Introducción
El interés por estudiar la instalación de la administración eclesial chilena en la parroquia de San Lorenzo Mártir de Tarapacá 1 es porque dicha realidad encarnó una opción novedosa para conocer las características del proceso chilenizado en la sociedad tarapaqueña. Si bien, Chile tomó posesión de la región de Tarapacá en 1880 su presencia en las parroquias de San Lorenzo de Tarapacá, Sibaya y Camiña fue a partir de 1893, año en que la Santa Sede para terminar la disputa entre chilenos y peruanos por la administración de los curatos del interior tarapaqueño resolvió que éstos quedaran bajo soberanía de la iglesia chilena 2 .
Solo desde ese momento, el Vicariato Apostólico de Tarapacá 3 comenzará su labor evangelizadora que en el curato tarapaqueño va a colaborar, con sus particularidades, en la imposición de las fronteras políticas y simbólicas de la nación de Chile; ya que el poder eclesial para reorganizar la vida religiosa local en función de sus intereses desplegó un conjunto de prácticas que, marcadas por los principios de la encíclica Rerum Novarum buscó erradicar aquellos contenidos asociados a una herencia peruana bajo la excusa de que fueron incompatibles y opuestos con el orden moral y civilizado que buscó establecer la moderna Iglesia chilena. Trabajo eclesial que no estaría exento de conflictos y resistencias porque los feligreses no estuvieron dispuestos a renunciar a su religiosidad por simbolizar el núcleo que les entregó un sentido de pertenencia y definió su identidad.
Aspectos teóricos para vincular la religión con el proceso chilenizador
Aun cuando Van Kessel 4 y Núñez , entre otros autores, establecieron que la religión ha sido históricamente un modelador y elemento primordial en la configuración de la identidad tarapaqueña 6 , los estudios chilenizadores 7 han optado principalmente por la educación fiscal para explicar la recomposición de lo tarapaqueño en los rasgos de la chilenidad, post guerra del salitre.
Sin embargo, esta tendencia de investigación no ha impedido que en los últimos años apareciera una producción científica que, centrada en la religión, ha sugerido una ruta diferente para revisar los impactos de la chilenización en el interior tarapaqueño. Algunos exponentes de esta nueva literatura chilenizadora son Figueroa 8 y Díaz 9 . La primera autora reconstruyó el tramo histórico de 1880 a 1897 para mostrar que los primeros diecisiete años de administración chilena en la parroquia de San Lorenzo Mártir de Tarapacá estuvieron marcados por los conflictos que los sacerdotes chilenos y los feligreses sostuvieron por el control de las parroquias y sus objetos sagrados. En cambio, el segundo autor, mediante el análisis de las festividades religiosas, expuso el desconocimiento que los curas del Vicariato Apostólico de Tarapacá poseyeron en cuanto a la funcionalidad y significación del sistema de cargos religiosos 10 , lo que habría generado relaciones asimétricas entre clérigos y comuneros. Asimismo, el presente autor enseñó que las manifestaciones religiosas de los subalternos fueron percibidas por los funcionarios estatales ya sea como espacios en que pervivieron expresiones de peruanidad o como prácticas incivilizadas contrarias al catolicismo chileno, percepciones que sirvieron de excusa para normalizar y disciplinar las manifestaciones de religiosidad popular en el formato de la religión dominante.
Entonces, orientado por los estudios de Figueroa y Díaz, entre otros autores, este artículo analiza el trabajo pastoral instaurado por el Vicariato de Tarapacá en la parroquia de San Lorenzo Mártir de Tarapacá, entre 1893 y 1929. Para cumplir con este objetivo, la realidad religiosa fue vista bajo la lógica bourdeana de campo 11 , es decir, representó un espacio de lucha que evidenció la confrontación entre dos sistemas religiosos para practicar la fe católica. Por un lado, estuvo la concepción ortodoxa de la religión oficial que personificada por el Vicariato de Tarapacá buscó reorganizar y subordinar la vida religiosa local en la formalidad de la liturgia, apego a las santas escrituras, aplicación de los sacramentos, administración de los bienes sacros y promoción del calendario católico chileno. Y por otro, se halló el sentido práctico y creativo de la religiosidad tarapaqueña que representada por los fieles buscó la defensa de un modelo religioso comunitario cuyos antecedentes más antiguos datan de la colonia española y que se caracterizó por la participación en un sistema de cargos religiosos, advocación a un santo patrono, por la participación de los fieles en la administración y custodia de los bienes eclesiásticos, entre otras tareas 12 .
Si bien, en el contexto histórico a revisar, el trabajo pastoral del Vicariato de Tarapacá fue orientado por la doctrina Rerum Novarum dictada por León XIII 13 , a través de la que persiguió principalmente la moralización y civilización de una población que fue percibida por la curia chilena como ignorante y relajada en sus costumbres 14 . Aquello no impidió que la labor de la Iglesia en Tarapacá fuera influenciada por la razón de Estado de Chile 15 dirigida a eliminar el componente peruano de lo social en toda la región conquistada 16 .
