Durante el último tiempo como ciudadanía nos hemos visto enfrentados a una proliferación de estallidos sociales alrededor del mundo, espacios de insurrección que a través de protestas ciudadanas exigen soluciones a demandas sociales legítimas, reiteradamente postergadas por la clase política. Las revoluciones populares en Cataluña y Hong Kong, o los recientes alzamientos en el Líbano e Irán son solo algunos de los espacios de protesta que han buscado respuestas concretas a conflictos políticos, sociales y económicos, enmarcados en un contexto global de capitalismo exacerbado.
América Latina no ha quedado al margen de esta evidente crisis del modelo capitalista; nuestro continente dentro de un marco social neoliberal, profundamente permeado por estructuras neocolonialistas, resulta en un espacio fértil para crisis políticas.1 Ejemplos tenemos muchos: el masivo éxodo de venezolanos y venezolanas a distintos países del Cono Sur,2 buscando escapar de las paupérrimas condiciones sociales que se viven en aquel país,3 o la reciente crisis económica en Argentina, que no tiene visos de terminar y a la cual el gobierno de Macri no ha sabido responder, alcanzando la nación trasandina una inflación del 53,5%, el pasado 16 de octubre.4 Paralelamente hemos presenciado verdaderas revoluciones ciudadanas, como lo visto en Puerto Rico5 o recientemente en Ecuador,6 donde el gobierno de Lenin Moreno se vio enfrentando a la más grande revuelta social de los últimos años, manifestaciones encabezadas por comunidades indígenas y que lograron levantar a toda la sociedad ecuatoriana.
Dentro de este agitado clima y hace pocos días el Presidente chileno, Sebastián Piñera emitía las siguientes declaraciones: "En medio de esta América Latina convulsionada veamos a Chile, nuestro país es un verdadero oasis con una democracia estable, el país está creciendo, estamos creando 176 mil empleos al año, los salarios están mejorando".7 Estas palabras, hoy más que nunca suenan como una mala broma, pues días después, y ante una efervescencia social nunca antes vista desde el regreso de la democracia en Chile, el Presidente declaraba en Cadena Nacional: "Estamos en Guerra"8.
La frase hizo eco en diferentes medios, no solo por las implicancias que a nivel comunicacional tuvo la inoportuna frase, siendo profundamente repetida tanto en la prensa nacional como internacional. Sino más bien por la intensidad que tomaron las manifestaciones a raíz de dichos comentarios.9 El pueblo chileno se sintió vulnerado, violentado, tanto por el contexto -estado de excepción y toque de queda- como por la visión del poder ejecutivo, el cual al verse interpelado por la ciudadanía adquiere una postura confrontacional frente a la misma.
Ahora, la pregunta es ¿debería sorprendernos esta postura?, como ciudadanos ¿deberíamos impactarnos ante la inusitada violencia de su lenguaje? A mi parecer no. No porque validemos una declarada belicosidad de parte de nuestras autoridades con su pueblo, sino más bien, porque su uso es otro síntoma del actuar de una clase política, y por abstracción de un Estado, que ante las coyunturas político-sociales del constructo nación chilena, históricamente siempre ha respondido con violencia. Un Estado que históricamente ha suprimido el diálogo, mediante un ejercicio de bio-poder que excluye otras formas de pensamiento y subjetividades. Los ejemplos en la vida republicana del país abundan. Por nombrar algunas; la masacre del "mitin de la carne",10 la Matanza de Plaza Colón,11 la Matanza de Santa María de Iquique12, la masacre de la Federación Obrera de Magallanes13 y la Matanza de Ranquill,14 por nombrar algunas de las que ostentan el poco honroso logro de ser las que más víctimas fatales han dejado. Un escenario igualmente complejo es el que han tenido que sobrellevar los pueblos originarios, en su relación con el Estado. El pueblo mapuche, por ejemplo, ha sido sometido a un proceso bélico de aculturación durante siglos. A partir del gobierno de José Joaquín Pérez, "comienza a ejecutarse un plan sistemático de ocupación efectiva de territorio mapuche. Esta es la llamada por la historiografía, Pacificación de la Araucanía, cuyo plan estratégico estuvo a manos de Cornelio Saavedra Rodríguez" (Sosa, 2015: 8)15, y termina en 1883 con la apropiación de la ciudad de Villarrica. Caso aún más dramático fue lo sufrido por la población Selknam, pueblo víctima de un genocidio. Extermino planificado que "constituye un delito de lesa humanidad que permanece impune hasta la actualidad, y del que son responsables los Estados argentino y chileno, junto con las sociedades explotadoras que lo ejecutaron" (Valencia, 2016). El actuar de la sociedad Braun-Menéndez, amparados por el Estado,16 quienes fijaron el precio por la vida de los indígenas -una libre esterlina por cada oreja-, la cacería, y la introducción de enfermedades terminaron por exterminar casi en su totalidad a la población indígena.
