| Última Década, 25, 2006:91-110 GÉNERO, GENERACIONES, EDADES Y JUVENTUDES El androcentrismo en los estudios de juventud: efectos ideológicos y aperturas posibles O androcentrismo nos estudos de juventude: efeitos ideológicos e aberturas possíveis Androcentrism among youth studies: ideological effectts and possible openings Silvia Elizalde* * Doctora en Filosofía y Letras, orientación en Antropología Social, Universidad de Buenos Aires, Argentina. Docente universitaria, Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Integrante del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (IIEGE) y del Área QUEER, Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Becaria postdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Ministerio de Educación, República Argentina. RESUMEN El artículo procura explorar los modos de configuración de las subjetividades juveniles en el cuerpo discursivo de las ciencias sociales argentinas de los últimos diez años. Específicamente analiza, dentro de ese período, algunos de los efectos ideológicos que comporta la obliteración de la pregunta crítica por y desde el género en tanto categoría social, política y epistémica en parte de la producción sociológica local sobre «juventud», leída transversalmente. Para ello revisa retomando ciertos debates y contribuciones realizadas por la teoría de género y feminista algunas de las maneras en que se produce este desdibujamiento inferencial, con el propósito de reponer la invitación a pensar(nos) desde una matriz no androcéntrica de la investigación y la producción social de conocimientos sobre los/as jóvenes. Palabras clave: Género, Investigación social, Mapa de conceptos RESUMO O artigo tenta explorar os modos de configuração das subjetividades juvenis no corpo discursivo das ciências sociais argentinas dos últimos dez anos. Analisa especificamente, neste período, alguns dos efeitos ideológicos que comportam a obliteração da pergunta crítica a partir do gênero enquanto categoria social, política e epistêmica em parte da produção sociológica local sobre «juventude», lida transversalmente. Para isso, revê retomando certos debates e contribuições da teoria de gênero e feminista algumas das formas pelas quais se produz esta desestruturação inferencial, com o objetivo de propor um novo convite a refletir(-nos) a partir de uma matriz não androcêntrica da investigação e da produção social de conhecimentos sobre os/as jovens. Palavras chave: Gênero, Pesquisa social, Mapa de conceitos ABSTRACT This article intends to explore the configuration modes of the juvenile subjectiveness in the discursive body of the last ten years of argentinian social sciences. It specifically analizes among this period some of the ideological effects that conform the obliteration of the critical questioning for and from the gender in social as well as political and epistemic category in part of the local sociological production over the concept of «youth», transversally read. For this purpose it reviews picking up some arguments and contributions carried out by the gender and feminist theory some of the ways in which the inferential effacement is produced in order to replace the invitation to think from a no androcentric matrix of the investigation and the social production of knowledge on young men and women. Key words: Gender, Social investigation, Concepts map Es sabido que la historia de un concepto es, en parte, la de sus modos de abordarlo. En la Argentina y, de modo extensible, en otros países de la Región el universo de sentidos, prácticas y saberes que concentra la categoría «juventud» está indisociablemente ligado a la genealogía de preguntas y expectativas que, en cada época y contexto, se activan alrededor de los/as sujetos jóvenes por parte de muy distintos actores. Desde los/as padres, hasta el Estado y sus instituciones «clásicas» (escuela, policía, reparticiones de política social), pasando por el mercado, las industrias culturales y la propia academia. En este artículo me propongo explorar los modos de configuración de las subjetividades juveniles en el cuerpo discursivo de las ciencias sociales argentinas de los últimos diez años. Específicamente analizaré, dentro de ese período, algunos de los efectos ideológicos que comporta la obliteración de la pregunta crítica por y desde el género en tanto categoría social, política y epistémica en parte de la producción sociológica local sobre «juventud», leída transversalmente. Para ello revisaré retomando ciertos debates y contribuciones realizadas por la teoría de género y feminista algunas de las maneras en que se produce este desdibujamiento inferencial, con el propósito de reponer la invitación a pensar(nos) desde una matriz no androcéntrica de la investigación y la producción social de conocimientos sobre los/as jóvenes. 