Introducción
La intuición, un poco heterodoxa1 para el kantismo más dogmático, que tuvo Heidegger en su lectura de KrV2, a saber: interpretando esta obra como ajena a la teoría el conocimiento, en un compromiso de elucidación del problema esencial de la metafísica, el cual estribaba en la fundamentación de la subjetividad del sujeto (Dasein), basada en la finitud de su inexorable “temporalidad”3 [Zeitlichkeit] (Heidegger, 1991: 214). En Sein und Zeit4, una obra quebrada por inacabada en su proyecto integral, Heidegger había situado el rol de la temporalidad dentro de una explicación ligada al esquematismo, donde tal temporalidad, la temporalidad del Dasein como “ciudado”5 [Sorge], era la responsable del modo de configuración y ordenamiento de los éxtasis, los cuales quedaban abiertos en su irrupción en un “instante” [Augenblick], casi de rango kairológico, que se desplegaba como horizonte y sentido proyectivo, a fin de que aconteciera la temporalidad trascendental, valga decir: “la temporalidad del ser”6 [Temporalität des Seins], que, a su vez, se encargaba de dar cuenta, desde un aspecto global, como “en general” [überhaupt], del modo en el que el ente intramundano y el Dasein, en tanto ente señalado por una pre-comprensión singular de lo que “es”, son abiertos y referenciados en un mundo, una época o una historia7. Que tal horizonte relativo al ser en cuanto ser se posicione como trascendental no debe sorprender, en la medida en que no solo tiene que ver, stricto sensu, con las condiciones de posibilidad de las referencias hermenéuticas del ente intramundano y el Dasein, sino que, tal horizonte temporal, constituye un elemento que ha de quedar ínsito en toda modalidad referencial, o ejecutiva, propia de lo que hay, ejerciendo de factor constituyente sobre todo ente, justo lo que, en otras palabras, estibaba la noción de trascendental para Kant8.
Para no dar más rodeos con circunloquios, propios de una introducción infinita, la mirada curiosa de Heidegger sobre la obra de Kant principió en ver que los éxtasis, en su apertura como horizonte de mundo, respondían a un temple o “disposición afectiva” [Befindlichkeit] fundamental: la facticidad. Pero tal facticidad, se hacía reconocible, más allá de los caracteres heterónomos que pueda implicar su alusión al “yo soy sido” [ich bin gewesen], en su encarnación como finitud en un “estado de arroja-miento” [Geworfenheit]; o sea: el ordenamiento extático de los horizontes respondía a una temporalidad vivida como finitud, y esta finitud, se veía reflejada en la imaginación trascendental, en tanto poder productivo, con-figurador, que una síntesis peculiar ejerce sobre lo dado en la sensibilidad. Baste recordar: solo un ser finito puede ser afectado por la sensibilidad y, por ende, acarrear lo dado como otro desde un sí-mismo9. Y como vengo diciendo, entre tanto, a pesar de la violencia exegética producida por Heidegger en su lectura de Kant, la vinculación de la imaginación a la temporalidad, como tiempo finito que asume lo que es y lo otro que no es, me parece sumamente fructífera. En primer lugar, porque tal lectura, en conformidad con la primera versión de KrV, logra un tipo de explicación que no separa, abismalmente, la apercepción trascendental, en tanto nexo a priori que enlaza y/o vincula todas mis representaciones10, y el tiempo, como sentido interno puro, cuya funcionalidad más propia es posibilitar la sucesión de los contenidos sensibles11. En segundo lugar, la lectura que hace Heidegger, a pesar de la descontextualización ejercida sobre la inequívoca finalidad epistémica que tiene la obra kantiana ―fundamentar un modo recto de conocimiento basado en la objetividad a fin de delimitar el conocimiento científico del metafísico―, es sumamente congruente y coherente, prima facie, con lo pensado por Kant, quien, de un modo bastante claro, emparentó la síntesis pura, producida por la imaginación trascendental, con el tiempo, y más concretamente con la modalidad de un tiempo que sabe de sí, siendo consciente de lo que es, denominado con el rótulo de “yo-pienso” [ich denke], pues, de lo contrario, ¿qué estamos afirmando: un ejercicio de espontaneidad, propio de la síntesis imaginativa sobre los contenidos sensibles, no temporal, a pesar de que tales contenidos se desplieguen en el tiempo? ¿Es ello, pues, una contradicción? Como se echa de ver, tal y como Kant mismo se encargará de explicar en la nueva concepción de la “Deducción Trascendental”12 (KrV B 129-132), gestada en la segunda edición de la obra, es posible decir que no. Finalmente, la tentativa con visos de contradicción fue solventada relegando la función espontanea de la imaginación, en su vinculación con el tiempo, a favor del entendimiento, el cual, a partir de la segunda edición de KrV, oficiará de origen de toda síntesis, esto es, de otro modo: en la segunda edición, Kant desvía el modelo constitutivo que la apercepción trascendental tenía en la primera edición, la cual era vinculada con una finitud relativa al “ser-afectado” [bet-trofen] del sujeto por la sensibilidad, desligándolo hacia un tiempo de carácter nouménico/noumenal, que no estaría sujeto a ningún tipo de coacción causal, como sí lo estaría, en cambio, la sensibilidad, en virtud de la segunda de las analogías de la experiencia (KrV A 189-211/B232/256; Heidegger, 1977: 141). De este modo, entonces, la imaginación, además de relegada y marginada, fue reducida a una función de síntesis empírica e impotente con lo importante: la constitución trascendental de toda experiencia.