Este tipo de hechos podemos explicarlos a través del concepto de Necropolítica (2006) acuñado por el filósofo y teórico político camerunés Achille Mbembe. El autor, haciendo una relectura del concepto de bio-política de Michel Foucault, propone que lo que entendemos por soberanía sería el poder del que dispone el Estado para controlar la vida o muerte de su pueblo. En cierta medida, lo que el camerunés hace es nutrirse de la propuesta del pensador francés, aplicándola a contextos específicos, en los cuales resalta el carácter político liberal. En efecto, Foucault teoriza una anátomo-política del cuerpo humano respecto al disciplinamiento social y corrección de los sujetos (anómalos)17, a través de la idea de poder soberano que se ejerce sobre la ciudadanía. También, plantea una biopolítica de la población centrada:
[...] en el cuerpo-especie, en el cuerpo transido por la mecánica de lo viviente y que sirve de soporte a los procesos biológicos: la proliferación, los nacimientos y la mortalidad, el nivel de salud, la duración de la vida y la longevidad, con todas las condiciones que pueden hacerlos variar; todos esos problemas los toma a su cargo una serie de intervenciones y controles reguladores (Foucault, 2007: 168)
Estas formas de disciplinamiento y control constituirían la conceptualización de aquello que se denomina bio-poder18: "El establecimiento, durante la edad clásica, de esa gran tecnología de doble faz -anatómica y biológica, individualizante y especificante, vuelta hacia las realizaciones del cuerpo y atenta a los procesos de la vida- caracteriza un poder cuya más alta función no es ya matar sino invadir la vida enteramente" (Foucault, 2007: 169). Por su parte, el pensador camerunés utiliza la noción de bio-poder para:
[…] referirse a un régimen inédito que toma como nuevo objetivo y vehículo de acción el bienestar de la población y la sumisión corporal y sanitaria de sus ciudadanos, se nos presenta como el antecedente del necropoder. Los Estados modernos surgidos a finales del siglo XIX tienen como objetivo el control y gestión de la población en cuanto nuevo recurso (junto al territorio y los bienes que en él se hallan), para lo cual despliegan técnicas de desacralización de lo biológico, lo demográfico y todo lo referente a la vida humana. La biopolítica somete la vida al tamiz científico y sobre todo a la verdad estadística. Achille Mbembe sugiere que los regímenes políticos actuales obedecen al esquema de "hacer morir y dejar vivir". (Falomir, 2011: 14)
El contexto sociocultural del Chile de postdictadura pareciese construirse a través de esta lógica de una decisión estatal respecto a la vida humana, fuertemente entrelazada con las políticas ultraliberales que encuentran espacio dentro de la constitución redactada en plena dictadura por Jaime Guzmán y compañía, y amparada en el mundo político a través de las doctrinas económicas idealizadas por los Chicago Boys.19 El estado chileno a partir de este "marco de legalidad" aplica una necropolítica de Estado, castigando a través de una lógica de mercado todas las estructuras organizativas de la vida ciudadana.