A partir de lo mencionado, entre las prácticas que desplegó el Vicariato de Tarapacá para reorganizar la vida religiosa local destacaron aquellas orientadas a diagnosticar las propiedades de la Iglesia (chacras, cochas de aguas); asumir el control de las llaves de los templos y de los objetos sacros; nombrar a los sacristanes y otros cargos; censurar o modificar las fiestas locales; aplicar la excomunión, entre otras prácticas religiosas que recayeron sobre los subalternos debido a ser percibidos en los rótulos de peruano o de indígena peruano, y no por ser vistos como una población de raíz aymara, andina o étnica 17 .
Ahora, para explicar las prácticas religiosas que los tarapaqueños desplegaron para afrontar a la autoridad eclesial chilena se conjeturó que el campo religioso aparte de reproducir las estrategias de dominación también fue una dimensión utilizada por los feligreses para desplegar su capacidad agencial 18 . Recurso a través del que han enfrentado desde el siglo XVI en adelante las políticas eclesiásticas en función de sus experiencias, intereses y proyectos con el propósito de reelaborar y ajustar los contenidos del catolicismo a sus creencias, valores, prácticas y formas de organización local 19 . Es así como en una fase colonial e inicios de la nación peruana los tarapaqueños expresaron su participación religiosa por medio de las cofradías 20 , institución traída por los hispanos, que si bien constituyó un dispositivo de evangelización y control sobre bienes y personas 21 , también representaron una instancia para relacionarse con las autoridades civiles y religiosas, para obtener reconocimiento y prestigio social, para reconstruir prácticas y creencias de raíz prehispánica, así como para participar en la administración de los templos y bienes de la Iglesia 22 . Institución colonial que en el correr de la república peruana lentamente perdió protagonismo a nivel cívico-religioso, lo que llevó a reconfigurarse en un sistema de cargos religiosos compuesto por mayordomos 23 , alférez 24 y fabriqueros 25 .Transformándose este sistema en una estructura intermedia o de intermediación 26 que los tarapaqueños van a ocupar en un contexto de anexión para afrontar el nuevo régimen eclesiástico instaurado en la parroquia de Tarapacá.
Entonces, a partir de la argumentación elaborada se revisa la instalación del régimen eclesial chileno en la parroquia de San Lorenzo Mártir de Tarapacá donde la curia mediante un conjunto de prácticas orientadas a civilizar y moralizar a una población relajada que vivía en la ignorancia, paralelamente colaboró a promover la dominación en el interior tarapaqueño.Proceso no exento de conflictos y resistencias.
La parroquia tarapaqueña en un contexto chilenizador
A pesar de que el Tratado de 1883 estableció que la provincia de Tarapacá quedó bajo soberanía chilena, las parroquias de Tarapacá, Camiña y Sibaya continuaron dependientes de la autoridad del Obispado de Arequipa, situación que abrió un conflicto diplomático y religioso entre chilenos y peruanos que perduró hasta1893, año en que la Santa Sede estableció que las parroquias en disputa debieron ser administradas por Chile.
Solo con esta resolución papal la curia nacional comenzó la reorganización y subordinación de la vida religiosa local al formato del catolicismo chileno. Tomándose en 1896 bajo el mando del Vicario Guillermo Carter las primeras medidas, destaca la reestructuración de la jurisdicción eclesial de Tarapacá la que quedó conformada por las siguientes parroquias: Iquique, Pisagua, Negreiros, La Noria, Tarapacá, Pica, Sibaya, Camiña, Lagunas y Mamiña
27 . Asimismo, fueron eliminados del calendario católico los días de la Purificación y de Santa Rosa de Lima 28 , además de establecer la no obligación de realizar misa los días de San Marcos y San Lucas, por ser contenidos asociados a una herencia peruana 29 . Proceso que continuó en 1897 con la proclamación de la Virgen del Monte Carmelo o Virgen del Carmen 30 como advocación oficial de la Virgen María en la jurisdicción conquistada. Ahora, en lo relacionado con la parroquia de San Lorenzo Mártir de Tarapacá 31 la primera medida tomada fue diagnosticar los bienes existentes en la presente jurisdicción eclesial. El cuadro por presentar detalló las propiedades identificadas en la parroquia tarapaqueña.
La técnica del diagnóstico no debe verse únicamente como una herramienta empleada para establecer qué tipo de propiedades poseyó el Vicariato Apostólico de Tarapacá en la presente jurisdicción eclesial; además, personificó un dispositivo empleado para simbolizar la dominación en el campo religioso mediante la instalación de un modelo de administración jerárquico por el que la curia chilena se atribuyó arbitrariamente ser la única dueña y responsable de gestionar las iglesias, casas parroquiales y fincas, entre otras propiedades existentes en la parroquia tarapaqueña. Instauración de un nuevo modelo de administración que despertó el rechazo de la feligresía sobre todo en lo referido a la custodia de los objetos sacros de la iglesia. Sobre esta realidad, el vicario G. J. Carter en 1891 describió las molestias provocadas por la mantención de un viejo régimen eclesial que entregó a los laicos la custodia de los objetos de la iglesia en Tarapacá. Su reporte señaló:
Cuando estuve en Tarapacá tuve ocasión de saber que ahí los vecinos eran los que disponían de las cosas de la iglesia hasta el punto que hasta para celebrar la santa misa habia que pedir los paramentos y vasos sagrados á alguna persona que se llamaban mayordomos […]
Yo encontré en Tarapacá la falsa y héretica doctrina de que los bienes eclesiásticos pertenecen, en dominio y administración á los fieles.
