La relevancia de las perspectivas feministas, especialmente de sus propuestas epistemológicas, ha sido reconocida con particular énfasis en el campo de las psicologías sociales críticas (Balasch, & Montenegro, 2003; Fernández, 2003; Gergen, 1996; Iñiguez, 2007; Kitzinger, 1987; Martínez, & Montenegro, 2010; Parker; 2002; Troncoso, & Piper, 2015)1. En este artículo nos interesa reflexionar en torno a la relación entre perspectivas críticas en psicología social y teorizaciones feministas, considerando nuestras experiencias de investigación con epistemologías y metodologías feministas. Los abordajes interseccionales se han vuelto centrales a los estudios feministas actuales, siendo prácticamente impensable estudiar el género como una categoría analítica aislada de otros ejes de diferencia o sistemas de opresión, los cuales se constituyen mutuamente bajo condiciones de posibilidad tanto históricas como sociales determinadas. Estas perspectivas feministas interseccionales entran en tensión con corrientes y métodos más tradicionales de la psicología, ya que relevan las dimensiones estructurales de opresiones interconectadas, promoviendo análisis más complejos de las relaciones de poder y las desigualdades sociales. Las perspectivas interseccionales son un legado de feminismos negros, pos y decoloniales, cuyas interpelaciones han transformado de manera radical el campo de los estudios feministas y las perspectivas de género.
Este artículo se basa en los resultados obtenidos en los proyectos “Memorias de la Violencia Política en Chile: Narrativas Generacionales del período 1973-2013” (Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico de Chile, Fondecyt Regular Nº 1140809, Investigadora Responsable: Dra. Isabel Piper Shafir), e “Intervención social con mujeres inmigradas: Reconocimiento, incorporación sociocultural e igualdad de oportunidades para la inclusión” (Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo de la Universidad de Chile, programa U-Inicia 2014-2016. Investigadora responsable: Dra. Caterine Galaz Valderrama).
En nuestra discusión empírica nos enfocaremos en investigaciones realizadas a partir de la propuesta metodológica feminista de las Producciones Narrativas (PN), desarrollada en psicología social por Balasch y Montenegro (2003), que consiste en la textualización de una narrativa a partir de encuentros de discusión e interpelación entre investigador/a y participante/s en torno al fenómeno social estudiado, valorando la experiencia de la/s participante/s en el mismo. Reflexionaremos a partir de la identificación de tres tensiones presentes en dos investigaciones que realizamos con PN entre los años 2014 y 2016: en la primera de ellas se elaboraron narrativas grupales y su objetivo fue la construcción de memorias generacionales de la violencia política en Chile por mujeres y hombres que participaron de movilizaciones y protestas sociales cuestionadoras del orden social y político establecido entre los años 1973 y 20132 (Memorias de la violencia política en Chile: Narrativas generacionales del periodo 1973-2013, de Isabel Piper. Versión oficial presentada al Concurso Nacional de Proyectos Fondecyt Regular 2014. Inédito); y en la segunda se elaboraron narrativas individuales con mujeres inmigradas y profesionales de la intervención social, siendo su objetivo el análisis de los dispositivos de intervención social con mujeres inmigradas en Chile3. Las tensiones y límites metodológicos que expondremos remiten a temas relevantes para la práctica investigativa tanto feminista como crítica en psicología social, los cuales ilustraremos a partir de ejemplos empíricos extraídos de las narrativas resultantes. Una primera tensión se relaciona con la compleja relación entre la dimensión corporal (afectiva) y la dimensión discursiva en la textualización de las PN.
Una segunda tensión se vincula al interés por establecer metodologías más horizontales y la problematización de las relaciones de poder entre investigadores/as e investigados/as. Nos preguntamos hasta qué punto la insistencia feminista en establecer una ética de investigación horizontal invisibiliza la imposibilidad de superar las jerarquías propias de las prácticas investigativas instalando “ficciones de igualdad”. Por último, analizaremos la tensión entre la práctica de interpelación en la investigación y la crítica incómoda. Nos referimos en este caso a situaciones en las cuales priorizar la voz del investigado/a entra en tensión con la posibilidad de construir una crítica feminista.
Psicología social crítica y perspectivas feministas
En este documento nos situamos desde una psicología social que es crítica de la psicología social tradicional (Montenegro, 2001), nutriéndose de ciertas lógicas socio construccionistas (Gergen, 2007; Ibáñez, 2001, 2003; Piper, 2002, Kitzinger, 1987) y planteamientos provenientes de las epistemologías feministas (Haraway, 1991; Harding, 1996; Hesse-Biber, & Leavy, 2007; Lykke, 2010). Tanto la psicología social crítica como las perspectivas feministas enfatizan la dimensión política de la producción de conocimientos (Haraway, 1991; Kitzinger, 1987; Ibáñez, 1993), desvelándose la supuesta cientificidad aséptica de la psicología social tradicional y la incidencia de la producción de conocimientos en lo estudiado. Psicólogas feministas como Celia Kitzinger (1987; 2003), Sue Wilkinson (1991) y Silvia García-Dauder (2010) han insistido en la necesidad de politizar la psicología, evitando a su vez que las perspectivas de género o feministas se despoliticen en su articulación con una psicología dominante. La psicología social puede, por lo tanto, reproducir formas hegemónicas de dominación y a su vez posibilitar otras formas vida y de resistencia (Ibáñez, 1983).