Mbembe, señala que "el biopoder parece funcionar segregando a las personas que deben morir de aquellas que deben vivir. Dado que opera sobre la base de una división entre los vivos y los muertos, este poder se define en relación al campo biológico, del cual toma el control y en el cual se inscribe". (Mbembe, 2011: 22). Estas divisiones podemos visualizarlas a través de la puesta en práctica, por parte del estado chileno de mecanismos de segregación que inciden en la conformación del espacio social,20 estratificando las dimensiones territoriales y todo lo que ello conlleva.21 Esta forma de distribución de los espacios incide enormemente en las capacidades de desarrollo de un individuo, así como también las capacidades de sobrevivencia. Esta articulación de una violencia urbana es la aplicación de "un tipo de poder político que gestiona la vida humana por medio de la creación de poblaciones de la excedencia. Para los excluidos el no representarse ni verse representados inaugura un nuevo tipo de 'exterminación indirecta' dinámica, que los somete de forma permanente a un equilibrio desigual entre la vida y la muerte (Bilbao, 2018: 99). A raíz de esto surgen individuos de primer y segundo orden, los cuales además de ser sometidos a esta espacialización, también son vulnerados en el sentido que el Estado desarrolla un ejercicio de violencia programática, que articula la dinámica social, a una mercantilización completa de las necesidades básicas.
En este espacio resulta explicativo el concepto de Capitalismo Gore, acuñado por Sayak Valencia. La autora plantea que el Estado organiza su agenda en torno a una necropolítica que:
[...] obedece a una lógica y unas derivas concebidas desde estructuras o procesos planeados en el núcleo mismo del neoliberalismo, la globalización y la política. Hablamos de prácticas que resultan transgresoras, únicamente porque su contundencia demuestra la vulnerabilidad del cuerpo humano, su mutilación y su desacralización y, con ello, constituyen una crítica feroz a la sociedad del hiperconsumo, al mismo tiempo que participan de está y del engranaje capitalista.
(Valencia, 2010: 17)
La autora describe prácticas que inciden en esta forma de capitalismo salvaje, estas serían: "Mercado Laboral Desregulado. Desterritorialización (segmentación internacional y descontextualización del ámbito propio de cada país). Decodificación de flujos financieros por la aplicación exacerbada de la política neo-liberal y estrategias aplicadas para que el dinero viaje a la velocidad de la información (maridaje de la economía con la información)" (Valencia, 2010: 31). A las cuales podemos sumar, abandono total de programas de protección estatal (privatización), vulneración de derechos humanos fundamentales y saqueo sistemático de recursos naturales. Además de una programación en distintos niveles, la cual apunta al desarrollo de un sujeto orientado a la individualidad y al consumo, sujetos que de una forma implícita moldean la estructura social en torno a las prácticas previamente descritas.
En Chile este capitalismo gore se divide en dos formas. La primera, la estructura macro, que es la que configura el régimen de privatizaciones y aporte estatal al sector empresarial. Y la segunda, la necropolítica de Estado, aquella forma mediante la cual el endeudamiento y formas de explotación ejercen el control bio-político de los ciudadanos. En la primera encontramos los mecanismos de distribución de la riqueza, la cual no permea en los estratos bajos o medios de la sociedad, acumulándose groseramente en el 1% de la población (los que concentran alrededor del 26,1% de la riqueza del país).22 Por ejemplo, el índice de Gini23 sitúa a Chile como el país más desigualdad de la OCDE24 con un valor de 0.460. A eso se suman falta de políticas de inclusión, sobreexplotación y el alienamiento de distintos sectores sociales. Alardear sobre tener el PIB más alto de América Latina, no es más que un maquillaje,25 un milagro económico, que solo tiene lugar a través de la reificación de los individuos26 y la privatización de todos los recursos naturales, inclusive el agua. Por ejemplo, un número considerable de ríos de la Patagonia pertenecen a capitales extranjeros, mayoritariamente suizos y estadounidenses.27 Recientemente se celebraba la no adjudicación en remate de derechos de agua del río Queuco y otros esteros de Alto Bío Bío.28 Situación paradójica si tomamos en cuenta la Resolución 64/292, de la Asamblea General de las Naciones Unidas, la cual reconoce el acceso al agua como un derecho humano fundamental. Mbembe sostiene que esta depredación de recursos naturales se sostiene en la medida que el Estado "puede, por sí mismo, transformarse en una máquina de guerra" que "combina una pluralidad de funciones. Tiene los rasgos de una organización política y de una sociedad mercantil. Actúa mediante capturas y depredaciones y puede alcanzar enormes beneficios" (Mbembe, 2011: 59). En la medida que ciertos grupos se apoderan de esta producción, respondiendo a los grandes conglomerados, que acaparan los mercados, e importantes ganancias a través de un saqueo transnacional.
