicosociales, es que desde la psicología también se proponen hipótesis relacionadas a esta problemática.
Según la literatura, las emociones presentan un rol importante en la elección, calidad y cantidad de la ingesta de alimentos, lo que en ocasiones conllevaría a un aumento del peso corporal5. Aparentemente, las emociones tendrían una relación bidireccional con la conducta alimentaria, ya que existirían emociones que instan al consumo de ciertos alimentos, así como alimentos –y su contexto– que generan ciertas emociones5; dado lo cual la investigación en torno a la emoción y la conducta alimentaria, no está exenta de complejidades. En efecto, la literatura actual en torno a este tema es contradictoria debido a: la falta de consideración de la variabilidad individual y de la emoción en su relación con la alimentación y, a la dificultad de aislar la relación alimentación-emoción del contexto. A continuación, se presenta una discusión bibliográfica en torno a la relación existente entre la emoción y la conducta alimentaria, destacándose el rol que tendría la regulación emocional frente a la alimentación, más que en la emoción propiamente tal, como un factor clave en la conducta alimentaria.
Las emociones y la alimentación
La emoción es definida como un fenómeno conductual complejo que involucra varios niveles de integración neuronal y química6 que afecta la respuesta alimentaria a lo largo de todo el proceso de ingestión: la motivación del comer, las respuestas afectivas a los alimentos, la elección, la masticación o velocidad con que se ingieren. Sin embargo, se sabe que existen dificultades para poder predecir cómo la emoción influye en el comportamiento alimentario de las personas; esto dado principalmente por la falta de estudios que consideren la variabilidad que las emociones presentan, la que tiene relación con: su valencia, es decir emociones de características más placenteras versus otras asociadas al displacer; su excitación, alta o baja y, con su intensidad, es decir de larga o corta duración; así como por la variabilidad individual, que tiene relación con el estado fisiológico del sujeto, sano o enfermo, entre otros y de la capacidad que éste presenta de regular la emoción en su relación con la conducta alimentaria5.
En relación con la valencia de las emociones, la literatura señala que las emociones negativas que aumentarían la ingesta de alimentos serían la: ira, apatía, frustración, estrés, miedo, pena, ansiedad, inquietud7,8,9, la soledad y el aburrimiento10, afectando las respuestas alimentarias11 y señalando, además, que la ira es una emoción que influye de manera importante en el comer por atracones12. Por el contrario, el aumento en la ingesta de alimentos frente a emociones positivas ha sido poco estudiado y no se ha relacionado con exceso de peso5; Geliebter et al. y Bongers et al, evaluaron la ingesta de alimentos en individuos de distinto estado nutricional, indicando que las personas con exceso de peso, comían más frente a emociones negativas mientras que las personas con estado nutricional normal aumentaban preferentemente su ingesta frente a emociones positivas13,14.
También hay diferencias en la ingesta de alimentos, relacionado con la intensidad de la emoción, ya que los individuos ingieren más alimentos en presencia de emociones positivas o negativas que frente a emociones neutras, esto estaría explicado porque a mayor intensidad de la emoción experimentada mayor inhibición del control alimentario, lo que además ocurre frecuentemente en personas que están en periodos de restricción alimentaria (o planes dietarios estrictos)15,16. Por otra parte, Macht encontró que los sujetos experimentaban más hambre frente a los sentimientos de ira (consumiendo una alimentación “rápida”, más descuidada) y de alegría, (ingesta de una alimentación hedónica: más agradable al paladar) que en presencia de emociones como la tristeza y el miedo; explicación que estaría dada porque la ira y la alegría son emociones más frecuentes en la vida, al contrario de lo que son el miedo y la tristeza17.
En el año 2008, Macht postuló un modelo de cinco vías, que intenta dar explicación a los factores que contribuyen a los cambios alimentarios que están influenciados por la emoción; por tanto los efectos de las emociones se pueden clasificar en: (1) Las emociones que despiertan las características organolépticas de los alimentos y que afectan su elección5, es decir alimentos altos en grasas que presentan alta palatabilidad y evocan respuestas positivas que incentivan a su ingestión; lo que no ocurre con alimentos de sabor amargo, que son evolutivamente considerados tóxicos para los seres humanos y de los cuales se disminuye su ingesta18; (2) Las emociones de muy alta intensidad (estrés muy intenso y drástico) suprimen el comer debido a respuestas fisiológicas que interfieren con la ingestión de alimentos5,19,20; (3) Las emociones de excitación e intensidad moderada afectan la alimentación dependiendo de cuales son las motivaciones al momento de comer5, por ejemplo: 3a) frente a una restricción alimentaria (como una dieta hipocalórica) las emociones negativas o positivas aumentan la ingesta de alimentos debido a un deterioro del control cognitivo5; es decir las emociones negativas colocan como prioridad la necesidad de regular la emoción desagradable, viéndose afectada la capacidad cognitiva de mantener la ingesta restringida21; o 3b) frente a la necesidad de controlar una emoción negativa, es decir, “comer emocional”, se promueve la ingesta, particular, de alimentos dulces y con alto contenido de grasa5 y 3c) frente a una alimentación normal; no se espera que las emociones de baja excitación o intensidad afecten la alimentación5.