1. ¿«Mapa nocturno» o cartografía invisibilizadora? En 1984 Jesús Martín Barbero proponía la bella metáfora del «mapa nocturno» para caracterizar y, a la vez, ubicar el papel de la investigación social ante esas dimensiones otras, frecuentemente olvidadas por el «radar» académico, en relación con la compleja y desigual cultura latinoamericana: Un mapa no para la fuga sino para el reconocimiento de la situación desde las mediaciones y los sujetos, para cambiar el lugar desde el que se formulan las preguntas, para asumir los márgenes no como tema sino como enzima [...] Porque los tiempos no están para la síntesis, y son muchas las zonas de la realidad cotidiana que están aún por explorar y en cuya exploración no podemos avanzar sino a tientas o con sólo un mapa nocturno (1984:229-230). | Este mapa no era, pues, un mapa «ciego» al entramado de las diferencias culturales en sus diversos cruces con la desigualdad material. Tampoco lo era respecto de los juegos de poder, los procesos de hegemonía, o la propia y necesaria reflexividad del/la investigador/a. Mucho menos se trataba de una hoja de ruta que sólo resaltara las autopistas o los caminos más solicitados, en detrimento de los senderos sinuosos, menos conocidos, o más interpeladores de las «grandes vías» del mainstreaming1 académico. Por el contrario, la «nocturnidad» de esta nueva cartografía epistemológica llamaba la atención sobre la importancia de explorar aquellas «zonas» por las que también y además el análisis social debía transitar si quería romper con cierto centralismo temático, ganando al mismo tiempo en riqueza teórica, metodológica y política. De cara a aquella sugerente apelación, el «mapa» dominante de los estudios de juventud en la Argentina parece revelar, en lo que al análisis de y desde el género se refiere, una desarticulada trayectoria. Más que una persistente «ceguera» ante esta condición, lo que caracteriza al campo local de trabajos es una suerte de androcentrismo inferencial que hace difícil conmover ciertas presunciones de base, así como avanzar hacia una interrogación capaz de habilitar nuevas miradas y formas de exploración sobre las prácticas y experiencias juveniles. Porque junto con el desdibujamiento étnico y el sesgo prioritariamente urbano de gran parte de las investigaciones sobre juventud, este modo de abordar la diferencia de género moldea y a nuestro entender, también constriñe nuestra mirada y práctica investigativas, a la vez que pone de manifiesto la necesidad de su revisión crítica. Podría argumentarse, y con razón, que la diferencia de clase junto, claro está, con la diferencia etaria ha sido la dimensión omnipresente por excelencia en los análisis de juventud incluso en los de corte más fuertemente «culturalista», así como el elemento medular más asiduamente invocado para explicar las condiciones de vida de los/as sujetos jóvenes (en relación con el trabajo, la organización familiar, la vivienda, la educación, o la salud) y su vínculo con los procesos simbólicos (asociados, por ejemplo, a las opciones políticas, religiosas, sexuales, o las distintas modalidades de reconocimiento intersubjetivo, de estatus e identidad, etc.). Entendida no sólo como especificación de la ubicación de los/as sujetos en la estructura social y económica, y de su situación de propiedad o expropiación respecto de los medios de producción, la clase pasó rápidamente a pensarse en este campo de estudios como clave de lectura e interpretación de los decisivos procesos de construcción de hegemonía que tienen lugar en y desde una multiplicidad de prácticas, discursos y valores asociados a los/as jóvenes y a lo juvenil. El lugar del género como matriz analítica, en cambio, debe remontarse a otro recorrido de usos, fronteras y definiciones, tanto en la teoría social más amplia como en el ámbito de investigación que nos ocupa. Porque si el eje de la clase ha sido un denominador común en los trabajos y exploraciones sobre el universo juvenil, el de género ha sufrido la histórica confusión de ser invocado como sinónimo de la diferencia sexual, cuando no directamente invisibilizado como dimensión relevante, o reducido a dato demográfico. En este marco, el androcentrismo al que aludimos es decir, la enraizada propensión a considerar tácitamente a los varones como sujetos de referencia de «la juventud», se advierte en al menos tres constataciones recurrentes: i) En el conjunto global de trabajos, las mujeres permanecen invisibilizadas como productoras de prácticas y sentidos específicos de juventud, subsumidas en esta hegemónica y restrictiva representación