Por su parte la fuerza trabajadora es sometida a jornadas laborales extensas, condiciones de vida paupérrimas, y un sobreendeudamiento29 como única salida posible, a un costo de la vida cercano a Madrid, sobrellevados por ciudadanos cuyo sueldo mínimo es de apenas 301 mil pesos (un poco más de 400 dólares).30 Estas condiciones laborales se estructuran como otra forma de control social. Los cuerpos de los individuos no están muertos, pero el estado los mantiene en un perfecto estado cadavérico. Son más bien zombis de la sociedad de consumo. Su cuerpo sigue siendo útil para la producción, pero su desarrollo y condiciones no parecen de importancia para el mercado. El concepto de zombi resulta útil para describir a estos individuos que son expuestos a extensas jornadas laborales,31 a las cuales hay que sumar horas de desplazamiento. La falta de tiempo libre, para desarrollar actividades recreacionales o culturales, sumadas a la imperiosa necesidad de mantener el trabajo, termina por convertirlos en entidades subalternas. La primacía de la individualidad, y la identidad personal, es subyugada a la estadística. El trabajador no tiene rostro, historia ni intereses. Es completamente prescindible en el instante que el recurso biológico (su cuerpo), sea consumido, tanto por el paso del tiempo como por las condiciones laborales.
Igualmente, si el individuo, este "zombi", decide "despertar", y comienza a quejarse de las condiciones impuestas por el mercado, es rápidamente suprimido, por el último. Por ejemplo, las leyes, restringen las posibilidades de negociaciones colectivas,32 la corporación -figuración abstracta del el empleador-, posee las facultades de deshacerse de los cuerpos no dóciles, a la vez que puede eliminar sin mayores inconvenientes, al igual que a aquellos biológicamente no aptos. Caso paradigmático es el que sufren los adultos mayores. Los ancianos33 en general, no se consideran como cuerpos útiles para el mundo laboral, y sufren una alienación. Por una parte, por la incapacidad física de adaptarse al mundo laboral, y por otra, por una segregación, que se visualiza en la incapacidad adquisitiva de los mismos. Los ahorros comienzan a desaparecer en la vorágine de gastos médicos, relativos a la condición de su edad, a la vez que las pensiones, escasamente los ayudan a sortear el día a día, configurándose en quizás uno de los grupos sociales más vulnerables.34 La ciudadanía para el Estado no es más que una masa reificada dentro del paradigma de lo que el filósofo surcoreano Byung-Chul Han denomina sociedad del cansancio (2013), que vendría a ser el siguiente estadio de la sociedad disciplinaria, adecuando el ejercicio de poder y control al contexto globalizante de carácter neoliberal:
Con el fin de aumentar la productividad se sustituye el paradigma disciplinario por el de rendimiento, por el esquema positivo del poder hacer (Kõnnen), pues a partir de un nivel determinado de producción, la negatividad de la prohibición tiene un efecto bloqueante e impide un crecimiento ulterior. La positividad del poder es mucho más eficiente que la negatividad del deber. De este modo, el inconsciente social pasa del deber al poder. El sujeto de rendimiento es más rápido y más productivo que el de obediencia. Sin embargo, el poder no anula el deber. El sujeto de rendimiento sigue disciplinado. Ya ha pasado por la fase disciplinaria. El poder eleva el nivel de productividad obtenida por la técnica disciplinaria, esto es, por el imperativo del deber. (Han, 2012: 28)