La insistencia socio construccionista respecto a que la realidad social se construye entrelazada a una historia, cultura y contexto, ha implicado que el conocimiento deje de ser visto como universal y objetivo (Gergen, 1985). Este cuestionamiento a la corriente positivista, sitúa a los/as agentes productores de conocimiento como voces múltiples, no siempre ubicadas desde la academia. Es justamente en este ámbito de crítica al conocimiento objetivo, neutral y desencarnado que las perspectivas feministas y sus propuestas epistemológicas han sido consideradas como una influencia fundamental para la Psicología Social, ya que tal como afirma Lupicinio Iñíguez (2007):
La riqueza de la epistemología feminista radica en su claro posicionamiento de crítica social. Los principios orientadores de las teorías y prácticas feministas se han materializado en duras críticas hacia los procesos sociales, políticos, históricos de igualdad y dominación. El concepto de transformación de las relaciones sociales sigue teniendo su vigencia desde las primeras formulaciones y sigue siendo el motor de orientación de todos sus desarrollos teórico-conceptuales (p. 531).
En consonancia, la noción de conocimientos situados de Haraway (1991) se ha instalado con fuerza en el vocabulario de investigadores/as críticos que problematizan la idea de un/a investigador/a incorpóreo/a, neutral, objetivo/a y descontextualizado/a. La lógica de los conocimientos situados recoge las críticas a la objetividad del conocimiento, pero rehúye también posturas relativistas, considerando que ambos polos pueden derivar en visiones totalizantes del conocimiento y negar responsabilidades. De esta manera, se acerca más a una mirada dialógica del lenguaje (Montenegro, & Pujol, 2003; Bajtín, 1979), poniendo el énfasis en el reconocimiento desde dónde se habla, para evitar precisamente la falacia de hablar desde "ningún lugar" (Balasch, & Montenegro, 2003).
Haraway (1991) indica que el conocimiento se producirá a partir de conexiones parciales entre posiciones materiales y semióticas que surgen en circunstancias contextuales, discursivas y materiales de las posiciones y articulaciones particulares de sujetos y contextos, las que están en constante transformación (Montenegro, & Pujol, 2003). La producción de conocimiento no tiene un afán representacionista de una realidad externa y ajena a quien investiga, sino que es fruto de diversas articulaciones entre sujeto investigador y aquello investigado (Balasch, & Montenegro, 2003). De esta manera, la objetividad será encarnada al reconocer las posiciones múltiples y la conformación parcial y situada de quienes producen esos conocimientos. No se buscaría “la parcialidad porque sí, sino por las conexiones y aperturas inesperadas que los conocimientos situados hacen posibles. La única manera de encontrar una visión más amplia es estar en un sitio en particular” (Haraway, 1991, p.339).
Hemos considerado las PN como método, precisamente por querer desmarcarnos de la lógica tradicional de la investigación social, y sus dinámicas clásicas de poder. Generalmente la investigación social se arroga el privilegio de dar voz o bien de representar a ciertos colectivos sociales. En cambio, desde la producción narrativa se privilegia una “articulación” político-epistemológica (Haraway, 1991), que se basa precisamente en querer romper estos supuestos, posibilitando una apertura en la producción de significados y no un reflejo de una realidad externa.
Feminismos, Psicología e interseccionalidad
La inquietud interseccional ha estado presente en luchas y teorizaciones feministas mucho antes de que la abogada feminista antirracista Kimberlé Crenshaw acuñara el concepto en 1989 para visibilizar la discriminación laboral particular que vivían mujeres negras en Estados Unidos. Una larga tradición de pensamiento interseccional ha estado presente, por ejemplo, en debates entre movimientos feministas y abolicionistas de la esclavitud, siendo relevante para los estudios feministas el legado de Sojourner Truth y su emblemático discurso ¿Acaso no soy mujer? (Brah, 2012; Lykke, 2010). Las tensiones históricas en torno a la primacía, relevancia y relación entre las opresiones de género y clases sociales se remontan al menos al período previo a la revolución rusa (Lykke, 2010), y siguen dando lugar a discusiones en numerosos movimientos socialistas y marxistas en el presente. La ruptura feminista con otros movimientos sociales ha llevado a que el género sea descentrado y repensado interseccionalmente en su articulación con otros ejes de diferencia (tanto de privilegio como de dominación). Las experiencias de discriminación y las luchas sociales son indisociables de las discusiones y desarrollos que se dan en el ámbito de las teorizaciones feministas, y muchas transformaciones en el campo de los saberes se vieron presionados por las demandas de movimientos sociales (por ejemplo, la despatologización de la homosexualidad). En ese sentido, las perspectivas interseccionales jugaron un rol central en la crítica y problematización de discursos hegemónicos de feminismos blancos, heterosexuales y occidentales, muchos de los cuales no se situaban críticamente respecto a sus posiciones de privilegio, contribuyendo así a la construcción de un sujeto mujer homogéneo y unitario que marginaba experiencias que escapaban de los imaginarios sociales autorizados (Yuval-Davis, 2006).
Numerosos feminismos van a contribuir a la complejización de las perspectivas interseccionales, desde posicionamientos negros antirracistas (Hill-Collins, 1990; hooks, 1984; Jabardo, 2012), chicanos lésbicos (Anzaldúa, 2007; Moraga, 2000) y post y decoloniales (Brah, 2011; Lugones, 2008; Mohanty, 2003), entre otros. Estos acercamientos van a centrar su atención en las formas en que las intersecciones entre diferentes desigualdades pueden afectar también estructuralmente las oportunidades económicas, políticas y sociales de los sujetos (Crenshaw, 1989), es decir, las formas en que los ejes de diferencia se encuentran entrelazados en una “matriz de dominación” en la que se constituyen los sujetos. En ese sentido, se plantea la articulación de sistemas de dominación y procesos de diferenciación, denunciando, por ejemplo, un “capitalismo heteropatriarcal racialmente estructurado” que a su vez demanda análisis conjuntos de los efectos del racismo, clasismo, sexismo y heteronorma (Hooks, 2004), tratándose de pensarlos como discursos que suelen ir de la mano (Lykke, 2010).