Yo me haría criminal delante de Dios si aceptará ese procedimiento que ahí se observa.
En vista de esto, declaré al cura de Tarapacá que, en virtud de mi autoridad, daba por terminadas todas las mayordomías, existentes en esa parroquia y que, además, desconocía a todos los que se llamaban ó titulaban fabriquero de las iglesias, pues era necesario que se cumpliese la ley de la iglesia […]
A pesar de mis empeños, con dolor he visto que el antiguo régimen contrario á las leyes de la iglesia, ha continuado. Hice saber entonces al Cura que todas aquellas personas que retienen bienes ú objetos de la iglesia y que no los pongan á disposición de la Comisión de Fábrica nombrada por mi, y que insistan con su negativa, pasando por sobre mi autoridad no podrán ser absuelto ni se les podrá administrar ningún otro sacramento mientras no entreguen á la iglesia lo que á esta pertenece 32 .
Si bien la tendencia de no entregar los bienes eclesiásticos por parte de los vecinos de Tarapacá 33 a la curia chilena se puede interpretar en términos de una práctica dirigida a evitar, como en tiempos pasados, los abusos de los curas quienes en sus misiones a los pueblos se apoderaron, en ocasiones, de los objetos sacros donados por los feligreses a sus iglesias 34 . Igualmente es posible suponer que la pugna por el control de los bienes religiosos representó un choque de visiones entre la Iglesia y fieles. Según Millones 35 y Giménez 36 los contenidos católicos, entre ellos las imágenes de Cristo, las vírgenes, santos y objetos de cultos no cumplieron el papel de intermediarios para comunicarse con lo divino como señala la explicación católica, en la vida religiosa local dichos contenidos debido a un proceso de apropiación y resignificación simbólica, originado en los inicios de la evangelización española, fueron adoptados como representaciones vivas o entidades divinas que no solo se integraron en los sistemas de valores y creencias de cada región, sino que también pasaron a ser funcionales al resto de la cultura local. Entonces, los objetos de culto, entre otros contenidos católicos, al ser espejos culturales de la cosmovisión e identidad local, de su historia y de sus necesidades desde la época colonial, han existido en las iglesias y anexos parroquiales grupos corporativos de carácter autónomo y laico que en un contexto de anexión estuvo representado por el sistema de cargos religiosos, como expresión transformada de la herencia de las cofradías, cuyas funciones fueron custodiar los bienes eclesiásticos, cuidar las iglesias y apoyar las actividades religiosas, entre otras labores 37 . Tradición religiosa que debido a ser leída por la curia chilena desde una posición etnocentrista llevó a concluir que la tendencia de los feligreses de no entregar los objetos sacros a la curia fue producto de mantener una doctrina herética contraria a la verdadera tradición católica representada por la Iglesia católica chilena por lo que debió ser suprimido el antiguo régimen para administrar los bienes sagrados. Medida eclesial que abrió un conflicto con los parroquianos, ya que éstos no estuvieron dispuestos a suprimir los cargos de mayordomos, fabriqueros, alféreces, entre otros, porque a través de ellos sus integrantes aparte de participar en las labores de sus parroquias, reprodujeron lógicas de poder, estatus y prestigio dentro de sus pueblos 38 .
Disputas entre fieles y sacerdotes que no se redujo solo a la temática de controlar los objetos sacros e iglesias, además germinaron en torno a la designación de cargos religiosos menores como fue el rol del sacristán 39 . En el pueblo de Mocha este tipo de conflicto culminó en que los vecinos destituyeron al sacristán nombrado por el Vicariato de Tarapacá, provocando la intervención del Vicario G. J. Carter:
Veo que algunos vecinos de ese lugar, desconociendo los derechos de la Iglesia y pisoteando nuestra autoridad, se han reunido para destituir al sacristan nombrado por Ud. y ratificado por mi y que ademas lo han arrojado de la posesión del terreno llamado la Sacristaña, que es propiedad de la Iglesia y que se le habia entregado para que lo cultivase y gozase de sus frutos en recompensa de sus servicios de sacristan.
La autoridad eclesiástica es la única que puede disponer de los bienes de la Iglesia y cualquiera que pretenda arrogarse ó atribuirse ese derecho desconociendo y pasando por sobre la autoridad legitima incurre excomunión. El terreno que Ud. con aprobación nuestra cedió al Sacristan D. Victor Vilca, es un bien eclesiástico y nadie puede disponer de él sino el que está investido del poder de la Iglesia y que ejerce-jurisdicción sobre esos bienes.
Cualquiera que pretenda atropellar ese derecho que nos correspondiese rebela contra la Iglesia, incurre en escomunión, deja de ser católico porque se hace cismático por rebelión contra la legítima autoridad del prelado 40 .