de «lo juvenil-masculino». Así, el mundo de la intersubjetividad pública (donde las chicas ocupan, en todo caso, una posición social marginal) se convierte en el ámbito privilegiado por parte de las ciencias sociales para indagar las lógicas delictivas, los lazos de pertenencia, afinidad y sociabilidad en el marco de «tribus»; los consumos ilegales, las modalidades de intervención política e institucional, y la conformación de identidades colectivas, entre otras muchas prácticas de impacto y visibilidad social indiscutida, y de fuerte presencia de varones. ii) Cuando las mujeres «aparecen» como centro de atención, lo hacen casi exclusivamente de la mano de indagaciones basadas en el análisis de los cuerpos biologizados. Por ejemplo, en estudios sobre salud sexual y reproductiva (vida sexual, procreación juvenil, anticoncepción de emergencia, etc.)2 o relacionados con el par salud/en-fermedad (bulimia y anorexia, hiv, etc.).3 Por contraste, la «cultura del cuarto» (McRobbie, 1991) asociada a las prácticas juveniles de la esfera privada, doméstica o personal, donde las mujeres jóvenes y, sobre todo, las de sectores populares experimentan y/o resisten la aplicación de roles tradicionales o de prescripciones moralizantes asociadas al género y la sexualidad, parece no encabezar el orden de prioridades analíticas de las investigaciones en juventud. iii) Como señalamos, en los casos en que es incluido, el género suele concebirse y nombrarse como sinónimo de diferencia sexual, o más llanamente como dato demográfico «innegable» de todo grupo humano, al tiempo que metodológicamente es tratado como «variable analítica» o criterio descriptivo de los «evidentes» contrastes entre varones y mujeres. Ante este diagnóstico parcialmente advertido en estudios recientes sobre el campo (Chaves 2005b) me interesa destacar algunas de las consecuencias de orden ideológico que se derivan de estas asunciones teóricas y metodológicas y que operan finalmente ratificando el androcentrismo y sus efectos naturalizadores, toda vez que: i) Abordan la distinción entre varones y mujeres como constatación «de la realidad», o como «atributo» de las personas, licuando por ende el carácter político que atraviesa las relaciones de poder tejidas en su entorno, y que se traducen, en la vida concreta de los/as jóvenes, en desigualdades de diverso tipo. ii) Estabilizan al género en un sistema binario de diferencias constantes (hombre/mujer), las cuales a su vez remiten al paradigma incuestionado de la heteronormatividad. iii) Desmarcan la propia actuación del/la investigador/a en tanto sujeto sexuado y con identidad de género, relativizando el ingreso de esos aspectos en la agenda auto-reflexiva del quehacer científico, así como en el análisis de sus condiciones sociales de producción y de su política discursiva (Bourdieu, 1976; Harding, 1987; De Barbieri, 2002). iv) Borronean, en muchos casos, la responsabilidad política que le cabe a la investigación social en relación con proponer alguna práctica de transferencia, intervención e incidencia en otros espacios claves de formulación de lo juvenil, cuando no señalan o no producen sentido crítico sobre los modos en que la condición de género y/o la orientación sexual son usadas por ciertos discursos del poder para justificar y naturalizar la represión, la exclusión o la discriminación de las que son objeto muchos/as jóvenes, y especialmente, los/as más pobres. La tesis que guía este artículo no es que las investigaciones locales sobre juventud sencillamente «olvidan», estereotipan y/o banalizan las diferencias de género, sino que pocas de ellas logran sustraerse al funcionamiento ideológico más amplio que actúa naturalizando estas distinciones y estabilizándolas en formas «preferentes» de identidad juvenil. Lo que aquí sostenemos es que, en la medida en que las operaciones (etnográficas, conceptuales, de escritura) sobre los/as jóvenes producen sentido en (y para) un campo pautado de antemano el «campo científico de estudios sobre juventud», sus descripciones y teorizaciones participan ineludiblemente de la producción de formas puntuales de regulación cultural de las diferencias de género.4 Estas regulaciones inscriptas en la política misma de producción de categorías, clasificaciones, nomenclaturas, interpretaciones ingresan luego al circuito social más extendido, modulando y/o (re)definiendo los modos «adecuados» e «inadecuados» de nombrar, describir e interpretar a los/as jóvenes, y de intervenir sobre ellos/as. En este sentido, el trabajo científico puede llegar al extremo de desplegar una cierta «colonización discursiva» (Mohanty, 1991; Stone-Mediatore, 1999) cuando le otorga a ciertos sectores autoridad para hablar, cuando suprime la heterogeneidad del colectivo para que sus miembros «encajen» en categorías sociales puras («las mujeres pobres», «los punks», «los chicos de la calle», «los pibes chorros»), o cuando oblitera la historia y la política detrás de una definición monolítica de identidad grupal. ¿Acaso la «juvenil»? 