Las cuestiones relativas a la diferencia van a ser centrales a teorizaciones feministas interseccionales (Brah, 2011), problematizándose aquellos feminismos que, a partir de políticas identitarias que enfatizan la igualdad, descuidan el reconocimiento de las diferencias o contribuyen a la naturalización o jerarquización de diferencias. Las diferencias serán pensadas como la base a partir de la cual será posible construir alianzas, comunidades y coaliciones, abriendo posibilidades de apreciarnos unas/os a otras/os en términos que no serán necesariamente los propios (Lorde, 1982), descubrir aquellos que nos conecta (hooks, 1984), y construir modelos igualitarios para afrontar las diferencias de modo que estas dejen de operar al servicio de la segregación y la confusión (Lorde, 1984).
Ha existido una gran aceptación y éxito de la noción de interseccionalidad en ciencias sociales, siendo esta mirada compatible con diversas perspectivas teóricas e intereses políticos y estando muchos/as “convencidos que la interseccionalidad es justo lo que faltaba” (Davis, 2008, p. 68). La interseccionalidad reanudaría el proyecto político de visibilización de consecuencias sociales y materiales de las categorías género, clase y raza, siendo a su vez compatible con proyectos posestructuralistas de deconstrucción de categorías, cuestionamiento de universalismos y un interés por explorar las operaciones dinámicas y contradictorias del poder (Brah, & Phoenix, 2004; citado en Davis, 2008). Esta mirada exitista entra a su vez en conflicto con la confusión existente en torno a cómo investigar efectivamente desde un enfoque interseccional y cómo poner en práctica este llamado a la complejización de nuestros lentes feministas. En respuesta a esta confusión se han desarrollado a su vez diversas propuestas de análisis interseccional (Platero, 2014; May, 2015).
El campo de la psicología no será indiferente a las perspectivas feministas interseccionales, sin embargo éstas van a entrar a desafiar directamente teorizaciones tradicionales más psicologicistas que enfatizan subjetividades individuales. Jeanne Maracek (2016) destaca algunos puntos de tensión entre la psicología estadounidense hegemónica y perspectivas interseccionales, afirmando a su vez que la psicología feminista ha ganado mucho al hacerse cargo de los desafíos que este lente analítico implica. El primer foco de tensión se relaciona justamente con el foco individualista de la psicología dominante y el foco sociocultural de las teorizaciones interseccionales. En este sentido la perspectiva interseccional es coherente con la crítica a concepciones de individuo e identidad como unidades discretas, autónomas, libres y separadas de la sociedad que promueven las psicologías sociales críticas (Ibáñez, 2001; Gergen, 1996; Fernández, 2003).
Las perspectivas interseccionales incitarían a la psicología a dejar de pensar el género como atributos personales o propiedades residiendo al interior de hombres y mujeres, como es el caso de algunos enfoques en psicología del género. Desde una perspectiva crítica en psicología social nos interesa no caer en el extremo estructuralista de ubicar el género y otras categorías de diferencia afuera de los sujetos, y enfatizamos las dimensiones relacionales, simbólicas y performativas de estas categorías de diferencia que a su vez con habitadas por los sujetos y materializadas en sus interacciones cotidianas.
Otra tensión entre interseccionalidad y psicología identificada por Maracek (2016) se relaciona con el ámbito metodológico. Los métodos más convencionales de la psicología, particularmente los cuantitativos, no serían capaces de captar cómo las categorías sociales de diferencia son significadas en su articulación con otros ejes de diferenciación. La insistencia feminista en la contingencia y el carácter situado de los significados, impactos y relevancia de las categorías sociales intersectantes relevará la necesidad de abordajes históricos, sociales y políticos.
Respecto a lo revisado entenderemos la propuesta interseccional como una perspectiva analítica feminista que guía consideraciones tanto metodológicas como de interpretación de datos en el proceso de investigación en psicología social, y que más que buscar una descripción de experiencias individuales o colectivas únicas, intenta examinar la fluidez, variabilidad y la temporalidad de las interacciones sociales que ocurren entre y dentro de múltiples prácticas, grupos e instituciones sociales (Few-Demo, 2014). Esta visión dinámica de la distribución de poder y reconocimiento en las relaciones sociales, permite un abordaje más complejo de las desigualdades y la forma en las que pueden ser afrontadas (Few-Demo, 2014), ya que entrega herramientas para identificar y problematizar la construcción de jerarquías de acceso a una variedad de recursos (económicos, políticos y culturales) promovidas justamente por los procesos de diferenciación.
Metodología
Producciones narrativas: Una apuesta feminista situada
La reflexión que presentamos se basa en dos investigaciones en las cuales trabajamos con PN (Balasch, & Montenegro, 2003), una metodología emergente en Psicología Social crítica, la cual se relaciona con dos énfasis del conocimiento situado: asumir una objetividad parcial y un posicionamiento políticamente responsable. Según Balasch (2005)
las producciones narrativas se realizan a través de la producción de textos conjuntos entre investigadores y participantes en una determinada acción o situación, para lo cual se programa una serie de sesiones en la que ambos hablan y comentan diversos aspectos -previamente consensuados- sobre el fenómeno estudiado […]. De este modo, no se recogen las palabras de la participante, sino la forma en que éste desea que sea leída su visión (p. 19).
De esta manera y en concordancia con los planteamientos feministas, en la PN se busca generar un cambio en la relación tradicional entre sujeto investigador y participante, estando en consonancia con una de las principales preocupaciones de las metodologías feministas (García, & Montenegro, 2014).