A raíz de esto, los cuerpos de los individuos terminan por devenir en máquinas de rendimiento, consumidores y trabajadores perfectos, que sacrifican salud, seguridad y familia para intentar sobrevivir en este paradigma de hiperconsumo, en el cual el Estado protege los intereses de las grandes empresas, bancos y casas comerciales antes que el de sus ciudadanos. Dentro de este paradigma, los jóvenes y estudiantes sin ingresos fijos, y los ancianos, fuera de la fuerza de trabajo, son anulados como individuos no pudiendo reterritorializarse como máquinas de rendimiento. No es difícil ubicar programas de ejecutivos de negocios o postítulos de ingeniera comercial en los cuales los ancianos ni siquiera merecen una mención dentro del idílico mundo estadístico. En tanto, los jóvenes profesionales aun útiles en la masa trabajadora son sometidos a un endeudamiento constante, exigido para no marginarse del éxito económico y social, que significa ser parte de los jaguares35 de Latinoamérica. No se habla de la precariedad de la vida, o de las pesadas mochilas que estudiantes universitarios deben cargar por el resto de la vida, similares a un crédito hipotecario; se habla de buscar nuevas formas de endeudamiento.
Todos los problemas en Chile son reducidos a la capacidad adquisitiva. Educación, salud, vivienda, todos derechos básicos fundamentales dependerán del respaldo económico que posea cada individuo. Lipovertsky en La felicidad paradójica, ya describía esta característica del modelo económico:
Cuanto más mejoran las condiciones materiales generales, más se intensifica la subjetivación-psicologización de la pobreza. En la sociedad de hiperconsumo, la situación de precariedad económica no engendra sólo a gran escala nuevas vivencias de privaciones materiales también propaga sufrimiento moral, la vergüenza de ser diferente, la autodepreciación de los individuos, una reflexividad negativa. La brusca reaparición de la infelicidad exterior avanza en sentido paralelo a la felicidad interior o existencial. (Lipovetsky, 2017: 189)
En otra de las tan poco acertadas declaraciones de Piñera durante estos días de movilizaciones, se refirió al "lumpen". Individualizados como un enemigo poderoso, un ejército de vándalos a los que solo les interesa el bien personal. Más allá de lo cercano que dichos adjetivos puedan sonar en su sector político, es cierto que, dentro del contexto de las manifestaciones, sí se han desarrollado hechos de violencia. Y con esto me refiero a la violencia explícita casual causada por grupos denominados "lumpen" por el mundo político, a la violencia sistemática y organizada del Estado, ejercida a través de la violencia descontextualizada, excesiva y punitivo militar practicada fuera de cualquier marco regulatorio por partes de fuerzas armadas. Dentro de esta episteme de la violencia que ha tenido lugar en Chile durante el estallido social es bueno separar e identificar sus diferentes formas.