2. Voces y perspectivas En la Argentina, la sociología ha sido sin dudas la disciplina que más se ha ocupado de identificar, estudiar y proponer esquemas explicativos en torno a las características, actividades y estilos de los sectores jóvenes. De hecho, la mayoría de los trabajos que en los últimos años se conocen y circulan como parte del canon de literatura científica sobre el tema provienen de una formación teórica y metodológica que abreva en un conjunto más o menos explícito de referencias «clásicas» del campo sociológico, sin perjuicio de que muchos de ellos han incorporado también técnicas etnográficas como parte de su interés por producir un conocimiento exhaustivo sobre ciertas zonas de la realidad juvenil.5 En esta línea, se advierte una tendencia en aumento a centrar las indagaciones sociológicas sobre jóvenes en el terreno del saber y el hacer antropológicos. Por contraste, las investigaciones antropológicas locales que se autodesignan como integrando el campo de los estudios de juventud han sido proporcionalmente menos numerosas, o menos conocidas. Sin embargo, varios de los trabajos que desde este ámbito se han ocupado del análisis de las instituciones, los modos de estratificación, desigualdad y diferencia étnica, racial o religiosa han incluido, de hecho, la perspectiva de las condiciones de existencia de los/as jóvenes en la producción de desigualdades sociales. Al respecto, algunas de las investigaciones etnográficas más recientes abordan problemáticas hasta ahora poco exploradas por la sociología, al incorporar no sólo como objeto de estudio sino, sobre todo, como pregunta los cruces y complejidades de los/as jóvenes en relación con los clivajes de la etnia, la nacionalidad, los procesos migratorios, las dinámicas rurales, y los movimientos de protesta social y activismo político, entre otros temas, en distintos contextos de la Argentina (Chaves, 2005a; Elizalde, 2003, 2005a y b; Falconi, 2004a y b; Kropff 2004; Núñez, 2003 y 2005; Sánchez, 2005). Pese a ello, la definición dominante de juventud en este país sigue siendo la impuesta por la sociología, situación que también es advertida para otros países de la región (Reguillo, 2000; Dávila, 2004). Su principal aporte tiene que ver con haber colaborado en la superación de una concepción prioritariamente etaria y/o biológica de la juventud y, por lo tanto, reduccionista de la diversidad de dimensiones intervinientes en la construcción identitaria de «lo joven» como la que signó a la criminología juvenil, y la propia psicología de mitad del siglo xx hasta hace unas tres décadas. Básicamente, la noción de juventud que propone la perspectiva sociológica local: a) cuestiona la asociación directa con el sentido de transición de una etapa a otra (en tanto momento psicobiológico particular, intermedio y precario del individuo); b) advierte sobre las diversas tramas identitarias, socioculturales, políticas y económicas que participan en su definición, necesariamente contextual e histórica; y c) reconoce, por lo tanto, la imposible univocidad de los significados que el término involucra. Sin embargo, en nuestra opinión, esta definición es por momentos más retórica que real y muchas veces permanece sin poder dar cuenta, en el espacio concreto de la investigación, de las maneras en que el género y las sexualidades participan de los procesos de producción de las identidades y prácticas juveniles. Esto es, del modo en que estas distinciones se articulan decisivamente con la edad, construyendo un vínculo específico que no coincide ni con una sumatoria de diferencias homogéneas o intercambiables, ni con una jerarquía más o menos estable de ejes de poder que regirían la experiencia cotidiana de los/as sujetos, y en la que el género ocuparía, casi previsiblemente, el lugar de la añadidura, más que el de componente constitutivo. Operando de esta manera, el género suele más bien incorporarse como «otra de las variables que intervienen en la construcción de la condición de juventud» (Margulis y Urresti, 1998:4; el destacado es mío) deslizándose, además con mayor o menor sutileza, según los casos hacia su intercambiabilidad con el término «mujer», y/o en prioritaria referencia a la vida sexual y reproductiva. En esos casos, es factible que la «peculiaridad» de la diferencia de género sea (sólo) leída en la distinción que la biología deja en los cuerpos