El propósito de este tipo de métodos más que generar “reflexión” -es decir, una representación de un fenómeno- se genera una nueva construcción, compleja, que se desarrolla en el juego de interpelación-reflexión entre sujeto participante e investigadora. Así, en el proceso de narratividad generado en las investigaciones, huimos de la simple reproducción discursiva y de la tradición cartesiana de la certeza. Teniendo este marco de fondo, para las PN son importantes la construcción de significados que dependen del contexto de uso (Bajtín, 1979). La significación puede llegar a existir sólo cuando dos o más voces se ponen en contacto: la voz de un oyente, responde a la interpelación de un hablante, implicando un proceso en el que los enunciados entran en contacto y se confrontan. Así, con este método se produce una enunciación conjunta, que no proviene de un sujeto-individuo sino de un sujeto múltiple atravesado por ejes de diferenciación reconocidos (etnicidad, clase, sexo/género, edad, etc.). Producir una acción narrativa localiza a investigadora y participante en posiciones diferentes, pero temporalmente unidas bajo un objetivo que es el relato.
En definitiva, la articulación es la acción por la cual se establecen conexiones entre actores, conexiones que son siempre precarias, complejas y que se establecen estratégicamente, es decir, para conseguir ciertos propósitos (Prieto, 2012). En la práctica, construir una producción narrativa es hacer un relato con lógica argumentativa en el que se organizan las ideas a partir de los temas tratados, sin ser un registro o compendio de datos si no una narración conjunta que busca exponer las tensiones sobre los temas tratados. En el fondo, se generan procesos de reflexividad conjunta entre investigadoras y sujetos participantes. La narrativa se centrará en un juego de interpretaciones y reinterpretaciones, donde se da prevalencia al carácter dialógico y situado del lenguaje, yendo más hacia el diálogo que a la interacción pregunta-respuesta. Por ello, la “interpelación” aparece como una herramienta lingüística por excelencia, dentro de esta construcción (Ema, 2007), ya que en la interpelación vive la posibilidad de agencia, en cuanto el sujeto social o político responde.
La interpelación (Althusser, 1970) es un acto que puede performarse, y puede traducirse en la subjetivación por medio de la resistencia al poder, como potencia. El efecto “al responder” frente a la interpelación es que ubica al sujeto en un territorio de posibilidad. En “la respuesta” que emerge en la narración, Teresa De Lauretis (2007) dirá que emergen “figuras de resistencia”, entidades que se niegan a acceder a los órdenes prevalecientes y a los modos de saber.
Sin embargo, como veremos a continuación encontramos algunas tensiones y límites para la práctica efectiva de este descentramiento en la investigación a partir de las PN. Si bien vemos que puede posibilitar otras formas de comprensión, a la vez identificamos algunos límites que son también necesarios de auscultar desde una lógica feminista. Como señala Gandarias (2014), la producción de conocimiento colectivo implica romper la condición canónica del método, debiendo abandonar la intención de aplicar las metodologías como si fuesen recetas predeterminadas, para así abrir paso a procesos más creativos de diseño y reflexión respecto de los métodos utilizados. En ese sentido, comprendemos la tensión entre los presupuestos de la metodología y la forma en que éstos se dan efectivamente en la práctica investigativa como parte de una reflexión necesaria para encaminarnos en la producción de un conocimiento transformador tanto en su contenido como en su proceso de elaboración. Para esta reflexión consideramos ejemplos de dos investigaciones que utilizaron este método para ejemplificar precisamente estas tensiones: por un lado, una investigación desarrollada en el marco del Programa de Psicología Social de la Memoria de la Universidad de Chile, que trabajó la noción de violencia política en tres generaciones chilenas (generación de 1980, 1990 y 2000) y que concretó seis PN grupales de activistas (dos por cada generación). Por otro, se considera una investigación desarrollada respecto de los dispositivos de intervención con mujeres inmigradas (2015-2016), para la cual se concretaron ocho PN, llevadas a cabo tanto con profesionales-interventoras de entidades públicas y de la sociedad civil -trabajadoras sociales y psicólogas- como con mujeres inmigradas de diversa procedencia nacional que habían sido “usuarias” de diversos servicios sociales.
Discusión
Tensiones y límites de las Producciones Narrativas
A continuación, queremos presentar algunas tensiones que identificamos en los procesos de investigación con PN, que dan cuenta de límites y desafíos de esta apuesta epistémico-metodológica desde un punto de vista político feminista.
Tensión entre dimensión discursiva y corporalidad
Las PN se desarrollan en un circuito que incorpora la oralidad, la escritura, la lectura y la contra-escritura; un proceso colaborativo en el cual, idealmente, se va profundizando, generando mayor confianza y conexión con las personas participantes. Se trata de un proceso relacional y no de simples momentos aislados de captura de información, como sucede con otras técnicas cualitativas, de modo que los cuerpos de investigadoras/es y participantes se vuelven parte importante de la investigación. En los encuentros se da tiempo para la emocionalidad de las experiencias narradas: silencios, risas, llantos, escuchas, críticas, molestias. Hemos encontrado que en el proceso de textualización y el afán de generar un corpus teórico sobre el tema central, muchas veces la corporeidad parece perderse, queda entre paréntesis, y su exposición en los relatos finales se dificulta. Algunos de los intentos por visibilizar la corporalidad y la emocionalidad en la textualización de PN, tratan de dar cuenta al lector de que existe un cuerpo que siente y es indisociable del relato que se construye, pero a la vez, se continúa abordando como un punto aparte.