Teorías psicosomáticas del comer emocional
Desde la psicología, la ingesta de alimentos dependiente de las emociones se ha explicado, principalmente, en base a dos teorías. La primera señala que las personas con obesidad tienen dificultades con identificar y diferenciar las emociones cotidianas de aquellas relacionadas con las sensaciones de apetito-saciedad22,23. Según Bruch, esto se debe a una alteración comunicacional que se origina en el vínculo temprano madre e hijo, producto de la incapacidad de la madre por responder empáticamente a los requerimientos biológicos, sociales y emocionales de su hijo. Estas necesidades biológicas, como lo es la alimentaria, no ha sido confirmada y reforzada (o lo han sido de manera contradictoria e imprecisa) por la madre, el YO de este niño/niña –aún en desarrollo– no lograría adquirir los elementos psicológicos necesarios que le permitan diferenciar los estados de hambre y de saciedad, llevándolo a responder con un aumento en la ingesta alimentaria, frente a exigencias emocionales24. Por el contrario, las personas con estado nutricional normal, tendrían mecanismos de afrontamiento adecuados y no comerían en respuesta a emociones negativas, presentando entonces bajas posibilidades de ser obesas25; por tanto, esta teoría enfatiza que existe una problemática en la oralidad (binomio oralidad-alimentación), que tiene su origen en experiencias tempranas de la vida del individuo26.
La segunda teoría psicosomática es la establecida por Kaplan y Kaplan, que indica que el aumento de la ingesta alimentaria es una conducta que se utiliza como una estrategia al afrontamiento de emociones negativas y que es de carácter disfuncional27, ya que, en situaciones fisiológicamente normales, cuando aparece la angustia disminuye el apetito, activándose el Sistema Nervioso Simpático (SNS) y reorganizando el fluido sanguíneo hacia el aparato digestivo28. El enfrentamiento de las emociones negativas, a través de la comida, se realizaría con alimentos que, se ha evidenciado, actúan sobre el sistema de recompensa neurobiológico provocando placer frente a la emoción negativa y que afectan la síntesis de neurotransmisores, entre los que se destaca la serotonina. Aquellos alimentos que provocan placer y satisfacción son aquellos altos en grasas, altos en azúcares y altos en calorías29; por tanto, se dice que el comedor emocional consume alimentos del tipo reconfortante o food comfort para el manejo de sus emociones negativas y que tal conducta, lo llevaría a una sobrealimentación30. Estos autores indican que las personas con exceso de peso tampoco tendrían la capacidad de distinguir entre el hambre y la saciedad, porque desde los inicios de la vida aprendieron a comer en respuesta a la ansiedad más que en respuesta al hambre27.
El comer emocional
La gran mayoría de las investigaciones que estudian la relación entre la emoción y la conducta alimentaria se focalizan en el concepto del “comer emocional”, que es un término que refiere al uso de los alimentos como un mecanismo disfuncional de afrontamiento de las emociones negativas7,31.
La prevalencia de la cantidad de personas que comen en respuesta a alguna emoción, ha sido estudiada, a partir del concepto del comer emocional. Una revisión de Ganley señala que tres cuartos de las personas con exceso de peso son comedores emocionales32. Un estudio en población adolescente de distinto sexo y estado nutricional se encontró una prevalencia del comer emocional de 26% en personas normopeso y de un 18% en personas con sobrepeso33. A su vez algunos estudios han reportado una mayor frecuencia de comer emocional en mujeres que en hombres, con aproximadamente un 51%31,34, similar a lo encontrado por Camilleri et al., con un 50% de comer emocional en mujeres y un 39% en hombres35. Prevalencias menores han sido reportadas por Konttinen et al., que señalan una diferencia por sexo con un 23,1% de comer emocional en hombres y un 38,2% en mujeres36; y prevalencias de comer emocional similares en ambos sexos, tal y como lo encontrado por Nguyen-Rodriguez et al., con un 16,5% en mujeres y un 20,4% en hombres37.