Si bien, el sacristán fue un cargo menor dirigido a auxiliar al cura en la misa, tocar la campana y realizar el aseo de la iglesia, entre otras tareas, dentro de los pueblos tarapaqueños dicho cargo fue adaptado a su religiosidad donde cumplía la función de oficiar misa y otras actividades sacras, cuando no estuviera presente el sacerdote. Así, el sacristán al ser elegido por lo general por los fieles del pueblo, con o sin el respaldo de la curia, se transformó en un cargo de representación comunitaria. Por lo tanto, que el Vicariato de Tarapacá designara bajo su responsabilidad a Víctor Vilca, sacristán del pueblo de Mocha, fue un acto que desconoció el papel de los feligreses en su elección, gatillando la molestia y destitución del sacristán elegido por el Vicariato tarapaqueño. Otra lectura sobre lo sucedido en el pueblo de Mocha pudo ser también que el acto de aceptar el cargo propuesto por el Vicario simbolizó a los ojos de la población local una acción que consintió la dominación, motivando su pronta destitución para que no existieran personas en la vida religiosa que legitimaran el actuar y decisiones de los sacerdotes chilenos. Última proposición, apoyada con el desacato que expresaron los sacristanes en diversas capillas de Tarapacá, generando que la autoridad eclesial ordenara revertir tal realidad:
Ha llegado tambien a nuestro conocimiento que en algunas de las capillas de Tarapacá hai sacristanes que se hacían administradores de los bienes de la iglesia i desconocían el derecho de los Vicarios sobre esos bienes.
El párroco no debe tener ninguno otro sacristan que los que él nombre, i destituirá los que se arroguen indebidamente la administracion i guarda de los objetos de culto, i nombrar otros 41 .
Hasta aquí la evidencia ha descrito principalmente las tensiones que emanaron producto de la instalación del régimen chileno en la parroquia de San Lorenzo Mártir de Tarapacá. En lo que sigue, está puntualizado de qué manera reaccionaron los feligreses del presente curato para afrontar el trabajo pastoral del nuevo régimen eclesial. La forma más común fue obstaculizar las actividades de los sacerdotes, como informó el cura Amador Mujica:
En Guaviña no pude averiguar quién tenía las llaves de la Iglesia, y en Coscaya no pude celebrar la misa en el mes pasado, porque varios útiles del culto no estaban en poder de la persona á quien se las había encomendado el infrascrito 42 .
Otra modalidad de reacción fue no reconocer la autoridad de la iglesia chilena, cuestión que generó que el vicario J. Carter ordenara al cura del sector que:
Haga comprender á los mayordomos de esas fiestas, que en adelante, se abstengan de celebrar acuerdos sobre aplicación de derechos de agua y porque me veré obligado á rechazarles cualquier acuerdo. Ellos solo tienen el derecho de pedir al Prelado; pero no disponer por sí de bienes que son de la iglesia 43 .
Las prácticas de los dominados que por un lado obstaculizaron las actividades de los curas chilenos y que, por otro, no reconocieron la autoridad de la Iglesia chilena portaron un discurso oculto 44 que buscó defender el orden religioso local en el que los mayordomos, custodios de los objetos sacros y encargados de las llaves de las iglesias poseyeron un papel central en la organización de las actividades religiosas. De ahí que los tarapaqueños a través de las prácticas mencionadas buscaron mantener una relativa autonomía de la Iglesia y de su control eclesial para continuar preservando su religiosidad o catolicismo popular basado en principios, creencias, prácticas y cargos locales.
Confrontación entre sacerdotes y parroquianos que en los primeros años del siglo XX se profundizó en la parroquia de San Lorenzo Mártir de Tarapacá
producto de los cuestionamientos que recibió el cura Amador Mujica. Hecho que motivó al sacerdote E. Millas, ubicado en la parroquia San Marcos de
Mamiña, dirigir una carta a su Vicario Apostólico para explicar las dificultades del trabajo pastoral y las medidas a tomar para mejorar la labor sacerdotal en la parroquia tarapaqueña:
Lamento lo acontecido con el amigo Mujica, veo en esto las consecuencias del espíritu felino que tienen los cabecillas de la quebrada de Tarapacá en contra de lo chileno y como carecen hasta de la fé nada les importa las profanaciones al culto, templo católico y personas sagradas.
El tal Perez aún cuando es de mal carácter talvez haya sido instigado por Castilla, Capetillo y otros a alguna profanación […]
Siento en mi humilde parecer que si las declaraciones no las tenia personalmente el juez del crimen, las de Guaviña serán el fruto del cohecho pues Perez es rico y gastará lo fabuloso para salir avanti, amen del apoyo de sus colegas e influencias ante el cónsul peruano, señor Billinghurst, con quienes siempre han contado en apoyo de calumnias, que presentan como hermosas y resplandecientes verdades […]
Las primeras instrucciones de S.S. Iltma de que procuremos tener autoridades completamente de acuerdo con nosotros y de que en cada pueblo haria mirar con mas respeto a la relijion.