Desde allí que promover la emergencia de la corporalidad del sujeto en las narrativas constituye un desafío feminista, en el sentido de poner en práctica en la investigación la inquietud por la materialización de lo social (Butler, 2002), y particularmente la perspectiva interseccional (Lykke, 2010). Enfatizar la materialización de lo social y lo afectivo permitiría recordar que hemos descuidado la naturaleza y la ontología del cuerpo y las condiciones bajo las cuales a los cuerpos se les adjudican identidades, se les psicologiza, se les localiza históricamente y se les asignan culturas y agencias (Grosz, 2005; citado en Pedewell, & Whitehead, 2012). Reconocer al cuerpo como sujeto y a las experiencias corporales como “procesos materiales de interacción social” que permiten abordar a las personas como agentes de sus propias vidas y no solamente como sujetos que habitan cuerpos subordinados, es un desafío clave para quienes queremos investigar experiencias encarnadas (Esteban, 2013). Si siguiendo a Mari Luz Esteban (2013) queremos pensar al cuerpo como un objeto central de las identidades de género (siempre corporales) es necesario reconocerlo como un elemento clave en el incesante interés por superar pensamientos dicotómicos propios de las psicologías sociales críticas. Lo corporal y lo afectivo se vinculan íntimamente: las emociones se sienten en los cuerpos.4
En las narrativas de memorias de la violencia política se articulan temporalidades pasadas y presentes en la elaboración de un conocimiento multidimensional: la memoria de la experiencia pasada se vincula con los efectos materiales-afectivos de la construcción de esa memoria en el presente. Un ejemplo de esto se encuentra en la siguiente cita de una de las PN con militantes de organizaciones sociales durante la década de 1980 en dictadura chilena:
‘Un compromiso forjado también al calor de la convicción de que estábamos exigiendo el respeto de nuestros derechos. De hecho, a mí jamás me cupo en la cabeza dudar de hacer una protesta, llevar documentos, panfletos, o llevar a casa a alguien que lo necesitaba. Yo vivía en Las Condes en una casa que se podía ocupar como casa de seguridad. Y lo digo claramente: no me cabía la menor duda en que yo lo tenía que hacer. Porque habían usurpado, habían cometido un crimen con el golpe militar, lo que era inaguantable. No era una discusión para mí, no tenía ninguna duda en hacerlo. Nunca sentí ese miedo, ni siquiera cuando estuvo toda la CNI5en mi casa, durante 24 horas. Y aunque no me torturaron físicamente, no me permitieron dormir en 24 horas, período en que me interrogaron constantemente. Tengo que tomar agua. Se me seca la boca. La verdad es que fue espantoso, y lo que más me impresiona, es como que en ese momento no había otra cosa que hacer’ (Producción narrativa, Investigación 1, Generación 1980b, 2016, p. 37-38).
Como señala Guarderas (2015), a ratos en este tipo de proceso de investigación se impone “la tiranía de la escritura”, haciendo ver que “la escritura viene a narrar las incesantes traducciones de un cuerpo y una oralidad que se le escapan; se queda en el campo de la narración y se conforma con lo que lo escrito dice del cuerpo y de la palabra; traza en el otro la marca significante de su racionalidad y signa violentamente la voz y el cuerpo del otro con la “verdad” de su significante” (Guarderas, 2015). La dimensión afectiva es incorporada con mayor facilidad cuando las/os participantes narran sus emociones, sin embargo, sigue siendo un desafío para nosotras como investigadoras incorporar esta dimensión cuando participamos de dinámicas afectivas en los procesos de elaboración de las PN, sin que estos afectos sean explícitamente narrados. Pero además esta tiranía de la escritura se realza cuando el objetivo del encuentro es producir un texto teórico sobre un tema particular y no sobre la experiencia misma de las personas.
En una de las PN con mujeres inmigradas, nos articulamos con una interventora social de origen peruano que trabaja con población inmigrada en Chile, quien en los diferentes encuentros sostenidos narró su proceso de persecución política en Perú, además de la discriminación machista vivida en ese contexto y luego en Chile. Narró las implicancias del trabajo político y de género en comunidades indígenas en Perú y explicó la situación de desclasamiento que vivió en Chile y las vulneraciones (discriminaciones veladas y desvalorización profesional) que vivió al ser “mujer” y “peruana”. Estas experiencias fueron narradas desde una profunda emocionalidad que quedó bastante neutralizada, como veremos, en el relato resultante. Si bien se intentó textualizar en parte esta trayectoria, siempre quedaba algo fuera, el texto no podía comprender el proceso vivido en esa articulación precaria con la investigadora. Sin embargo, más allá de que se hizo un esfuerzo por dar palabras a esa trayectoria y a esas emociones, las misma participante al re-leer y valorar las vivencias decidieron matizar la escritura de las experiencias para relevar el trasfondo teórico que se buscaba y que en el fondo aludía a una visión crítica de los procesos de instalación de las mujeres inmigradas en Chile y los sistemas de intervención por los que éstas cruzan. De esta manera, en la redacción final, la mayor parte de su propia experiencia situada quedó desdibujada, privilegiando una narración que evidenciara más el proceso de instalación migratorio que su propia trayectoria y la emocionalidad. A continuación, un extracto de la narrativa final:
‘Desde hace muchos años, el interés por los derechos humanos y su relación con los fenómenos migratorios ha estado presente en su vida. Sabe lo que es migrar. Desde que llegó a Chile, el imaginario colectivo sobre las personas peruanas a nivel social, le hicieron sentir las diferencias, las cercanías, las lejanías… vivirlas. Ya en Perú había militado en una ONG en diversos trabajos comunitarios y comprometida en la lucha y defensa de los derechos humanos. Este compromiso le trajo problemas que hicieron que tuviera que migrar obligatoriamente. Llegar hoy a coordinar un área dentro de un municipio en Chile para la atención de personas inmigradas, fue un camino progresivo que tuvo de dulce y agraz. En su día a día fue sintiendo tanto el apoyo como el recelo: ser peruana en Chile, implicaba enfrentarse a muchas etiquetas… Pero no se paralizó y se vinculó a otras mujeres inmigradas, a pensar, a soñar juntas, a organizarse. Pero tener estudios hace poseer más habilidades para enfrentarse a las adversidades y poder buscar formas de inserción. Pero fue desde la sociedad civil donde pudo comenzar a trabajar, como gestora comunitaria donde nuevamente, el destino, le ubicó en el trabajo con mujeres inmigradas’ (Producción narrativa, Investigación 2, Interventora 2, 2015, p. 1)6
De esta manera, las narrativas tienen un potencial importante para poder desde lo cotidiano situar un discurso teórco de quienes no suelen estar en el ámbito académico; sin embargo, los cuerpos exceden las significaciones que son construidas en los relatos finales. La escritura y re-escritura “contienen”, tal como lo vemos en el ejemplo, y además levanta deseos de anonimato o de neutralización de esa emocionalidad. El momento de la lectura textual se vuelve en sí mismo un proceso de reconocimiento y territorialización (Deleuze, & Guattari, 1988)7 el cual muchas veces resulta incómodo para quienes participan, siendo entonces un desafío para la investigadora negociar la emergencia de esta dimensión en el proceso de la textualización, ya sea a través de decisiones conjuntas con las participantes, o por medio de técnicas narrativas en la escritura y contra-escritura de la PN.