jóvenes, así como en el imaginario social construido en su entorno. Las mujeres tienen un tiempo más limitado, vinculado con su aptitud para la maternidad, que opera como un reloj biológico que incide en sus necesidades y comportamientos, imponiendo en diversos planos de la vida una urgencia distinta. Esta temporalidad acota la condición de juventud entre las mujeres, opera sobre la seducción y la belleza, la disposición para la maternidad y el deseo de tener hijos; también tiene que ver con la energía, emociones, sentimientos y actitudes necesarias para procrear, criar y cuidar a sus descendientes durante un período prolongado [...] Entre las clases medias y altas, en la época actual, el ser mujer no se reduce a la maternidad, mientras que en las clases populares la maternidad es casi el único camino para realizarse como mujer (Margulis y Urresti, 1998:12-13, los destacados son míos). | Es claro, pues, que existe una preocupación por reconocer al género como elemento participante de la formulación social de la juventud. Ahora bien, cuando la feminidad queda asociada a una condición que reúne rasgos homogéneos y constantes (en la figura, por ejemplo, de la maternidad y el reloj biológico) y que contrasta binariamente con la masculinidad, las definiciones sociológicas «clásicas» de juventud muestran una escasa articulación con las perspectivas materialistas del género, que al menos de la mano de los estudios culturales, la historia, cierta antropología y la teoría queer se han ocupado abundantemente de analizar el vínculo entre género, clase, diversidad sexual, edad y etnia en la vida social y política de la Argentina reciente (Barrancos, 1993 y 2003; Bellucci y Rapisardi, 1999; Delfino, 1994, 1998, 1999 y 2002; Elizalde, 2003, 2005a y b; Fernández, 2004; Maffia, 2003 y 2004; Rapisardi, 1997; Rapisardi y Modarelli, 2000). Desde estos últimos planteos las configuraciones de feminidad y masculinidad no quedan nunca anudadas inexorablemente a la irreductibilidad de los cuerpos físicos, ni a las «particularidades» derivadas, por ejemplo, de las inequidades de clase o de la pertenencia a una cierta generación. Uno de los aportes más valiosos de la teoría de género y feminista es, justamente, su propuesta de trabajar con una definición de masculinidad y feminidad en tanto configuracciones históricas de la identidad que, pese a su apariencia como marcas de inscripción original impuestas por la cultura, forman parte de un proceso incompleto de producción de diferencias. La articulación histórica y no previsible de estas distinciones con otros anclajes de sentido y ejes de poder como la clase, la etnia, la edad, el prestigio, etc. señala, pues, el carácter intrínsecamente indeterminado del género. Por lo tanto, susceptible de cambios, reversiones y resistencias múltiples. Por su parte, las investigaciones que, en los últimos años, se han centrado en el análisis de los «desórdenes», «desajustes» o «transgresiones delictivas» protagonizados por los jóvenes pobres frente, por ejemplo, a la falta de trabajo, la inestabilidad laboral, la «crisis de valores», o la «incapacidad» de la escuela para satisfacer demandas de formación, socialización y empleabilidad (Gayol y Kessler, 2002; Kessler 2004; Míguez, 2002) también evidencian una escasa incorporación del género como dimensión analítica y política participante. Con todo, algunos autores/as de esta línea de estudios dejan constancia de cierta dinámica distintiva del género cuando señalan la existencia de una estrecha relación entre la condición de varón de los «transgresores» y la naturalización de ciertos «rasgos» de masculinidad asociados a este tipo de prácticas. Es el caso, por ejemplo, de la lógica del «aguante» indicada por Gayol y Kessler, vinculada comúnmente con el valor requerido para enfrentar situaciones y oponentes, «con clara connotación viril», «reminiscencias del orgullo de la fuerza de los sectores populares» e «intrincada relación con el fútbol» (2002:101). Por contraste, una más reciente investigación, coordinada por el ya mencionado Margulis (2003), sobre los vínculos de afectividad y sexualidad entre los/as jóvenes de Buenos Aires, muestra un esclarecedor panorama de los diversos modelos de relación emocional y afectiva, corporales, estéticos, sexuales, de cortejo, erotismo, uniones, etc., que organizan en la actualidad a la juventud urbana argentina, de muy distintas maneras según la clase, el hábitat, el acceso a los bienes materiales e intangibles básicos (salud, educación, servicios, etc.), la generación y el género. Con todo, llama la atención que, incluso en esta importante indagación, la distinción propuesta entre «sexo» y «género» se introduzca en las primeras