En lo que sigue, trataré de repensar, dentro de la intuición marcada por Heidegger, el papel que juega la noción de imaginación trascendental, en su vinculación inexorable, por un lado, con la apercepción trascendental, y con el tiempo, por otro, a fin de alcanzar, al menos, un esbozo temático de tal imaginación en términos de auto-afección radical del sí-mismo13.
1. Sensibilidad y afección: primera forma de conocimiento
Creo que en la interpretación de Heidegger convergen elementos de lectura sumamente productivos, los cuales rehabilitan un ámbito del pensamiento que, a lo largo de la historia de la filosofía, han sido omitidos y soterrados: los elementos no-apofánticos del pensamiento, esto es, toda modalidad de pensamiento no acogido por el logos apophantikos, en su afirmación como enunciado y en su determinación como predicación (Garrido-Peri-ñán, 2019a). Dicho de modo positivo, el tratamiento heideggeriano posibilita un tratamiento trascendental de la experiencia (existencial) en su modalidad pre-categorial, haciéndola depender de un modelo de explicitación temporal en relación con la síntesis pura, que encuentra su sede en el mismo sujeto, que se ve, a sí mismo, temporalizado como finitud radical14 (Zuckerd, 2007: 216). Ahora bien, esta sede, anclada en el sujeto, en este nivel de análisis, no tiene nada que ver con un tipo de subjetividad sofisticada, curtida en la duda metódica idiosincrática del ego cogito; antes bien, el sujeto aquí esbozado, que deja ver el concurso de la imaginación trascendental sobre la síntesis del tiempo, es un sujeto dado como modo primario de una temporalidad de carácter afectivo, la cual no solo es afectada por el contenido dado en la sensibilidad como intuitus derivativus, sino que sabe de sí, es auto-afección inmanente, un cierto tipo peculiar de “mismidad”15 [Selbst-heit] (Garrido-Periñán, 2018: 150-170), expresada por Kant, aunque ahora de modo muy provisorio, por el yo-pienso que acompaña a todas mis representaciones (1998: B132; Heidegger, 1976a: 271). Nótese la hechura de esta última afirmación: si la síntesis pura, emanada de la imaginación, unifica la multiplicidad acontecida en la sensibilidad, y esta unificación sintética es vivida, dada o acontecida como auto-afección en el sujeto, cualquier concurso de mediación categorial de carácter lógico, es, al menos, secundario, es decir, que el entendimiento, como facultad que provee conceptos a intuiciones mediadas por el juicio, no ostenta el monopolio del conoci-miento16. La sensibilidad es, per se, una primera forma ante-predicativa de conocer el mundo, la cual es dada como un ser-afectado de carácter auto-rreferencial, es decir, como auto-afección. Huelga decir, por lo demás, que tal afirmación no le resta ni un ápice a la labor esencial que juega el entendimiento en la génesis de conocimiento de carácter cognitivo, sino que, en mi opinión, la amplía, favoreciendo tipos de modalidades de conocimiento que deben ser reconocidas en tanto tienen su suelo fundamental en las disposiciones afectivas17.