Este "lumpen", denominado por ministros y tan estigmatizado por parte de matinales y noticieros, dentro del capitalismo gore, recibe la denominación de sujetos endriagos, grupos sociales que "se caracterizan por combinar la lógica de la carencia (círculos de pobreza tradicional, fracaso e insatisfacción), la lógica del exceso (deseo de hiperconsumo), la lógica de la frustración y la lógica de la heroificación (promovida por los medios de comunicación de masas) con pulsiones de odio y estrategias utilitarias. Resultando anómalos y transgresores frente a la lógica humanista" (Valencia, 2010: 87). El discurso del Presidente buscó hacer hincapié en el actuar de estos grupos humanos. Objetivándolos, en un esfuerzo por distanciarlos de la masa ciudadana. Los medios de comunicación, especialmente televisoras, en su función de herramientas de control, enfatizaron sus reportajes en el saqueo y pillaje de cadenas de supermercados, entre otros, buscando reavivar recuerdos de escases utilizando el actuar de estos grupos marginales para justificar a las fuerzas armadas en las calles. El actuar de estos sujetos endriagos es evidentemente reprochable, pero la sociedad civil olvida temas importantes frente al actuar de estos grupos. La violencia constituye su única forma de expresión frente al abandono estatal. Estas comunidades viven en la periferia, están sometidos a discriminación sistemática, tienen trabajos y viviendas precarias, y sus comunas están infestadas por flagelos como la delincuencia y la droga. Su comportamiento es una expresión del abandono estatal y social, y son en cierta medida la máxima expresión de la destrucción de la educación pública, el abandono y la segregación.36 Bilbao señala que:
Estas condiciones acentúan, en el dominio civil y político, importantes diferencias en los riesgos que los individuos establecen frente a la vida y la muerte. Las masas de excluidos reflejan estas antinomias, pudiendo encarnar lo denominado humano en su desnudez más vulnerable, ocupando los espacios que la política nazi denominaba: franjas de existencia infrahumanas (Untermenschen). (Bilbao, 2018:100)
El estado moderno des-subjetiviza sujetos e identidades para mantener a estos cuerpos en la precariedad y así cumplir con la acomodaticia de control social y la regulación de masas mediante el miedo. El poder ejecutivo buscó en la respuesta que estos sujetos endriagos tuvieron ante el estallido social un chivo expiatorio, para el uso desmedido de la fuerza por parte del Estado. Situación evidenciable en las elecciones discursivas de la Primera Dama Cecilia Morel, cuando hablaba de invasión extranjera o alienígena37. La búsqueda desesperada de una otredad a la cual culpar por sus falencias. Sin embargo, la estrategia discursiva del ejecutivo volvió a fallar, las demandas sociales son tan claras, y el cansancio ciudadano tan profundo, que simples juegos discursivos y manipulaciones mediáticas no fueron suficientes para aplacar el ánimo de las marchas. Sí, es cierto, hubo saqueos y violencia generalizada, pero la primera pregunta en cualquier análisis serio debería ser por qué ante situaciones de caos (terremotos, incendios y protestas), la sociedad chilena más precarizada responde de esta manera: ¿cuál es la responsabilidad del Estado en todo esto?
Las decisiones de las cúpulas políticas, por otra parte, se ampararon en el campo de la guerra decretando un estado de emergencia, con el consiguiente despliegue de fuerzas militares en distintas ciudades. Situaciones que terminaron únicamente por engendrar más violencia. Así como también lo hizo el profundo sesgo mediático presentado durante los primeros días (y hasta el día de hoy) por los canales de televisión38. Si bien es cierto que estos grupos de sujetos endriagos vandalizaron y pusieron en un estado de alerta a la población, su actuar es minoritario en comparativa al estado de alerta provocado por el desproporcionado actuar de los agentes del Estado. Alcanzando cifras escandalosas de heridos y detenidos, el saldo hasta ahora no esclarecido de compatriotas fallecidos y denuncias de apremios ilegítimos, vulneraciones de derechos humanos y vejaciones sexuales. El bio-poder en su máxima expresión, reconfigurando el espacio social en campo de batalla. La dinámica de la violencia termina apoderándose del territorio a modo de estrategia "democrática" en la cual el restablecimiento del "orden social" se concibe como única prioridad por parte de las esferas gobernantes, cuya preocupación es reactivar el mercado y el flujo de dividendos, más allá de entregar respuestas a las demandas. El disciplinamiento de una ciudadanía rebelde que debe subordinarse, a costa del cuerpo propio, al proyecto económico del país.