páginas de la mano de Anthony Giddens (1999) un sociólogo (varón) no estrictamente especializado en estos temas, y en tanto producción binaria de dos grandes órdenes: Sexo remite principalmente a los comportamientos y diferencias que reconocen origen biológico o anatómico, mientras que la palabra género da relevancia a los condicionamientos de tipo cultural, el modo en que cada cultura ha ido definiendo históricamente los comportamientos esperados y el lugar social de hombres y mujeres» (Margulis, 2003:28). | Nuevamente, en conceptualizaciones de este tipo no se advierten puentes productivos hacia y desde la teoría feminista y de género de manera que puedan recuperarse más abiertamente las contribuciones absolutamente claves que este campo de estudios ha hecho en relación con estos conceptos nodales. De hecho, desde el terreno teórico del feminismo se ha argumentado extensamente a favor de la distinción pero no de la separación antagónica de estas nociones. Incluso se ha propugnado, en muchas de sus vertientes, por el uso complejo del «sistema sexo/género» planteado hace más de tres décadas por Gayle Rubin (1975) para referirse, justamente, al conjunto de arreglos a través de los cuales una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana. En la base de estos argumentos, «género» y «sexo» no son dos dimensiones excluyentes entre sí. Tampoco son productos de la determinación unívoca de la cultura y la naturaleza respectivamente, ni de la total libertad de elección de los/as sujetos. Al respecto, ni la condición sexual de una persona es sólo el conjunto de rasgos anatómicos que definen su genitalidad (más bien comporta el universo de valoraciones, prescripciones y posibilidades activadas simbólicamente en su entorno), ni el género es exclusivamente la condición (masculina o femenina) impuesta más o menos coercitivamente por la sociedad, y moldeada por la cultura. Tanto el sexo como el género pertenecen al orden de las diferencias críticas producidas por la cultura, la ideología y la normatividad discursiva a través de sus operaciones de construcción de jerarquías que organizan el poder, aunque sin hegemoneizarlo nunca por completo (Barret, 1982; Butler, 1990, 1993; McRobbie, 1991, 1998; Rowbotham 1979; Scott, 1987, 1992). En este marco, el hecho de que una joven travesti sea sistemáticamente discriminada en la calle, el barrio o al interior de las instituciones no responde de forma mecánica al sexo con el que ha nacido, o a su eventual transformación quirúrgica u hormonal, sino a la transgresión que su orientación sexual y genérica supone para el modelo dominante de heteronormatividad y binaridad hombre/mujer. En esta misma línea, el reconocimiento de la existencia de una dimensión cultural y simbólica alrededor del cuerpo sexuado, cuya actuación es relativamente independiente de la «inexorabilidad» anatómica, explica, por ejemplo, el lugar que ocupa y los significados que despierta lo pornográfico sobre todo cuando es asociado a jóvenes y niños/as en nuestras sociedades. Sentidos que se relacionan con el modo en que culturalmente se conciben, en cada contexto, las fronteras del pudor, la exhibición y el escándalo admisible, la censura y la explicitación de las fantasías en torno al sexo y la sexualidad por parte de varones y mujeres. Estas modulaciones de los términos «sexo» y «género» no pretenden ser meros juegos retóricos o pugnas categoriales en busca de una mayor sofisticación teórica. Por el contrario, cobran fundamental relevancia para el análisis de las formas concretas en que ciertos discursos institucionales escolares, médicos, jurídicos, mediáticos deslizan su homofobia cuando, por ejemplo, tematizan a las identidades juveniles gays y lesbianas como sexualidades «desviadas», «enfermas» o «aberrantes». Ahora bien, en este punto se impone la aclaración de que no se trata de «enmendar» ni en éstos ni en otros trabajos la falta de un análisis de género con la inclusión de un apartado o, incluso, de una dimensión transversal que cubriría este vacío. Hacerlo supondría pensar las diferencias culturales (el género, la diversidad sexual) como «variables» que pueden adicionarse y ganar visibilidad, casi con la sola voluntad del especialista de explicitarlas en sus registros de campo y en la divulgación de sus resultados. Significaría, además, ratificar de hecho lo que la teoría feminista critica severamente: la incorporación «bien intencionada» de las distinciones culturales en tanto proliferación estratificante de los ejes identitarios que «están allí, en la realidad» y que el/la investigador/a pone ahora a la vista, en un gesto de incuestionado progresismo, o de genuino convencimiento. Por último, implicaría