Ficción de la igualdad y horizontalidad
Las PN se proponen des-centrar la relación tradicional y jerarquizada entre el sujeto investigador y las participantes de las investigaciones. Se plantea que en general, en la mayoría de las apuestas metodológicas es la persona investigadora quien habla por las investigadas, quien da voz, quien interpreta y finalmente analiza. La metodología de las PN nace precisamente como una crítica a esta forma jerarquizada de producir verdades, denunciada por feministas postcoloniales como Spivak (1988), quien se preguntó si podía hablar el sujeto subalterno y también partiendo de la base de establecer conexiones parciales y precarias (Haraway, 1991) entre sujetos que producen diversas verdades. Así,
los efectos metodológicos de la conexión parcial con otras posiciones modificarán la posición inicial de las investigadoras, a la vez que localizan y sitúan conocimiento producido en un entramado relacional […] porque el propio desarrollo del acto metodológico (la relación constituida en el proceso metodológico con otras posiciones) es en sí misma productora de conocimiento. Este procedimiento permite situarnos, como investigadoras, en una posición donde nuestra posición inicial es susceptible de ser alterada (Balasch, & Montenegro, 2003, p. 45)
Sin embargo, en las PN desarrolladas en ambas investigaciones pese a que se tenía este norte ético-político en la relación con las personas investigadas, se presentaron varias dificultades a la hora de facilitar este proceso con la horizontalidad deseada: por un lado, no en todos los casos se consiguió de manera sostenida el compromiso de las personas en cada una de las sesiones; algunas participantes acostumbradas a una forma hegemónica de investigación no siempre hicieron suyo el proceso porque se mantenían en una suerte de posición de “informante”; en otros casos, las altas exigencias que implica la elaboración conjunta de una PN (tiempo, participación, redacción, lecturas) y el nivel de compromiso social o político de las personas participantes hicieron que sus contribuciones fueran menores y más de corrección estilística; en otros casos jugó en contra el fin de conseguir un texto que pudiera ser reconocido a nivel teórico lo que afectó a aquellos/as participantes con menos recursos lingüísticos y habilidades escritas para poder adentrarse en la co-construcción del relato.
Podemos también visualizar que esta búsqueda de horizontalidad se ve afectada diferencialmente en el caso de narrativas individuales o grupales: en las narrativas grupales de la investigación sobre memorias de la violencia política, no todas las personas participaron de todas las sesiones, siendo a su vez diferenciada la participación en los debates y las correcciones. En las producciones individuales de la segunda investigación se consiguió una relación más implicada de las personas participantes, pero siempre subordinada a la opinión, comentario o interpelación hecha de la posición investigadora. Consideramos entonces que la metodología de las PN instala una expectativa de horizontalidad que difícilmente se cumple en el proceso de investigación, ya que la autoridad del sujeto investigador no es fácilmente desplazada ni descentrada.
En ese sentido, al investigar con PN es importante dar cuenta de las relaciones de poder que atraviesan la producción de conocimiento, asumiendo a su vez la imposibilidad de escaparnos de ellas (Gandarias, 2014). Si bien toda investigadora comprometida con la epistemología y metodología feminista buscará la mayor minimización de las relaciones de poder presentes en el ejercicio de investigación, es justamente la visibilización de este entramado de poder durante el proceso de la producción narrativa la que podría permitir una negociación más democrática entre investigadora y participante, en tanto las posiciones autorizadas para hablar podrán ser subvertidas y transformadas a partir de su constante cuestionamiento (Schöngut, & Pujal, 2014). Son justamente las técnicas que investigadoras y participantes utilizan para realizar esa negociación las que deben ser analizadas para una mayor reflexividad, así como las formas en que éstas técnicas permiten un determinado producto narrativo. Esta es una de las dificultades que implica la práctica reflexiva, en tanto la reflexividad opera de una forma prescriptiva (Schöngut, & Pujal, 2014), incorporando una autocrítica por parte de las investigadoras respecto de cómo sus acciones ya han impactado en el proceso de investigación.