El carácter de la afección bajo el prefijo auto-, como se echa de ver, no presenta tan solo un carácter de epíteto secundario, significa que no hay intuición solamente latente o pasiva, sino que en la capacidad de intuición, para el ser humano, se juega un factor activo, el cual tendría que ver con la pre-posición de la formación de un ámbito de recepción de lo sensible, justamente, para que algo que es dado encuentre un tipo de correspondencia o vinculación18 (Heidegger, 1976a: 73-74). Esto equivale a manifestar que toda intuición derivativa, propia del ser humano, tenga que ser pensada como una capacidad formativa, de producción y/o “formación” [He-rausbildung] por la que algo “viene a presencia” [in-die-Anwesenheit-kommen], para decirlo con Heidegger; o “es dado” [es ist gegeben], sin más, para decirlo con Kant.
En mi opinión, siguiendo este hilo conductor, esta interpretación vendría a hacer justicia al descubrimiento kantiano sobre la determinación del tiempo como algo subjetivo, en tanto intuición interna a priori de la sensibilidad. Por esta razón, aunque la interpretación exegética de Heidegger sea interesada y sesgada, en la medida en que no solo olvida la edición segunda de la KrV, sino toda una amalgama de textos kantianos donde el propio Kant intenta responder a tal problemática19, paradojalmente se reviste de cierta importancia, en la medida en que su interpretación consigue abrir un nexo con el tiempo, logrando una determinación sobre éste en tanto disposición afectiva que revela una primera modalidad de conocimiento, siempre y cuando se atienda a que el tiempo es una afección que deja ver o “echar una mirada” [Hinblicknahme], conformándolo, dotándole de una “imagen” [Bild], a aquello que es dado en la sensibilidad. Este sería, según Heidegger, la primera forma en la que se manifiesta la unidad sintética de lo que es dado, esto es, como tiempo en su carácter de disposición afectiva:
La unidad sintética original de la auto-conciencia es, primero, la unidad original que permite la síntesis; segundo, la síntesis original que permite la unidad. Lo segundo está constitutivamente contenido en lo primero. A la síntesis le pertenece el ponser-se-a-sí-mismo-en-su-mismidad del yo, o sea del yo que piensa, que representa algo20.
2. Temporalidad: auto-afección del sí-mismo y el carácter configurador de la imaginación
Por lo demás, la interpretación de Heidegger sobre Kant no dista de las diversas interpretaciones que ejerció sobre otros filósofos, sobre todo en el modo de tratar el aspecto crítico de tal interpretación: la acusación heideggeriana estribaba en designar a los filósofos de la historia de la filosofía, a pesar de su hondura en algunos casos, como faltos de una adecuada comprensión del tiempo, por la que concepciones del tiempo como algo que se determina en un ahora o un puctum concreto21, además de cortas, eran insuficientes, siempre y cuando se quiera comprender la singular esencia finita del ente que se pregunta por el ser: el Dasein. Pero, como vengo diciendo, no es lugar este para ajusticiar la mala praxis exegética de Heidegger, muy criticada por lo demás, sino, más bien, esforzarse para hacer valer la intuición de que el tiempo, en tanto forma pura de la intuición, el cual revela, en último término, un ser-afectado vivido como auto-afección, no es tan solo un estado de ánimo más, al modo de lo que recoge las palabras latinas mes o animus, o la palabra alemana, empleada por Kant: Gemüt. El ánimo es subjetivo no solo por su contraposición con lo objetivo o externo ―el espacio―22, sino porque revela la estructura singular del tiempo cuando es vivido en una existencia como la humana que ha de enfrentar, sin posibilidad de abdicación, su finitud. Esto implica que el tiempo no sea, en exclusividad, un estado de ánimo más, un ser-afectado sin ton ni son, sino que es la primera y germinal forma del ser del sí-mismo. Y ello más allá de la afirmación de un aspecto activo en la recepción de la sensibilidad: esta temporalidad finita, la cual cobra hechura porque la muerte nunca es un hecho consumado para el ser humano ―sino un modo de relación que temporiza lo que somos― vivida como auto-afección, constituye la síntesis original que permite que lo intuido sea, estrictamente, intuido como algo y que, a su vez, en ese algo intuido se refleje lo que somos, esto es, un modo en el que el Dasein queda abierto qua Dasein23, en contraposición con el modo de ser del ente intramundano. Esta es, a mi juicio, como vengo diciendo en otras publicaciones (Garrido-Periñán, 2019a; 2019b; 2018: 150-174; 2017: 158-182), la primera forma de constitución de la mis-midad del Dasein. Por esta razón, se permite decir Heidegger, en mi opinión, lúcidamente, que, en esta síntesis emanada del tiempo, en tanto intuición a priori y pura de la sensibilidad, no entra a concursar objeto alguno: “El previo dejarse-dar algo -atemáticamente- es el tiempo, y lo que el dejarse-dar se da es el tiempo, es decir, el sujeto se afecta consigo mismo” [Das vorgängige Sichgebenlassen ―unthematisch― ist Zeit und das, was das Sichge-benlassen sich gibt ist Zeit, d.h. das Subjekt affiziert sich mit ihm selbst] (1976a: 341). O sea, la imaginación, desde este lado, se encarga de la pre-configuración del horizonte extático, que regula toda posibilidad de conocimiento, sea categorial, o no; o mejor, en términos kantianos: la imaginación se encargaría de pre-figurar el modo en el que los esquemas han de ser ordenados, esquemas cuya función primordial es la configuración de las categorías, las cuales dan cuenta del modo en que se ordena la realidad, propiciando lo que sería unas de las metas más importantes para Kant: alcanzar, de intuiciones ciegas, referencias objetivas, que den cuenta de la realidad.