¡Lastima que no haya recursos para dotar cada capilla con lo necesario para que los párrocos celebren las fiestas y nos libraríamos de esa plaga de alfereces que son el mismo demonio vendiendo cruces! Pero sin la solemnidad de sus festividades, despreciarían las iglesias y capillas, jamas asistirían a ellas pues dirían que los chilenos les quitaban sus devociones 45 .
En la mirada del sacerdote Millas, las tensiones religiosas vividas en la realidad local fueron ligadas al factor nacional; ya que la resistencia promovida por Eugenio Castilla, Manuel Capetillo y una persona de apellido Pérez contra los sacerdotes fue producto de ser representantes de la nación chilena, o sea, promotores de la dominación. Incluso, para la opinión del cura Millas este componente nacional fue el que motivó que los cabecillas de la quebrada tarapaqueña recibieran el apoyo del cónsul peruano Guillermo Billinghurst para obstaculizar el trabajo de los sacerdotes chilenos. Factor nacional que el cura del pueblo de San Lorenzo Tarapacá también empleó para explicar su aislamiento social y religioso:
Tan aislado me tienen estas buenas gentes, que á esta casa, Ilmo. Sr. nadie se acerca; huyen de mí los feligreses, propinándome los epítetos mas groseros é insultantes; los niños me niegan el saludo, si me encuentran en la calle, en fin, procuran por todos los medios inimaginables agredirme á fin de que se marche el cura […] “pues no siendo este Peruano no quieren […] á ningún otro que venir pueda” 46 .
Las últimas evidencias ayudaron a proponer que el campo religioso a través de la disputa que sostuvieron sacerdotes y tarapaqueños por imponer su visión y práctica religiosa reprodujeron con sus particularidades los conflictos nacionales y territoriales existentes en las zonas ocupadas por Chile después de la guerra del salitre. Atmósfera nacionalista que envolvió a Tarapacá, producto de que la autoridad chilena no cumplió con la cláusula 2 del protocolo de Ancón donde se estableció realizar pasados diez años de su firma un plebiscito para zanjar la cuestión de Tacna y Arica, lo que ocasionó que Perú deslegitimara el Tratado de 1883 y con ello despertara la esperanza tarapaqueña que Arica y Tacna, junto a Tarapacá retornarían a Perú, a pesar de que la última provincia estaba cedida legalmente a Chile 47 .
Es bajo este ambiente sociopolítico que emergió una resistencia en la parroquia de Tarapacá, la que si bien obstaculizó el funcionamiento de la iglesia chilena, no colocó en jaque la dominación política de Chile en el territorio conquistado. Pese a ello, la autoridad, para reordenar la vida religiosa en el formato del catolicismo chileno, debió establecer medidas coercitivas como fue utilizar la pena de la excomunión. Pena religiosa que el Vicario J. G. Carter comunicó aplicar a un conjunto de personas encabezadas por el mayordomo Prudencio Oviedo si éstos no entregaban los objetos sagrados al cura del pueblo de San Lorenzo de Tarapacá. El dictamen del Vicario señaló:
Por cuanto algunas personas tienen varios objetos sagrados de la iglesia parroquial de Tarapacá y que á pesar de haber sido amonestados, no las han
entregado al Párroco […] por cuanto Dn. Prudencio Oviedo, que fue nombrado por decreto nuestro, mayordomo del Santísimo para que guardarse diferentes objetos del culto como la custodia, cadiz, vinagrera, incensario y otros más objetos que recibo, y que hemos depositado en poder de una señora de Tarapacá; por cuanto el nombramiento de dicho D. Prudencio Oviedo ha terminado por disposicion nuestra, y sin embargo se niega y resiste a la entrega de dichos objetos sagrados, que son necesarios para el servicio religioso del culto, negándose tambien á ello la persona que indebidamente los tiene en depósito por encargo de Oviedo; por cuanto la conducta de esas personas importa un delito grave, un verdadero sacrilegio, un atentado contra bienes de la iglesia parroquial, y una desobediencia y rebelión contra la autoridad del Prelado, en virtud de todas esas consideraciones, hemos resuelto se publiquen tres moniciones en la iglesia parroquial de Tarapacá en tres días festivos consecutivos, leyéndose este oficio nuestro á la hora de misa, a fin de que todas las personas, cualquiera que sean que tengan bienes í objetos del culto pertenecientes á la iglesia parroquial de Tarapacá […]
Si no se hiciere la entrega dentro de un mes, contado desde el dia en que se publique la primera monición canónica, el Párroco nos dara cuenta de ello, y en esa virtud; procedemos á lanzar escomunión mayor contra todos y cada una de las personas que no entreguen esos objetos sagrados, escomunion que los inhabilitará para recibir ningun sacramento de la Iglesia, ni podrán tomar parte en ninguna función o solemnidad religiosa del culto y ni siquiera se les podrá admitir en el templo durante las funciones religiosas, hasta que hayan entregado los objetos religiosos y sagrados que indebidamente tiene en su poder 48 .