descartar la revisión política y epistemológica que los estudios de juventud deberían profundizar en torno al vínculo entre desigualdad y diferencia cuando examinan las prácticas, experiencias y discursos de los/as sujetos definidos/as como jóvenes. En línea con lo anterior, tampoco resultaría suficiente activar la muy estimulante tarea de reordenar los datos, categorías y herramientas empleadas en esos trabajos, con el propósito de leerlos a la luz de preguntas que sí asuman al género y a las sexualidades como configuraciones claves y específicas del entramado identitario de la juventud. Sobre todo si esa reorganización se realiza sin interrogarse simultáneamente por el lugar del compromiso político que el saber académico tiene en la construcción de conocimiento sobre las condiciones materiales y simbólicas en las que los/as jóvenes viven, intervienen y transforman sus realidades. Y esto porque responder a un reclamo de reconocimiento de una diferencia incluso si se lo enuncia desde el campo legitimado de la investigación científica no supone necesariamente una reformulación crítica de las definiciones dominantes y androcéntricas de juventud. Peor aún, corre el riesgo de convertirse en la típica estrategia multiculturalista que colabora y hasta brega por el reconocimiento de la diversidad, pero se detiene en su representación formal en los espacios democráticos concretos. Por todo esto, la focalización en la distinción genérica no responde a ninguna pretendida necesariedad ni a ninguna peculiaridad especial de esta diferencia por sobre otros anclajes identitarios, como la etnia, la nacionalidad, la orientación sexual o la propia edad, por mencionar algunos. Lejos de esto, la razón de impulsar su estudio en el campo de los análisis de juventud se debe más bien a la convicción de que explorando las condiciones de producción de la diferencia de género, sus articulaciones con otras distinciones, y los modos en que es invocada, resemantizada, «iluminada», restringida y/o transformada en diversos discursos públicos e institucionales, es posible dar cuenta, no de lo que el género es, ni de su realidad. Se trata, más bien, de indagar lo que su valor crítico (Delfino, 1999) habilita en términos de interrogación sobre las instituciones, los discursos y las prácticas que producen normatividades más o menos definitorias en torno de las maneras «apropiadas» e «inapropiadas» de ser mujer joven y varón joven, en el contexto actual de construcción de hegemonía. 3. Desafíos para sumar Las reflexiones anteriores refuerzan la indicación señalada al comienzo de este trabajo: la necesidad de articular más estrechamente el campo de los estudios de juventud con los planteos teóricos del feminismo, en cruce con la antropología materialista y los estudios culturales con perspectiva de género, interesados todos ellos en revisar tanto los binarismos taxativos (sexo/género; varón/mujer; masculino/femenino, biología/cultura) como las propias operaciones teóricas que los perpetúan al no cuestionar simultáneamente los procesos que acompañan su producción. Conviene advertir, al respecto, que la ratificación o permanencia no cuestionada de esas clasificaciones antinómicas le «hace el juego» a la hegemonía (involuntariamente o no), toda vez que ésta también se sirve de mecanismos sutiles y efectivos como la conceptualización y las descripciones científicas sobre la realidad para reforzar la desigualdad económica con la «excusa» de ciertas actuaciones sociales de la diferencia sexual y de género. Por eso, la pregunta clave que proponemos reintroducir aquí no es ¿qué es el género? sino, más bien, ¿qué hace posible? y ¿qué evita o deja afuera? Lo dicho hasta ahora no invalida en absoluto los valiosos avances producidos por la investigación local en materia de juventud. Todo lo contrario: la apuesta para el crecimiento del campo analítico actual y su complejización productiva nos ubica ante el desafío de una doble tarea. En primer lugar, la de reconocer e incorporar dinámicamente los conocimientos construidos, sobre todo desde el ámbito sociológico, en esta temática. Fundamentalmente la exploración de los procesos de control social y de formulación de políticas públicas, y sus reflexiones sobre los modos en que las prácticas institucionales de la familia, la escuela, la ciudad, el mercado de trabajo y el derecho moldean y, a la vez, transforman las experiencias (de clase, género, edad, etnia, etc.) de los/as jóvenes. En segundo lugar, la necesidad de articular más estrechamente este saber con las contribuciones que la antropología ha hecho al resaltar la importancia de la experiencia vivida y de las voces de los/as propios/as jóvenes en la redefinición