De este modo, creo que se puede decir que la imaginación, como facultad original de enlace y síntesis sobre la sensibilidad, proporciona una primera atestiguación del sí-mismo dado como auto-afección, en una suerte de hechura no-objetual. Esta morfología del sí-mismo como no-objetual tiene que darse como una proto-imagen, la cual, siguiendo a Kant, debe ser traslada al decurso de la teoría del esquematismo y su vinculación con la génesis categorial. Pues bien, la imaginación entra a concursar en el sistema epistémico kantiano por cuanto participa en la ordenación dada en los esquemas trascendentales, determinados, a su vez, en tanto temporalidad. En este sentido, los esquemas trascendentales proveen una proto-imagen y/o “aspecto” [Aussehen] por sobre aquello que es dado, oficiando de regla de todo acto de “presentabilidad”. Tal aspecto se cifra en que lo dado siempre lo hace bajo unos criterios, a saber: perdurabilidad, sucesión y realidad (Heidegger, 1976a: 321). Ahora bien, el sí-mismo, como expresión radical de la temporalidad finita que regula todo acto relativo a la imaginación trascendental, viene a cubrir un ámbito de respuesta ante una pregunta que, de cierto modo, pudo motivar la reformulación de la imaginación, en su rol constituyente, impuesto por Kant en la segunda edición de KrV: ¿desde dónde vienen los aspectos o proto-imágenes que ofician de ingredientes de todo acto imaginativo? ¿de dónde saca la imaginación sus productos? Es aquí donde cobra sentido el epíteto trascendental sobre la imaginación: la imaginación se da a sí-misma su (proto)imagen sin necesidad de que concurse lo empírico de por medio, y haciendo esto, además, posibilita la inteligibilidad de todo acto cognitivo. De este modo, cumple su función de elemento trascendental, dentro de la obra kantiana, pues no da cuenta del contenido de la experiencia solamente, sino de la manera en la que ésta se constituye. Se hace, además, siguiendo la estela de esta explicación, justicia a la expresión cotidiana a través de la cual se documenta la significación de la expresión “imaginación”, radicada en una facultad que hacer ver cosas, sean ideales o no, sin necesidad de que se den, stricto sensu, en la experiencia. Imaginación es, entonces, la posibilidad de un ver no-mediado por su referencia objetiva u objetual. Su “fuerza configuradora” [bildende Kraft], auspiciada como temporalidad respectiva de un ser finito, provee una imagen, forma, “a la vez”24 [zumal] pasiva y activamente, pues siempre ya recibe, en su ser-afectado (recepción), y crea, sintetizando espontáneamente tal multiplicidad recibida por la sensibilidad, por la cual lo afectado es afectado como tal (Heidegger, 1991: 129). En este aspecto activo, en el que la imaginación sintetiza y ordena lo recibido y/o afectado, una concepción del tiempo está emergiendo. Este tiempo emergente, como se ha dicho ya, es el tiempo de la “existencia” [Existenz], o sea, una temporalidad finita, la cual dista de toda caracterización categorial que se haga sobre ella, subsumiéndola en una suerte de serie de sucesión, sea de orientación causal, o no. Lo importante aquí es que el tiempo finito surge a partir del momento activo, sintético, perteneciente a la imaginación. Esto significa que el tiempo finito aparece como una suerte de intuición no-objetiva, de carácter a-temático y ante-predicativo, el cual tiene que ver, principalmente, con la constitución de la condición de posibilidad de que algo dado pueda salir al encuentro, sea presente, y, a posteriori, pueda ser enlazado juticativa-categorialmente. Ahora bien, esta función constituyente, como se echa de ver, para ser explicada con propiedad, sería menester, antes, realizar una vinculación explicativa con el problema del esquematismo y las categorías, a fin de poder considerar con propiedad qué aporte tendría la incorporación de la sensibilidad, con todo este background abierto por la imaginación, en las formas de juicio con alcance cognitivo.