Expirado el tiempo dado por el Vicario y leídas las tres moniciones en la iglesia de San Lorenzo de Tarapacá, las personas que tenían los objetos de culto no los entregaron al sacerdote provocando la promulgación del decreto que dictó la pena de la excomunión contra Prudencio Oviedo y Cristina Vicentelo 49 . Hay que señalar que este proceder ya había sido aplicado tiempo atrás a los fieles del pueblo de Huaviña por declararse en rebelión contra la Iglesia chilena en 1895 50 y a los parroquianos del pueblo de Mocha, los que por sustituir al sacristán nombrado por el vicario G. J. Carter fueron calificados de cismáticos en 1896 51 .
La medida de la excomunión establecida sobre los devotos de los pueblos de Tarapacá, Huaviña y Mocha evidenció que los sacerdotes chilenos construyeron un imaginario sobre la otredad principalmente en la categoría nacional-religiosa de peruano herético y cismático que persiguió la separación de la Iglesia chilena. Representación utilizada por la curia para anular y excluir la resistencia expresada contra el Vicariato de Tarapacá. A pesar de esta visión dominante sobre el otro, igualmente existieron sacerdotes que miraron la alteridad en términos incivilizados, como fue descrito por el cura J. Soler:
Tienen la peculiar condicion de ser indígenas peruanos y enemigos declarados de todo lo que suene á Chile, y basta que el clero represente autoridades chilenas para que lo odien.
Supongo ignorará US. los vejámenes que han soportado los párrocos antecesores, de parte de ciertos cabecillas peruanos que hay en esta parroquia, y aquí en Huaviña reside el principal de ellos […]
Mucho, sí, les gustan las fiestas, pero son en parte profanas; careciendo de ese aliciente, no toman interes algunos, permítame US. concluir citándole el ejemplo reciente de haberse negado á celebrar la fiesta de Nª. Sra. de Candelaria, que es la Patrona del pueblo, y en cambio se han estado celebrando el carnaval desde el dia 9 de febrero hasta el dia 19 de inclusive, en permanente desorden noche y dia, sin que hicieran caso de los consejos 52 .
El discurso religioso-civilizador que aplicó el sacerdote chileno para presentar al otro en términos de un indígena peruano que gustaba de fiestas profanas y expresaba un odio al clero y autoridades chilenas, expuso que el actuar pastoral se basó en la idea de una supuesta superioridad moral-racial de lo chileno sobre lo peruano para justificar no solo la represión recaída sobre la resistencia local; sino que, además, para justificar la reorganización de la vida religiosa local en el formato del catolicismo chileno. Mirada etnocentrista que la curia chilena también aplicó a las fiestas patronales para avalar su supresión, como sugirió el cura Arturo Valenzuela.
Respecto de las fiestas en los pueblos, yo sería del parecer que se suprimiesen siempre que redundan más en daño que en provecho de las almas. Esta es una de las razones porque desearía vender todas esas fincas dedicadas a las fiestas, para quitar a la gente la ocasión de hacerse patrones de la fiesta, y para asegurar al Cura su estipendio sin necesidad de andar tan sujeto a los mayordomos o alféreces. Estudie ese punto 53 .
Para el Vicariato de Tarapacá las fiestas patronales, aunque tenían el boato y ritualidad de la religión católica, fueron vistas como espacios antidisciplinarios que debido a la distancia que tomaron del control eclesial generaron más daño que provecho en las almas de los participantes. Es por ello que la curia buscó con gran interés evangelizar 54 e incluso suprimir dichas fiestas para terminar con la centralidad de los alféreces y mayordomos en la organización de las actividades espirituales. Cuestión que según el sacerdote A. Valenzuela se solucionaría con la venta de las fincas, ya que con esa acción se eliminaría el poder local que anuló la importancia y participación eclesial en las fiestas patronales. Mirada sacerdotal que redujo esas fiestas religiosas solo a una trama de relaciones de poder donde imponer sus intereses, sin comprender que las fiestas patronales encarnaron espacios de relaciones de parentesco y de amistad asociados con la reproducción de un sentido de pertenencia, mecanismos de integración, lógicas de reconocimiento, prestigio social y poder 55. No está de más decir, que a pesar de los intentos de la curia chilena por limitar las fiestas patronales, ellas siguieron celebrándose en los pueblos tarapaqueños más allá del período histórico investigado.
Aunque con el correr del tiempo los impactos conseguidos por los sacerdotes chilenos serán mínimos, tal realidad no impidió que emergiera en parte de la feligresía una nueva modalidad para relacionarse con los sacerdotes chilenos que estuvo basada en colaborar con el poder. Ejemplo de ello fue asumir los cargos de las comisiones eclesiásticas de fábricas 56 , a fines de la segunda década del siglo XX.