La regulación emocional y la alimentación
Una persona que está en restricción dietética, requiere resistir el impulso de comer alimentos atractivos y sabrosos; esta capacidad de autorregulación está estrechamente relacionada con las funciones ejecutivas38.
Frente a la presencia de emociones que generan el aumento o disminución del comer, es que se ha descrito la importancia de como regulamos nuestras emociones y qué estrategias se utilizan para manejarlas39. La regulación de las emociones, consiste, en como su nombre lo indica, el manejo de las emociones con la utilización de ciertos procesos, tales como: la capacidad de redirigir la atención, de la evaluación cognitiva que le dan forma a la experiencia emocional y del manejo de las consecuencias fisiológicas de la emoción40. Durante el mismo proceso de la regulación de las emociones, las personas pueden aumentar, mantener o disminuir las emociones positivas o negativas, en consecuencia, la regulación de las emociones a menudo implica cambios en la respuesta emocional; cambios que pueden ocurrir cuando presentan sus emociones, cómo las experimentan y cómo las expresan41.
La regulación de las emociones, es esencial para mantener el autocontrol en muchas áreas de la vida y una falla en la regulación del estado de ánimo y/o los sentimientos, puede influir en la dieta, control de impulsos, etc. y los estados emocionales negativos contribuyen a la falla de autocontrol porque las personas intentan regular la emoción negativa a costa de otro autocontrol41. Cuando se desea regular la emoción negativa se utiliza habitualmente alimentos, drogas, alcohol, entre otros42. Por tanto, el individuo pretende controlar el estado de ánimo negativo, aumentando la ingesta de alimentos, lo que hace evidente que la persona priorizó el control de su estado de ánimo (sentirse mejor), en relación con el autocontrol en su conducta alimentaria, dejando de lado los objetivos a largo plazo, como lo son la mantención de la dieta o del peso corporal43.
Existen dos principales estrategias de regulación de las emociones en torno a la alimentación, que han sido estudiadas: la reevaluación cognitiva y la supresión expresiva44. La primera estrategia, es previa a la respuesta frente a la emoción y consiste en modificar la forma en la que uno piensa sobre la situación emocional para cambiar el impacto de esa emoción a posterior –una vez que ocurre la situación– y es utilizada en experiencias emocionales menos negativas45 y la segunda estrategia, es la reducción e inexpresión de la emoción, en un estado emocional en particular y a largo plazo, se ha relacionado con disminución de autoestima y apoyo social, ya que, lo que produce es sólo una modificación fisiológica y de expresión de la emoción, pero no disminuye la experiencia emocional46. Evers et al., han postulado que el uso de la supresión de la expresión como una estrategia de regulación de las emociones, resulta en un aumento de la ingesta alimentaria; sólo evidenciado en sujetos sanos44.
Emoción, alimentación y estrés
La mayor parte de la literatura de la relación entre emoción y alimentación se ha basado considerando periodos de estrés, debido a que es en este periodo donde emergen más emociones negativas8. En efecto, entre un 35 a un 60% de las personas declaran consumir mayor cantidad de calorías totales cuando se encuentran en periodos de estrés; existiendo, de igual manera un 25 a 40% de las personas que disminuyen su ingesta en periodos estresantes47.
El estrés es definido como una amenaza por cortos o largos periodos de tiempo, en donde se ve alterada la homeostasis del individuo. Fisiológicamente, se activa el eje hipotálamo- hipofisiario-adrenal, lo que aumenta las demandas de glucosa para satisfacer las necesidades de homeostasis corporal. Los glucocorticoides que se secretan en periodos de estrés y que aumentan los niveles de glucosa, también aumentan el apetito y en consecuencia la ingesta de alimentos; lo que puede llevar al exceso de peso48. Un aumento del estrés crónico provoca, en los individuos, un aumento de sus conductas alimentarias menos saludables8,49,50; ya que, como se ha mencionado, el comer es un mecanismo para enfrentar las emociones negativas frente a situaciones o contextos de estrés. En un estudio realizado en mujeres afroamericanas se reportó una mayor ingesta de alimentos altos en azúcares y grasas, como una manera de afrontar las emociones negativas, en aquellas que presentaron un alto estrés percibido51.