histórica de su condición identitaria. Creemos que es precisamente el efectivo entramado de estos aportes (y de ellos entre sí) con el arco más amplio de los relatos que los/as jóvenes hacen de sus prácticas, deseos y expectativas cotidianas, lo que constituye el background más productivo a partir del cual interrogarse por las identidades, subjetividades y dinámicas concretas de género de las diversas «juventudes». Son, pues, estas específicas condiciones materiales y simbólicas las que merecen nuestra atención. Porque es en ellas y nunca sólo en las representaciones hegemónicas de las políticas públicas, los medios de comunicación o el propio discurso académico que los y las jóvenes viven sus vidas, arman activamente su subjetividad como varones y mujeres, y experimentan los cambios de su entorno social. Buenos Aires (Argentina), mayo 2006 NOTAS 1 Mainstreming, en inglés «corriente principal». 2 Las principales contribuciones al análisis del vínculo juventud-salud/salud sexual y reproductiva desde una mirada sociológica y/o sociodemográfica provienen del campo de los estudios de población. Se destacan, en este sentido, las exhaustivas investigaciones de Pantelides, Geldstein e Infesta Domínguez, 1995; Pantelides y Cerrutti, 1992; Kornblit y Méndes Diz, 1994; Checa, 2003; y Gogna 2005a y b. 3 Del lado de los discursos normativos e institucionales (como el escolar, el sanitario, el de la protección del Estado ante la «emergencia social», el sistema de minoridad, etc.), el género focalizado en la sexualidad suele reaparecer como «alarma» o en tanto respuesta al «problema» de las mujeres jóvenes. Es el caso de las advertencias de los medios de comunicación y del propio Estado respecto del embarazo adolescente o de la «vulnerabilidad» de las chicas que viven en la calle. Advertencias que, en no pocas situaciones, terminan legitimando un tipo de «preocupación» y, simultáneamente, de «temor» que puede ser definido como pánico sexual (Elizalde, 2005a). 4 «Las regulaciones culturales no constituyen un conjunto estable de operaciones [de control] [...] sino que, por el contrario, implican un trabajo ideológico tanto de producción de consenso como de reclamos de estabilidad y orden», cuya articulación es históricamente variable, y específica en cada área de acción (instituciones educativas, tutelares, sindicatos, asociaciones profesionales, consejos universitarios, etc.). Por eso, ningún conjunto de regulaciones alcanza un carácter explicativo de la totalidad del proceso (Delfino, Méndez, Núñez, Ternavasio y Volken, 2004). 5 Si bien desde la apertura democrática de mitad de los 80 se registran los primeros trabajos importantes sobre la juventud argentina (Braslavsky 1986a y b, y 1989), el núcleo fuerte de investigaciones en este campo comienza a consolidarse a mediados de los 90 con las indagaciones de Margulis (1994 y 1998) junto a Urresti (1998) sobre las «tribus urbanas» y los estilos de consumo nocturno en Buenos Aires; los aportes de sociólogos/as del trabajo y de la educación preocupados/as por el impacto de la crisis en las generaciones jóvenes (Sidicaro y Tenti 1998; Jacinto y Kolterllnik, 1997; Filmus, 1999), los primeros estudios sobre culturas juveniles y modalidades de consumo cultural por parte de jóvenes de distintas clases (Auyero, 1993; Vila, 1985; Vila y Semán, 1999; Wortman, 1991), y la línea abierta por las exploraciones sobre la relación entre pobreza, delito y violencias entre y hacia los jóvenes, desde una perspectiva mayoritariamente sociológica (Kessler, 1997 y 2004; Gayol y Kessler, 2002; Míguez, 2002; Guemureman y Daroqui, 1998 y 1999; Larrandart, 1990, entre otros/as). Los nombres mencionados no implican necesariamente que esos/as investigadores/as se hayan especializado exclusivamente en temas de juventud (aunque varios de ellos/as siguen profundizando en este campo). Más bien alude a la producción de textos de orientación centralmente sociológica que ingresaron (desigualmente) al canon de referencias investigativas y bibliográficas por su condición de trabajos pioneros o rupturistas en alguna de las dimensiones señaladas. No se incluyen en esta nota, por lo tanto, los/as autores/as ni obras cuya adscripción proviene de otros campos, como la psicología, o las ciencias de la educación, aunque se registran importantes aportes desde estas disciplinas. Queda para otra oportunidad la discusión de los modos en que la industria editorial y las propias regulaciones académicas operan en la construcción y mantenimiento del canon intelectual en una cierta zona del saber. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Auyero, Javier (1993): Otra vez en la vía. 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