Nombrase para la Parroquia de Tarapacá, en los pueblos que se indican, los siguientes miembros de la Comisión de Fábrica, propuestos por el Párroco
respectivo: En la Loanzana a. D. Isidro Salazar y a D. Juan Lupa; en Mocha, a D. Alejo Vilca y a D. Mariano Vilca; y en Huaviña, a D. Teodoro Quintero y a
D. Felipe Jachura 57 .
Considerando que el dato solo habla de un nombramiento de personas para las comisiones de fábricas, es factible conjeturar que el interés de los fieles por integrar esas comisiones en los pueblos de Laonzana, Mocha y Huaviña no fue un acto mecánico dirigido únicamente a consentir las exigencias del Vicariato de Tarapacá; igualmente por medio de esta práctica se buscó, como en tiempos coloniales y peruanos, adaptar y resignificar los contenidos del catolicismo oficial a su contexto religioso y cultural. Pese a los logros obtenidos por el accionar del Vicariato de Tarapacá, la mayor parte de los fieles de la presente jurisdicción parroquial continuaron rechazando la presencia de la curia chilena en los pueblos tarapaqueños. El informe enviado al vicario J. M. Caro comunicó esa situación en las localidades de Pachica y Esquiña. La nota señala:
Tambien encontré en la Iglesia de Pachica que al Sr. (ilegible) Vilca que toda la gente le llama el Cura, saca las procesiones de la Iglesia, canta vísperas, vigilias, responsos y entierra a los finados […] lo mismo sucede en Esquiña con el Cura Mariano Manzano que hace lo mismo que el de Pachica […]
Les reprobé semejante proceder y al mismo tiempo les prohibí que en lo sucesivo hicieran lo mismo […]
Lo cierto es que, los sacristanes como yo les llamo de Esquiña, Pachica […] son los que mas se oponen que la gente llame al Cura para pasar la fiesta
58 .
Hacia 1920, los sacristanes fueron uno de los promotores del rechazo a los sacerdotes chilenos, ya que para ellos la intervención de los agentes del Vicariato de Tarapacá en sus pueblos representó un accionar pastoral que buscó modificar sus manifestaciones religiosas. De ahí que sacristanes, mayordomos, fabriqueros, alféreces y fieles en general optaron por tomar distancia del clero chileno para conservar lógicas, principios, creencias y prácticas referidas a su culto local.
El reporte sobre la visita pastoral realizada en 1925 por el vicario J. M. Caro a diferentes pueblos de la parroquia de San Lorenzo de Tarapacá ayudó a reconstruir los últimos años del contexto histórico analizado. El Vicario comentó:
Llegados al lugar que nos pareció debía ser el de la quebrada a Pachica, nos echamos a andar a pie, poniendo casi una hora en llegar al caserío […]
Recorrimos las pocas casas habitadas que había invitando a la gente para una instrucción religiosa […]
Se reunieron para la instrucción talvez unas diez personas, o doce, y al final se confesaron tres jóvenes, dos de los cuales comulgaron al día siguiente en la misa que dijo el R.P. Carlos.
Yo decidí ir a decir misa en Laonzana a donde llegamos a las 10 ½, sin que hubiera tiempo para hacer preparación de la gente […]
Poco despues nos pusimos en marcha con el ánimo de detenernos un rato en Mocha […]Los vecinos estaban advertidos y esta vez me recibieron con mucha atención. Los habitantes de Mocha han sido, por lo general, muy rehacios para recibir los sacramentos […]
Llegamos pocos despues del mediodía a Huaviña, el lugar mas fértil y alegre de la quebrada y la gente se mostró muy atenta. En la Iglesia los invite para que vinieran por la noche y les pedí que enviaran los niños despues de la Escuela, lo que se hizo con la cooperación de la Sra. Directora de la Escuela […] 59 .
La presente visita pastoral mostró una realidad religiosa donde coexistieron muestras de consentimiento y de oposición a la curia chilena. Mientras que
en los pueblos de Pachica, Laonzana y Huaviña la población participó en la misa, comulgó y tuvo una atenta actitud con el Vicario, en el pueblo de Mocha, aunque sus habitantes estaban advertidos, para el Vicario mantuvieron una actitud de rechazo a la curia evidenciada en lo reacio que fueron para recibir los sacramentos de la autoridad chilena. Por lo tanto, a fines del período histórico revisado, los agentes del Vicariato de Tarapacá consiguieron crear un clima religioso con menos rechazo a la dominación. Prueba de lo mencionado fue el pueblo de Huaviña que pasó de ser un espacio de expresiones peruanas que dificultó el trabajo del Vicariato tarapaqueño, a un lugar de recepción para la curia chilena.
Sin embargo, que existiera un clima religioso con menos dificultades para el trabajo pastoral chileno, no significó que las expresiones de la religiosidad
popular local dejaran de manifestarse en la vida local. Tema informado con preocupación por el subdelegado Petronio Alvear Godoy:
Tengo el honor de poner en conocimiento de US., de que a raíz de un viaje de inspección a algunos pueblos y caseríos de la Subdelegación a mi cargo, he podido observar de parte de sus habitantes el empeño en mantener latente costumbres y tradiciones del tiempo de la dominación peruana. Entre estas costumbres, es miobligación señalar a US., la forma intermitente con que estos pueblos celebran algunas fiestas religiosas, lo cual nada tendría de particular, si dentro de ellas no se desarrollaran actos reñidos con nuestro estado de civilización y lo que es peor, que van en desmedro de nuestro sentimiento nacional.
Me he formado verdadero concepto que el espíritu que anima a los organizadores de estas continuas fiestas, es de mantener latente las costumbres peruanas y que los niños vivan y se desarrollen al calor de esas costumbres.