Frente al aumento del estrés percibido y de la aparición de emociones negativas el estudio de Davis C et al., señaló que la dopamina y otras sustancias cerebrales asociadas a las emociones positivas se secretaban en menor cantidad en las personas con exceso de peso, lo que significa que necesitan consumir más alimentos para que se active el sistema de recompensa, si esto se mantiene por largo tiempo la respuesta biológica a la ingesta de alimentos va disminuyendo, lo que genera la necesidad de consumir mayor cantidad de alimento para activar el sistema de recompensa52. El efecto reductor del estrés está dado por el consumo de alimentos reconfortantes, mencionados anteriormente, y que tienen relación con alimentos altos en azúcares que activan el sistema de recompensa, siendo utilizado en personas con estados de ánimo deprimidos, como una manera de aliviar los sentimientos adversos5. Sin embargo, el consumo excesivo de este tipo de alimentos podría conducir a obesidad lo que aumenta, nuevamente la vulnerabilidad a depresión y ansiedad, como emociones negativas crónicas53.
Farag et al., señalan que la asociación entre sentirse estresado y el consumo de alimentos altos en azúcares y grasas es aprendida y puede expresarse como un hábito que se genera (inconscientemente) para alivianar sentimientos negativos menores, como lo son: cansancio y estrés crónico de baja intensidad, razón por la cual no se requerirían largos periodos de estrés para aumentar la ingesta alimentaria54.
En este contexto, es importante señalar que el estrés psicosocial derivado de condiciones sociales deficientes (bajo nivel educacional, bajos ingresos, inseguridad laboral y del barrio, entre otros) está asociado con la obesidad y el aumento de la ingesta alimentaria55; lo que indica que más allá de medir las emociones per se, es necesario estudiar la experiencia de la emoción y su relación con la alimentación en un contexto de la vida cotidiana, en la cual influyen las circunstancias sociales y situacionales en las que se experimenta la emoción56.
Emoción y patrones dietarios
Ganley, señaló que la relación entre la emoción y la obesidad está mediada por el tipo de alimentos que los individuos eligen, principalmente alimentos reconfortantes, que son aquellos que presentan altas cantidades de sacarosa y que a su vez elevan los niveles de serotonina en el cerebro32. Estos alimentos actuarían a nivel de la amígdala –centro neurobiológico de las emociones– mejorando el estado de ánimo y la sensación de bienestar25,57. En un estudio realizado en mujeres jóvenes de los estados unidos se encontró que esos alimentos reconfortantes eran, por un lado los del tipo dulce, tales como: los postres, chocolates, barras dulces, caramelos, helados, pan dulce y fruta fresca o enlatada, y los platos combinados como por ejemplo: hamburguesas, pizzas, tacos y comida rápida, esto dado la alta palatabilidad que presentan estos alimentos altos en grasas58. La ingesta de este tipo de alimentos se asocia a un mejor estado de ánimo, disminución del estrés percibido y una reducción de la concentración plasmática de cortisol en las personas59.
Así mismo otro estudio que evaluó los patrones alimentarios de adolescentes y adultos de dos localidades de Francia, encontró que el comer emocional se relacionaba con una mayor ingesta de: frutos secos, pasteles y galletas60.
Pocos estudios analizan con detalle los patrones dietarios que se relacionan con las emociones, sin aportar detalles en cuanto a características cualitativas y cuantitativas de la dieta en personas obesas y sanas. Esto, principalmente, porque la metodología utilizada para la recolección de los datos dietarios, no es considerada como parte esencial de los estudios ya que la gran parte de la literatura que aborda el vínculo entre las emociones y la alimentación, proviene principalmente desde el ámbito de la psicología y no del de la nutrición, por tanto, no se utilizan los instrumentos más idóneos para la recolección de la información en torno a la ingesta alimentaria.
CONCLUSIONES
El interés por investigar las posibles soluciones de la obesidad, dada su alta prevalencia, cronicidad y gravedad en el desarrollo de otras enfermedades crónicas no transmisibles, ha llevado a diversos investigadores a profundizar en los aspectos psicosociales que la patología conlleva.
El comer emocional es un concepto que deriva de la teoría psicosomática proveniente del psicoanálisis y define a aquella persona que presenta como mecanismo disfuncional, el regular sus emociones negativas, a partir de la ingesta de alimentos; por tanto, es el término que más se ha estudiado en el contexto del exceso de peso. Estas emociones negativas son más salientes en periodos de estrés percibido (la persona “se siente” estresada) y en periodos de estrés crónico (condiciones laborales, económicas, familiares de características desfavorables, entre otras); razón por la cual se vuelve relevante la comprensión y aplicación del modelo de determinantes sociales de la salud como la solución efectiva frente a la obesidad.
Actualmente, las investigaciones en torno a la relación entre la emoción y la alimentación, se centra, en las distintas estrategias de regulación emocional y el posible rol moderador de éstas en la relación.