Pero tal tentativa, por el momento no puede ser abordada en aras de una concentración analítica de la propia temporalidad finita abierta desde y con el acto imaginativo. Si esta temporalidad finita es finita porque recibe de otra parte lo dado, esto es, su ser-afectado adviene porque para ser, y constituirse, necesita de otra cosa que no es ella misma para ser, tal temporalidad, al socaire de la actividad sintética y espontánea que la imaginación tiene para Kant, no es dada, en exclusividad, como un ser-afectado, sino que es “a la vez/en una” [zumal/in einem] formadora, creadora, es decir, la temporalidad finita, emanada de la imaginación trascendental, no es otra cosa que auto-afección, la cual permite no solo que lo heterónomo y/o recibido pueda ser articulado en un tipo de afección como es la respectiva del tiempo finito de la existencia, sino, además, que tal fenómeno pueda comprenderse como unitario25.
3. La aparición del sí-mismo/mismidad: re-significador de la temporalidad
De la posibilidad de esta unidad, dada como temporalidad finita, se encarga el vínculo que a principio del artículo de investigación mencioné entre el tiempo y el yo-pienso. Pues bien, si lo característico del acto imaginativo por excelencia es el ser-afectado por algo que no se da en la experiencia empírica, en tanto cosa u objeto26, ¿qué es lo que realmente es dado desde la imaginación? Si, desde otro lado, aquello por lo que soy afectado, a través de la imaginación, no es un objeto, una cosa que está-ahí, en el mundo, a mi alrededor, entonces, ¿qué es? Lo que es dado, por decirlo así, brutamente sin-objeto, en respectividad al acto imaginativo, es un modo de “encontrar-se” [befinden-sich] y, por ende, de recepción, el cual formaliza y pre-configura la posibilidad de todo posible encuentro con el ente, o de otro modo menos heideggeriano: de todo posible acto de conocimiento. Esto que pre-configura es la propia finitud, la cual presenta, en relación con la temporalidad netamente imaginativa, una hechura circular, en la medida, tal y como sucedía con el problema relativo a la circularidad hermenéutica, en que esta finitud no crea nada, sino que resignifica o re-formaliza aquello que siempre ya es dado. Y esta re-significación de lo dado, temporalizada en el modo de presentación de la finitud, y a juicio de Heidegger, Kant ha situado, en principio, al yo-pienso (Heidegger, 1976a: 404-408), como se sabe, una estructura refractaria a cualquier subsunción objetual o representacional. El yo-pienso es un yo que acompaña a mis representaciones, pero no es él mismo una representación.
Se puede comprender, espero, ahora mejor el porqué lo abierto a través del fenómeno de la temporalidad originaria de la imaginación, vivida como auto-afección, es una forma que tiene que denominarse como sí-mismo y/o mismidad, pues su importancia capital no estriba, solamente, en otorgar un tipo de explicación genética sobre el proceso de formación categorial de los juicios objetivos, en la medida en que éstos remiten a horizontes ante-predicativos, sino, más bien, porque lo que deja ver, como huella, el acto espontáneo de la imaginación, entendido como bildende Kraft, es la manera, nítida y clara, por lo que lo más propio del ente, que en cada caso somos nosotros mismos, se presenta y es dado, esto es, como una temporalidad finita que “ha de ser” [zu-sein] y “asumirse” [Übernehmen-sich], en cada caso, siempre ya, tal y como, en una obra como SuZ, Heidegger caracteriza la singularidad existencial del Dasein27. Como se observa, la apelación a un sí-mismo, en relación con el Dasein, valga decir, cada uno de nosotros, no tiene nada que ver con un “carácter cósico” [Dinghaftigkeit] de ser, ni siquiera el yo implícito que pudiera rastrearse bajo la expresión sí-mismo actuaría aquí como un puctum, o como polo unificador de la experiencia. El nivel de análisis presentado aquí es más primitivo, ya que intenta hacer ver que el tiempo, como intuición interna y pura, solo es posible si se lo piensa como auto-afección, es decir, como una afección de corte autorreferencial, la cual, a pesar de ser pasiva, por cuanto recibe lo dado de la experiencia, siempre tiene que asumir eso dado bajo