En el presente mes se celebran las fiestas religiosas de “San Antonio”, “San Juan” y otras, las que se verifican con todo alborozo, contrastando este entusiasmo con el poco interés que se demuestra para la celebración de las fiestas patrias. Salvo mejor resolucion de U.S., estimo que debe cesar este estado de cosas, sin que ello signifique impedir a los habitantes que practiquen sus ideas religiosas, dentro del terreno que corresponde y que todos respetamos.
También puedo agregar que tengo conocimiento de que uno de los “Alférez” o encargado de la próxima celebración de una de estas fiestas, es BENINGO VIGUERAS, peruano de nacionalidad […]
En vista de estas consideraciones, solicito de U.S., se sirva, si lo tienen a bien, indicar al infrascrito la norma de conducta que se impone adoptar para esta clase de fiestas 60 .
La última evidencia demuestra que en el cierre del contexto histórico analizado la religión encarnó una dimensión que la autoridad y feligreses siguieron disputando para imponer su visión religiosa. Por un lado, estaba la mirada oficial que en este caso fue representada por un agente no eclesial, quien, producto de no comprender el valor cultural o el sincretismo de la religiosidad tarapaqueña aparte de asociar las costumbres y fiestas como expresiones de una herencia peruana, las veía como contenidos que estuvieron reñidos con el estado de civilización chileno por lo que debieron ser eliminados del orden religioso local. Y por otro, estaba la óptica del subalterno quien continuó conservando aspectos ejes de su religiosidad popular, como fueron las fiestas patronales de San Antonio y San Juan, las que a pesar de contener en su impronta aspectos de la religión oficial y contenidos nacionales, fueron conservadas por ser espacios comunitarios que por un lado sirvieron para que sus participantes reafirmaran y recrearan su pertenencia e identidad con su pueblo y santo patrono, y por otro, ayudaron a conseguir el reconocimiento social, prestigio y poder a través de la participación en el sistema de cargos, especialmente en el asumir el rol de alférez, figura encargada de importantes labores en la ejecución de una fiesta patronal. De ahí, entonces, la resistencia local por mantener estas fiestas ya que fueron espacios que producto de reproducir simultáneamente relaciones de solidaridad, principios locales, lógicas de prestigio y socioeconómicas, cargos, entre otros contenidos, reforzaron una vida religiosa en función de la identidad y cultura de sus feligreses.
Si bien en el cierre del contexto histórico revisado el trabajo pastoral del Vicariato de Tarapacá encontró una mayor atención de parte de los parroquianos, aquello no fue sinónimo de un mayor control eclesial sobre sus feligreses ni tampoco significó un simple ajuste mecánico de las expresiones locales en el formato del catolicismo chileno. Aquí se postula que la modificación de la conducta de los fieles en su relación con los sacerdotes chilenos fue una medida para contrarrestar la presión eclesial y de ese modo obtener dentro de los márgenes de la dominación grados de autonomía que permitieran reproducir su religiosidad bajo sus principios, creencias y autoridades.
Conclusiones
Desde una mirada de proceso histórico, la parroquia de San Lorenzo Mártir de Tarapacá fue parte del ambiente chilenizador que envolvió a la región tarapaqueña, post guerra del salitre. En ese contexto sociopolítico, los sacerdotes chilenos colaboraron en la imposición de la dominación chilena a través de un conjunto de prácticas que, influenciadas por la doctrina Rerum Novarum, persiguieron a través de la reorganización de la vida religiosa erradicar aquellas expresiones locales –asociadas a lo peruano bajo la excusa de que eran incompatibles y contrarios a los principios de la moderna Iglesia católica, transformándose la labor pastoral en una herramienta funcional al Estado, ya que mediante su trabajo moralizador y civilizatorio contribuyó, con sus particularidades, a la promoción e imposición de los intereses de la dominación en suelo tarapaqueño.
Si bien el trabajo evangelizador aplicó una política de la tabula rasa para negar la tradición religiosa local y así implantar las creencias y rituales de la verdadera religión representada por la Iglesia de Chile en la parroquia tarapaqueña, tal política no tuvo el éxito deseado, porque el mundo local, al igual que en tiempos coloniales y peruanos, ejerció una resistencia para conservar su tradición religiosa la que no solo fue imprescindible para ejecutar las actividades del calendario católico, sino que además fue necesaria para el funcionamiento de una vida religiosa comunitaria. Es por ello que en un contexto de anexión, los subalternos desplegaron una especial defensa de su religiosidad mediante el sistema de cargos religiosos, porque asumir uno de sus cargos (mayordomos, fabriqueros, alféreces) aparte de permitir la reproducción de sus actividades devocionales, también ayudaba a obtener el reconocimiento social de los demás, reproducir lógicas de poder y prestigio al interior de un grupo y reafirmar su pertenencia e identidad. Estos últimos argumentos explican que a pesar de existir una mejora en las relaciones entre sacerdotes chilenos y feligreses al cierre del contexto histórico, los tarapaqueños continuaron conservando aquellos elementos de raíz católica, como fueron las fiestas patronales, el sistema de cargos religiosos y la custodia de los objetos y bienes eclesiales por ser necesarios para construir una vida social y religiosa en términos comunitarios.