Cuando la población dice "Piñera está tratando al país como una empresa" efectivamente está en lo correcto. Esa es la lógica a la que responde, y esa es la lógica con la cual responde su gabinete. Y una parte mayoritaria del Congreso. Al anclarnos en el sistema liberal, los individuos estamos solos, el Estado no plantea un asistencialismo o una visión de sociedad: solo somos consumidores. Consumidores frente al mercado. Los ejemplos sobran: las posibilidades de ascenso social y las oportunidades de trabajo responderán a una red de contactos, a la cual tampoco podrás acceder si no se tuvo la oportunidad de pagar por una educación de calidad. Y qué decir de los casos de enfermedades. La mayoría de la clase trabajadora, al verse enfrentada a enfermedades catastróficas, debe recurrir a préstamos, bingos y beneficios, intentando sortear con dignidad las condiciones de negociación que impone el mercado. Dependiendo la red de protección personal, ciertas enfermedades pueden significar la ruina familiar o derechamente la muerte. El modelo neoliberal, la privatización de recursos y la falta de proteccionismo estatal son la génesis de la revolución social chilena. Puntos que Mario Amorós explicó con claridad recientemente en La 2 Noticias de RTVE39: "La violencia que expresan estos modos de existencia es también el correlato inverso de los poderes políticos y económicos que creen establecer, en este punto de la historia, una concepción relativa al hombre que lo supone en el mismo orden de los objetos y no en una relación con ellos" (Bilbao, 2018: 98). En este sentido, el concepto de dignidad cobra relevancia, en primer lugar, por convertirse en la consigna de la demanda social y, en segundo lugar, por la conceptualización de antítesis que la palabra adquiere, a la vez que padecemos la reificación de los individuos, como recursos.
Aquella futilidad de la vida humana no es nueva para el Estado chileno y ejemplos sobran. El caso del Sename40 es paradigmático: más de mil niños muertos en centros de acogida estatal. El Sename subsidia centros privados, en el cual cada niño resulta ser un indicador para el administrador del centro. Es decir, cada niño no es un individuo, sino más bien un aporte económico. El sistema de los colegios es similar, en el cual los indicadores de asistencia o permanencia significan para el sostenedor (eufemismo de dueño) lucrativos ingresos por parte del Estado.
La necropolítica como paradigma del Estado ha estado presente en Chile desde el regreso a la democracia. La diferencia es que a raíz de las revueltas sociales esta se hizo visible tanto a nivel discursivo como físico. La lógica punitiva del Estado de castigar la revuelta y las demandas ciudadanas no es otra cosa que la búsqueda por mantener el edificio epistemológico del libremercado, amparado en la lógica neoliberal más despiadada. Sabemos cuáles son las respuestas gubernamentales ante los cuestionamientos sociales; lo vimos en Aysén el 2012,41 y lo vemos a diario en la región de la Araucanía.
El ejercicio de bio-poder es sistemático organizado y soterrado. Funciona de manera implícita y la sociedad chilena, al intentar cambiar el statu quo en el cual se encontraba, se vio enfrentada a un cambio en el accionar de ese poder evidenciado en la búsqueda de leyes que faciliten el coaccionar y control de la ciudadanía, como lo es el trámite que busca que FFAA puedan proteger infraestructura crítica saltándose la tramitación del estado de excepción, o la denominada ley anticapucha,42 y sus responsabilidades penales en contra de manifestantes. Se operó un traslado del estado de deshumanización impuesto por el mercado, y las condiciones de vida en Chile, a una materialización del bio-poder en cuerpos militares fuertemente armados. Hoy la necropolítica se hace visible, no obstante, siempre ha estado ahí. Ahora, la pregunta es cómo guiar nuestra energía para acercarnos a ser ese oasis que decimos ser; es el momento de enfrentar y cuestionar el modelo y por sobre todo interpelar a nuestras instituciones, exigiéndoles responsabilidad y estar a la altura. Intentando rescatar a este Estado famélico que se muestra incapaz y que acaba de perder el último recurso que le quedaba por explotar: la vida de sus ciudadanos.