un horizonte y/o “proyecto” [Entwurf], permitiendo así el despliegue del tiempo como temporalidad28. La explicación de Heidegger, en este punto, se nutre de la señalización kantiana en referencia al tiempo como una intuición pura e interna, ligada al yo-pienso, pero la transforma, como es sabido, por un tipo de explicación trascendental, la cual presenta al tiempo como posibilidad extática que da cuenta del modo en que se abren los horizontes por lo que todo ente puede ser presentado y, por ende, inteligido y/o comprendido. Pero tal explicitación discursiva y trascendental sobre el tiempo, ensayada con protagonismo en SuZ (también Heidegger, 1975; 1991), en mi opinión, no le hace justicia a la primeriza caracterización kantiana. Que tiempo remita al sí-mismo significa que tal sí-mismo, como manera auto-rreferencial por la que la impronta de nuestro ser sale a relucir, actúa como re-formulador, re-temporizador del modo en que la temporalidad ha de quedar abierta y desplegada en cuanto tal. Y esto a pesar de que el sí-mismo recibe de la temporalidad la posibilidad de su constitución, en la medida en que tal sí-mismo aparece, desde esta caracterización primaria, como un modo de “disposición afectiva”29 [Befindlichkeit].
Conclusiones
Así, de este modo, creo que se hace plausible unos de los ejes de lectura heideggeriana sobre Kant, en tanto se preguntaba si, a partir del problema kantiano, formulado en la primera edición de KrV, se podrían hallar las bases para una metafísica del Dasein, esto es, una explicación sobre el fundamento de la subjetividad. Se entiende, pues, que el tiempo sea producto de fundamentación de la subjetividad finita de la existencia, pero, entre tanto, si y solo si tal temporalidad logra ser vinculada con el sí-mismo, en tanto modalidad autorreferencial sobre la afección temporal, que se encargaría de todo posible acto re-significativo sobre lo dado en toda temporalidad. Solo cuando el tiempo, acontecido como una afección de carácter heterónomo, es abierto y asumido en el proyecto de una temporalidad finita como la nuestra, que, además de desplegarse en un tiempo contingente, siempre ha de asumirse y constituirse sobre toda posibilidad, es posible hablar, en rigor, de un sí-mismo. En SuZ, tal modalidad eminente de asumir el proyecto arrojado de la existencia fue signado como “el sí-mismo propio”30 [eigene Selbst] y, en el modo de su constitución, como “estabilidad del sí-mismo”31 [Selbständigkeit]. Tales explicaciones, que quedaron un poco desdibujadas por la finalidad ontológica impuesta por Heidegger sobre su opus magnum, a mi juicio, encuentran, desde su estudio de Kant, en concreto por la relación habiente entre tiempo, yo-pienso e imaginación, una explicación que atiende a la pregunta por el origen constitutivo de tal sí-mismo, el cual había oficiado de existenciario indispensable para entender el desarrollo de otros tales como: “por-mor-de” [Worumwillen], la “angustia” [Angst], el “ser-para(vuelto-a)-la-muerte” [sein-zum-Tode] o el “llamado a la conciencia” [Ruf des Gewissens], entre otros.
Esta posibilidad, la de redireccionar el modo de apertura de la temporalidad originaria y auto-afectante, sobre la base de la mismidad, y en la medida en que se piensa a esta última, como impronta afectiva-comprensiva por la que lo más propio e idiosincrático del modo de ser del Dasein sale a relucir, o sea, no tan solo desde su determinación brutal como finitud, sino como proyecto que, siempre ya, aunque sea de manera arrojada, debe asumirse, sostenerse, emprender una vida, a mi juicio, permitiría una nueva lectura de esta parte de la obra de Heidegger previa a lo que se ha denominado Kehre32. Haciendo justicia, quizás, sobre la injusticia de la interpretación que el mismo Heidegger, con harta frecuencia, llevó a cabo sobre otros pensadores y filósofos. O sea, la lectura con sede en la mismidad, como momento articulador y ejecutivo de toda temporalidad de carácter finito, podría otorgar una posibilidad de nuevos horizontes interpretativos sobre la obra heideggeriana. Y en esta apertura al ámbito de nuevos horizontes interpretativos, activar lo no-dicho por Heidegger, a fin de que sea posible pensar por sí mismo.