Quisiéramos destacar un caso que entra en tensión con lo antes expuesto ya que en el caso de esta PN con militantes que participaron en formas de resistencia armada contra la dictadura chilena sí se logró un proceso más reflexivo de corrección. Se podría plantear que se consiguió desarrollar los objetivos metodológicos y epistémicos que plantea el método de la PN -llevándose a cabo múltiples correcciones, agregaciones y restas por los/las participantes a las textualizaciones finales, haciendo suyo el texto final. Pero además al ser un texto colectivo y ante la lectura crítica de esta versión final debido al desacuerdo en cómo emerge la práctica misma de la memoria, se decidió explicitar la incomodidad y estas contradicciones que les producía a los/as participantes la lectura de sus propias memorias a partir del siguiente postfacio, escrito como colofón reflexivo una vez acabado la lectura de la PN definitiva. En concordancia, si bien el grado de compromiso que requiere la PN puede ser una dificultad, tal como señalan Gandarias y García (2014), también permite una mayor apropiación del texto, así como la posibilidad de transformación de los posicionamientos de las participantes a lo largo del proceso:
‘Cuando leemos el texto que surgió de aquello que hemos dicho surgen ciertas reflexiones e incluso sensaciones de incomodidad con cosas que nosotros/as mismos/as dijimos o con posturas que alguno/as de nosotros/as sostuvimos. Optamos por no corregir lo dicho porque también forma parte de nuestras memorias, y de incluir en este epílogo las reflexiones que leernos a nosotros/as mismos/as nos suscitó: Cuando nuestra generación habla de su pasado se suelen hacer tres cosas: trivializar lo que se hizo, victimizarse, o bien atribuir las opciones a un error y botar al tacho de la basura lo hecho. Nosotros/as no queremos hacer ninguna de las tres cosas, y nos incomodaría mucho que los recuerdos que narramos aquí produjeran alguno de esos efectos. En nuestra generación aparece a veces una suerte de confesión, de relato sobre el sufrimiento que victimiza. Hablar del sufrimiento alivia mucho, pero también es importante pensar en cómo actuamos en esa época sin trivializar, sin victimizarse y sin descartar lo que hicimos como si no hubiese sido más que un error’ (Producción narrativa investigación 1, Generación 1980a, 2016, p. 1)
Interpelación y crítica incómoda
La propuesta de PN busca generar una interpelación bidireccional que mueva al otro/otra a responder a través de un proceso de reflexividad constante. En ese sentido, “el carácter responsivo del lenguaje se refiere a que las enunciaciones del habla responden a interpelaciones realizadas en las redes de relaciones en las que estamos involucradas, en el flujo de actividad. Las enunciaciones convocan múltiples voces con las cuales están en diálogo constante produciéndose, de esta forma, la intertextualidad. (FIC, 2005, p. 24). En la interpelación vive la posibilidad de agencia, cuando el sujeto social o político, se da vuelta y responde.
Las PN nacen como producto de un diálogo responsivo y heteroglósico, que expresa la particularidad de articulaciones hechas entre personas participantes e investigadoras pero que a la vez intenta dar cuenta de múltiples voces (argumentos, saberes, discursos, experiencias).
En los diálogos e interpelaciones entraban a veces en tensión dos preocupaciones feministas a la hora de investigar: la horizontalidad como propuesta ética de investigación y la necesidad de realizar críticas incómodas. El interés por construir metodologías feministas horizontales en un intento por hacerse cargo de la relación de poder jerárquica entre investigador/a e investigado/a (Ramazanoglu, & Holland, 2002; Speer, 2005; Lykke, 2010) ha explicitado una preocupación por la imposición de categorías analíticas de quienes investigan, además de un interés por permitir a quienes son investigados/as dar cuenta de sus propias preocupaciones e interpretaciones. Sin embargo, algunas psicólogas feministas (Kitzinger, & Wilkinson, 1997; Kitzinger, 2003; Lykke, 2010) han afirmado que nuestro rol como investigadoras no se puede reducir a ser un “conducto neutral” que permita dar voz acríticamente a los/as investigados/as, especialmente cuando sus argumentos no son politizados, de modo que estaríamos en estos casos obligadas a priorizar nuestras agendas políticas feministas como instancias de hacer política (Speer, 2005): es en esta línea de pensamiento que se apela muchas veces a la necesidad de un feminismo que genere incomodidad con sus críticas.
En el siguiente ejemplo una participante que reflexiona sobre la práctica de la intervención social y sus efectos, reifica en su narración a una “mujer inmigrante” homogenizada y generizada que se constituye en un “sujeto en falta” (Montenegro, Galaz, Yufra, & Montenegro, 2011). En este caso, en los encuentros se generaron algunas distinciones ante la enunciación de la participante, como dijimos de una “crítica incómoda” sobre estas categorías utilizadas, por parte de la investigadora. En esta Producción Narrativa, la profesional decide construir a un sujeto "en falta", que le permite actuar y le confiere legitimidad a la intervención social como dispositivo de control. Este discurso normalizante entra en conflicto con el posicionamiento crítico feminista de la investigadora, el cual se hizo ver en diversas ocasiones como interpelación. De esta manera se respondió a la idea de hacer política en la agenda investigativa, sin caer en la asepsia acrítica y neutral que habría utilizado una metodología cualitativa tradicional respecto de un informante, ni tampoco se cayó en el imperativo de querer diluir el pensamiento de la otra participante en la visión de la propia investigadora. En cierta manera, la incomodidad fue mutua. Al ser la narrativa de coautoría -investigadora/participante-, se decidió finalmente colocar entre comillas ese extracto concreto para evidenciar que esa textualización responde al pensar sólo de una de las participantes de la PN:
Sobre todo las mujeres dominicanas. El problema con ellas principalmente es la forma de llamar la atención, el tema de la vestimenta y sus formas de expresión. Se les explica que en su casa se puede vestir como quieran pero si quieren encontrar trabajo en un país como el nuestro y no ser discriminadas deben intentar pensar qué espera la gente de ellas. Entonces una sabe como profesional que si van con una ropa demasiado provocativa, la gente chilena va a pensar cualquier cosa y no la contratarán o lo harán por un bajo salario (…) Hay que ser realistas y aquí en este país somos prejuiciosos y racistas (Producción narrativa investigación 2, Interventora 4, 2015, p 4.)
Sin duda este caso, nos generó inquietud y nos preguntamos de qué manera podemos realizar una crítica feminista y la denuncia de discursos con efectos sexistas y racistas desde una PN. ¿Se debería realizar en otra instancia de análisis de las narrativas o sería más coherente con una ética feminista respetar la voz de la investigada pese a que la textualización es de coautoría?
En otros casos los/las participantes se abrieron a un proceso de debate sobre sus propios posicionamientos como interventores/as lo que les permitió que la elaboración de una PN conforme una instancia de problematización de los efectos de sus prácticas:
Pensar qué hay detrás de nuestras acciones, nuestras palabras, nuestras performance cotidianas es un ejercicio que nunca había hecho de manera tan sistemática sobre mi acción profesional. Sin duda, la reflexión… ese volver a mirar el camino hecho, lo hacemos en los pasillos, en alguna jornada esporádica en que nos evaluamos, en alguna conversación mañanera con otras compañeras. Es escurridizo, en el día a día, este paréntesis, este momento para mirar cómo nuestra acción “interviene” socialmente, afecta a los sujetos a los que intentamos promover, nos afecta, nos interpela los modos de pensar y situarnos; mirar cómo reproducimos estandarizaciones, cómo contribuimos a generar el mismo problema que pretendemos resolver, pero a la vez, ver algo de luz en esas prácticas resistentes, alternativas a lo que la norma social nos convoca. Estos lentes de sospecha sobre mi propia actuación me ayudan a valorar qué efectos está generando nuestra intervención (Producción narrativa investigación 2, Interventora 1, 2015, p 1.)
El proceso de desarrollo de una Producción Narrativa puede servir también como catalizador de visiones críticas que posibiliten algunas líneas de fuga (Deleuze, & Guattari, 1988), de desplazamientos en las enunciaciones que se señalan. Creemos que esas líneas de fuga se producen precisamente a partir de procesos de reflexividad intensivo de las participantes involucradas. El problema lo vivimos como investigadoras cuando la articulación no se logra de manera sólida, cuando no existe posibilidad efectiva de debate y crítica y cuando algunas participantes e investigadoras son afectadas por los cuestionamientos que puedan hacerse sobre sus discursos y prácticas. En esos momentos, la crítica queda en suspenso, invisibilizándose o sublimándose.
Conclusiones
Hemos reflexionado sobre la relación entre teorizaciones feministas y psicologías sociales críticas, a partir de la identificación de tres tensiones surgidas en nuestras experiencias de investigación con la metodología de las PN. Estas tensiones representan a su vez desafíos y potencialidades de las investigaciones feministas para una psicología social que permanezca crítica. El giro afectivo en psicología social (Lara, & Enciso, 2013) conlleva un descentramiento de lo discursivo, una crítica a reduccionismos discursivos, y renovando un interés en el cuerpo y su capacidad de ser afectado y afectar (Pedewell, & Whitehead, 2012). El convencimiento feminista de que “lo personal es político” ha implicado teorizar los cuerpos como sitios generizados de prácticas discursivas, de modo que dar el paso hacia el estudio de las emociones no sería algo particularmente novedoso en este ámbito, ya que el cuerpo nunca habría estado realmente ausente en las teorizaciones feministas (Parashar, 2015). La articulación entre perspectivas feministas y psicologías sociales críticas puede entregar luces sobre cómo ir más allá de la dicotomía racionalidad/ afecto (que se manifiesta a su vez en la oposición entre teoría y cuerpo), para ser capaces de construir teorías encarnadas.
Cuando ponemos en tensión los ideales de horizontalidad en la investigación y la necesidad de realizar críticas feminista incómodas se vislumbran nuevas potencialidades de la investigación politizada y feminista en psicología social. Esta tensión nos insta a tomar en serio la premisa de que nuestros conocimientos inciden en las realidades estudiadas y que la construcción de saberes tiene el potencial de transformación social. Nuestras experiencias de investigación con PN dan cuenta de estas posibilidades de interpelación crítica que pueden tener lugar en los procesos de investigación.
Las perspectivas feministas interseccionales permiten reforzar la problematización que desde posicionamientos críticos en psicologia social hacemos a abordajes individualistas y despolitizados en psicología. Estas perspectivas nos llaman a no olvidar la conexión que debería relevarse siempre entre los espacios académicos de construcción de saberes y las luchas y movimientos sociales que nos interpelan, y de los cuales muchas veces formamos parte simultáneamente. Una mirada feminista interseccional nos insta a abordar relaciones de poder, dominación y privilegio, en su complejidad, posibilitando la construcción de alianzas, coaliciones y solidaridades basadas en el reconocimiento y la valoración de nuestras diferencias. En palabras de Avtar Brah (2011),
la necesidad de explorar las conexiones entre los distintos ejes de diferenciación y división social no es algo que se pueda hacer de una vez por todas. Algunos podrían ver mi llamada al estudio de la interseccionalidad como algo nada nuevo, como recitar un «mantra». Les recordaría que los mantras están hechos para ser repetidos precisamente porque se espera que de cada acto repetitivo surjan nuevos significados. La enunciación mántrica es un acto de transformación, no de osificación (pp. 37-38).